martes, noviembre 30, 2004

En la escucha: Cuarteto nº 14, La muerte y la doncella de Schubert, en versión del Gabrieli Quartet, en un LP del sello Classics for Pleasure, de EMI. En la portada, este grabado maravillosamente melancólico de Albrecht Dürer



Es en el segundo movimiento, un andante, en donde el autor toma el lied que da título a la obra y elabora una serie de variaciones, que vuelven una y otra vez a crear ese ambiente de desolación, que tanto ha fascinado a los oyentes a lo largo de las generaciones, y ha hecho de esta pieza su música de cámara más lograda (bueno, el Octeto tampoco está mal, otro día lo comento). La cara A del disco me gusta más que la B..., ya sé también que hay mejores grabaciones, como la del Lindsay Quartet (estos ingleses...), pero este disco conserva aún esa magia de las cosas que se grabaron antes de mi nacimiento (ésta es de 1971).

Drogarse, pero bien

El libro es el árbol mágico. El libro es el alucinógeno, nuestra planta sagrada, nuestro árbol del conocimiento. ¿Qué es un producto de origen vegetal que, una vez consumido, llena la mente de visiones y nos hace oír voces en el interior de la cabeza? La respuesta es: un libro. Árbol transformado, planta de las imágenes de la imaginación, rama sagrada que nos permite adentranos en mundos inconcebibles.
(Andrés Ibáñez, en Blanco y Negro Cultural, 31-5-2003).

Pero hay quien prefiere drogarse con otras sustancias, hay quien se mete otras cosas, y así pasa lo que pasa. La juventud, divino tesoro. Salgo de casa después de cenar para dar una vuelta. Llego hasta la Plaza Cantarero, y en el banco de siempre, uno que está en la periferia del imperio, están las tres chicas sentadas, malditas adolescentes, y en el centro la que ayuda en CUDECA los sábados por la mañana. Es marroquí, o eso es lo que sus rasgos faciales delatan. La he visto con una mujer de mediana edad (aunque vete tú a saber, a lo mejor es una veinteañera ya gastada, con estas tribus nunca se sabe), con un carrito en donde pasea a un niño pequeño, tiene un culo enorme, y cada vez que la veo me la quedo mirando, a la madre, porque de haber un concurso local ganaría el primer premio al mejor pandero, como se decía antes, y pienso, como Michel en Plataforma, cómo sería eso de follar con una mujer así, hacérselo con una vagina árabe... tal vez musulmana, todo es posible aquí. Seguro que nada que ver con una vagina "europea", más cuidada, más estilizada, aunque vete tú a saber, vivimos en el tiempo de las incertidumbres, y todo puede ocurrir, todas las penas confundidas. Es decir, que me acerco y la saludo, sus amigas me miran casi sorprendidas y lanzan esas risitas típicas de las adolescentes que se ven interrumpidas en su charloteo privado y las miradas a los moteros que las seducen con el motor encendido y los porros de ocasión. Y le digo que si puedo hablar con ella un momento, y la chica, que seguro que estaba deseando un momento así, se levanta y nos vamos al banco más próximo, tampoco quiere alejarse demasiado, no me conoce más que de vista, y tiene que cuidarse. Podría hacer cualquier cosa con ella, cualquier cosa, pero no lo sabe, confía, con la sumisa atención y el placer ambiente de los dieciséis años. Le pregunto que si ya no acude al gimnasio, y me dice que no, que lo dejó cuando lo cerraron en septiembre. Entonces, le dejo caer: lo cerraron, ¿sabes por qué?, ella niega con su cabeza de rizos, su pelo negro y que huele a tabaco y a chicle, es su boca cercana la que pide un contacto, pero no voy a darle ese gusto... no de momento. Pues bien, escucha: ese gimnasio al que ibas, en el que te pillé hablando varias veces con el dueño, a la entrada (y pasé entre vosotros como un viento de furia, y luego no te saludé cuando te ví en la biblioteca), ese gimnasio, digo, me torturó durante tres meses, desde su puta apertura en el mes de mayo, hasta finales de julio, y tú eras seguro una de las zorras que iba al aerobic, y sí, lo era, asiente, llena de miedo ya, porque mi tono de voz ha subido como dos octavas y casi que lanzo sapos y culebras, ella se retira un poco pero no se levanta, sus amigotas miran directamente hacia nosotros, y una de ellas se levanta, pero yo hago un gesto de que se vuelva a sentar, aquí no pasa nada, no pasa nada que no se sepa. La chica árabe ya no es mi amiga, pero todavía no he terminado, le digo. Me dice, muy bajito, que no es amiga del tipo del gimnasio, que sólo ha ido allí uno cuantos meses (¡unos meses en que yo estuve jodido, y tenía que llegar casi a medianoche a casa, so guarra!), pero ella se retira, sale corriendo, yo salgo tras ella, ahora la necesito, ya me ha calentado lo suficiente como para pasar a la siguiente etapa. La alcanzo, la agarro de uno de los brazos que es como absenta, es verde y arde a setenta grados, pero la sangre es más dulce que la miel y fuerte su resistencia, le digo que por qué se droga, esta juventud drogada, le digo, España es un país drogado, la sermoneo, todos los jóvenes yendo al instituto algunos colocaos, que algunos profesores tienen que mandar al chaval al baño para que se eche agua por encima, porque los ojos lo delatan, que está pasadísimo; en Finlandia, por ejemplo, si te pillan con algo de costo, con una ridiculez, puedes pasar una noche en el calabozo, y luego pagar una multa como de seiscientos euros, pero aquí, Marruecos está muy cerca, Málaga ya no digamos, la Puerta del Sur de Europa, la Puerta del Cannabis, así es como merece llamarse, y tú has venido y te has quedado, y coqueteas con los chavales alcohólicos y emporraos, y encima te vas al gimnasio que ha decidido joder mis días y mis noches, así que ahora vas a probar mi rabia, y lo harás de la única forma que me apetece. Es ya muy oscuro y muy solitario el lugar, ya no la plaza donde la juventud se droga antes del amanecer, sino la playa solitaria de noviembre, november rain por la radio, mientras te obligo a que lo hagas, a que trabajes de la manera más sucia, o la que mejor te va, y escupe, sí, escupe la lava blanca, es la droga, es el libro que tendrías que leer para tu asignatura de Lengua Extranjera, la lengua y el áspid, la torrentera, el verde caliente de la botella es mescalina, y la vas a probar, pero en grandes dosis, hasta que no te puedas tener en pie y hagas tonterías y entres en coma. Así es como me gustas, que disfrutes, con velocidad ascendente, con la carne fresca que huele a tabaco y chicle rosa.

Todo esto es mentira. Pero podría haber ocurrido.

lunes, noviembre 29, 2004

Fascismo cotidiano III

Mi amigo Cosmodelia acaba de postear en Rizomas un mensaje en donde se habla del proceso contra el activista Steve Kurtz, del Critical Art Ensemble, que no sólo tuvo que sufrir la tragedia de la muerte de su mujer, sino que el FBI entró en su casa y, viendo el material con el que trabaja, lo acusó de bioterrorismo, confiscando ordenadores y todo el instrumental con el que trabaja. En enero es el juicio, y se enfrenta a una petición de veinte años de cárcel...

Esto no hace más que confirmar lo que él y yo venimos manteniendo en nuestros post y en algunos foros: Imperio y sus secuaces, y la pequeña gente acomplejada que coopera con este estado de cosas, van a por el pensamiento crítico, y la Red es su festín venidero.

Para la defensa del CAE

Fascismo cotidiano II

De nuevo un domingo de mierda ayer. Antes de las diez de la mañana ya estaba abierto el prostíbulo que llaman pabellón deportivo, y las putas "deportivas" estaban ya listas para su droga dominical. Así que no me quedaba otra que largarme, porque este lugar se ha vuelto insoportable. Pero bueno, seguro que mis comentarios parecen exagerados, dirán los defensores del deporte y la "vida sana" que soy un amargado y esas lindezas. Mierda y más mierda. Invito a cualquiera medianamente cuerdo a estar en este puto pueblo de Nerja una semanita y por esta zona de la N-340, cerca del centro de salud, para que sepan de qué hablo. Este pueblo, que muchos sólo conocen por aquella serie, Verano azul, se ha convertido en un lugar muy fascista, hortera y vulgar (como toda la Costa del Sol), en donde los descerebrados de las motos pedorras, los imbéciles de los coches discoteca y demás morralla campan a sus anchas. No tiene arreglo: o eres un idiota como ell@s, o vas listo.

Así que me senté en un "parque" a leer un poco, luego me dí una vuelta por el Rastro, como hago siempre (no había nada nuevo, pero bueno, al menos era algo en el desierto de alrededor), y luego fui deambulando de aquí para allá, de plaza en plaza y de calle en calle, como un vagabundo, como un puto guiri. Me compré una cerveza, me la tomé en un mirador casi a la hora de comer, cuando ya no quedaba nadie por la calle (total, ¿es que hay gente en este páramo?), porque todos y todas estaban ya comiendo..., menos las zorras deportivas, claro, que estarían con su mierda hasta casi las tres, como luego me dijo mi hermana. En los bancos, sólo algún que otro guiri extraviado, todavía en manga corta, con sus sandalias y calcetines, las inglesas frígidas con sus ropitas de pink ladies, qué cursis que son. Bajé a mear a los "servicios" del chiringuito en ruinas, El Palenque, un lugar en donde pasé los peores meses de mi depresión. Como siempre, me quedé mirando hacia el rincón en donde mataron a François, hace ya más de tres años, pobre François, llevaba ya catorce años viviendo en la calle y una noche un psicópata le clavó una peta en la cabeza y le hendió el cerebro. Así terminan los que no tienen nada salvo un perro pulgoso por compañía (yo le hice compañía el verano anterior, cuando ya el horizonte amenazaba tormenta); y de la otra forma prosperan los cabrones y las zorras fashion.

Seguí dando vueltas por el pueblo (no es muy grande, cualquier barrio de Madrid es más extenso y más decente, eso por supuesto), llegué hasta una playa que llaman El Playazo, porque es una porquería de rocas y arena sucia y chinos, en donde se va la gente del pueblo, los catetos, por San Juan. Me senté en mi banco favorito, ése que no permito que me quiten, porque es donde se está más tranquilo y se tienen buenas vistas del mar, un mar y un paisaje que esta gentuza aborigen no se merece. Luego me fui, lentamente subiendo por el "paseo", hasta la Plaza de los Cangrejos, ahora tomada por los que hacen skate (aunque lo hacen sobre los bancos y donde pillan, el puto ayuntamiento fascista no les puso las rampas para su actividad); y ahí estaban, y me saludaron enseguida, un grupo de callejeros, de perros callejeros, mis "amigos", con los que me gusta sentarme de vez en cuando. Me senté, después de saludar a Carl (toda su indumentaria de cuero pintada con spray color púrpura, el "hombre eléctrico" parecía), a Michael, el noruego terrible, a otro finlandés que hace esculturas de arena, y que ahora tiene un perrito, que dormía a su bola. Enfrente, en otro banco, estaba la otra mafia: Rudi, el alemán con su risa salvaje que espanta a la policía local (lo han echado muchas veces, pero siempre vuelve), Antonio el gitano, con su habla particular tan cascada, el otro amigote suyo al que no trago, y uno con barba de islamista, que no he visto antes. Carl y Michael tarareaban las canciones que sonaban desde el discman con altavoces acoplados (aprovechando una toma que hay en uno de los muros, que usan algunos vendedores ambulantes), canciones de AC/DC, Guns & Roses, Metallica y otros que desconozco. Canciones de rabia, nada de cosas clásicas, como las que escucho ahora: en la bolsa llevaba dos vinilos, uno de Schubert y otro de Brahms, pero eso es ridículo cuando tienes rabia y tienes que expresarla, y para eso se inventó el rock.

