miércoles, febrero 23, 2005

Donde mejor me encuentro

"La música es el salario que el hombre adeuda al tiempo. Más precisamente: al intervalo muerto que hace los ritmos.
Las salas de concierto son grutas inveteradas cuyo dios es el tiempo" (El odio a la música, op. cit., p. 123).

"¿Por qué el nacimiento del arte está enlazado a una expedición subterránea?
¿Por qué el arte fue y es una aventura sombría?
¿Por qué el arte visual (al menos el arte visible en la oscuridad a la luz temblorosa de una antorcha de grasa) presenta un vínculo con los sueños, que también son visiones nocturnae?
Transcurrieron veintiún mil años: a fines del siglo diecinueve la humanidad acudió en masa a sepultarse y apretujarse en las oscuras salas de cinematografía" (ídem, pp. 140-141).

"Sostengo que las grutas paleolíticas son instrumentos de música cuyas paredes fueron decoradas.
Son resonadores nocturnos que fueron pintados de un modo nada panorámico: se los pintó en lo invisible. Son cámaras de eco, y el eco determinó la elección de las paredes decoradas" (ídem, p. 144).

En nuestro tiempo, los dos espacios que más amo son precisamente las salas de conciertos y las salas de cine (pero no cualquier cine, trato de evitar los de los centros comerciales, porque me parece obsceno mezclar el cine-arte con las mercancías). Lo que dice Quignard en la primera cita es algo que ya intuía desde que voy al Auditorio Nacional de Madrid y otras salas preparadas acústicamente para los conciertos de música perdurable (esta denominación la escuché en La Noche Cromática, es realmente adecuada); porque la música en los teatros decimonónicos no suena realmente bien, ya sea el Teatro Cervantes de Málaga o el Teatro de la Pérgola de Florencia. La gente que acude a estos conciertos, sin embargo, no es muy abundante, y o bien encuentro a personas de mediana edad tirando a carcamales (con el Club de Amigas del Visón como parte importante), o bien encuentro a mucha gente joven, que es el mejor público posible, el que más se entrega a la escena contemporánea. Pero el común de la juventud, la mayor parte de la gente adulta, se queda en casa, escucha la música en habitaciones pequeñas, o peor todavía, en el coche, mientras conduce, algo que no puedo entender, esta disolución de los sonidos en la velocidad. Para que haya escucha, tiene que haber presencia y anulación, sombras y quietud de los auditores-obedientes. Quien acelera y se hace activo no puede estar en el sonido, pues no se recoge, sino que se ex-pulsa.



Algo parecido, aunque es algo también muy distinto, ocurre con el cine, esa vuelta a la cueva, a las sombras-como-sueños, que los mejores cineastas de los primeros tiempos supieron entender tan bien. En tiempos en que la gente prefiere esa aberración del home cinema (como si la técnica pudiera reproducir la magia de la sala oscura; como si la técnica pudiera hacer presente la orquesta), yo no soporto ver una película en televisión, vía DVD o lo que sea: eso es ver televisión, aunque no haya publicidad. En tiempos en que mueren cines y se montan más centros comerciales (que no son templos para nada, sólo hay templos en los dos espacios que digo; son en todo caso vertederos del consumismo), sólo veo películas en el cine, en salas azules como la del cine Doré, en espacios de culto como los Renoir o los Verdi de Madrid. Ahí la gente va sólo a ver la película, internarse en la magia, perderse en las sombras, abandonarse al estado de somnolencia controlada que el director impone. El cine es verdad a veinticuatro fotogramas por segundo, pero no siempre, no en todas las imágenes. Al comienzo, en películas como Madame Dubarry de Lubitsch, de 1919, era sólo a dieciocho fotogramas p/s. Una superproducción para la época, que narra el ascenso y la caída luego de una favorita del rey Luis XV, en esa época crítica previa a la Revolución Francesa, que estalla ante nuestros ojos en veinte minutos finales plenos de acción e intensidad (y no es que antes no la haya). Pola Negri, Emil Jammings, los mejores actores de entonces. Cine sin palabras, pero con música, música en vivo, un piano, dos horas de suaves melodías, variaciones, repeticiones, retorno a emociones ya sentidas, deriva hacia territorios reconquistados. Lo muy viejo y lo nuevo aliados en una misa negra de pasiones en suspenso.

