viernes, septiembre 30, 2005

Vuelta a Málaga

Así que volví de nuevo a las andadas. Pero esta vez, por unas calles diferentes, calles que nunca frecuenté, apenas, y siempre de pasada con el autobús. Me refiero al paisaje que cruzan los personajes de Accidentes íntimos de Justo Navarro (Anagrama, 1990; Premio Herralde ese año). Ruby, la protagonista; Hanna, la alemana que aloja en su casa desde hace unos ocho meses, y que de alguna manera viene a cambiar su vida de la rutina mortificante. Y Félix, su amante, al que decide dejar no sin resistencia por parte de éste. Y su hermana Victoria, por la que la confunden algunos. Y su padre, que desea pasar un tiempo con ella, porque quiere ya dejar ese hotel en donde tiene que estar por un tiempo. Victoria, que quiere saber de su ex, Gabriel. Victoria, que trabaja para una escritora en Nerja. Avenida de Príes, en donde está el restaurante Palo Cortado, en donde comienza la mejor Málaga, la ciudad hacia el Este, hacia el bienestar (porque Málaga es sucia, huele mal, está mal urbanizada). Paseo de Reding, y los bares que hay por ahí, frecuentados por funcionarios y ejecutivos. Calle Gutemberg, en donde hay una famosa clínica ginecológica, y también la mejor veterinaria de la ciudad, y bajando, el paseo marítimo, y muy cerca, el mar... Pero hay un problema: como en otros trabajos de JN, la escritura es fría, casi gélida por momentos, y encima con esa manía de los diálogos internos, sin guión, es un lío al leer. Navarro ha leído muchas historias de espías, detectives, ha visto cine negro a raudales, y eso se nota. La acción es poca, lo que cuenta es la observación, por eso Hanna es fotógrafa e instala su cámara sobre el trípode y fotografía siempre lo mismo, a los conductores parados en el semáforo de abajo. Hanna se intenta suicidar, pero no se mata. A partir de ese suceso, Ruby (que no es su verdadero nombre) se siente extraña, como si todo a su alrededor se hubiese cambiado de sitio, y las voces escuchadas ya no pertenecieran a la misma persona, y los malentendidos de pesadilla fueran lo cotidiano, y la música se duplica en distintos lugares. Pero este proceso de extrañamiento, ese insistir en las imágenes televisivas absurdas, aparato sin sonido, no basta. El lector no entra realmente en la historia, es como si la viera a través de un cristal muy grueso. Una pena, porque todavía me quedan unas cuantas páginas, y no sé si podré seguir.

jueves, septiembre 29, 2005

Miserias IV

En el miniciclo que Canal 2 Andalucía está dedicando a Ken Loach, anoche dieron una más reciente, de 1998, titulada Mi nombre es Joe, y que en su momento no vi en el cine. Es un drama perfecto, con guión explosivo de Paul Laverty, autor de otros para este director. La música es nada menos que de George Fenton, y en la banda sonora se incluyen canciones de otra época (los protagonistas en cierto momento hasta juegan a adivinar qué canción es). La historia es bastante sencilla y apegada a la más cruda realidad: Joe, alcohólico que acude a Alcohólicos Anónimos (una de las sesiones es el intro del filme), parado, entrenador de un equipillo de fútbol para tratar de mejorar a un grupo de yonquis y chicos con problemas (qué casualidad, ayer daban un partido de la Champions al mismo tiempo). Por otro lado, Sarah, asistenta social, vive sola, pero al menos tiene un sueldo y una casa. Y una pareja infernal, Sabine y Liam, éste también jugador del equipo amateur y que servirá para que Joe entre en contacto con Sarah. Comienzan lo que se puede llamar una relación, pero pronto ella se da cuenta que es una relación forzada, y que debajo hay secretos que merecen seguir escondidos. Hacia el final, en esa parte de veinte minutos últimos, el ritmo de la película es decididamente fuerte. Y me hizo pensar en Lloviendo piedras, en donde una acción secreta y desesperada desencadena la tragedia. Pero, la pregunta es: ¿por qué el protagonista tiene que llegar a esos extremos? ¿no es acaso la sociedad, la falta de salidas, el no poder decidir, lo que hace que Joe actúe de esa manera? Pero su ayuda sólo parece servir para empeorar las cosas, y está a punto de costarle la relación con Sarah, que es su única tabla de salvación cuando todo a su alrededor se hunde (esta lucha por mantenerse junto a ella, esos dos raptos de separación, son de lo más realista y valioso de una película extraordinaria por su realismo). Al final, pasa lo que parecía inevitable. El final, como no podía ser de otra manera, es cortante, con un punto de paz, de esperanza. Nos quedamos pensando en ese momento de verdadera calma, cuando Joe en su habitación le cuenta a Sarah cómo consiguió la cinta que ahora escuchan en el radio-cassette, el Concierto para violín, op. 61 de Beethoven. Nos quedamos con esa maravilla, en mitad de la desolación. La música verdadera, como remanso de paz en mitad de un infierno de drogas, paro y malas palabras.
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Todas se drogan, lo que importa es que no se vea.