Los dejé cuando uno que nunca había visto, con los dientes podridos, llegó con una bandeja de paella de Ayo, y la abrió para invitar al resto. En mi casa también había, pero no tenía ganas ni de comer. Sólo tenía ganas de matar a alguien, como Henry, el serial killer. Me encanta esa secuencia cuando salen, él y su "amigo", y en el paso subterráneo, creo que en Chicago, se cargan a un tipo. Hay otras maneras de sacarse la rabia, como esas iniciativas de irse a un descampado y destrozar coches, pero creo que el disparo de adrenalina cuando te cargas a alguien humano es incomparable.

Hace un rato, cuando entro al blog, me encuentro con algunos comentarios de un tipejo, ya me extrañaba que nadie hubiese contestado a mi polémico mensaje sobre ese foro muerto. Yo sabía que iba a reaccionar de esa manera... es tan previsible, en todo, en su forma de escribir, tan pedante (ahora ha abierto su blog, que no recomiendo ni harto vino, pero hay gente para todo, claro), en sus defensas y ataques, etc. Para más inri, me vuelve a amenazar (ya lo hizo en el foro, con mandarme virus y demás, tiene que presumir de algo el chaval) con "desbaratarme el blog", y encima con el soniquete final de que tengo faltas ortográficas. No he borrado sus mensajes, por supuesto, ahí quedan, para que se sepa de qué va. No volveré a ocuparme de él, pero espero que siga por su camino, que yo seguiré por el mío.

Hoy no tengo ganas de hablar de nada cultural. La cultura no sirve para nada cuando hay otros problemas más urgentes.

sábado, noviembre 27, 2004

Tócalo de nuevo



Fotografía publicada por La Vanguardia Digital

Ayer, en algún canal de TV, y hoy en este diario online, me enteré de esta nueva muestra de fascismo cotidiano. Pero lo que la hace diferente es algo que muchos pueden pensar, si tienen un poco de memoria histórica: que ahora estos soldados israelíes someten a los palestinos a la misma tortura que ellos sufrieron durante la Segunda Guerra Mundial, cuando algunos prisioneros de los campos eran obligados a tocar sus instrumentos musicales, para "divertir" a las autoridades nazis. En este control, la escena vuelve a repetirse, con el mismo sinsentido de fondo. Que el Gobierno se excuse diciendo que es algo que demuestra insensibilidad, no soluciona nada, es sólo cinismo de Estado. La música, una vez más, como medio de tortura, vuelta contra el ejecutante. El horror a la música que acompaña a los que suben por la rampa... En la película, excelente, El pianista, aparecía en cierto momento una escena así. Y Mengele murió sin haberse arrepentido, es más, se mostraba asqueado de los que sí hicieron algún tipo de marcha atrás. Asco.

viernes, noviembre 26, 2004

Un infierno tan cercano

Como ya aludí ayer, estuve viendo una película que ya iban a poner hace cosa de un mes, pero por razones que desconozco se suspendió la proyección en un cine comercial y ahora esta semana la han dado en la Cinemateca Municipal. Se trata de El tiempo del lobo de Michael Haneke, uno de mis directores imprescindibles, del que he visto casi todos sus trabajos regularmente. Haneke, austríaco como la reciente Premio Nobel, es un francotirador de los que ya quedan pocos, un rabioso y lúcido cineasta que tenía por fuerza que encontrarse con la polémica escritora y dramaturga. En el cine había muy poquita gente, y es que la película no es para las masas, eso es claro. Al igual que en La pianista, volvemos a encontrarnos con Isabelle Huppert, una de las mejores actrices del cine europeo y desde hace tiempo mi favorita. Hay algo en ella que es pura química, un idilio con la cámara que hace que casi no veamos artefacto de por medio, y eso da mayor realismo a una historia como ésta. Y, por otra parte, Haneke establece una distancia que impide la identificación con cualquiera de los personajes, porque entre el narrador y lo narrado hay un abismo en miniatura. Esa no identificación, ¿qué es lo que provoca?, que el espectador no se lance a la pura magia visual, que no encuentre respuestas, porque H. no quiere las cosas facilonas. Así, al final y antes, todo se vuelven preguntas, preguntas que puede que no tengan respuestas. Una oscuridad rodea la pantalla, y en nuestro interior también se producen escalofríos; permanecemos alerta, pero sin muchas esperanzas de que se haga la luz.



Lo que sucede en este filme, frente a la implacable resolución del filme anterior, es que la primera hora es muy buena, en la representación del derrumbe último, pero en la segunda llegamos a una zona un poco espesa en donde ese perfecto entendimiento mutuo entre la intérprete y el director se diluye en la comunidad de personajes. Se pasa de una oscuridad incomprensible, atrayente y fatal, sin el engaño o apoyo de efecto especial alguno, sino sólo con los medios de la fotografía natural, a una representación de una masa de sujetos desamparados que son el conglomerado de las miserias de nuestro mundo actual. En una situación tan límite como la que H. plantea, antes del Apocalipsis, la gente vuelve a los comportamientos más primarios, y lo que estaba todavía "civilizado" en su pseudo documental Code inconnu, aquí se despliega con las alas más negras del racismo y la exclusión.

De esa primera hora, destacaría esa secuencia en la llanura, de madrugada, cuando buscan a Benny (el hijo) y al final aparece traído por ese personaje ambiguo que cruza el relato como ladrón-nómada. Esa luz cenital, esos colores sombríos, alucinantes, son todo un hallazgo. La llegada a ese hangar cerca de las vías del tren, en donde poco a poco se hacinan los que esperan, un tren, ¿hacia dónde?, significa un poco la disminución de la fuerza de la primera hora, en donde ese claroscuro feroz hacía que resaltara cada gesto. Hay momentos muy intensos, pero ya dentro de un tiempo y unos colores diferentes. Como decía el desaparecido Ángel Fernández Santos en su crítica en El País, del 21-5-2004:

"Pero mientras avanza el derrumbe hacia adentro del mundo de Isabelle Huppert y sus hijos, por contra el itinerario del personaje se hace cada vez más confuso, perdiendo paulatina e inexorablemente la tensión y temblor que tenía inicialmente, lo que impide ser a esta arriesgada aventura colectiva, épica y al mismo tiempo introspectiva, un trabajo redondo. En la hora final, El tiempo del lobo pierde aire, y decepciona".

P.D. La única música que H. introduce, como si estuviera bajo el espíritu Dogma, es a través de un aparato de reproducir cassettes, y la obra es la Sonata nº 5 para violín y piano de Beethoven, que la niña, Eva, le pide escuchar a su dueño. Por lo demás, sonidos ambiente. También estoy de acuerdo con la crítica del enlace de arriba en lo referente a la innecesaria muestra del sacrificio del caballo, fue una escena que me chocó mucho. En cambio, la muerte del padre al comienzo es obviada, aparece fuera de campo. ¿Por qué?

jueves, noviembre 25, 2004

Música incidental

Dadle a cualquiera un martillo neumático y será feliz. Desde que comienzo hasta que desaparezco en la sala oscura, el ruido ensordecedor me acompaña como un motuo perpetuo insoportable. En cada rincón, cada cien metros o menos, una obra, una zanja: esto es Málaga, la perla del Mediterráneo. Y todo el mundo parece acostumbrado a esta tormenta de tormento, y en la Plaza de la Merced cada quien disfruta de su litrona, de su pelota, las palomas vuelan bajo, la modorra histérica de las cuatro de la tarde. No es posible aguantar mucho, y sin embargo...

De la película hablaré en otro momento. Sigamos con esta rapsodia negra este espasmo del asfalto, esta inercia de la razón sincopada. Una librería de segunda mano me hace pensar en un sueño tenido anoche, cuando me encontraba por el barranco de la infancia al dueño de otra tienda, una que presume de ser la más grande de este tipo, de libros usados, y ese tipo, inglés, me acusa de haberle robado a lo largo de todo este tiempo (¡años!) como doscientos libros, algo que me turba la hierba alta, la sombra de todas las noches. Luego estoy en otra tienda busco discos de vinilo algún tocadiscos, pero el dueño tiene un problema con un cable y trato de aydarle, pero eso que saca es obsceno, como al que le disparan en el vientre y se le salen las tripas. De nuevo en el Centro Cultural de la Diputación, pero me deprimo y necesito salir pronto. ¡Ni dos libros de Nabokov una vergüenza! esta biblioteca es para quemarla, y no se perdería mucho. Por la puerta me encuentro con el director de una orquesta local, que dará el tradicional concierto de Navidad. Adónde habrá dejado a la Ally McBeal de entonces. Camino hacia otra librería, pero rien de rien. Me paso por la sede de la Sociedad Filarmónica, en el antiguo Conservatorio de María Cristina, la entrada para escuchar al Cuarteto Moyzes cuesta 10 €, así que me marcho (en todo caso, me habría colado, pero la chica está atenta; eso sólo puedes hacerlo aprovechando el descanso). Me dirijo hacia la Plaza de la Constitución, en donde ya han colocado el falso árbol para adornarlo, es todo tan tradicional que da asco. En un frío banco de mármol (los favoritos de estas plazas desangeladas) veo a una "actriz" que salía una temporada en la telenovela Arrayán de Canal Sur: es pequeña y bonita y está hablando con un amigo sentada en postura india, se queja de que a alguien le da igual, vete tú a saber. Me siento en el banco que sigue y la miro de vez en cuando, anque lo que observo es el paso de la gente, cada cual a su destino, estos espectros, como dice Rachel en su blog que leía en otra época no tan lejana. Qué diferente este flujo del de Madrid, aquí la gente camina a paso humano, asquerosamente humano, cuando lo que a mí me excita y de verdad necesito a veces es la velocidad, ese trepidar de la gran ciudad, ese acelerar y no mirar a nadie, y no conocer a nadie, joder, no quiero reconocer a nadie ni que me reconozcan, pero viniendo por calle Carretería he visto a un tipo de mediana edad, elegante, con su nueva compañera, camino del concierto, ya ha dejado a la rubia de plástico que era de lo que hablábamos mi ex y yo, cuando íbamos a esos conciertos para gente burguesa, gente bienpensante, qué asco por favor. Y ahora en la plaza en donde ondeaba una bandera española enorme,aunque no tanto como esa monstruosidad de la Plaza de Colón en Madrid, acabo de ver a otro tipo que solía ver por el kiosco de Jose, soy un fantasma qué hago todavía por estas calles tranquilas y ruidosas, esta mezcla insufrible de ruido obrero fascista que por la noche se transforma en la falsa calma de los espectros camino a casa, camino a su falsa comodidad, mientras en la Plaza de la Merced los borrachos siguen hablando y chillando y en calle Ollerías, tipo Lavapiés pero en ridículo, los chulos, las putas y los vulgares se echan otro trago y saltan a la comba con las garrapatas y los escombros. Una calle una ruina una casa abandonada. Yo te quiero especulación. Asquerosa. Me gustaría vivir en una ciudad pequeña y tranquila, como Salamanca o Pontevedra, deliciosas; o bien, en Madrid o Nueva York, y meterme de lleno en el pandemónium. Pero esta tibieza, esta vulgaridad mediterránea, esto no. Asquerosa, no te soporto, llena de pijas y pijos y espectros.

miércoles, noviembre 24, 2004

... and the dear, deserving musicians ignored completely. Not that a single intellectual here knows a thing about music. Their horrible braying and whinnyng, that' s reserved for books and court gossip, whereas music requires a minimum of knowledge, which they can' t muster. Is there anything more loathsome than an intellectual?
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"...y los queridos, meritorios músicos ignorados completamente. Ningún intelectual aquí sabe algo sobre música. Su horrible rebuzno y quejarse, algo reservado para los libros y los chismes de la corte, mientras que la música requiere un mínimo de conocimiento, que ellos no pueden exhibir. ¿Hay algo más asqueroso que un intelectual?" (trad. mía).