Cuando salgo de nuevo a la calle, la desazón, el fastidio, la luz que me ciega, la oscuridad artificial, sin rito. Cuando estoy en Madrid, o en una gran ciudad, me encanta meterme en el metro, ver a los maravillosos lectores entregados a su universo privado dentro de un ambiente colectivo de embrujamiento. Cuando regreso al sur, me siento a la intemperie, dañado por la luz, en el calor avasallador de un verano que nunca se retira del todo, rodeado por desconocidos que disfrutan de su ausencia de refugios, de espacios donde perderse. Todo es diáfano en Guirilandia. Todo es vulgar, sencillo, sones de cerdo en la matanza, voces abiertas, dentelladas a pleno sol. Quignard desea morir en el crepúsculo, la hora de menor incidencia sonora, entre el piar y el croar cuando se crea una especie de silencio, en esa hora de alerta máxima del oído. Yo quisiera morir lejos, muy lejos de aquí, en el Norte, donde siempre es invierno, donde aman la música, Finlandia por ejemplo, donde las casas también son lugares de reposo.

martes, febrero 22, 2005

La fascinadora




"Antes del nacimiento y hasta el último instante de la muerte, hombres y mujeres oyen sin un instante de pausa" (El odio a la música, Pascal Quignard, Andrés Bello, 1998, p. 108).

"La música arrebata de inmediato en el arrebato físico de su cadencia tanto al que la ejecuta como al que la padece" (ídem, p. 109).

Y qué sucede cuando esos músicos tocan sin parar durante casi cinco horas, sin pausa, mientras los oyentes, los obedientes, pueden circular pero discretamente, y esto en algún momento se para, y los sumisos, los masoquistas, se quedan por fin clavados a su butaca, y otros duermen, o creen que están más allá ("El oído, en el adormecimiento, es el último sentido que capitula ante la pasividad sin sin consciencia que viene", p. 108). San Pedro con unos pequeños tapones de lana colgando día y noche de sus orejas, porque tras aquel fatídico canto del gallo al amanecer, ya no podía soportar, ¿el qué?, ¿lo tarabustante? ¿lo que no cesa?

"(...)El auditor, en música, no es un interlocutor.
Es una presa que se entrega a la trampa" (p. 109).

Por eso aplauden con fuerza, tosen en las pausas entre movimiento o sección, por eso silban cuando una obra no es de su agrado, por eso el público, que se sabe dominado por los embrujadores músicos, hace su ruido, quiere intervenir, sacarse el lazo, el cepo durante las mejores entregas a lo que cruje, lo que no puede ser evitado... Ahora vas a sufrir, ahora sabrás por qué las sirenas...

"Indelimitable e invisible, la música parece la voz de todos. Tal vez no exista música que no sea agrupadora, pues no hay música que al punto no movilice aliento y sangre. Alma (animación pulmonar) y corazón. ¿Por qué los modernos escuchan cada vez más música en concierto, en salas cada vez más vastas, a despecho de las posibilidades recientes de difusión y recepción privadas?" (pp. 119-120).

No paro de pensar en por qué ese placer en la sala de conciertos, y por qué el placer es mucho más difuso en casa, entre las cuatro paredes de esa habitación... Hay algunos oyentes que sueñan con el Equipo Perfecto que reproduzca esa música de la forma más fiel, más vívida, altavoces que dibujen la orquesta..., pero es sólo una fantasía tecnológica, un sueño onanista: en la escucha, al menos tiene que haber dos, una pareja..., y lo ideal es que haya cuatro..., esos músicos del cuarteto de cuerda, y la pequeña multitud en la sala, y el vértigo del silencio rodeándonos. En el principio era el grupo, la magia, "la passio precede al conocimiento" (N. de Cusa). Estamos en la sala sinfónica, y es como estar en lo más profundo de la cueva, ahí donde se hacían los poderosos ritos y el grupo comulgaba... No hay otra religión más que el arte, no hay otro arrebato más que la música. Sueño con una vida dedicada a viajar, visitar ciudades bellas y civilizadas y en cada una acudir a algún concierto... de hecho, en un tiempo lo hice, y son los mejores recuerdos que puedo tener... Este verano me gustaría ir por primera vez a un PROM en el Royal Albert Hall londinense. Lo redondo, lo que vibra, la orgía de la última noche...