Kate, cariño, deja la coca, que no te hace bien.

martes, septiembre 27, 2005

F is por fake




Me quedo pensando en lo que dice Javier sobre mis apreciaciones un poco apresuradas acerca de Vila-Matas. Y es verdad, no he acertado con él, para nada. He leído esa "novela" de aprendizaje entera, sí, pude llegar hasta el final, más bien aburrido, pero la acabé. Y no he pasado más allá de la página 50 de El mal de Montano. Por eso, puedo decir y diré, y si yerro, pues vale, que Vila-Matas es un impostor; que el narrador de París no se acaba nunca juega tan bien con el lector, y sobre todo con el que no ha leído la obra citada de Hemingway, que consigue hacer creer que lo que le sucedió en París en los años setenta es verdad, cuando me parece que casi nada es verídico, sino traspuesto de la información del norteamericano. Pero claro, esto no lo sabía entonces, hace una semana, y ahora me doy cuenta de algo peor: Hemingway miente también. En el prefacio ya lo anuncia, pero soy tan ingenuo, que he vuelto a tragar: "Si el lector lo prefiere, puede considerar el libro como obra de ficción. Pero siempre cabe la posibilidad de que un libro de ficción arroje alguna luz sobre las cosas que fueron antes contadas como hechos". Y me he dado cuenta cuando ya estoy en las últimas páginas, en el largo capítulo dedicado a su amistad con Scott Fitzgerald, F. Scott F. En una nota de la página 1115 de mi edición, hay una nota del traductor (Gabriel Ferrater), en donde se nos dice que H. y otros amigos, como los Fitzgerald, estuvieron en esa estación balnearia de los bajos Pirineos en el verano de 1925, no 1926 como dice en la obra. Y también H. advierte al comienzo que dejará muchas cosas sin contar, y las que cuenta, seguro que muchas son inventadas, o distorsionadas. Ese capítulo sobre Scott es realmente desolador, y a ratos divertido, y hasta nos apiadamos del engreído y alcohólico Scott, y luego de su mujer Zelda, que le impide escribir y a la que terminan internando en un manicomio. Pero sea como sea, y aunque Hemingway no nos diga toda su verdad, uno siente, yo al menos, que hay verdadera literatura testimonial aquí, que hay una vida entre sus páginas, mientras que en la obra de VM sólo aparece polvillo de momia. Él mismo se refiere en su "novela" a una película de Welles, que le abrió el cielo de su verdadero camino, el camino de la impostura. Su París es el París de los farsantes, de los exhibicionistas baratos que quieren ser estrellas del futuro marketing literario. Mientras que el París de H. es todavía el de la ciudad que huele a pueblo, en donde se pasa hambre, se dice lo que se come y lo que se bebe (nunca te fíes de alguien que no importancia a la gastronomía), y sobre todo, se dicen las cosas como son. Cuando hay que insultar a alguien, es mejor hacerlo, o la rabia se te volverá una pelota, un odradek asqueroso.

