martes, marzo 08, 2005

La condición femenina



En este día de la mujer trabajadora, lo mejor que puede hacerse es leer un poco más a Elfriede Jelinek, como por ejemplo Las amantes (El Aleph, 2004), en donde un pensamiento radical va unido a una escritura igualmente a contracorriente. No hay mayúsculas, aunque sí puntos, comas y demás signos de puntuación. Cuando hay mayúsculas, es en momentos muy precisos, para remarcar algo. La escritora dijo que eso era fruto de su etapa experimental (es decir, su época más experimental, porque su escritura siempre lo es), y que con ello quería dar a entender una cierta igualdad de las palabras. Las frases con concisas, aunque extrañamente simples, pues encierran una crítica ácida de la situación de la mujer en Occidente. A veces parecen frases del colegio, de aquellos dictados en donde nos enseñaron a redactar el mundo con las anteojeras de los profesores todavía pulidos en el franquismo. Y lo que se nos cuenta, en breves capítulos con epígrafes muy irónicos, son las historias paralelas de dos mujeres muy jóvenes, Brigitte y Paula. La primera trabaja en una fábrica cosiendo sujetadores, bragas y fajas. Vive con su madre y se enamora de un chico, Heinz, que es electricista, él sí tiene una verdadera familia, y para ella significa su futuro, todo lo que necesita para salir adelante. Luego está Paula, con padre, madre y hermano, que de mala gana la dejan ir a la ciudad cercana a estudiar confección. Ahí espera encontrar también un amor, que encuentra al final en Erich, que es leñador y vive con una madre vencida y un padre enfermo, él, hijo bastardo de un italiano... Estas mujeres, y sus madres, y todas las mujeres, no tienen un destino (eso los hombres), lo tienen que conseguir. Estas mujeres no son nada, hasta que no se unan a un hombre que las mantenga, que las saque del miserable trabajo, les haga un hijo que ellas donan al marido (su hombre), que les dé una casa, algunos viajes... y palizas, malos ratos, borracheras, etc. Es un círculo cerrado infernal. Y todo está contado de forma muy fría, casi gélida, con esas frases cortantes, con cambio de sujeto constante (lo mismo hay una tercera persona que se pasa a la primera, casi sin darnos cuenta). En este relato perverso y realista a más no poder, la escritora austríaca nos pone frente a las miserias de la mujer, no esa del Tercer Mundo que viene a limpiar casas de señoras ricas, sino mujeres de aquí mismo, cuando ya nos creemos que la mujer occidental se ha liberado y goza de privilegios casi como el hombre. Jelinek nos pone cara a cara con la verdad: nada de liberación. El trabajo no es su salvación, sino su condena. Amas de casa o vendedoras u obreras, todo es la misma mierda. Y si no, venderse a un marido, a una esclavitud mayor. Hijos que son un asco (la escena en que Brigitte se revela un "monstruo" que detesta a los bebés es tremenda), pero que se convierten, todavía, en maza con la que las madres son por fin consideradas por la sociedad como "mujeres realizadas". Mujeres que se cuidan, gracias a la industria cosmética y la textil, para ofrecer un mejor cuerpo: porque todo ha devenido mercado, y la carne femenina rinde más que la masculina (él pone su fuerza y su inteligencia). La trampa del amor, para ella dentro del ideal (interés por la "vida mejor"), para él el amor físico, la violación del sábado, día libre, y el domingo, mujeres usadas y gastadas, que tienen que ser cambiadas (en Deseo esto está planteado de forma más compleja, ambigua y con un lenguaje extremado).

"paula espera a que la escojan, de eso depende. depende de que la escoja el adecuado"(p. 33).
"¿por qué no puede brigitte darse por satisfecha con la nada que ya tiene?"(p. 41).

Se puede pensar que esto sucede así porque son chicas de pueblo, de montaña, en donde no hay más salidas que ésas, tampoco los hombres tienen una vida venturosa, y todo presenta ese olor a vaca y hierba alta, y árboles que hay que talar para despejar el bosque... También en nuestros pueblos las chicas jóvenes trabajan como dependientas en una tienda, o bien de camareras, sirviendo para los guiris. Se arreglan bien, para encontrar un marido. Cuando se casan y tienen el crío, suelen dejar de trabajar. Él tiene un trabajo mejor, y puede mantenerlas. Entonces ella pasea al bebé en el carrito, recuperada su figura, y se dice que esos sueños de adolescencia por fin se han cumplido. En Occidente, todo está hecho para que consumas marcas, diseño, que el mercado femenino administra de maravilla. Ahora se pretende, además, feminizarlo todo, y además abrirse camino a codazos, la competencia manda, para conseguir PODER, porque así se llegará a la IGUALDAD. A la guerra la llaman con otras expresiones políticamente correctas. Cuando la mujer entra en esta guerra, ya no hay nada que hacer..., todos tienen que comer en el mismo plato, quieran o no quieran. La vieja vida familiar y el mercado laboral se dan de palos en una misma cabeza. El hombre se desespera.

***

Estoy más cansado que nunca, y peor aún: sin ganas de nada, como si las cosas me dieran todo lo mismo. Todo en minúsculas: no hay objetos mejores que otros, ni personas destacadas, sólo de vez en cuando un grito, una rabia, una borrachera... Mi amiga Carola me manda algunos sms desde su vida tranquila en Düsseldorf, y se hace una vaga idea de mis sufrimientos. Pero es la única que puede comprenderme un poco. Estoy muy cansado de las palabras, porque son mentira, la mayoría no dicen nada. Sin la presencia, menos que menos. Sólo esa botella es verdad, y esa comida, y esos sueños a ras de almohada, sólo el cuerpo es verdad, como me dice otro querido amigo.

1 Comments:

Blogger zen-cerro said...

Muy interesante, como siempre.

7:34 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home