lunes, febrero 21, 2005

El único silencio posible

Leo un artículo de Maruja Torres en El País Semanal, que se titula precisamente El ruido y la música, en donde rebate de forma brillante una afirmación-máxima de Daniel Barenboim, sobre la relación del sonido con el silencio. Lo que hace esta periodista perspicaz es indagar un poco en la realidad cotidiana, con su propia experiencia como algo insustituible, y darle la vuelta a la frase, de modo que el silencio no sea ya el atractor, sino el ruido, en plural sobre todo:

"Del mismo modo que los objetos son atraídos hacia el suelo (escribo yo, corrigiéndole modestamente), también los silencios son atraídos hacia el estado general de ruido, y no hay viceversa posible". Por ello, algunas personas como yo hemos decidido que la música es el único silencio al que tenemos acceso...

Estoy de acuerdo son ella, aunque no creo que tampoco sea la solución la "música pegada al tímpano" todo el tiempo posible, con la ayuda de aparatos de última tecnología. Reconozco que paso un cierto tiempo con los auriculares, cuando es demasiado tarde para escuchar música de forma "normal", o cuando no estoy en casa, pero también me llama la atención esta gente que se pasa horas y horas con esos adminículos pegados a los oídos. A veces también son ellos los que, en vez de refugiarse en su escucha secreta, saca también ese ruido malsano afuera. Así que no queda más remedio que ir al Templo, que es la sala de conciertos, el auditorio, en donde todo el fragor de "ahí fuera" queda por fin apagado, y los sonidos, el verdadero alimento del alma, pueden correr libremente por el inmenso espacio de la sala sinfónica, o por el espacio más sutil de la sala de cámara. Sólo ahí me siento por fin libre, leve, y en disposición de abandonarme a la escucha. Y entonces, se hace el silencio. Me gustaría quedarme ahí mucho tiempo, más, mucho más de cinco horas. Y los maravillosos músicos como única compañía. Y hay tan poca gente que sabe de la verdadera magia...

***

Siempre, a todas horas, en todo lugar, la catástrofe sonora, el mondo bizarro que se ha hecho natural, porque a nadie parece molestarle, y todos han de comulgar con el sinsentido de algo que ya no es música, que es una masa informe que te envuelve, una sonosfera sucia, como hay también bombas sucias, pues lo mismo pero en otro nivel. En las tiendas de ropa como Stradivarius han peligrado mis oídos, y siempre la misma pregunta inquieta: ¿cómo los empleados pueden...? En todo comercio, la polución, el hilo musical, la tormenta. Uno pasa desde la meseta castellana y entra en Andalucía, y todo cambia, no sólo los acentos, no sólo las palabras concretas, todo parece más áspero, vulgar, gritado en vez de hablado. "Déjate llevar por las emociones", pero mejor sería que no, todo lo contrario, estas emociones del spot me repatean. Andalucía es la miseria, ahora y siempre: se jactan de que es la comunidad en donde más se votó el SÍ en el referéndum de ayer, también en Extremadura; por contra, Cataluña ha sido donde más NO hubo. Tierra sumisa, población crítica. Por esto, porque siempre parecen ser los primeros en bajarse los pantalones, porque se apuntan a las cosas en la más plena ignorancia, por la falta de crítica, es por lo que no aguanto esta Andalucía-sólo-hay-una. Hoy la única noticia aquí en el páramo parece ser la victoria del equipo de baloncesto, el Unicaja, en la Copa del Rey. Chaves también lo celebra, y viva el europeísmo andaluz.

viernes, febrero 18, 2005

Rizomas




Tal vez uno de los libros de poesía más fascinantes que se han publicado en los últimos años, dentro de nuestra zona...