lunes, septiembre 26, 2005

Málaga, domingo

El sábado por la tarde, tomamos tranquilamente vino mientras charlamos de viajes y otras cosas. El vino es un tinto llamado Gadea 2004, un vino joven D.O. Sierras de Málaga (Mollina), de aromas afrutados, ideal para quesos y entrantes. Es la primera vez que lo pruebo, y hay algo en él que no termina de gustarme, pero seguimos bebiendo mientras descansamos y nos preparamos para el festín de la noche. Los quesos son afrutados: cebolleta, albaricoque, piña... Es hora de irse. Ahí fuera, el Parque parece el camino perfecto para el País de la Felicidad.
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Los domingos en Málaga son muy aburridos, como en cualquier otra ciudad, un domingo, y más terrible aún por la tarde, que son el escenario ideal para el suicidio. En lugar de eso, subimos hasta Gibralfaro, en donde a esa hora sólo hay unos pocos turistas, guiris y gente así, pero de noche se supone que sube otra fauna, porque vemos algún que otro envoltorio de Durex, una caja de cartón de pizza, latas y otros objetos de consumo rápido. Desde el mirador que hay cerca del Parador se obtienen las mejores vistas de la ciudad, lo malo es que esa mañana está un poco neblinoso, una pena. Se ve perfecta la Plaza de Toros, el Puerto, el Palacio de Justicia, todos los "rascacielos" de la zona de la Malagueta, y hasta el caminito de la playa. Desde aquí, tratamos de averiguar detrás de qué torre se esconde, como una flor embelesadora, el Café de París.
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Hay sitios que no me gustan nada, lugares como esta Casa del Piyayo, con su barra en forma de barco, su marea de gente, su vocerío imparable. Y como si mis temores fueran perfectamente fundados, ahí está, me manchan la camisa con ese jugo anaranjado de las gambas, es como un proyectil líquido que viene del frente, invisible, pero efectivo cien por cien. Por suerte, se puede limpiar y no queda ninguna mancha. Pero salgo de allí asqueado. Porque el sitio que trataba de encontrar es el Clandestino (calle Niño de Guevara), un local bastante amplio, con varias zonas para tapear, tomar ensaladas (lo mejor de la casa) o pedir algo más tipo menú. Me decido por una ensalada Babilonia (humus de bacalao con revuelto de pimientos, presentado dentro de hojas de lechuga morada, y con el plato enorme decorado con miel de caña y pimentón). Una pequeña orgía vegetal, más dulce que salada, que por eso M. apenas la prueba. Al rato, advierto que el local tiene un defecto muy común: es tremendamente ruidoso, no sólo porque no está insonorizado y las conversaciones machacan el oído, sino además porque la música de la sala está altísima por momentos. La decoración es rústica, la puerta de los aseos parece de cortijo, y sólo hay un lavabo común, así que cuando salgo veo a una mujer joven que ayuda a un niño a lavarse las manos, y me da asco, porque no soporto los niños en los restaurantes. Al salir, casi no queda nadie en la calle, y es que aquí la siesta es sagrada; y los que no echan siesta, estarán en alguna comilona de boda, que ya escuchamos los coches por el túnel de la Alcazaba. En el Parque, en la sobremesa, sólo rusos, y también sudamericanos tendidos en la hierba. En la Plaza de la Marina, una feria de artesanía, algo que me aburre profundamente. En el CAC ya no está la exposición de Neo Rauch, creo que están montando la de Jaume Plensa, y han puesto dos nuevas, de dos irlandeses, una autora de vídeos y otro autor de Macnamara Motel, ninguno de los dos me dice nada. Los Jardines de Picasso, un parquecillo sombrío, es ya el remate de la fatal melancolía de domingo tarde: sólo algunos padres con los niños, niños más crecidos macarras, una pareja que se mete mano en un banco, no son adolescentes, joder, tendrán más de treinta años, qué patético. Ya de noche, por los alrededores del Centro Comercial Larios, ese tontódromo por donde se pasean los macarras de los coches discoteca, y en donde apenas se puede estar un rato tranquilo. Me fijo en un mendigo con un tic nervioso pronunciado en los brazos, de pronto está mirando fijamente a ninguna parte, de pronto fuma ansiosamente... Es hora de largarse.
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Hemingway por París, en los años veinte. Dos casas en donde vivió: 74 rue Cardinal Lemoine, y 113 rue Notre-Dame-des-Champs, encima de una serrería. Muy cerca de esta última, dice que había uno de los mejores cafés de la época, no de los exhibicionistas (como de los que hablará años después VM), sino de los tranquilos, frecuentados por viejos, savants y gente que también ha estado en la guerra: Closerie des Lilas. Es muy curiosa su narración del encuentro con Ford Madox Ford, que es calificado de mentiroso y se nos aparece como un poco trastornado. Hay una visión, la de Aleister Crowley, "el de las misas negras. Tiene fama de ser el hombre más malvado del universo", le dice a H. un camarero poco después. Y el otro decía que era Hilaire Belloc, un simple rufián.
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Ahora, un poco de música, de la de verdad: el cuarteto de cuerda nº 4 de Gloria Coates, Glissandi Queen, de 1976, que se divide en tres secciones: molto sostenuto espressivo; adagio molto con espressione; y allegretto scherzando. Música sin inhibiciones, música que fluye, música que se despliega por el aire lleno de espectros. Espectros que son recuerdos de otros días, días que irán a parar a los sueños, sueños que se convierten en realidad, cuando se piensa en ellos intensamente.