Caracole, Edmund White, Picador, 1986, p. 105.

Malestar (Fascismo cotidiano I)

Ahora comienza el invierno de nuestro desconsuelo, como ha dicho un forero de El Bosque, lugar del que me he tenido que ir porque ya no aguanto más los manejos de una tía, paranoica fascista (Anacrusa), que ha terminado haciéndose con el control del sitio, que ahora considera su "juguete" (risas, pero amargas). Lo más triste de todo esto, o lo más pátetico, es que considera a mi personaje allí un intrigador, mala persona y hasta paranoico, ¡justo lo que ella es! En un tiempo nos escribimos, y llegué a saber que es una tía amargada, con muchos problemas personales, que estuvo casada con un compositor conocido que la dejó, y claro, sabiendo esto, uno ya se hace una idea de cómo va la cosa: ha hecho de un lugar público en la red un refugio frente a sus problemas, cuando lo más lógico sería que pidiera asistencia psicológica, pero no, es más cómodo darle a la tecla y ejercer ese fascismo que le sale de adentro, y eso que se considera una persona de izquierdas (mira, es que no puedo parar de reír). Ese mismo forero decepcionado, le sugiere que si ha perdido la razón y la inteligencia, porque no puede creer lo que ha escrito, vamos, es de loca bruja furiosa que se niega a perder ese poder rastrero que cree encontrar en este chisme. Lo malo es que otros foreros valiosos, que escriben desde hace años (aquí y en el foro Javier Marías anterior), también se largan, porque no aguantan más esta especie de dictadura caricaturesca que la señora esgrime. Con este incidente que puede parecer banal frente a problemas más intensos de la vida cotidiana, se demuestra una vez más eso que Deleuze teorizó hace tiempo: que los dioses nos libren del fascismo de esos obreros que explotan a los del tercer mundo, del fascismo de barrio y el deportivo: es la peor plaga de los tiempos que corren. Sabiendo esto, uno lee los espectros de Marx (el otro día ví a un chaval leyendo esa obra de Derrida en el metro), y se pone morado.

Nada parece ir bien a mi alrededor,y mis sueños traen sólo temores, miedos que pueden ser muy reales, de problemas que amenazan, y que me superan: que si el pabellón deportivo abierto casi hasta medianoche; que si el fascista del gimnasio de abajo que abre nuevas máquinas de tortura; que un mendigo ("el mendigo siempre a tu lado") me reta a un duelo a muerte, y trato de esquivarlo como sea, etc.

Encima, me puse a escuchar el programa de la noche, y no me gustó mucho lo que sonó; y la entrevista con Jesús Rueda me parece autobombo, con motivo del reciente Premio Nacional de Música. Escuché ya algunas obras de él, en varios conciertos por la radio últimamente, pero unas me atraen y otras no me llaman la atención. Salió de la "factoría Guerrero" (como se suele llamar a los que estudiaron con Paco Guerrero, ya fallecido), con el que tuvo sus más y sus menos, y ahora está dispuesto a comerse el mundo, limitado, claro, de la música contemporánea.

martes, noviembre 23, 2004

Ayer fue día de Santa Cecilia, y por lo tanto, Día de la Música.

La cita de Gauguin a la que aludí antes es la siguiente:

Bonnard, Vuillard, Sérusier (...) son músicos y puede estar convencido de que la pintura coloreada entra en una fase musical
(Gauguin, Racontars de rapin, 1902).

En la escucha: Cuadros de una exposición de Mussorgski, en la orquestación de Ravel de 1922, una obra que disfruto siempre, y más en una versión tranquila pero no por ello menos brillante (el brillo y la fuerza están ya en la partitura), como es la de la Orq. Fca. Checa dirigida por Karel Ancerl. El disco de la colección El País/Diverdi se completa con Una noche en el Monte Pelado (orquestación de Rimski-Korsakov), En las estepas de Asia central de Borodin (pura magia del paisaje, versión planeadora enamorada del espacio que sugiere la obra, sin olvidar los ecos del folklore), y finalmente, el famosísimo Capricho español de Rimski-Korsakov, un mini-concierto para violín y orquesta, que ha sido saqueado en spots y demás, pero que conserva todo ese brillo de unos tiempos ya lejanos. En fin, un disco espléndido. Otro día escucho, por los mismos intérpretes, dos piezas de Stravinski, esos dos ballets tan conocidos.

Largo fin de semana

El jueves por la tarde me fui a Madrid, necesitaba ir ya, después de casi tres meses de ausencia, ya no soportaba más la vida en provincias, de hecho, no la soporto, pero eso es algo que me llevaría tiempo explicar. No entiendo a la gente que se encuentra cómoda en la periferia, que piensa que es más tranquila, que critica el centralismo y demás zarandajas. Me encanta Madrid, aunque es algo muy subjetivo, porque sólo voy de visita, y no sería lo mismo soportar allí todos los días, con todas las ventajas pero también los inconvenientes de una metrópoli. En Madrid está todo, o casi todo, y en un lugar como Málaga sólo hay cosas destacables por lo negativo: es la segunda ciudad más ruidosa de España, por ejemplo, y además: la más sucia, la más descuidada urbanísticamente, la menos interesante de las "históricas" (Córdoba, Granada y Sevilla son las que destacan). En suma, Málaga me da mucho asco, y no tardaré en irme de aquí. Otro día me desahogaré, ahora quiero hablar de cosas positivas.

Cuando me iba acercando a la capital, me enteré por la radio del autocar que había un incendio importante, que era además en una subestación eléctrica en Méndez Álvaro, justo donde está la estación de autobuses. Ni siquiera era seguro que pudiéramos entrar en la estación, pero al final le dieron permiso al chófer: al entrar, era como penetrar en una cueva, ninguna luz, sólo sombras, cogí el bolso casi al azar (era el mío, por suerte), un guardia de seguridad ya estaba harto de señalar el camino a los pasajeros, y como pude me encaminé arriba hacia la parada de taxis. Luego escuché que tardaron todavía unas horas en apagar el incendio y recuperar el suministro los miles de abonados que resultaron afectados. Se habló de caos, de crisis, pero nada de eso ví, por suerte, pero imagino haberme quedado atrapado en un vagón del metro, caminar por los túneles, y siento un horror tremendo. En Madrid pasan cosas, aunque sean de este tipo.

De Madrid me gusta todo: su cosmopolitismo, que se nota sobre todo en el metro; su diversidad, su gente..., Madrid es realmente una ciudad abierta. Mis intereses culturales también están cubiertos ampliamente. Pude ir a un concierto de la temporada de la ONE (Orquesta Nacional de España), el domingo al mediodía, con un programa muy seductor y que resultó un concierto sutil, lleno de esa magia que tanto ansío: sobre todo, en las dos primeras obras, las que se escucharon por primera vez: Taqsin de Sánchez-Verdú, compositor afincado en Alemania, que trabaja los sonidos casi de forma artesanal, que prefiere la rica gama de los "piano" a la más limitada de los "forte". Claro que tanta sutileza y "ruiditos" al público ampliamente conservador no le agrada. Luego vino la que tanto esperaba, Quotation of dream de Takemitsu, para dos pianos y orquesta, con las hermanas Labèque de solistas (en el podio, Georges Pelihvanian, afincado en Estados Unidos). Esta obra, que ya conozco por una grabación del sello DG, es de una delicadeza incomparable, de la última etapa de síntesis ensoñadora del compositor nipón. Contiene citas explícitas de La Mer de Debussy, al que tanto admiraba, y son esos momentos de "liaison" entre Oriente y Occidente, los que más me emocionan. Las Labèque (una de rojo y negro, la otra toda de negro; una, la de rojo, taconeando un poco, lo cual no suele gustar a todos...) abordaron luego una pieza que es como un fuego de artificio, en comparación con la calma introspectiva anterior: las Variaciones sobre un tema de Paganini de Lutoslawski, de su etapa inicial, cuando sobrevivía en Varsovia. En respuesta a las ovaciones del público, tocaron una propina, a cuatro manos pero en un solo piano, una pieza deliciosa. En la segunda parte escuchamos la famosa Sinfonía de Cesar Franck, el más wagneriano de los franceses, una obra redonda, cíclica, que fue muy aplaudida.

También aproveché para ver una película en la zona de Plaza de España, Como una imagen de Agnès Jaoui, de la que ya ví su debut en la dirección, Para todos los gustos. De nuevo vuelve a rastrear todas esas hipocresías de la sociedad actual, esos prejuicios y ejercicios de poder, en este caso centrados en el mundillo editorial. Pero lo que más me gustó fue la ambientación musical (leo en una entrevista con la directora que ella estudió música, y que en la película trata de reflejar esa libertad de la voz frente a la tiranía de la imagen), a través del personaje de Lolita, una chica de veinte años que, por su físico, es despreciada y ninguneada, incluso por su padre, que interpreta magníficamente Jean-Pierre Bacri. Los ensayos y finalmente el concierto intimista en una iglesia, son de lo más natural, y ahí podemos escuchar música de Monteverdi, Händel y otros. La directora se ve que quería llenarlo todo con esta música, pero se tuvo que contener, aunque al final nos brinda un lied de Schubert que es una joya, y que describe muy bien cómo se siente una esperanzada Lolita junto a "su" recuperado amigo, y puede que más...

Primero la música, después la palabra.

Quise ir también al teatro, a ver La Celestina en versión de Robert Lépage, pero las entradas que quedaban en el Teatro Español eran malas. Eso me pasa por no haber reservado con tiempo, vaya! Y la de Els Joglars en el Albéniz no me llamaba tanto la atención. Bueno, al menos el domingo puede ver la exposición en la Plaza de San Martín sobre Gauguin y los orígenes del simbolismo. Algunos cuadros, excelentes, como uno de Van Gogh con un cielo arrebatador; algunos de Vuillard, casi puntillistas, alguno que otro de Bonnard, y el que destacaba en la sala de abajo, el de una mujer tendida en un bosque, cuyo autor no recuerdo ahora. Pequeñas citas acompañaban el recorrido, sobre todo me gustó una en la que Gauguin se refiere en una obra suya de recuerdos a la naturaleza musical de esta pintura en donde el color lo es todo. Transfiguración del color, simbolismo de la pureza, casi el timbre a lo lejos...