Cuando la música, cuando los sonidos "organizados", en vez de llenarte, te vacían... Stefano Russomano sobre el Cuarteto de cuerda nº 2 de Morton Feldman, interpretado el 16 por el Minguet Quartet en Madrid... Es otra cosa. En vez de observar, en lugar de quedar afuera, estar dentro, ser uno-con-los-sonidos, que no progresan, que podrían durar dos horas más, o una menos... Perderse. Pero no oriental, no mística, no abandono. Como la poesía de Ashbery: estar vigilante, alerta. Importancia de los detalles. No hacer cumbres, ir de meseta en meseta, puede que ciento treinta y dos...

En el sueño, encadenamiento de imágenes, proliferación salvaje pero sin violencia, de encuadres, de gente que se interpenetra, que hace cola, un circuito de velocidad (se trata de intensidades, de velocidades, de planos y estratificaciones), un autobús sobre extraños raíles como las gomas deslizantes debajo de las escaleras mecánicas, pero abajo el río, la gente que va en busca de los demonios en forma de ruidos como nubes, pasajeros de un instante que se prolonga por mil estaciones, mil mesetas

lunes, febrero 14, 2005

Sentido de realidad

No hay "realidad", sólo sentido de realidad. Leer más a Slavoj Zizek, como ese artículo que menciona Dulce. La ficción del día a día, sentir que vamos hacia alguna parte, con las repeticiones rutinarias, los ligeros matices en el color de los atardeceres (realmente bonitos por aquí), las diferencias de rostros, de colores, el viento en la noche... Pienso al despertar, y luego en algún momento de la mañana, que el crecer no es más que un adiós a todas las ilusiones, al menos el deseo erótico ya no es aquel velo ardiente que se interponía entre el objeto y tu carne martillada. Ahora estas mujeres no me dicen apenas nada, y pensar que en otro tiempo la angustia era máxima, y corría en pos de C., y tenía encontronazos con el novio, maldita sea..., qué ingenuo era entonces, qué afán vano, qué lujuria tan débil, pero cómo te sacudía entero, y las noches de insomnio, y los minutos eternos ante el teléfono, cuando no había móvil, cuando salir a dar un paseo podía significar perderla hasta el día siguiente, o hasta...

En el mercadillo de ayer, una caravana de gente, como nunca, algunos discos, ningún libro que merezca la pena, la reunión con los hippies, hace un día estupendo y la ropa de abrigo sobra. Nos tomamos unas cuantas cervezas, hasta que Michael se pone tonto y dice que para nuestro lado ya no hay más birra, así que el alemán tan alto y yo nos abrimos, y doy otra vuelta pero sé que es casi la una y media porque algunos recogen ya, es hora de irse, de vuelta a casa, la subida más difícil. En la tarde, el fascismo deportivo en el pabellón, hasta las siete, putas reputas, pero bueno, no tengo ganas de salir y no salgo, me quedo terminando Los detectives salvajes de Bolaño, que es una novela intensa y complicada en su estructura, y que para gozo de los que, como yo, han llegado hasta casi la página 600, hay una continuación, en 2666, pero eso tendrá que esperar... Pero uno no debe hablar de la felicidad cuando está, aunque nunca sabremos bien qué es lo que hay, pues todo esto es una construcción, sueño dentro de un sueño más oscuro y amplio, el sueño de un titán, un monstruo capaz de contener a miles de sus súbditos...



Y escucho muchas músicas, obras de distintas épocas, sonidos de aquí y de allá, en la radio, el tocadiscos, el lector de CD... La Primera de Mahler por la Orquesta del Concertgebouw dirigida por Bruno Walter, en una grabación del 47, con ruido de fondo, claro; la maravilla, tan alegre, de West Side Story, en versión de Bernstein para el sello amarillo, con Carreras, Te Kanawa, Troyanos...; algo de aquel concierto monográfico dedicado a Jesús Rueda, en Alicante 2004, en grabación de la radio enviada por un amigo; tres piezas delicadas y coloristas de Anatol Liadov, a quien no conocía; Mozart por el Budapest String Quartet y otros dos músicos, en Eine Kleines Musik y el Quinteto para clarinete y cuerda, K. 581, en una grabación estupenda de Columbia, creo que de 1958 (leo en la contraportada de la carpeta anécdotas jugosas sobre estos músicos irrepetibles, que se concebían como voces independientes más que como grupo compacto, dándole la razón a Elliot Carter); y entre música y música, una espera que acaba en decepción: Sinestesia al parecer no toca hoy, porque el Parsifal de Wagner desde el Liceo de Barcelona lo impide. A veces pienso que escucho todo esto para aislarme del ruido de fuera, y a veces es cierto, así es; pero es tan duro, tan potente, el fascismo sonoro que viene de fuera, que logra tapar, coaccionar mi escucha, y es entonces cuando me dan ganas de pasar a la acción... ¡Y aquí no pasa nada, siempre es Madrid, Barcelona, cualquier otro sitio!