París

Así que decidí ir directamente al original, Hemingway, París era una fiesta (en Obras Selectas II, Planeta, 1975). Y empiezo a leer, y me doy cuenta que eso mismo ya lo he leído en Vila-Matas, es decir, que él ha pergueñado, pienso, párrafos enteros y hasta copiado un montón de "escenas" del libro de su ídolo literario de juventud. El escritor norteamericano estuvo en la capital francesa entre 1921 y 1926, y allí dice que fue muy pobre y muy feliz. Viviendo en un piso pequeño en compañía de su mujer, haciendo alguna que otra escapada a la montaña, yendo a las carreras de caballos para apostar, comiendo en restaurantes baratos (y alguna vez en uno caro como Michaud, en donde solía ir Joyce y familia), haciendo el amor a la noche, y escribiendo, dejando su mente perderse, y tras acabar, pensar en otra cosa, como irse alguna vez a España a pescar, o ver a su amiga Gertrude Stein, que me parece una malísima escritora y una lesbiana bastante malvada, pero bueno. Uno se entusiasma con la escritura tan peculiar de EH, que usa mucho del "y... y... y...", prueba de su propia fuerza vital. Es una persona para la que el día tendría que tener cuarenta y cinco horas por lo menos, tal es su voluntad arrolladora. Cuando acabe este relato vital, voy a leer algunos de sus cuentos que se incluyen en este volumen también. Por ese tiempo HM es corresponsal de varios diarios, uno de Toronto, y eso le da sin embargo poco dinero. El dinero no da la felicidad, pero la hace posible.
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Me pasé todo el sábado comiendo y bebiendo, porque, ¿qué otra cosa se puede hacer un sábado en una ciudad como Málaga, que no tiene Auditorio ni lo tendrá en mucho tiempo, y que no tiene Filmoteca, y que sólo da pelis francesas a las nueve y cuarto de la noche? Primero fuimos a El Naranjo, un restaurante en calle Ayala (38), por la zona de la RENFE. Había leído que era un buen sitio de vinos y de carnes. Está medio oculto por la vegetación, pues antiguamente eso sería un chalecito, o casa mata grande. La decoración es simple y alegre, dominan los tonos azules claros y algo de amarillo. Hay varios comedores, la mala suerte fue que en uno anexo al que estábamos había un cumpleaños, y conforme iba avanzando la tarde, los niños y sobre todo las niñas, se iban poniendo cada vez más pesaditos. Probamos un vino de Toro (Camparrón crianza '99), que no estaba mal. Como no soy muy carnívoro, más bien al contrario, decidí tomar sólo un plato de ventresca con pimientos del piquillo, aderezado con ensalada-picadillo típica andaluza. Se estaba bien, porque en el comedor nuestro sólo había otra mesa ocupada, lo malo ya digo, el cumpleaños (me podría enzarzar en una larga discusión sobre la conveniencia o no de los niños en estos sitios, pero vamos a dejarlo). El servicio, regular, estamos hablando de un sitio del montón, qué le vamos a hacer. Buenos camareros sólo los hay en los sitios caros-caros.
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Luego, hay otros lugares, como el Café de París: actualmente, el mejor restaurante de Málaga, en un tiempo en que se abren muchos restaurantes y algunos aspiran a lo alto también, como Palo Cortado, o Manducare (Muelle Heredia, 2), o MR1 (Campos Elíseos, s/n, encima del Museo Municipal). Pero el restaurante de José Carlos García está en otro nivel, ya aparte la estrella Michelin, que también cuenta. Desde su misma entrada nos hacemos una idea del sitio, nada que ver con lo que hemos visto antes o lo que veremos después. Los premios se le acumulan, y su fama es ya conocida fuera de España, pues aparece en todas las buenas guías turísticas y de restauración. Desde que entras, te sientes en un sueño, un sueño del que no quisieras despertar: cuando me dio por preguntarle a M. por la hora (se me jodió el reloj el fin de semana, jeje), me dijo que ya eran las doce, ¡las doce, no puede ser! El paraíso es la comida, por supuesto (no te fíes de un restaurante en donde la comida no sea lo mejor del sitio), pero hay que decir que el servicio de mesa es bastante profesional (aunque podría ser mejor), realizado por unas chicas bastante simpáticas, al menos una de ellas que era la más asidua de nuestra mesa. Me sorprendió un poco que hubiera hilo musical, pero es tan sutil que apenas molesta. En la mesa, los platos y cubiertos iban cambiando con cada cambio de comida, y esto ya era parte del sueño. La flor era preciosa. El salón de abajo estaba casi vacío, sólo una pareja al fondo, políglotas, luego se fue llenando, poco a poco. En fin, la comida (la carta cambia todas las semanas, pues es de mercado, la que había estaba hecha el 17 de este mes): los aperitivos, no entusiasman (se te ofrecen, pero luego son cobrados, atención). Me decidí por el menú de mercado, ya que el de degustación me pareció demasiado, no suelo comer tanto de noche. Creo que es la mejor manera de conocer la cocina refinada de esta casa. El ajoblanco con uva Moscatel, delicadísimo y sorprendente, pues la típica uva ha sido convertida en gelatina y no aparece hasta la mitad del plato; el "pan divino" de sardinas marinadas con higo chumbo no me terminó de gustar, por los contrastes tan marcados; el pescado de roca (no recuerdo el nombre que dijo), con una salsa y vinagreta y unos brotes de no-sé-qué, muy poco hecho (como es la tendencia), bastante bueno, aunque estoy acostumbrado a que esté más hecho; el rabo de toro glaseado con Parmentier de patata, muy tierno, deshuesado, una delicia. Y finalmente, un pastel de chocolate con mandarina, que tampoco me convenció, sobre todo por lo helado de la fruta que venía encima (aunque la salsa estaba muy buena). La carta de vinos es en realidad un libro, en donde aparecen tantos, que la selección puede llevar un rato: hay sobre todo monovarietales, de casi todas las zonas vinícolas de España y de otros países productores. Al final me decidí por un Taurus '02 (D.O. Toro), que estaba bueno, aunque me hubiera gustado probar otros más. Con los postres, me pedí una copa de uno dulce, San Emilio (Pedro Ximénez), realmente delicioso. Nos trajeron otra sorpresita, una especie de turrón con chocolate blanco y en una probetas, zumo de sandía y melón, los dos colores sin mezclar hasta que te lo bebías (pero esto no vale mucho, la verdad). La visita al aseo, en la primera planta, agradable. Me fijé en la imponente escalera, de madera oscura, los estantes de abajo llenos de libros de cocina, toda la maravillosa y cálida decoración del sitio (aunque me di cuenta que el comedor de arriba no tiene el encanto del de abajo). Qué pena despertar de este sueño, qué divertida noche, y qué horrible despertar el domingo, sabiendo que todo o casi todo estaría cerrado. Pero siempre nos quedará París...