Todo lo bueno se acaba, y así el domingo por la noche, a medianoche, tuve que bajar... Espero volver pronto, y volver para quedarme.

miércoles, noviembre 17, 2004

Less is more

Minimalismo

La música minimalista es una categoría extendida y diversificada que incluye, por definición, toda la música que funcione a partir de materiales limitados o mínimos; las obras que utilizan solamente algunas notas, solamente algunas palabras, o bien las obras escritas para instrumentos muy limitados, como címbalos antiguos, ruedas de bicicleta o vasos de güisqui. Ello incluye las obras que sostienen un simple gruñido electrónico durante largo rato. Las obras exclusivamente constituidas de grabaciones de ríos o cursos de agua. Las obras que evolucionan en ciclos sin fin. Las obras que instalan un muro estático de sonidos de saxofón. Las obras que implican un largo lapso de tiempo para evolucionar de un tipo de música a otro. Las obras que abarcan todas las alturas posibles a condición de que estén comprendidas entre do y re. Las obras que reducen el tempo hasta dos o tres notas por minuto.
Quizás las formas mas antiguas de minimalismo o de reductivismo son en realidad de artistas visuales como Malevitch y de otros adeptos al suprematismo en Rusia y en Polonia, o bien de Mondrian, que trabajó algunos años más tarde en Holanda, con un mínimo de colores y de formas. O incluso de la escuela de minimalismo en la escultura, que , en el curso de los años cincuenta en Nueva York, usa las formas simples de cuadrados y cubos. Artistas como Sol LeWitt y Carl André pertenecen a esta corriente.
Las Vejaciones de Erik Satie, con sus 840 repeticiones, y la pieza silente de John Cage, 4'33", constituyen dos primeros ejemplos musicales, a pesar de que este punto de vista no fue extensamente adoptado hasta los años 60 y 70, cuando puede ser observado en numerosos lugares, con la influencia clara de las artes visuales. Los bordones del americano La Monte Young, la serie de Presque rien del compositor francés Luc Ferrari, los motivos repetidos del americano Terry Riley, las texturas diatónicas simples del estonio Arvo Pärt, las composiciones estáticas del compositor polaco Tomasz Sikorski y los cánones rigurosamente circulares del húngaro Làszlo Sàry no son más que algunos algunos ejemplos de la producción de numerosos compositores que han escogido desde esta época explorar el microcosmos en vez del macrocosmos.
Ciertos autores han escrito "minimalismo" con una M mayúscula, y han declarado que es la invención de un compositor en particular, de una escuela o de una nacionalidad, pero el término deberá ser considerado como una categoría general, como la "multimedia" o la "música por ordenador", más que como un estilo específico.

Tom Johnson (del Vocabulaire de la musique contemporaine p. 91, editado por Minerve en 1992, ISBN: 2-86931-058-7).

A petición de Magda, colocaré aquí una serie de apuntes sobre la música minimalista, bien conocida desde hace tiempo por los melómanos, pero que puede llamar a confusión a la gente que cree que el minimalismo está relacionado sólo con la arquitectura, las artes decorativas o incluso la moda, más que con el arte de los sonidos. Estoy bastante de acuerdo con lo que dice Johnson, él mismo cultivador de este tipo de música, que como bien afirma, no puede considerarse un estilo, es más bien una manera de acercarse a la música, una actitud y una "estética" rabiosamente posmoderna, en el sentido de que los flujos predominan sobre las líneas con una dirección; la repetición y la velocidad están sobre el desarrollo y la morosidad; y la situación por encima del plan. En el caso de Feldman, adscrito también al grupo Fluxus de Nueva York, su intención era convertir el tiempo en espacio, pensar aquél no como una línea continua sino como un paisaje en donde el oyente puede perderse. Y así, un pattern o modelo puede expandirse hasta el infinito, surgiendo poco a poco leves variaciones del material base.

Hubo unos años, sobre todo desde 1993 a 1995, en que escuchaba casi a diario esta música, desde lo más ligero tipo Michael Nyman o Glass, hasta obras más complejas de Reich o Adams, pasando por todo tipo de sucedáneos de la música contemporánea seria. Ya antes se han mencionado una serie de autores muy diversos que pueden enmarcarse en esta tendencia, casi todos los escuché alguna vez, y algunos me gustan bastante, como Satie, Cage o La Monte Young. Recuerdo de éste último un concierto que pasaron por la radio, en un concierto en Francfort del Ensemble Modern: casi una hora en donde se juega con la resonancia de la octava, algo desquiciante para quien estaba conmigo, que se acordaba de esta "tortura" luego, para mi diversión... Caminando bajo la torre de alta tensión era el título de la pieza, dentro de un ciclo más largo que tenía que ver con los sueños de una tortuga... También me acuerdo de aquel amigo que me introdujo en toda esta música, que era un fanático de Glass (y no tragaba a Nyman, que era mi favorito, sobre todo por las bandas sonoras para Peter Greenaway) y con el cual fuimos a un par de conciertos, uno del Ensemble Phoenix con piezas minimalistas de Part (su maravillosa Fratres), el propio Glass (de nuevo relacionada con Oriente, una visita del Dalai Lahma a Nueva York, creo) y otros; y otro que era la representación de la ópera-para-film La belle et la bête de Glass, con la película de Cocteau en directo mientras los cantantes ponían sus voces y los músicos desgranaban una partitura deliciosa, música enamorada del cine. Aún hubo otro concierto al que fui, en otra ocasión especial, ésta más especial, pues fui con mi enamorada de entonces: Dracula, música de Glass, filme de Browning, con el mítico Bela Lugosi en pantalla y el Kronos Quartet y Glass en el escenario. Así que para mí el minimalismo está asociado a este compositor, capaz de genialidades como las citadas (y de un maravilloso, lírico y arrebatador Concierto para violín), y de bodrios como las Glasspieces o una cosa sinfónica dedicada a no sé qué lugar del Amazonas.



El minimalismo puede ser la insistencia en melodismos modernizados, como es el caso de Nyman; o la desvergonzada manera de un Carles Santos, teatral y burlón (también pude verlo en una obra que me decepcionó, La pantera imperial, supuesto homenaje a J.S. Bach); o bien, la profundización en la oscuridad, como es el caso de Hans Otte y su libro de sonoridades intensas; o el claroscuro y la extensión meditativa casi al borde del trance en Morton Feldman, cuyo cuarteto nº 2 puede durar más de seis horas... Y luego, está el caso del citado John Adams, que ha sabido evolucionar desde un minimalismo ortodoxo que hacía exclamar a mi amigo de entonces que era un simple imitador de Glass, a un melodismo casi de corte wagneriano, y que es considerado por la crítica como el mejor de todos (ahora ha salido un disco con obras suyas en Naxos altamente recomendable).

Pero como ya sugiero, el minimalismo significó para mí una etapa, de aprendizaje digamos, un trampolín para saltar hacia otras tendencias, más "duras" digamos, más académicas tal vez, más complejas (pero no por ello mejores siempre). Aunque los compositores y las músicas que conocí luego me reportaron muchos momentos de placer, cuando pienso en aquel vértigo de la "minimal music", me dejo llevar por la melancolía, y pienso que fue como la juventud en mi camino hacia zonas cada vez más sombrías y solitarias.


John Adams

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El Mundo Audible (entrevista con Yatrika Sha-Rais)

La transferencia

Tempranas experiencias espaciales. Si tengo recuerdos de "los largamente sumergidos mundos de la infancia" (Ligeti dixit, en Lontano, obra para orquesta en donde las pulsaciones de los sonidos nos traen a la memoria esos espacios que apenas podemos mirar por sobre una ventana de gruesos cristales)--es sólo de ese movimiento primario de mi cuerpo que se agita contra las fricciones del aire. Me muevo por un bancal, me cubren hasta las rodillas las malvas y las amapolas, soy el rey en este territorio vírgen. No hay más límites que el que marca el cansancio o la voz conocida que desde la distancia me quiere detener. Cuando más feliz soy es cuando me caigo y una selva verde oscura me oculta de las mariposas y los gatos, pero puedo ver el viento sobre mi cabeza. Cada día es una pequeña aventura; cuando estoy en la viña, es como entrar en otra dimensión; cada rincón del cortijo es un microcosmos con sensaciones diferenciadas, puntos de espanto o de alegría, zonas que me acarician hasta la extenuación.


Extinction des lumières inutiles, Yves Tanguy, 1927

Sólo cuando me desplazo por el laberinto verde y ocre, estoy vivo. El niño que soy no conoce las perspectivas, quiero construir un túnel, pero nunca logro que resistan las paredes de tierra negrísima; quiero hacer una cabaña con cañas y plásticos junto a la cuadra, pero el viento se lo lleva todo; busco, a mi infantil manera, un espacio inventado, hecho con mis torpes manos, que me resguarde del viento, de la lluvia, de los nervios desatados de mi padre tras su lluvia roja de vino. Me construyo una casa, un túnel, una morada --para no sucumbir a la aterradora mirada de mi antepasado, el que nunca se va...

Me escondo, meto la cabeza en el horno abandonado, ya ruinoso de escombros, hierbajos, zapatos podridos en su interior, ladrillos rotos, tal vez muchas botellas quebradas, ésas que acumulaba mi padre antes de casarse, porque buscaba en vano otro refugio, un útero del que salió despedido, el último de la fila, para ser un desgraciado --porque no hay confort después de ver la luz, porque esa madre infame nos arrojó a la ignominia, para abandonarnos en lo abierto sucio terrenal.

No tengo consuelo, busco un espacio, una madre, un círculo perfecto, que no logro, soy mal delineante, dibujo con el papel de calcar debajo... Hay dos tipos de niños en el estúpido patio de recreo --es particulaaaarrr--: los que dicen sí a los atropellos de la luz rabiosamente salvaje después de casa; y los que, como yo, no quieren más que una biblioteca, una chimenea, una cama y una carne maternal al lado, y palabras que son globos que son chocolate derretido, por eso silencio, no hay cinta. Me refugio, en las mañanas prematuras, en el sonido, en los discos negros de mi padre, así, así era la felicidad...

martes, noviembre 16, 2004

Beber, olvidar, despertar amargo

El otro día, mirando las páginas que incluye El País como un resumen de The New York Times, me entero de que existe un magazine virtual dedicado especialmente a los alcohólicos, Modern Drunkard Magazine. Me hizo gracia leer lo que dice el director de la publicación, cuyo nombre he olvidado. Le preguntan que si es alcohólico, y no lo niega. Habla de una asociación de mujeres en USA que están en contra de estos borrachos, porque tienen accidentes de tráfico y matan a gente supuestamente inocente. También dice el tipo que la mayoría de los escritores han sido alcohólicos, no hace falta pensar mucho para rescatar los nombres de Hemingway, Fitzgerald y un largo etcétera. Por no mencionar a Stephen King (mi favorito en la adolescencia y primera juventud), que era buenísimo en los comienzos, cuando se pimplaba una caja de cerveza..., ahora que no bebe, mira los libracos tan malos que escribe, se burla este dandy de los licores fuertes. Pienso también en lo que leí hace mucho acerca de Don Johnson, el de Miami Vice (serie que veía, claro, como casi todo el mundo entonces): el tipo desayunaba ya con cerveza, luego le metía al ron y otras bebidas, y la delicatessen era una botella de Napoleón, ese cognac exquisito. Yo me quedaba alucinado, porque, pensaba yo, inocente, que nadie podía salir indemne de semejante juerga etílica. Pero al parecer, hay gente muy tolerante a estos brebajes. Y gente como Poe, que sólo con un vasito de vino ya estaba grogui, y sin embargo, empinaba el codo una cosa mala. Delirium tremens, amigo.