Andalucía sólo hay una, escucho de boca de Stefan, me lo encuentro una tarde que voy camino de la biblioteca, y me tiene parado por lo menos media hora, pero es porque yo quiero, claro, aunque sé que con él no es fácil dejar de oír su perorata, ¡es tan divertido a veces! Pues sí, la mujer ya no es la que era, y ahora están separados, aunque se le ha pegado el hermano yonqui, y que si el trabajo, que la ley de protección a las mujeres, esas chicas guapas que pasan al lado, el tráfico apestoso, como si estas calles estrechas fueran el Jarama (yo diría Mónaco, pero bueno), y ahí sigue, Andalucía sólo hay una, anoche pasaban un documental sobre la maravillosa Granada, con la Alhambra, los jardines del Generalife, el barrio tan típico del Albaicín, pero no dicen que es una de las ciudades más ruidosas de España, no dicen que su gente esto y lo otro, cambio de canal, los gitanos tan abundantes en España y sobre todo en Andalucía, imparable, sólo hay una, Andalucía sólo hay una, Chaves está en Cuba y Jorge Moragas, el lugarteniente de Rajoy, echa un discurso sobre la falta de democracia en la isla, Arenas dice que no visitará Cuba hasta que, pues sí, Andalucía sólo hay una, Stefan se pone furioso unos segundos para decir que si ve a alguien con la rusa, que..., sí, toda la familia está contra él, pero ya sabemos que Andalucía sólo hay una, Córdoba al menos está lejana y sola, yo fui sólo dos veces en circunstancias felices, qué lejos quedan esos tiempos, más de diez años han pasado, y ahora miro hacia atrás, escucho aquella música de cámara y ya no son los microorganismos de que habla Rueda, sino las graciosas melodías, los arrumacos de una mujer amada, la piel que brilla, la insolación de una jornada, el paseo junto a los acantilados bajo la ligera lluvia de abril, quién me ha robado la dicha, Andalucía, furcia, pija de mierda, no menees más el culo, de mí no vas a conseguir nada, ni en Fitur ni en Málaga capital cultural 2016, pero ella sigue contoneándose, enseña el ombligo, ahí la deuda histórica, los moros los gitanos y su justicia bandolera, ahí las zorras juveniles del pabellón, sólo hay una, Andalucía sólo hay una.

jueves, febrero 10, 2005

Una pequeña alegría

Leo en el blog de Manuel Harazem Supersticiones sobre el ruido musical, un estupendo comentario a ese artículo de Ian Gibson al que yo mismo me refería ayer. No puedo estar más en sintonía con este post, y con otros que he leído más abajo, como en los que habla sobre el fascismo deportivo en su versión más putrefacta, ésa que ya decía Umberto Eco que era la más inferior de la cadena, los lectores o radioyentes de noticias deportivas, y ahora esa peste cínica de las noticias televisivas, con sus presentadores nauseabundos. Pero a lo que iba, que este comentario sobre el desastre de la contaminación sonora es uno de los mejores que he leído en mucho tiempo, con citas oportunas de Schönberg y Kundera (creo que no conozco esa novela). La radio comercial fue sólo el comienzo de la tortura, luego ha venido lo peor de la epidemia, y ahora lo que más tortura son los coches-discoteca, ¿qué hacen que no hacen nada?, no basta con que la policía loca precinte los más infernales, tiene que haber una normativa, algo, que pare este pandemónium. Porque entonces, si no se hace nada, voy a terminar pensando que todos están descerebrados (acostumbrarse a semejante tormento es de un entumecimiento mental tremendo, desde luego), y que los pocos que tenemos un poco de sensibilidad hacia la música de verdad, vamos a terminar aislados en mi soñado proyecto utópico de islas de silencio.