viernes, septiembre 23, 2005

Miserias III

Veo Balseros, un documental realizado por dos catalanes a lo largo de varios años, en donde se nos cuenta las aventuras y desventuras de un grupo de cubanos y de sus familias: algunos hombres y mujeres que decidieron lanzarse al mar en 1994 en una triste barca realizada con maderas y gomas de neumáticos, apenas velas, formando parte de un éxodo masivo de gente que huía de la eterna depresión económica de la isla. Poco después Clinton y Castro decidían cerrar las fronteras y dar órdenes para que parase el flujo de gente en el mar y las costas. Algunos murieron, otros fueron rescatados y llevados a la base de Guantánamo. La primera parte del filme, a ritmo de salsa, nos mete de lleno en las casas y el ambiente de la isla, la preparación de la hazaña. Todo parece precario pero la paradoja es que la gente parece feliz, feliz de poder intentar su sueño. Incluso luego, en la segunda parte en la base maldita USA, los rescatados y allí prisioneros están contentos y sonríen a la cámara, muestran sus camastros y pertenencias y esperan ansiosos el momento de ser elegidos para viajar a Miami, en donde algunos son esperados por sus familiares. La tercera y extensa parte está ya en Estados Unidos, siguiendo a esta gente y sus destinos azarosos. Llegada a la gran urbe del sur de Florida, entrevistas con representantes de la iglesia católica y su acción de caridad, que trata de encontrarles un destino con buena posibilidad de trabajo. Así es como comienza otro éxodo por el inmenso país: unos a New York, otros a Kentucky, a Connecticut... El documental tiene un ritmo perfecto, y muestra tanto a esta gente tratando de buscarse la vida en el nuevo país, como a sus familiares, esperando noticias, una imagen, dinero... Cinco años después, las cosas han cambiado. Uno dice que en NYC,la capital del mundo, si no aprendes, ya no aprendes en otro lugar..., la calle es dura, el país es duro en general, pero todos parecen dispuestos a integrarse en el sueño americano, aunque de sueño tenga poco, y más bien parezca a veces simple pesadilla. Uno olvida pronto a su mujer y su hija pequeña y busca otra mujer (para crear familia, para evitar la añoranza), cinco años después ya tiene otra, tuvo problemas con la anterior, que se ve que lo denunció por maltrato y destruyó parte de su casa. Otro parece que se accidentó en la fábrica, quedó medio paralizado de las piernas, se da por desaparecido, y los reporteros lo encuentran dentro de una especie de secta o iglesia fanática, hecho un majara perdío (como se dice aquí en Andalucía). Otra mujer con su compañero acaban en Alburquerque, Nuevo México, un lugar al parecer poblado por las drogas aparte el desierto; años después su hermana y su hija pequeña viajan para reunirse con ella, y con su testimonio se remata esta obra, con su decisión de no vivir con ella, para no perderse ella también (las dos tienen una pinta de zombis yonquis que para qué). Lo que concluí, según la iba viendo, era que esta gente huyó de la miseria de la isla caribeña para meterse de lleno en el capitalismo salvaje (todos ansían el carro, la casa, la buena vida que promete el Imperio), pero al final el tiro les sale por la culata, pues no hay felicidad, y menos Paraíso. Me preguntaba para qué todo ese ir y venir, para qué, para qué. Es el problema que también veo en los ecuatorianos, argentinos y demás inmigrantes en España: vienen con unas ganas tremendas de una nueva vida, pero la buena vida es otra cosa que integrarse en el Sistema de Consumo Global. Si no tienes una mínima educación, no eres una persona con un gusto por la cultura, si tus aspiraciones son sólo materiales, vivirás como una pobre cosa, aquí o en Alemania o en USA. Ésa, me parece, es la lección.
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Veo a una chica que va al instituto, con su larga cabellera rubia, su rostro ovalado ("de almendra"), mirada un tanto perversa, con faldita roja y... Y la imagino con una camiseta vista en el escaparate de una tienda, que dice I'M STILL A VIRGIN Unfortunatelly this is a really old T-Shirt.
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Vila-Matas y su PA-TÉ-TI-CA vida sexual en París, durante los años del aprendizaje o lo que sea (más bien creo que fue para espiar realmente a ese amigo, Javier Grandes, el que sale en las pelis y cortos underground de Adolfo Arrieta --que vi en su momento en el cine-club de La 2-- ). Con Petra, esa especie de novia secreta que tuvo en Barcelona antes del viaje, tan fea y proletaria (tan lejos de su clase social, ay, qué pena, este chico aspiraba alto). Apenas habla abiertamente de sexo, porque le interesa más la frivolidad de fiestas y terracitas de cafés literarios como el Flore. Se ve que con esa Petra, poco y malo (eso de que le sirviera para entrenar sin inhibiciones no me lo creo del todo), y encima le tiene que pedir dinero una noche que ansía ir a la fiesta de Paloma Picasso (VM es un tipo tan creído, que sólo tiene amigos de relumbrón). Pero luego nos cuenta cómo se lo montó con una tal Gilberta, una uruguaya de casi ochenta años, cómo le metió la mano en la bragueta..., y eso sí que es patético, sobre todo porque la vieja lo deja en ridículo, no le dice afeminado pero casi... En fin, que si alguien había aguantado hasta este punto del libro, aquí ya puede ir preparando la chimenea...

miércoles, septiembre 21, 2005

"Muy pobre y muy infeliz"




Sólo estuve en París una vez, medio día, o sea, que casi es como no haber estado nunca. En cambio, para otra gente que sí estuvo, como Vila-Matas, París no se acaba nunca. Eso es lo que puso Hemingway, su ídolo literario de juventud, en el último capítulo de su obra París era una fiesta. La "novela" de VM comienza en Key West, Florida (ahora bajo el huracán Rita), con un concurso de dobles de Hemingway en el que ha participado nuestro narrador nostálgico. Es que su sueño, si ilusión, es parecerse cada vez más al escritor norteamericano. Pero nada. Así que en París, en ese mes de agosto, decide redactar unas notas para una serie de conferencias, en las que recuerda sus dos años juveniles en la ciudad del Sena. Aquí ya comienza el juego con el lector, pues la novela que leemos se nos dicta a modo de conferencia. Lo que ahí se cuenta es la fascinación por París (aunque, ¿por qué no Nueva York, la capital del mundo?), desde aquel primer viaje que sólo duró cinco días, siendo todavía estudiante. Años después viaja para quedarse dos años, es en febrero de 1974. Vive en la rue Benoît, en una buhardilla de la sexta planta (edificio sin ascensor), propiedad de Marguerite Duras, que se convierte de paso en su consejera literaria.