Evrugo Mental State, Zush)

Entonces, no puedo dejar de pensar en mi época salvaje, cuando la depresión tras la ruptura con mi ex, en que me lancé a las calles, conocí a un montón de hippies y gente de mal vivir, borrachos de fin de semana y otros crónicos, y probé toda clase de mejunjes para olvidar, o tratar de, todo ese torbellino de recuerdos que me azotaban. Al final casi que lo conseguí. También tomaba Trankimazín y Alprazolam, un antidepresivo genérico (el Prozac hay que pagarlo, es marca). Una mezcla fatal, como se puede inferir al momento. De entre toda esa pandilla con la que me encontraba para beber (y también tomar otras drogas cuyos nombres mejor no mencionarlos), recuerdo especialmente a Snoopy, un alemán, cuyo nombre verdadero él detestaba, así como su vida anterior de obrero nuclear y demás mierda capitalista-occidental. Este tipo, del que ya no he vuelto a saber nada más hace tiempo, comenzaba también con cervezas como lo más ligero, digamos que para abrir apetito. Luego en la tarde ya andaba liado con el ron, que también es mi favorita (no soporto el whisky ni el vodka, ni la ginebra), y terminaba con tequila y quién sabe qué más. Recuerdo aquellas reuniones demoníacas, aquellos círculos en cualquier plaza o rincón, porque siempre éramos más de cinco, hasta diez, o más todavía. La cerveza con ron y porros es sencillamente devastador. Uno se sumía en un estado narcótico, el ambiente se dispersaba, la identidad era una farsa, nos reíamos de todo y de todos, los gritos, las risas, todo fluyendo hacia ninguna parte. El mundo basura quedaba atrás, el horizonte era un líquido verde: absenta, 70º sólo para connoseurs.

Al día siguiente, después de una madrugada asquerosa, la resaca, la cabeza girando, las manos que no podían detenerla, todo vuelta a empezar. El sabor acre del vómito, las ropas manchadas, la habitación dando vueltas como una noria. Ni libros, ni arte, ni nada. Sólo un largo túnel, voces, perros son mi compañía. Creí que de esta espiral no saldría. Tenía una rabia inmensa, luego me quedaba casi catatónico. Quien ha perdido su refugio, tiene que entregarse a Mamá Botella. No valen palabras, el alcohol es el disolvente ideal para el tiempo de la abolición voluntaria. Nihilismo enfrascado.

lunes, noviembre 15, 2004

Sólo la belleza

Un domingo por la tarde, y en noviembre, invita al recogimiento. Así que me puse a mirar viejos suplementos, como el Babelia, y dí con el número del 10 de febrero de 1996, y recorté una página en donde se habla del poeta Joseph Brodsky, que había muerto el 28 de enero anterior --cómo pasa el tiempo--. En el artículo, escrito por Antoni Marí, habla de la pasión por la mirada y la lectura de B., de sus ensayos recogidos en Less than one, y dice cosas como:

El hombre es lo que ha visto, afirma el poeta, pero también es aquello que ha leído. Puesto que cuando la realidad es necia o aciaga, cuando lo que uno ve azuza y perturba la reflexión, entonces la lectura y los libros sustituyen a la visión y se convierten en la primera y única realidad...


Para Brodsky, el paraíso está muy próximo a la belleza y casi se confunde con ella, puesto que la belleza es para él el unico consuelo que sólo se obtiene en el lugar donde el ojo descansa. "El ojo, en el paraíso, frente a la belleza, reposa de la hostilidad; se siente liberado de la embestida y del vértigo del mundo y se deja llevar por la contemplación con una casi total autonomía del cuerpo, porque el ojo, afirma Brdsky, no se identifica con el cuerpo, sino con el objeto de su atención; se identifica con lo que contempla, y con las reflexiones y las imágenes que suscitan al ojo y a la mirada", nos dice Marí.

Hace poco léi algo de Joseph Brodsky, pero en versión ensayista, de su colección de artículos ya citada Menos que uno (Versal, 1987). El artículo en cuestión se llama "Complacer a una sombra", y está dedicado a la figura de Auden. Cuenta el excelente poeta de origen ruso cómo su decisión de escribir en inglés, de cambiar de idioma, no respondía a los tradicionales motivos (necesidad en Conrad, ambición en Nabokov o búsqueda de un distanciamiento en Beckett), sino por aproximación al hombre que tanto admiraba, Auden. En estos primeros apartados de su ensayo (de 1983) rememora los años de clandestinidad, cuando leer poesía extranjera en Rusia era casi imposible; nos comunica su pasión por el lenguaje, compartida con el homenajeado, a través de versos escogidos y sagaces comentarios en donde se mezcla la confesión y el encuentro con la verdad, como cuando se refiere a un par de fotografías del poeta.

Sólo tengo un pequeño librito, una antología de W. H. Auden, en inglés. Brodsky también se ha referido a su entusiasmo por las obras recopilatorias. En él están recogidos sus versos principales..., como los de "The Sea and the Mirror"..., pero no encontraba ése que recita el chico protagonista de Antes de amanecer, al final, cuando siente que el tiempo de estar con ella, la desconocida de la que se ha enamorado en esas últimas horas, se acaba. Es un poema que empieza, creo, con los versos "el tiempo correrá como conejos...", y cuenta que le gusta porque una vez lo escuchó en la radio leído con su voz estentórea por Orson Welles... Puse un mensaje en un foro, y una chica me envió de forma privada el poema completo (Lidia, de nuevo, muchas gracias):

As I Walked Out One Evening

As I walked out one evening,
Walking down Bristol Street,
The crowds upon the pavement
Were fields of harvest wheat.

And down by the brimming river
I heard a lover sing
Under an arch of the railway:
'Love has no ending.

'I'll love you, dear, I'll love you
Till China and Africa meet,
And the river jumps over the mountain
And the salmon sing in the street,

'I'll love you till the ocean
Is folded and hung up to dry
And the seven stars go squawking
Like geese about the sky.

'The years shall run like rabbits,
For in my arms I hold
The Flower of the Ages,
And the first love of the world.'

But all the clocks in the city
Began to whirr and chime:
'O let not Time deceive you,
You cannot conquer Time.

'In the burrows of the Nightmare
Where Justice naked is,
Time watches from the shadow
And coughs when you would kiss.

'In headaches and in worry
Vaguely life leaks away,
And Time will have his fancy
To-morrow or to-day.

'Into many a green valley
Drifts the appalling snow;
Time breaks the threaded dances
And the diver's brilliant bow.

'O plunge your hands in water,
Plunge them in up to the wrist;
Stare, stare in the basin
And wonder what you've missed.

'The glacier knocks in the cupboard,
The desert sighs in the bed,
And the crack in the tea-cup opens
A lane to the land of the dead.

'Where the beggars raffle the banknotes
And the Giant is enchanting to Jack,
And the Lily-white Boy is a Roarer,
And Jill goes down on her back.

'O look, look in the mirror,
O look in your distress:
Life remains a blessing
Although you cannot bless.

'O stand, stand at the window
As the tears scald and start;
You shall love your crooked neighbour
With your crooked heart.'

It was late, late in the evening,
The lovers they were gone;
The clocks had ceased their chiming,
And the deep river ran on.


***



(la portada de mi edición es la misma que ésta francesa; el autor del cuadro es un tal David Davies, y esta pintura es muy seductora, ¿pensamos en Conception, esa mujer que aparece ya en las primeras páginas?)

Llegó la noche, y decidí dejar a un lado la filosofía para comenzar una nueva ficción, miré en las estanterías y al final cogí Caracole de Edmund White (Picador, 1986). Es muy difícil definir esta novela ambiciosa y exquisita, escrita con un lenguaje preciosista y de gran correción, con pasajes abundantes de pura delectación en los colores de la naturaleza (esta primera parte se desarrolla en el campo), y con gran sentido de la musicalidad por parte del narrador. Los personajes no son menos deliciosos, con el joven Gabriel cayendo en amor por Angelica, ambos pequeños salvajes en un medio transfigurado por su deseo, árboleshojanieve todo junto en un torbellino casi sinfónico. La descripción de las escenas de intimidad y conocimiento primeros son sencillamente soberbias, y el lector puede ver/sentir/escuchar cada hoja aplastada, cada lápiz de labios, cada poro de piel o coralina apertura... No hay antes de White, si exceptuamos a Nabokov, que lo elogió, un narrador tan fino, tan sensible a la belleza del mundo. Todo emerge como una aparición, en las lentas o rápidas horas previas a la caída del sol; cada aspecto de las cosas nos saludan con su poder caleidoscópico. Hasta los nombres de las plantas adquieren una tonalidad iridiscente, pura poesía de música de cámara. ¡Me encanta, me encanta!

sábado, noviembre 13, 2004

Una pasión inútil

Como hacía ya algún tiempo que no veía nada en el cine, ayer decidí ir a ver una que me tentaba hace algunas semanas, Roma de Adolfo Aristarain. De este director argentino ya conozco unas cuantas de su filmografía, entre las que destaca Un lugar en el mundo, tal vez su obra maestra. Luego vinieron pequeñas joyas como Martín (Hache) y Lugares comunes, que he ido viendo regularmente, y que también me gustaron mucho. En la última, vuelve a tirar de sus recuerdos, en esta ocasión haciendo un homenaje claro a su madre, que en la ficción se llama como la capital italiana y tiene el cuerpo de esa estupenda actriz que es Susú Pecoraro. Porque sobre todo, el filme es la historia de un amor, de una atención y unos cuidados incomparables, que el protagonista, Joaquín Góñez, no encontrará luego en ninguna otra mujer. No todo el mundo puede presumir de haber tenido una madre excelente, ni de haber vivido en una familia feliz: Joaquín sí. Esa primera franja de flash-back nos lleva a los años 50 en un barrio de la periferia de Buenos Aires, y vemos cómo se educa y cómo recibe el cariño necesario un niño que promete mucho. Toda esa situación privilegiada, en donde la música juega un papel principal, se rompe cuando el padre muere. Esa figura paterna no es sólo el sostén económico sino el guía, el amable compañero, el que se hace amar en definitiva. Cuando se marcha, cuando ya no está más (como la madre se encarga de explicarle al jovencito, nada de tonterías religiosas), sólo queda ese ejemplo de amor que inculcó. La madre se convierte entonces en la fuerza de comprensión, en la tolerancia y la que da vuelo libre al que, cuando llegue el momento, pueda convertirse en "bohemio, peregrino y soñador", allende el Río de la Plata. Ese río al que echar todas las tristezas, todo eso que ahoga, que no se puede soportar.

Como han coincidido varias críticas que he leído, lo mejor de la película es el pesonaje de esta mujer fuerte, que dice en un momento mágico: es una tontería eso que dicen de que hay varias vidas, vida sólo hay una, pero dentro vivimos varias, unas mejores, otras peores, ninguna tiene mucho sentido. En efecto, las que vive Joaco no son muy destacables que digamos, lo único que vemos directamente es su infancia y su juventud, la adolescencia es salteada y también a partir de 1972, cuando muere su madre estando él ya en Madrid, y tiene que volver a Buenos Aires, para comprobar que las cosas han cambiado, que ya no se respira ese clima de entusiasmo y rabia de finales de los 60, y que los milicos han tomado las riendas de la represión. En pocos años se ha pasado del ambiente bohemio, librerías abiertas toda la noche y música de jazz (amén de bellas mujeres con las que flirtea nuestro hombre), a un clima enrarecido, casi todos metidos en política, desaparecidos y muertos, como le sucede a su amigo Guido. Desde luego, lo que más me gustaron fueron las dos franjas primeras, la de la familia feliz y la de los sesenta, la otra es demasiado claroscura (por contraste con la luminosa de los años 50, qué buena fotografía de Alcaine), ya demasiado vista, por desgracia.