Entiendo el caso de ese trabajador alemán que puso una demanda a su empresa por tortura psicológica; no sé cómo tantos empleados de centros comerciales y tiendas soportan esa basura enlatada (¡y en todas las tiendas es la misma mierda!). Hace años que uso esos tapones para aislarme, en momentos delicados, de la tormenta de tormento, ese ruido fascista que viene de todas partes. Imagino que esto irá cada vez a peor. Al menos, sé que no estoy solo. Un pequeño consuelo.

miércoles, febrero 09, 2005

Diálogos imaginarios

La verdad es que cada vez tengo menos ganas de escuchar conciertos en la radio, cosa que antes era lo habitual. La magia del directo no puede ser sustituida por un concierto en diferido. Pero cuando no queda más remedio, ahí está Radio Clásica, para traernos algún que otro recital, y el de ayer fue necesario. Actuaba el Cuarteto Borodin dentro del decimotercer Liceo de Cámara, el 30 de enero pasado en el Auditorio Nacional de Madrid. Lo hacía dentro de un ciclo propio, éste era el cuarto y último concierto, con el lema de este post, que ponía frente a frente a Beethoven y a Shostakóvich. En la primera parte hicieron el cuarteto nº 15 en la menor, op. 132 del primero, una obra de su último período, extensa y compleja, como todos esos cuartetos que rematan su carrera, cuando se alimentaba de música interna nada más. Tras los dos allegros iniciales viene un molto adagio que es la parte crucial de la pieza, una "canción de agradecimiento" de un convaleciente, escrita en modo lidio, que dura al menos quince minutos, de una densidad, de una intensidad, que no tienen parangón en el panorama del momento. Es otro nivel. Y lo que escuchamos luego, el alla marcia y el allegro final, pierde parte de ese pathos, aligera la melancolía, digamos. Como era un concierto en diferido, no hubo tiempo de descanso, y José Iges presentó enseguida el siguiente cuarteto, coincidente en número, el nº 15 del autor ruso, escrito al final de su vida, estando muy enfermo pudo acudir al estreno por el Cuarteto Taneyev. Esta obra es una larga elegía en seis secciones encadenadas, todas llevan el indicativo de tempo adagio, hay una marcha fúnebre en el penúltimo movimiento, molto adagio, y la extensa obra termina de forma extraña, detenida en mitad de una duda, ahí en la sombra que rodea por completo al hombre, que se despide (aunque el testamento propiamente dicho lo escribió en la Sonata op. 147 para viola y piano, que es mi favorita de su música de cámara). Por indicación expresa de los músicos, el encargado de este ciclo anunció al público que no debían aplaudir hasta que los músicos no salieran del todo del escenario, y así se hizo, aunque escuché las toses nerviosas que no podían aguantar más, y al final creo que se adelantaron algunos, porque escuché también cómo algunos chistaban, pero bueno, ya es algo que la gente se demore en lanzar su "homenaje". Los miembros del Borodin deseaban en realidad tocar con la iluminación de unas velas, pero en el Auditorio no lo permiten. ¡Velas!, como lo deseaba también ese monstruo que fue Sviatoslav Richter, al menos he visto une foro de él así... La verdad es que fue un concierto excepcional por varios motivos, y el más importante es que el conjunto acababa de cumplir 60 años de vida, es el más veterano de los que todavía andan por el mundo (si no me equivoco); Valentin Berlinski, el primer violín y fundador del grupo, había cumplido el 19 de enero 80 años. Una vida dedicada a la música, es algo... Nada mejor que este ciclo, y un bis en el que tocaron el allegro del primer cuarteto de Shosta, se cierra el círculo, como dijo Iges, "mi fin es mi comienzo".



