lunes, febrero 21, 2005

El único silencio posible

Leo un artículo de Maruja Torres en El País Semanal, que se titula precisamente El ruido y la música, en donde rebate de forma brillante una afirmación-máxima de Daniel Barenboim, sobre la relación del sonido con el silencio. Lo que hace esta periodista perspicaz es indagar un poco en la realidad cotidiana, con su propia experiencia como algo insustituible, y darle la vuelta a la frase, de modo que el silencio no sea ya el atractor, sino el ruido, en plural sobre todo:

"Del mismo modo que los objetos son atraídos hacia el suelo (escribo yo, corrigiéndole modestamente), también los silencios son atraídos hacia el estado general de ruido, y no hay viceversa posible". Por ello, algunas personas como yo hemos decidido que la música es el único silencio al que tenemos acceso...

Estoy de acuerdo son ella, aunque no creo que tampoco sea la solución la "música pegada al tímpano" todo el tiempo posible, con la ayuda de aparatos de última tecnología. Reconozco que paso un cierto tiempo con los auriculares, cuando es demasiado tarde para escuchar música de forma "normal", o cuando no estoy en casa, pero también me llama la atención esta gente que se pasa horas y horas con esos adminículos pegados a los oídos. A veces también son ellos los que, en vez de refugiarse en su escucha secreta, saca también ese ruido malsano afuera. Así que no queda más remedio que ir al Templo, que es la sala de conciertos, el auditorio, en donde todo el fragor de "ahí fuera" queda por fin apagado, y los sonidos, el verdadero alimento del alma, pueden correr libremente por el inmenso espacio de la sala sinfónica, o por el espacio más sutil de la sala de cámara. Sólo ahí me siento por fin libre, leve, y en disposición de abandonarme a la escucha. Y entonces, se hace el silencio. Me gustaría quedarme ahí mucho tiempo, más, mucho más de cinco horas. Y los maravillosos músicos como única compañía. Y hay tan poca gente que sabe de la verdadera magia...

***

Siempre, a todas horas, en todo lugar, la catástrofe sonora, el mondo bizarro que se ha hecho natural, porque a nadie parece molestarle, y todos han de comulgar con el sinsentido de algo que ya no es música, que es una masa informe que te envuelve, una sonosfera sucia, como hay también bombas sucias, pues lo mismo pero en otro nivel. En las tiendas de ropa como Stradivarius han peligrado mis oídos, y siempre la misma pregunta inquieta: ¿cómo los empleados pueden...? En todo comercio, la polución, el hilo musical, la tormenta. Uno pasa desde la meseta castellana y entra en Andalucía, y todo cambia, no sólo los acentos, no sólo las palabras concretas, todo parece más áspero, vulgar, gritado en vez de hablado. "Déjate llevar por las emociones", pero mejor sería que no, todo lo contrario, estas emociones del spot me repatean. Andalucía es la miseria, ahora y siempre: se jactan de que es la comunidad en donde más se votó el SÍ en el referéndum de ayer, también en Extremadura; por contra, Cataluña ha sido donde más NO hubo. Tierra sumisa, población crítica. Por esto, porque siempre parecen ser los primeros en bajarse los pantalones, porque se apuntan a las cosas en la más plena ignorancia, por la falta de crítica, es por lo que no aguanto esta Andalucía-sólo-hay-una. Hoy la única noticia aquí en el páramo parece ser la victoria del equipo de baloncesto, el Unicaja, en la Copa del Rey. Chaves también lo celebra, y viva el europeísmo andaluz.