El problema con la película es que, pese a durar 160 minutos, no llega a emocionar, no llegamos a identificarnos con nadie, tampoco con Joaquín (a pesar de la buena interpretación de Botto, que hace un doble papel). ¿Por qué?, porque J. siempre está fuera de los acontecimientos, tan pasivo, que todo se desliza y no participa en nada, ni en el juego del sexo y el amor (la historia frustrada con Renée, la otra patética con Alicia), ni en política, ni en la Universidad a la que no va como estudiante, sólo como observador. Lo único que sabe hacer es leer, escribir y escuchar música, música que llegó a ser su pasión, y que dejó de amar después de romper con una mujer (¿cuál de las dos que tuvo?). El problema de la película es que promete mucho, está llena de luz en los comienzos, y termina con una aparente huida, cuando ya no hay nada más que echar al río o al papel. El personaje ya amargado que encarna Sacristán parece una caricatura de Nabokov, cuando se despide del caserón para marcharse a vivir, supuestamente, a un hotel los años que le quedan. ¿Qué fue de todos esos sueños, de esa bohemia, tanta música y letras y sexo con cariño que se abrían ante él a los veinte años? Hay una laguna de treinta años que no conocemos, y así nos quedamos decepcionados, porque al final, lo que parecía que iba a ser una vida especial, brillante y diferente, ha sido como tantas, y tantos lugares comunes por el camino... Sí, es posible que al contar, al filmar, esos recuerdos entrañables, sólo quede una pálida sombra de lo que fuimos, que todo se ha ido mientras, y que esos recuerdos sólo sirven para una autobiografía dudosa.

A veces pienso que Unamuno tenía mucha razón. Nada nos salva, nada nos queda, todo se marchita y se va. No hay que volver al lugar en que uno fue feliz. Conseguir saber nuestro lugar en el mundo es la difícil tarea.

P.S. Unamuno dijo, en su obra Del sentimiento trágico de la vida:

Es más: el hombre, por ser hombre, por tener conciencia, es ya, respecto al burro o a un cangrejo, un animal enfermo. La conciencia es una enfermedad.


Maravillosa intuición, sin ser psicólogo, de una verdad analítica: que el hombre es un animal neurótico, dividido entre lo que dice (Conciencia) y lo que sabe (Inconsciente).

jueves, noviembre 11, 2004

Sombras y luz



Ayer escuché la noticia de que el asesor legal de la Casa Blanca, Alberto Gonzales, podría convertirse en fiscal general del Estado, en sustitución de John Ashcroft. Sería así el primer hispano en entrar en la Administración Bush, y por la puerta grande, ya que ha estado ligado a Bush desde la época de Texas, y es uno de los máximos defensores del limbo legal de Guantánamo, es decir, que no permitiría cambiar la situación de esos "combatientes enemigos", además de colaborar en todo tipo de medidas ultraconservadoras y de índole casi fascista. Y pensar que este tipo vino de México, que se crió en la pobreza, que no tenían ni agua potable en su casa paterna..., y helo aquí como máxima expresión del Sueño Americano.



También ayer leí en un diario que se publica ahora la poesía completa de Antonio Gamoneda, Esta luz: Poesía reunida (1947-2004) (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Es uno de mis poetas favoritos en castellano. Hace poco leí su Libro del frío, en dos versiones, la de Siruela y la de Germania ed., que incluye ésta un nuevo apartado, Frío de límites, un pequeño giro en el fluir de esta obra espléndida, concisa, de una musicalidad excepcional. Hay unos versos que me llaman la atención:

Entra en tu cuerpo y tu cansancio se llena de pétalos. Laten en
ti bestias felices: música al borde del abismo.

Es la agonía y la serenidad. Aún sientes como un perfume la
existencia.

Este placer sin esperanza, ¿qué significa finalmente en ti?

¿Es que va a cesar también la música?


Recuerdo que hace años asistí a una reunión poética en donde estaba él y otra autora, Gamoneda presentaba su Libro de los venenos, inspirado de alguna manera en una obra renacentista, creo, que le daba pie para alzar su imaginación matérica, recombinar elementos, metales, hierbas de toda clase, órganos e impulsos en una alquimia refinada de gran fuerza expresiva. Recuerdo su voz de hombre mayor, su tempo al recitar, su presencia. Fue un instante de serena felicidad, de momento en el tiempo, y de alguna forma, se hizo la luz. Su palabra, la música que no cesa, llega hasta el día de hoy, muy frío (en algunas partes ya vino la nieve que anuncia el invierno próximo), pero que queda transformado merced a la magia del verbo.

miércoles, noviembre 10, 2004

Más que intermediarios

La entrevista de anoche en La noche cromática era a Juan Lucas, el director de la distribuidora musical Diverdi. Aparecida en 1990, con el paso de los años se ha convertido en mucho más, una "casa común", como dijo Lucas, en donde además de trabajar con los más importantes sellos independientes del mercado de la música clásica en toda su extensión, también colabora en grabaciones (sobre todo en apoyo de la composición nacional), edita desde hace mucho un boletín mensual, y desde hace unas cuantas semanas, está sacando a la calle, en colaboración con el diario El País, una colección magnífica de música clásica, que abarca todas las épocas de la música occidental llamada culta.

Yo supe de Diverdi gracias a una pequeña tienda de música que estaba situada en la última planta de una librería, Proteo, tal vez la mejor (todavía) de esta ciudad. Ahí estaba Hans, de origen alemán pero afincado hacía algún tiempo en la ciudad. La tienda, como era tan pequeña, no tenía muchos discos, pero él podía pedirte todo lo que quisieras, de hecho, era la vía más segura para conseguir esos discos extraños que en otras partes nunca hallabas. Y la pequeña revista, en donde cada disco tenía una pequeña reseña, era el vehículo imprescindible para el pedido. Fue un buen tiempo, también gracias a él conocí a un aficionado a la música contemporánea, que tenía su negocio allí cerca, y con el cual hablé mucho en el tiempo posterior, aparte el intercambio de discos, etc. Jose, el kiosquero... Luego la tienda se mudó a otra calle, no muy lejos, por debajo del Teatro Cervantes, pero allí había perdido su aura, era una tienda más, y sólo nos pasábamos camino de algún concierto. Por último, le perdí la pista. También al querido boletín, que me informaba de tantas novedades de Wergo, Col Legno, Stradivarius, BIS, Montaigne, por no mentar a los muchos sellos de música antigua o historicista.

No hace mucho, en otra tienda de discos de Salamanca, volví a ver esa revista, en los estantes había un montón de discos de los que distribuyen ellos, y me volvió a recordar aquellos tiempos felices. Un nuevo sello estupendo, en este caso de Estados Unidos, Mode, se sumaba a los muchos que ya formaban parte de su catálogo. Una mala noticia, unos meses después: murió Gian Castelli, uno de los colaboradores del boletín, además de estar en Diverdi desde los inicios. Anoche Lucas lo recordó, y habló de la persona exquisita que fue. Lo que me gustó del responsable, fue que eligió como piezas musicales tres obras muy diferentes, lo que da cuenta de su versatilidad, su educación "salvaje", que es un poco como la mía, salvados los años: una cantata de J. S. Bach; un tema de King Crimson; y una canción de Duparc, Invitation au voyage. Si él pasó del rock sinfónico a Stravinski y Stockhausen y luego fue hacia atrás, hasta terminar en el canto gregoriano..., en mi caso, pasé de escuchar cosas pop y de rock industrial, a la música concreta y electroacústica, luego el minimalismo, la música contemporánea y todos los grandes romáticos, clásicos y algo de música antigua. Puro crisol de estilos, multiplicidad de cantos, sones y "ruidos", que son los que hicieron y hacen la vida más amplia.

P.D. Uno de los discos de la colección citada de El País que más me ha gustado es el de Telemann, en interpretación del magnífico flautista Dan Laurin y el conjunto Arte dei Suonatori. Delicioso.

lunes, noviembre 08, 2004

Derivas del fascismo

En un momento de la "meseta" titulada Aparato de captura D & G se refieren a una apreciación de Virilio sobre el Estado fascista como un Estado suicida más que uno autoritario. Es un Estado en donde la economía se supedita totalmente a la maquinaria de guerra, un Estado (esto lo sugiere Sloterdijk) en donde se producen desfiles de muertos vivientes y se juega la única baza de la política del terror. Y prosigue la obra:



Sólo después de la II Guerra Mundial la automatización, luego la automatización de la máquina de guerra, han producido su verdadero efecto. Ésta, si tenemos en cuenta los nuevos antagonismos que la atravesaban, ya no tenía por objeto exclusivamente la guerra, sino que se responsabilizaba de la paz y tenía por objeto la paz, la política, el orden mundial, en resumen, la finalidad. Ahí es donde aparece la inversión de la fórmula de Clausewitz: la política deviene la continuación de la guerra, la paz libera técnicamente el proceso material ilimitado de la guerra total. La guerra deja de ser la materialización de la máquina de guerra, la máquina de guerra deviene guerra materializada. En ese sentido, ya no había necesidad de fascismo. Los fascistas sólo habían sido niños precursores, y la paz absoluta de la supervivencia lograba lo que la guerra total no había logrado. Ya estábamos en la tercera guerra mundial. La máquina de guerra reinaba sobre toda la axiomática como la potencia del continuo que envolvía la "economía-mundo", y ponía en contacto todas las partes del universo. El mundo volvía a ser un espacio liso (mar, aire, atmósfera) en el que reinaba una sola y misma máquina de guerra, incluso cuando oponía sus propias partes. Ahora, las guerras formaban parte de la paz. Es más, los Estados ya no se apropiaban de la máquina de guerra, reconstituían una máquina de guerra en la que ellos ya sólo eran las partes.
(op. cit. p. 471).



Qué actual y cierto nos suena todo esto, ¿verdad? Hace tiempo que Imperio está en guerra, y los ingenuos pensarán que es una guerra "justa" (cinismo!) y puntual. Imperio no ha dejado, ni dejará, de estar en guerra, pero ahora los "enemigos" son movedizos, aunque tengan efímeramente algún nombre concreto. La industria armamentística y la audiovisual lanzan sus batallas, espectáculos televisados, mentiras de ardor guerrero para las masas. No hay escenario concreto, todo se ha vuelto difuso, pero una cosa es cierta: Halliburton existe.

Paul Virilio es citado bastante por Deleuze en esta parte del libro, tal vez por sus obras en donde manifiesta un desarrollo apocalíptico o milenarista (no olvidemos que este libro está escrito en los años de la Guerra Fría, se publicó en 1980). En la nota 58 se citan algunos títulos, como el imprescindible Vitesse et politique, y se matizan algunas cuestiones tratadas antes: "la amenazante paz de la disuación nuclear" (esto parece caducado); el Estado político tiende a debilitarse y la máquina de guerra se apodera de un máximo de funciones civiles:

-- "Someter el conjunto de la sociedad civil al régimen de la seguridad militar".

-- "Descalificar el conjunto del hábitat planetario despojando a los pueblos de su calidad de habitantes".

-- "Hacer desaparecer la distinción de un tiempo de guerra y de un tiempo de paz (...)".

Finalmente, se habla de ciertas policías europeas, cuando reclaman el derecho a "tirar a ojo": dejan de ser engranajes del aparato de Estado para devenir las piezas de una máquina de guerra.

Lo dicho, qué actual parece esto, sobre todo después del 11-S, cuando en Estados Unidos se aplicaron medidas para vigilar a todo el mundo, para controlar todos los espacios, para militarizar el país (y supuestamente el mundo) a su antojo. Hay una foto-montaje (¿o no?) en donde se ve a los tres, Cheney, Bush y Rumsfeld en plan justicieros. He aquí al Trío Infernal, pero debajo de ellos hay millones de votantes que se sienten asegurados, y así funciona y está perfectamente engrasada la Máquina.