***

Leí en la tarde, en El País Andalucía, una columna de Ian Gibson, en donde se queja de esa "música de fondo" que a sus oídos es ruido molesto, que le impide desayunar en paz, con su café y la lectura del periódico, esa oración cotidiana del hombre occidental, pero desde luego mucho más decente que la tortura del hilo musical (ruido apestoso, sí, y encima los sirvientes del parador de Jaén se extrañan de la queja, porque ellos viven ya en ese pandemónium feliz). Si voy en el autobús, de Málaga a Nerja o viceversa, también he de tragarme las mierdas sonoras del chófer, con horteradas de Cadena Dial o cosas peores (hay cosas peores que ese neofolklore de estos años fascistas). Si estoy en el supermercado, o en cualquier oficina, también esa cosa ubicua. A veces me imagino que estoy muerto, que he traspuesto el umbral, y que hay una música angélica en el "aire",un zumbido cálido, y que he dejado atrás toda la morralla humana, demasiado humana. Ya antes de nacer hay sonidos, y lo hay hasta en la agonía. Qué condena.

lunes, febrero 07, 2005

La palabra como frontera, I

Anoche en el programa de Ana Zugasti, la Levitadora, la primera entrega de una serie que promete, que prometía ya, y cumplió, dedicada a la interrelación entre literatura/poesía y música. En este caso, era la palabra de Juan Goytisolo, tomada de Lectura del espacio en Xemaá-El-Fná, de Makbara, un largo poema en prosa centrado en su querido Marrakech, donde reside habitualmente. La verdad es que no conozco apenas la obra de este escritor, uno de los más internacionales que tenemos, y el que apuesta con más firmeza por el nomadismo y el respeto a la diferencia. Recuerdo que hace años leí, pero creo que no entera, Señas de identidad, porque me lo recomendó un curioso conocido. Me gustó, pero la encontré también muy densa. También sé que es amigo, por sus afinidades con el arte y la cultura árabe, del compositor ya citado aquí Sánchez Verdú. Anoche, gracias a Sinestesia, me deslumbró su dominio de la palabra, que aquí alcanza unas cotas de hipnotismo casi musical, de difícil calificación, hay que sentirlo, hay que abandonarse a la escucha. Ana iba leyendo fragmentos que hablan del ambiente de esa plaza, de sus gentes, de sus colores, olores, de la rizomática multitud, imposible de aprehender, movediza y cambiante; y luego ponía algún ejemplo de música árabe: me gustaron sobre todo los dos de Palestina, esa música de bodas, por ejemplo, y pensé entonces en los rostros tan hermosos de esas chicas palestinas, en el reportaje sobre la gente de 18 años que sacó El País Semanal hace un tiempo (frente al rostro de boniato de la chica israelí). O el canto maronita de Sor Marie Keyrouz. O esa cantante de Beirut, Fairouz. Música clásica árabe. Un hombre rasguea las cuerdas del rabel, en la plaza, al atardecer, y nadie me presta atención. ¡Fascinantes músicas, sonidos que te iluminan, iniciación al éxtasis! Uno se queda prendido de estas palabras, como una fuente que murmura, que nunca calla, como la plaza parlotea y llena todo de su rumor, de su imparable comercio, de sus lenguas Babel ahora.

Y la semana que viene, el verbo incansable y lúdico de Julián Ríos...

Makbara en Círculo de Lectores

jueves, febrero 03, 2005

Ocho

El 11 Ciclo de Música Contemporánea de Málaga está llegando a su fin, mañana es el último concierto, en donde la Orquesta Filarmónica de Málaga, bajo la dirección de Arturo Tamayo, interpretará obras de García Román (el homenajeado este año), Cruz de Guevara (?!) y Messiaen. El de anoche me pareció el mejor de todos, así que decidí ir. El Octeto Ibérico traía un programa muy bueno, con tres compositores españoles y dos de fuera, pero todo a priori de gran calidad, no los refritos de otros programas, que me parecen localistas (eso es lo malo de Málaga, frente a Sevilla y Granada, que considera antes lo andaluz que lo internacional; versión provinciana de la música, que no comparto). En fin, en el Teatro Cánovas (un lugar al que solía ir hace tiempo, pero que han remodelado y es ahora un escenario realmente apetecible, con una programación vanguardista en la línea del Teatro Central de Sevilla), un público mayoritariamente joven, interesado se supone en la creación actual. Las "azafatas", muy guapas, la verdad (nada que ver con las más asépticas acomodadoras, y también hombres, de Madrid), en fin, un ambiente bastante sensual para este tiempo tan frío que corre. Bar en la entrada, y guardarropas. El escenario también me hace recordar al del teatro sevillano, amplio, con un fondo que parece extenderse hacia las sombras más allá... Ocho sillas vacías, ocho atriles, en semicírculo orientado hacia el centro, ahí se colocó su director, Elías Arizcuren.



