jueves, noviembre 25, 2004

Música incidental

Dadle a cualquiera un martillo neumático y será feliz. Desde que comienzo hasta que desaparezco en la sala oscura, el ruido ensordecedor me acompaña como un motuo perpetuo insoportable. En cada rincón, cada cien metros o menos, una obra, una zanja: esto es Málaga, la perla del Mediterráneo. Y todo el mundo parece acostumbrado a esta tormenta de tormento, y en la Plaza de la Merced cada quien disfruta de su litrona, de su pelota, las palomas vuelan bajo, la modorra histérica de las cuatro de la tarde. No es posible aguantar mucho, y sin embargo...

De la película hablaré en otro momento. Sigamos con esta rapsodia negra este espasmo del asfalto, esta inercia de la razón sincopada. Una librería de segunda mano me hace pensar en un sueño tenido anoche, cuando me encontraba por el barranco de la infancia al dueño de otra tienda, una que presume de ser la más grande de este tipo, de libros usados, y ese tipo, inglés, me acusa de haberle robado a lo largo de todo este tiempo (¡años!) como doscientos libros, algo que me turba la hierba alta, la sombra de todas las noches. Luego estoy en otra tienda busco discos de vinilo algún tocadiscos, pero el dueño tiene un problema con un cable y trato de aydarle, pero eso que saca es obsceno, como al que le disparan en el vientre y se le salen las tripas. De nuevo en el Centro Cultural de la Diputación, pero me deprimo y necesito salir pronto. ¡Ni dos libros de Nabokov una vergüenza! esta biblioteca es para quemarla, y no se perdería mucho. Por la puerta me encuentro con el director de una orquesta local, que dará el tradicional concierto de Navidad. Adónde habrá dejado a la Ally McBeal de entonces. Camino hacia otra librería, pero rien de rien. Me paso por la sede de la Sociedad Filarmónica, en el antiguo Conservatorio de María Cristina, la entrada para escuchar al Cuarteto Moyzes cuesta 10 €, así que me marcho (en todo caso, me habría colado, pero la chica está atenta; eso sólo puedes hacerlo aprovechando el descanso). Me dirijo hacia la Plaza de la Constitución, en donde ya han colocado el falso árbol para adornarlo, es todo tan tradicional que da asco. En un frío banco de mármol (los favoritos de estas plazas desangeladas) veo a una "actriz" que salía una temporada en la telenovela Arrayán de Canal Sur: es pequeña y bonita y está hablando con un amigo sentada en postura india, se queja de que a alguien le da igual, vete tú a saber. Me siento en el banco que sigue y la miro de vez en cuando, anque lo que observo es el paso de la gente, cada cual a su destino, estos espectros, como dice Rachel en su blog que leía en otra época no tan lejana. Qué diferente este flujo del de Madrid, aquí la gente camina a paso humano, asquerosamente humano, cuando lo que a mí me excita y de verdad necesito a veces es la velocidad, ese trepidar de la gran ciudad, ese acelerar y no mirar a nadie, y no conocer a nadie, joder, no quiero reconocer a nadie ni que me reconozcan, pero viniendo por calle Carretería he visto a un tipo de mediana edad, elegante, con su nueva compañera, camino del concierto, ya ha dejado a la rubia de plástico que era de lo que hablábamos mi ex y yo, cuando íbamos a esos conciertos para gente burguesa, gente bienpensante, qué asco por favor. Y ahora en la plaza en donde ondeaba una bandera española enorme,aunque no tanto como esa monstruosidad de la Plaza de Colón en Madrid, acabo de ver a otro tipo que solía ver por el kiosco de Jose, soy un fantasma qué hago todavía por estas calles tranquilas y ruidosas, esta mezcla insufrible de ruido obrero fascista que por la noche se transforma en la falsa calma de los espectros camino a casa, camino a su falsa comodidad, mientras en la Plaza de la Merced los borrachos siguen hablando y chillando y en calle Ollerías, tipo Lavapiés pero en ridículo, los chulos, las putas y los vulgares se echan otro trago y saltan a la comba con las garrapatas y los escombros. Una calle una ruina una casa abandonada. Yo te quiero especulación. Asquerosa. Me gustaría vivir en una ciudad pequeña y tranquila, como Salamanca o Pontevedra, deliciosas; o bien, en Madrid o Nueva York, y meterme de lleno en el pandemónium. Pero esta tibieza, esta vulgaridad mediterránea, esto no. Asquerosa, no te soporto, llena de pijas y pijos y espectros.