La ironía es el tema central de la conferencia: "No me gusta la ironía feroz sino la que se mueve entre la desilusión y la esperanza. ¿De acuerdo? (Anagrama, 2003, p. 11); "Y no quiero ni pensar qué habría sido de mi brillante biografía sin aquella buhardilla" (p. 15). También es interesante repasar el fragmento 15, en donde habla de la ironía como artefacto para desacivar la realidad, y en donde cuenta un sueño de grandeza, uno en que se ve como el reinventor de la ironía. Esto es lo que menos me gusta de VM, ya lo he dicho antes: su ego tan grande...

Hay múltiples referencias a escritores, citas, etc., en un juego delicioso al que ya nos tiene acostumbrados. Algunas de ellas hasta me emocionan, como cuando se refiere a ese artículo de Magris, aparecido en Le Monde, sobre una conjura para asesinar al verano, y que reprodujo Babelia (p. 15). La historia de Jeanne Hébuterne, suicida, amante de Modigliani, es trágica, y el relato no tiene nada de divertido (aunque el final es de mi gusto, ¡qué asco de gimnasios y de gente sana!). La obra se estructura en breves "capítulos" o fragmentos, como prefiero llamarlos, no todos mantienen el mismo nivel de ironía y de brillantez y de ternura, hay algunos párrafos un poco tontos, como cuando dice que en París no hay catedrales ni casas de Gaudí; y otros en que se fuerza mucho el juego metaliterario, como cuando se refiere al cachivache Scott, el odradek de la Closerie des Lilas que es la "objetivación", digamos, de la amistad torcida entre Scott Fitzgerald y Hemingway.

Como al leer a Javier Cercas, te dan ganas de leer --por fin-- a Hemingway, y eso es lo que haré en breve (sobre todo sus cuentos y el relato de su estancia en París, claro).

martes, septiembre 20, 2005

Deprimente II

Leo la reseña de Manuel Hidalgo sobre Doctor Pasavento de Vila-Matas, en El Mundo del sábado 10 de septiembre: El viaje hacia la desaparición del humorista angustiado. Ya el título de la "crónica", y la sección en que se ubica (Los imperdibles) echa para atrás, con esos títulos tan rimbombantes, pero eso no es todo. Es una reseña hecha por un lameculos, alguien que dice sí, y viva el marketing. No es ya que VM no sea un novelista, es que dudo que sea siquiera escritor. Es, de todas formas, un cínico de cuidado, el mayor de las letras actuales, y eso se demuestra sobre todo en la travesía de paradojas de la "novela", y que como señala Hidalgo: "El narrador se huele que su deseo de desaparecer en el más loco anonimato --la locura, otro tema del libro-- puede ser la tapadera de un incontrolado afán por redimensionar y dar notoriedad a su yo". VM tiene un ego tan grande, tan extenso, que necesitaría años para abarcarse, de ahí que todas las temporadas nos endose Anagrama (su amiguito Herralde) un "libro" suyo, de esta metaliteratura o autoficción, me da igual la etiqueta, la cuestión es que resulta patético y deplorable. Ahora la toma nada menos que con el angélico Robert Walser (menos mal que no le dio por Pynchon), como si citándolo pudiera ponerse a su altura. No se vuelve loco quien quiere, no desaparece cualquiera. Este tío lo que quiere es más publicidad, más fans fatales, o no, y seguir con su cuento de todos los años. Ya el remate demencial del lameculos de Hidalgo es la sugerencia final: ¡un índice onomástico en los libros del escritor!
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Ciudades arruinadas. Lo de Isla Mayor sigue su curso, su curso delincuente: algunos tipos entran en la cárcel, después que casi todo el pueblo acudiera en protesta a Coria del Río, donde están los juzgados, pidiendo actuaciones contundentes contra los delincuentes de una banda llamada la Banda del Pimiento. Andalucía. En una barriada de Sevilla, alguien protesta de forma divertida (aquí el humor sí que funciona) contra el vandalismo cerca de su casa, contra la pasividad de la policía y sobre todo el cinismo del alcalde, "convivencia", jaja. Ruidos en Periana, el que era un pueblo blanco de la Axarquía, y que ahora está invadido por los nuevos bárbaros motorizados. Es mejor no seguir, porque la lista sería demasiado larga.
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Philip Glass estrena con éxito su nueva ópera, basada nada menos que en Esperando a los bárbaros de Coetzee. Yo sigo con la novela que ya dije ayer, ahora estoy en un momento crítico, cuando Michael K está internado en ese campo de trabajo, y no sabe, impotente, qué hacer (pero se le dice, si trata de saltar la verja, será peor, lo llevarán a un lugar más malo...). Era mejor en las montañas (qué pasaje tan maravilloso, K el eremita que se alimenta de flores e insectos), era mejor en la granja, era mejor en la carretera, era mejor incluso en Cape Town. Porque esto, esto, es una pesadilla.
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Hidalgo, vete a mamarla.
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Lo único reconfortante es ver el rostro de María Valverde, desde la portada de una revista, con esos labios de fresa. Y ahora espera el estreno de Melissa, el papel que ha turbado sus últimos meses. Iré a verla, no por la tonta comepollas de la italiana, sino por María V. No es el sexo por el sexo, es su mirada, es algo más... Tiene dieciocho años, y es tan fresca, todavía no corrompida; me perdí La flaqueza del bolchevique, qué fallo. María, María...
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La moda, o cómo envolver el vacío.