Ocho violoncellos, no parece la formación más común, pero créanme, es una combinación de una riqueza tímbrica fascinante. Desde su creación, en 1989, los mejores y más importantes compositores del momento le han dedicado obras, y ahora se puede decir que tienen un repertorio envidiable, siendo así la primera formación de cámara española que da a conocer la música contemporánea. No hay más que vaya por el mundo haciendo escuchar nuestra música, y la de los mejores creadores de otros lugares. Si en países como Alemania o Francia, estos conjuntos son ya habituales, en España no sucede así, y ha sido gracias a la labor de este hombre, EA, que podemos presumir de un conjunto así. Un hombre con un aspecto de sabio, que desde la segunda obra comentó brevemente las piezas antes de tocarlas. La de Berio, Korot, era como un aperitivo de lo que vendría. Uno de los platos fuertes fue la de Sánchez Verdú, Arquitecturas de la ausencia, dividida en cuatro secciones, basadas al parecer en la obra de Pablo Palazuelo. SV es un enamorado del arte árabe, de sus cabriolas y prodigios geométricos, de ese entramado de luz y sombra, y así es su música: en donde el silencio palpita y tiene más importancia que lo que suena perceptiblemente. Los músicos han de aprender a refrenar el brillo de las cuerdas, que son raspadas, acariciadas suave o bruscamente, consiguiéndose unas sonoridades que hacen pensar en su maestro Lachenmann, aunque él va más allá, es más "poético", digamos. Música de gran tensión, que explota todas las ténicas del instrumento, y que hace difícil la escucha: el público se portó sólo regular, hubo más toses de las deseadas, pero bueno... El compositor saludó al director y al primer chelista, que tuvo una actuación refinadísima.

Luego tocaron una de Luis de Pablo, dedicada a su amigo y ya fallecido Carmelo Bernaola, ... Eleison: como muy bien explicó EA, es una obra típica de la escritura del maestro bilbaíno, con partes en donde la melodía se subraya, y otras en donde el ritmo se superpone a la melodía; y estos cambios son súbitos, inesperados, y te hace pensar en la complejidad de este compositor, que se me escapa, una y otra vez. Tras un descanso de quince minutos, la obra que menos me interesaba, la de Philip Glass, Symphony for eight, en una versión del año 2000. Que es la que interesaba a cierta parte del público, al menos los que tenía más cerca... Siempre pienso que las obras de Glass son la misma, una y otra vez, con mínimos matices. El comienzo, ¿cuántas veces no lo habré escuchado antes?, menos mal que luego dejaba a un lado esas repeticiones ramplonas y entraba en una fase de un romanticismo no-sé-qué, que tampoco me convence, pero al menos se aguanta mejor. Menos mal que fue breve. Ló único interesante fue observar cómo los músicos tenían que cambiar su tesitura por otra distinta (violoncellos solistas sonando como violines casi). Finalmente, la de Cristóbal Halffter, Attendite, "escucha", en un tiempo en que hay tanto ruido, y tan poca escucha. Desde la época de Luigi Nono, el ruido no ha hecho más que aumentar, por eso los compositores más comprometidos con su arte se han vuelto muy ensimismados con el sonido al borde de la extinción, o del no surgimiento: congelación. En la obra de CH, los acostumbrados fuertes contrastes, entre líneas ásperas y otras de una sutileza casi impalpable. Entre la desesperación y la calma transitoria. Una obra muy exigente con todos, que se extiende más de veinte minutos, casi veintincinco. Al final, según el director, se hacía escuchar el famoso Cant dels ocells que tocara Pau Casals, pero yo no lo reconocí, o es que estaba muy deformado. Sea como sea, una pieza realmente intensa, un broche de oro a un programa estupendo.

Volveré a ir por el teatro, lo más seguro este mismo mes, para ver teatro, Maestros antiguos de Bernhard.