Dejà vu

¿Y si todo lo que uno vive ahora, fuera ya algo "game over"? ¿y si el partido, la función, el espectáculo que nos decían que tenía que continuar, hubiese terminado hace tiempo? ¿y si todo esto que vemos deslizarse ante nosotros no fuese más que una fantasmada, una ilusión sutil, que nos hace creer que seguimos vivos, que nos embauca como a niños pequeños? (pero ni los niños son ya inocentes, hace tiempo que saben demasiado, esos pequeños monitos crueles).

Tengo el sentimiento de que todo esto que se me aparece no es más que una pantalla, que lo "real" está en otra parte, del otro lado del muro invisible, pero que por mucho que camine, no puedo alcanzar ese paisaje diáfano. Hay días, como el de ayer, en que el supuesto descanso dominical no es tal, porque todo a mi alrededor se confabula para burlarse de mis expectativas, y entonces ya no sé a qué atenerme. A las diez de la mañana ya está la fiesta organizada, el microfascismo de la vida deportiva, el modelo de una juventud "sana" y distraída, para que no se drogue, cuando se sabe muy bien, pero no se quiere reconocer, que el deporte es una droga. Cuando vuelvo a casa, a la hora de comer, resulta que el griterío en el pabellón psiquiátrico-deportivo continúa, y cuando voy a echarme una pequeña siesta, la zahúrda de esa animación me altera. Por fin, se retiran, las jóvenes sanas y esbeltas y seguro que anoréxicas en buena medida. Cuando yo era pequeño, había otras diversiones, más enfermas y estúpidas, tal vez, con más jeringuillas por calles y parques, pero este decorado actual me resulta repulsivo, y sé que es una parte más, mínima, de la máquina de guerra total en que vivimos. La "vida deportiva", como la arena de la hiperpolítica, como ese Busparty que en Madrid y Barcelona lleva a la juventud a la Fiesta Total, son manifestaciones de un pensamiento único o mejor dicho, de un Escenario Tonto en el que se autoexcitan las masas de la era de la comunicación.

Por la tarde, ya no tengo ganas de salir, me quedo en mi habitación leyendo, hasta que la oscuridad me alcanza, un poco antes de las siete. Otras veces he salido a dar una vuelta, pero en esta tarde no me apetecía para nada. Y cuando llega la noche profunda (risas, más risas amargas en la oscuridad), me voy a la cama y con el pensamiento-imagen de esa casa en mitad de la ciénaga (de la obra de Manganelli) trato de hundirme en el sueño, ese multiescenario más querido, más rizomático, en donde todo fluye a su manera, sin aparente control, y en donde todas las viejas batallas y venganzas se realizan de nuevo, una y otra vez, un loop interminable.

Y me digo, en algún momento de lucidez, que la verdadera "vida real" puede estar aquí, en Internet, y en este flujo de conexiones que nos salva de la tiranía de las conjunciones estatales. Deleuze habla en su obra de ese tercer nivel, el de la esclavitud maquínica en la era de las telecomunicaciones, el tiempo de la informática y la cibernética del que él y su amigo vivían los comienzos por entonces (recordemos que el libro se publicó en 1980). Tras la primera esclavitud, y la sujeción estatal, viene el poder casi absoluto de la "economía-mundo", y los hombres-máquinas enganchados a una red de "entradas" y "salidas". Pero aunque no conocieron Internet en sus grandes posibilidades, intuyeron el poder subversivo de este medio global. Así sea.

sábado, noviembre 06, 2004

Violencias

Ahora bien, la policía de Estado o violencia de derecho todavía es otra cosa diferente, puesto que consiste en capturar, a la vez que se constituye un derecho de captura. Es una violencia estructural, incorporada, que se opone a todas las violencias directas. A menudo se ha definido el Estado por un "monopolio de la violencia", pero esta definición remite a otra, que determina el Estado como "estado de Derecho" (Rechtsstaat). La sobrecodificación de Estado es precisamente esa violencia estructural que define el derecho, violencia "policial" y no guerrera. Hay violencia de derecho siempre que la violencia contribuye a crear aquello sobre lo que se ejerce, o como dice Marx, siempre que la captura contribuye a crear lo que captura. Es una violencia muy diferente de la violencia criminal. Por eso también, a la inversa de la violencia primitiva, la violencia de derecho o de Estado siempre parece presuponerse, puesto que preexiste a su propio ejercicio: el Estado puede entonces decir que la violencia es "originaria", simple fenómeno de naturaleza, y que él no es responsable de ella, que él sólo la ejerce contra los violentos, contra los "criminales" --contra los primitivos, contra los nómadas, para hacer que reine la paz...
(Mil Mesetas, Deleuze & Guattari, Pre-Textos, 2002, p. 454).

Al leer este párrafo he pensado enseguida en aquellas canciones rabiosas de La Polla Records que solía escuchar en una época, la del instituto, no me cansaba de escucharlas, la calidad musical no importaba apenas, el guitarreo sucio era un fondo contra el que se alzaban mensajes simples y directos. El otro día, navegando, encontré una página que traía casi todas aquellas canciones, las de Salve y demás álbumes de entonces. Violencia es la vuestra, asquerosos...; Era un hombre, y ahora es poli....

Cuando se nos habla de Estado de derecho, nos parece lo más normal del mundo, y rara vez lo asociamos con un estado violento, policial, pero así es. No hace falta esperar un estado de excepción para exclamar estas cosas. Precisamente, en otro momento de este libro, Deleuze y su colega nos hablan de los microfascismos, a los que ya me referiré en otro post. Tampoco un policía es un funcionario cualquiera, como creen las mentes ingenuas, no cualquiera es policía, como no cualquiera se vuelve loco, estas cosas no son porque sí. Salgo a la calle y me los encuentro, en cada esquina hay uno, y no es paranoia. Hace un rato salí a pasear la perra de un amigo y ví a uno, iba con la mujer (una del estilo mosquita muerta) y la hija pequeña. Muchas veces me he preguntado por qué esta gente desarrolla un instinto tan marcado hacia la institución familiar. Pero no olvidemos que el Estado y la familia son las dos mayores prisiones de la verdadera libertad. Un policía, una familia, una "alegre juventud" (los maderos cuidan de nuestra seguridad/ estando con ellos nada nos puede pasar). Todo se encadena de esta fatal manera.

Como me sugiere Magda, una amiga virtual, el Estado crea a los que luego perseguirá, crea esas "bolsas de pobreza" (atención al cinismo) y marginación, contra los que sacude toda su violencia. El Estado, diría Freud, ha sublimado esa violencia anterior, no tiene necesidad de guerras ni de crimen como en las bandas (dice Deleuze), pues tiene suficiente con los policías y los carceleros. Ahora mismo en España, "instituciones penitenciarias" tiene un serio problema con el hacinamiento en las cárceles y con grupos, cada vez más numerosos, de radicales islámicos, que montan estrategias para hacer saltar por los aires los lugares de poder y violencia estatal. Constantemente, las noticias no hablan de otra cosa, y desde hace tiempo sé que la dinámica, a grandes rasgos, es así: la lucha del Estado (que es conservador por naturaleza, incluso un gobierno socialista no puede hacer otra cosa que conservar) contra las manadas, los grupos "violentos", el "crimen organizado", los terrorismos de toda calaña, todos los que escapan o intentan huir de la zarpa oficial. Esta dinámica puede llegar a ser muy aburrida, pero no deja de ser escalofriante. Y menos mal que no vivimos en Imperio, ahí la cosa se complica...

viernes, noviembre 05, 2004

Los espigadores

Los marginados, esos nómadas a la fuerza de nuestra sociedad opulenta, se buscan la vida como pueden. Esta expresión, "buscarse la vida", es la que más sale de sus labios. Duermen en la playa, en los lugares en que hay; o en alguna obra abandonada, o en el metro, o en cuevas que se buscan, en las afueras. De día, se los puede ver tirados en las plazas, en los lugares típicos, en esas plazas echadas a perder, como la de Tirso de Molina en Madrid. Lo más triste es verlos ahí en la acera, delante de una iglesia, mendigando, a veces en posturas inverosímiles. Hay mendigos más afortunados que otros, en las grandes ciudades parecen verdaderos desechos. Un sitio en donde nunca fallan es en las puertas de los supermercados. Ya he dicho que durante un tiempo me relacioné con ellos, era un tiempo triste. Solía ir a la playa, allá parecían pequeños robinsones en una isla desierta, aunque con la diferencia de que su desnudez no podía ser tan explícita, había bañistas cerca, volvías a la realidad de la Costa del Sol, que es un lugar miserable. Muchas veces me quedaba a comer con ellos, había un italiano que hacía unas pastas estupendas; y una vez Snoopy hizo una sopa-mejunje muy fuerte, a él le encantaban las especias, abusaba de ellas. El pensionista que había sido obrero nuclear, nosotros nos burlábamos y le llamábamos mutante...

Por la noche íbamos a "reciclar", es decir, nos acercábamos al Mercadona, el supermercado más popular, para recolectar en los contenedores las sobras de esta puta sociedad. Tiran casi todo lo que está por caducar, sobre todo bollería, fruta y verdura. Con la carne es más difícil; luego hay precocinados, yogures y esas cosas que también sirven. Lo malo es que mucha gente ya sabía de la puerta, de la hora, y a veces nos habían limpiado el sitio. Otro punto donde encontrar comida era el rincón de los contenedores de uno de los Supersol, el más grande de la localidad. Ahí íbamos los sábados por la noche Alois y yo, y volvíamos cargados, las bolsas se nos rompían por el peso. Él casi que era vegetariano, podía cocinar con frutas y verduras, así que no necesitaba mucho más. No le podía faltar el vino blanco, eso sí. Austríaco feroz, qué mal acabaste, no eras muy amigo de la policía local...

Hay dos películas de Agnès Varda que tratan de esta gente que aprovecha lo que la sociedad consumista tira, porque es así de derrochadora. No he podido ver ninguna, pero me gustaría mucho. Sé que en países como Argentina están los cartoneros, que hacen su pequeño negocio. En los vertederos, no falta la actividad. En nuestras calles, tampoco. Pero la gente de bien señala, sale con su carro repleto, y como mucho, te da la moneda cuando se va. Dicen que otro mundo es posible. Pero de momento, no vemos la luz al final del túnel.

jueves, noviembre 04, 2004

Un nuevo poeta

Gracias al blog Lector Ileso, me entero de la aparición de un libro de poemas de un tal Spencer Reece, titulado The Clerk's Tale. En su mensaje nos ofrece el poema que da título al poemario, largo, lleno de una magia sutil. También se puede escuchar a Reece leyéndolo, a través de la revista que lo ha dado a conocer, The New Yorker.

En otro lugar, leo una breve reseña sobre R. No es un poeta al uso, ha trabajado en distintos oficios y ahora es dependiente en unos grandes almacenes. El crítico habla de otros poetas excelsos, como Gerard Manley Hopkins o Elisabeth Bishop. Se puede hablar también de una "poesía de la experiencia", aunque en los versos de R. hay un aliento de tristeza y sabiduría que no suelo encontrar en poetas de esta corriente, si es que se puede considerar así.

De su época en que vivió en una granja, queda un testimonio así. Me parece delicioso:

Then
Spencer Reece


I was a full-time house sitter. I had no title.
I lived in a farmhouse, on a small hill,
surrounded by 100 acres. All was still.
The fields were in a government program
that paid farmers to abandon them. Perfect.

I overlooked Union Lake, a small lake,
with a small ugly island in the middle--
a sort of mistake, a cluster of dead elms
encircled by marsh, resembling a smear
of oil paint left to congeal on a palette.