lunes, septiembre 19, 2005

Deprimente

Lila dice: una película maravillosa, dirigida por Ziad Doueiri, un libanés afincado en Francia que cuenta aquí una extraña historia de amor, y que como señalaba el crítico de El País en su reseña de hace unos meses, muestra la distancia, casi abismo, entre lo que se dice, lo que se sueña, y lo que verdaderamente se lleva a cabo, y esto es mucho más pronunciado en la adolescencia. Lila (maravillosa Vahina Giocante) es esa chica que a todos nos gustaría conocer, o mejor dicho, nos hubiera gustado conocer, porque a estas alturas, es difícil que aparezca..., la C. de mi época joven era sensual pero no libre, estaba esclavizada a un tipo no muy distinto a ese Mouloud amigo de Chimo. Ella se lo dice, que cómo puede juntarse con esa gente, tan distintos a ellos. Ella es capaz de formar una pequeña tormenta en las cabezas imbéciles, como se nota en el ambulatorio. Chimo tarda en entender, y cuando lo hace, tal vez es demasiado tarde. Lo que empieza siendo una historia de seducción se convierte en algo más complejo, más bello, más atravesado por esa maraña de fantasmas de la juventud más hermosa (desde luego, no cualquier chica podría hacer esto, y no sabemos si ha sido una lolita). Impecable la secuencia del paseo en moto por la zona del puerto. Sobra un poco la insistencia de esa banda sonora, como si el director no pudiese decir todo con las simples imágenes, poderosas muchas. Pero en general, es un filme delicioso, menos mal que la elegí en vez de Vodka lemon que daban dos salas más allá, porque ahí sí que hubiera sido deprimente.
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Ciudades arruinadas. Sevilla, sus alrededores. El Vacie, una barriada marginal habitada sobre todo por gitanos. Una mujer muestra un pie que ha sido mordido por ratas, dice un hombre. No hay trabajo, no hay limpieza, no aparece la policía, no hay nada de nada, sólo miseria. Me río bastante, es el documental más divertido que uno pueda ver, y es que esta gente es para partirse de risa. Andalucía: demasiados gitanos. Sanlúcar de Barrameda: un lugar imposible para vivir, denuncia alguien de Sevilla que estuvo, y adonde dice que no volverá. Se organizan competiciones de barbarismo, motos por la avenida, destrozos, ruido infernal. Es el paisaje consentido por las autoridades, para peor. Otro documental, esta vez Isla Mayor, un poblacho de la marisma sevillana, de camino a Doñana. Fue poblado hace décadas, cuando Franco (se llamó justo Villa Franco) quiso llevar los arrozales de Valencia a la zona nacional. Los jornaleros del arroz y demás industria ha dado paso en los últimos años, cuando el campo está en manos de una docena de propietarios y alguno más, y todo se ha mecanizado, a la delincuencia organizada. Ahora, el negocio que les queda es el tráfico de hachís vía fluvial. Eso en el documental fue soslayado, apenas se mostró, porque dicen que habrá otro reportaje sobre la cuestión. Los jóvenes del pueblo o dicen que se irán, una vez acaben el instituto (si es que lo acaban) o bien justifican el trapicheo al que se entregan. Macarras infernales, a quienes ningún empresario quiere dar trabajo, y cómo. Ellos quieren dinero fácil, como todos los jóvenes de la Costa del Sol que también se entregan a la droga para comprarse esos deportivos, etc. Droga, droga, y todo consentido. Andalucía, algo huele mal por aquí.
***

Yendo de Málaga a Nerja, cuando me aproximo al maldito lugar, una luna imponente se alza sobre el mar, anaranjada, es un decorado, nada más. No se vive con los decorados, en los decorados, debajo, la gente actúa, ahí abajo todo es vulgar, como lo que rodea a Lila es vulgar, sólo su fantasía, ayudada por su Álbum de recortes, es perfecta. Sentado en el parque, el domingo, al mediodía, el sol tibio que anuncia el otoño, que ya llega, pienso en ese sentido que se escurre, en esa falta de sentido por la que uno podría suicidarse. ¿Leeré 4.48 Psychosis? El domingo por la tarde, el mejor momento, pero no, mejor no, sería deprimente. Pero lo que empecé a leer, Life & Times of Michael K (Vintage, 1998) de Coetzee no es menos deprimente. Un niño que nace con el labio leporino, que es llevado a un centro para huérfanos (aunque tiene madre, su madre limpia casas), que luego trabaja en parques y jardines, que luego ha de ocuparse de su madre enferma, estalla una guerra civil, se tienen que ir al campo, dificultades para salir de la ciudad (Cape Town), la madre finalmente muere, él encuentra la casa supuestamente donde nació la madre... Cuando llega allí, después de muchas dificultades, Coetzee se acuerda de Robinson Crusoe; también hace su particular alegato contra el maltrato animal. Y cuando K pensaba que estaba solo en una isla..., pero ningún hombre es una isla. Escritura seca, sin poesía alguna, todo lo contrario que la novelette de Soler. Un primer capítulo, o parte, muy largo, avanzo despacio, todo lo contrario que cuando leo a Auster, que es todo magia. Es deprimente. Qué ganas de que llegue el sábado.