Pesticides farmers sprayed on their crops
over the years had drained into the lake
and made the water black, the fish shake.
About the family that built the house
I knew nothing. Built in 1865,

perhaps they came after the Civil War?
It was a simple house. Two stories.
Six rooms. Every wall crooked.
Before the house, Indians camped there.
If you listened you could hear them.

On Sunday afternoons in early June,
the sun would burnish the interiors.
Shafts of light fell across the rooms.
An old gray cat sparred his mote-swirls.
Up a tiny staircase, ladder steep,

I was often found, adrift, half asleep.
I forgot words, where I lived, my dreams.
Mirrors around the house, those streams,
ran out of gossip. The walls absorbed me.
There was every indication I was safe there.

Outside, children sang, sweetening the air:
Row, row, row your boat, gently down the stream.
Merrily, merrily, merrily, merrily, life is but a dream . . .
their fingers marrying each other with ease
as the dark built its scaffolding above the trees.

Peonies spoiled, dye ran from their centers.
Often, the lawn was covered by a fine soft rain.
Days disappeared as quickly as they came.
The children receded. The moon rose.
Cows paused on the wild green plain

of all that land still left uncommercialized.
Three years I had there. Alone. At peace.
Often I awoke as the light began to cease.
The house breathed and shook like a lover
as I took for myself time needed to recover.



N. B. Poem from The Clerk's Tale, reprinted with permission of Houghton Mifflin Company


Flujos

Deleuze habla de los nómadas, de la máquina de guerra opuesta al Estado, en una de sus "mesetas". Hoy día, estos nómadas son los mendigos de nuestras ciudades decadentes y esplendorosas bajo las luces de neón. Incluso en los pueblos, los mendigos son expulsados de las calles, la policía llega y los echa, por el menor motivo. En estos pueblos ricos de la costa, sólo quieren viejos capitalistas, sentados al sol en una terraza, cubiertos de tecnología y arrugas bien llevadas (o no). En otro tiempo, me relacioné con ellos, los mendigos, la gente de la calle, los "hippies" que venían de Órgiva (Granada), o de Alemania, o de algún lugar remoto del Este. Los alemanes son los que más beben y más tardan en caer; los ingleses no aprenden español ni a tiros, pienso en el pobre de Spencer, en su silla de ruedas, poniéndose bien con su cartón de vino blanco. Pero mejor no pensar, no ahora. La policía, la polis, expulsa a la gente que "amenaza" con romper el orden, el espacio estriado, el claro del bosque. La gente que se mueve sin rumbo fijo, que juega al despiste, frente a los acorralados ciudadanos que sólo escapan, con rumbo estricto, en fines de semana o vacaciones.



En la noche, obras de compositores orientales (no sé por qué esa asociación entre Oriente y nomadismo, entre las tierras de los grandes espacios despejados y la vida más libre, pienso en esa película maravillosa, Urga de Nikita Mihjalkov). Primero, Pandit Pran Nath, un raga, un fragmento de una obra que puede durar una hora. ¡Qué concierto aquél, en que escuché música india en vivo! Luego, una fascinante pieza de Toshio Hosokawa, compositor japonés bastante occidentalizado, que se recrea en las campanas (¡por lo menos cien!) de los templos de su país, en Ferne-Landschaft II. Finalmente, un movimiento del Quinteto para clarinete y cuerda nº 2 de Isang Yun, coreano ya fallecido, y cuya vida fue bastante tormentosa. Hosokawa me resulta especialmente hipnótico, ya escuché antes otras obras suyas, como Voices from the ocean, que es toda ella puro flujo, corriente subterránea por donde el sonido se desliza imperceptible, movimiento constante pero impredecible, la velocidad de lo inmóvil, "sólo el nómada tiene un movimiento absoluto, es decir, una velocidad; el movimiento en torbellino o giratorio pertenece esencialmente a su máquina de guerra". Uno podría quedarse aquí durante horas, y nada pasaría. Se comprende bien por qué el Estado no desea nada de esto, y por qué su misión es capturar todo tipo de flujos, establecer barreras y filtros. Pero el pensamiento, como decía Artaud, sólo es posible a partir de un desmoronamiento central. Y el desierto crece...

miércoles, noviembre 03, 2004

Una pasión que no se consume

Fuera de la música, todo, incluso la soledad y el éxtasis, es mentira. Ella es justamente ambos, pero mejorados.
(Emile Cioran).

Anoche en el programa de radio que sigo hubo una entrevista con Silvano Bussotti, con motivo de la representación de dos óperas suyas, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, a partir de mañana y hasta el sábado. Para los que asistan (yo no podré, por desgracia), fue un prólogo muy bueno, en donde se comentaron anécdotas y aspectos técnicos de las obras, además de hablar el compositor de otras inquietudes suyas, como el cine o la pintura.



De momento, y hasta que pueda ir a Madrid para un concierto sinfónico, me tengo que conformar con las grabaciones, limitadas aunque a veces llenas también de una suave magia, como la de Patrick Cohen tocando Satie. Las Gnossiennes y las Gimnopédies se van alternando con otras piezas igualmente breves, como las Piezas frías. Este pianista no apuesta ni por la jovialidad ni por la fluidez blandengue, articula muy bien y es expresivamente seguro, firme, con esa poesía del despojamiento que el músico francés quiso transmitir, a contracorriente de su tiempo. Uno de los anarquistas y quínicos mayores que han existido.

martes, noviembre 02, 2004

Los hombres, esos mamarrachos

EL PERRO CELESTIAL


No puede saberse lo que un hombre debe perder por tener el valor de pisotear todas las convenciones, no puede saberse lo que Diógenes ha perdido por llegar a ser el hombre que se lo permite todo, que ha traducido en actos sus pensamientos más íntimos con una insolencia sobrenatural como lo haría un dios del conocimiento, a la vez libidinoso y puro. Nadie fue más franco; caso límite de sinceridad y lucidez al mismo tiempo, de ejemplo de lo que podríamos llegar a ser si la educación y la hipocresía no refrenasen nuestros deseos y nuestros gestos.
"Un día un hombre le hizo entrar en una casa rícamente amueblada y le dijo: 'Sobre todo no escupas en el suelo'. Diógenes, que tenía ganas de escupir, le lanzó el lapo a la cara, gritándole que era el único sitio sucio que había encontrado para poder hacerlo" (Diógenes Laercio).
¿Quién, después de haber sido recibido por un rico, no ha lamentado no disponer de océanos de saliva para verterlos sobre todos los propietarios de la tierra? Y, ¿quién no ha vuelto a tragarse su pequeño escupitajo por miedo a lanzarlo a la cara de un ladrón respetado y barrigón?
Somos todos ridículamente prudentes y tímidos; el cinismo no se aprende en la escuela. El orgullo, tampoco.
Menipo, en su libro titulado La virtud de Diógenes, cuenta que fue hecho prisionero y vendido y que le preguntaron qué sabía hacer. Respondió: "Mandar", y gritó al heraldo: "Pregunta quién quiere comprar un amo".
El hombre que se enfrentaba con Alejandro y con Platón, que se masturbaba en la plaza pública ("Plugiere al cielo que bastase también frotarse el vientre para no tener ya hambre"), el hombre del célebre tonel y de la famosa linterna, y que en su juventud fue falsificador de moneda (¿hay dignidad más hermosa para un cínico?), ¿qué experiencia debió tener de sus semejantes? Ciertamente la de todos nosotros, pero con la diferencia de que el hombre fue el único tema de su reflexión y de su desprecio. Sin sufrir las falsificaciones de ninguna moral ni de ninguna metafísica, se dedicó a desnudarle para mostrárnosle mas despojado y más abominable que lo hicieron las comedias y los apocalipsis.
"Sócrates enloquecido", le llamaba Platón. "Sócrates sincero", así debía haberle llamado. Sócrates renunciando al Bien, a las fórmulas y a la Ciudad, convertido al fin en psicólogo únicamente. Pero Sócrates - incluso sublime - es aún convencional; permanece siendo maestro, modelo edificante. Sólo Diógenes no propone nada; el fondo de su actitud y la esencia del cinismo, está determinado por un horror testicular del ridículo de ser hombre.
El pensador que reflexiona sin ilusión sobre la realidad humana, si quiere permanecer en el interior del mundo y elimina la mística como escapatoria, desemboca en una visión en la que se mezclan la sabiduría, la amargura y la farsa; y, si escoge la plaza pública como espacio de su soledad, despliega su facundia burlándose de sus "semejantes" o paseando su asco, asco que hoy, con el cristianismo y la policía, no podríamos ya permitirnos. Dos mil años de sermones y de códigos han edulcorado nuestra hiel; por otra parte, en un mundo con prisas, ¿quién se detendría para responder a nuestras insolencias o para deleitarse con nuestros ladridos?
Que el mayor conocedor de los humanos haya sido motejado de perro prueba que en ninguna época el hombre ha tenido el valor de aceptar su verdadera imagen y que siempre ha reprobado las verdades sin miramientos. Diógenes ha suprimido en él la fachenda. ¡Qué monstruo a los ojos de los otros! Para tener un lugar honorable en la filosofía, hay que ser comediante, respetar el juego de las ideas y excitarse con falsos problemas. En ningún caso el hombre tal cual es, debe ser vuestra tarea. Siempre según Diógenes Laercio:
"En los juegos olímpicos, habiendo proclamado el heraldo: 'Dioxipo ha vencido a los hombres', Diógenes respondió: 'Sólo ha vencido a esclavos, los hombres son asunto mío'."
Y, en efecto, los venció como ningún otro, con armas más temibles que las de los conquistadores; él, que no poseía más que una alforja, el menos propietario de los mendigos, verdadero santo de la risotada.
Tenemos que agradecer el azar que le hizo nacer antes de la llegada de la Cruz. ¿Quién sabe si, injertada en su desapego, una malsana tentación de aventura extra-humana le hubiera inducido a llegar a ser un asceta cualquiera, canonizado más tarde y perdido en la masa de los bienaventurados y del calendario? Entonces es cuando se hubiera vuelto loco, él, el ser más profundamente normal, porque estaba alejado de toda enseñanza y toda doctrina. Fue el único que nos reveló el rostro repugnante del hombre. Los méritos del cinismo fueron empañados y pisoteados por una religión enemiga de la evidencia. Pero ha llegado el momento de oponer a las verdades del Hijo de Dios las de este "perro celestial", como le llamó un poeta de su tiempo.

BREVIARIO DE PODREDUMBRE (Extracto)
Taurus. Madrid, 1972
Prólogo de Fernando Savater
AUTOR: E.M. Cioran (Rasinari - Rumanía, 1911)



Acabo la lectura de Plataforma de Houellebecq. Valérie y Michel, tras su segundo viaje a Thailandia, deciden quedarse allí para vivir, ella regentará el resort y él le ayudará, dejará también su trabajo de funcionario, la vida occidental a la que nunca se acostumbró. Ella le pregunta que si no se aburrirá, mira que aquí no hay vida cultural, le dice... Allí él ha conocido a un alemán que es traductor, que se ha casado con una chica nativa que conoció en un salón de masaje, y con la que tiene dos niños. A Michel no le gustan esos pequeños monos alborotadores, pero se prepara por si a V. le entra la vena... Ella responde, a la pregunta de Jean-Yves, su jefe, que en Occidente no hay más que productos de diseño. La verdadera vida siempre está lejos, en otra parte. Tengo ganas de escapar de aquí, pero como decían los de La Polla Records en un tema, "ya no hay donde huir".