viernes, septiembre 16, 2005

Mondo Bizarro II

Había una vez un circo..., era el lema de nuestra infancia, los que nos criamos viendo aquel programa de los payasos de la tele. Pero el circo, como todo mundo cerrado en sí mismo, tiene un lado oscuro, un lado que ya conocimos, años después, al ver Freaks, aquella película escalofriante de Tod Browning. Antonio Soler parece haberla disfrutado mucho también, porque su novela ahora recuperada, que escribió hace veinte años, y publicada por Destino (La noche), es una vuelta de tuerca más a ese siniestro escenario. Es una novela corta, y de alguna forma, rompe un poco ese territorio por el que me he movido en las últimas semanas. La cita inicial de Manganelli marca de forma brillante el tono, la atmósfera incluso, que presidirá la narración, la del hombre-bala que cuenta los hechos de aquella noche. Han pasado los años, es la cantilena de siempre en Soler, y sin embargo, hay algo que desencadena los recuerdos. El padre ya está muerto, así que la vida ha entrado en su decadencia. Con una prosa sumamente poética, concisa (con dos adjetivos se nos describe a ciertos personajes) y que juega con la congelación del tiempo, con su estiramiento casi surrealista, este narrador nos sitúa de pleno en la pesadilla. No voy a seguir hablando, porque todavía voy por la mitad. Sólo decir que la edición es una maravilla, en tapa dura y con tipografía especial (letra bastante grande), y se acompaña el texto con ilustraciones muy buenas de Riki Blanco, que subraya perfectamente esos elementos recurrentes, el deseo, la oscuridad y las luces artificiales, el camaleón, el enano perverso y la mujer lúbrica... Esta historia es tal vez la más abstracta de Soler, y de momento, será lo último suyo que lea, por un tiempo.

jueves, septiembre 15, 2005

Mondo Bizarro

Leo en El Mundo de hoy la noticia de que una infiltrada de El Mundo TV logró meterse en una orgía que montaron los raelianos este verano en un hotel de Barcelona. La verdad es que las fotos son tan malas que casi no se aprecia nada, y no sabemos si por allí andaba el mismísimo Michel Houellebecq, que no se sabe, a estas alturas, si será un adepto de la secta (sí, secta, por mucho que el líder de la banda lo niegue). Los raelianos creen en el porvenir de la humanidad y por ello se jactan de haber clonado a veinte personas, por lo menos; también son partidarios de la nanotecnología y de la libertad sexual, así que en sus reuniones hay sexo a mansalva. Lo que son las cosas: un día ves un ovni, te abducen, y ya tienes derecho a follarte a toda tía que se te ponga por delante. Lo importante es el mensaje, no el mensajero, dice este tío: en eso sí que estoy de acuerdo...
***

Leo la reseña aparecida recientemente en el suplemento Arts & Books del Daily Telegraph sobre Trance de Christopher Sorrentino (Jonathan Cape). La novela, celebrada por otros críticos, va sobre Patty Hearst, nieta del magnate de la prensa, que sufrió el síndrome de Estocolmo como nadie, hasta el punto que se unió a la banda (SLA) de sus secuestradores (no conocía este grupo, la verdad) que allá por los años setenta se alzó de forma violenta contra la Amerikkka fascista. Me interesa mucho todo esto de los grupos terroristas, subversivos, sectas y demás, como fenómeno social que marca ciertas épocas. Recuerdo que en mi juventud devoré una biografía-estudio detectivesco sobre Charles Manson, uno de los gurús más terribles del siglo XX, o al menos, el más mediático. O sea, que apenas termine con Soler (que todavía queda, ¡y vaya!), me meto con este nuevo monstruo de la novela estadounidense.

Miserias II

Lloviendo piedras es una buena pedrada a la buena conciencia de la gente, la gente que no tiene, o dice no tener, grandes problemas para llegar a fin de mes. Este nuevo film de Ken Loach, que vi en su momento en pantalla grande, es casi mejor que el anterior que vi, Riff Raff. Ya desde su arranque tiene brío, y ayuda bastante la música de Stewart Copeland, el mismo de la otra. Los dos amigos desempleados se las apañan como pueden para robar un cordero, luego no se apañan para matarlo, lo llevan a un carnicero de barrio, que lo mata y trocea, luego los vemos ir por los pubs vendiendo los trozos en canastillas, y al final, cuando parecen tomarse un descanso después de una mínima ganancia, resulta que el gordo se ha dejado las llaves puestas en la furgoneta de su amigo, y cuando salen se la han llevado. Lo han perdido todo. Y sin la furgoneta, Bob no puede hacer nada. En los días siguientes lo vemos tratando de desatascar sumideros, yendo a la oficina del paro, apostando a los caballos con su amigo, en una pequeña cuadrilla que se dedica a robar césped de urbanizaciones de lujo (¡malditos comunistas!, grita un encargado del Club Con); también tiene nuestro amigo un pequeño percance cuando echaba unas horas como vigilante en una discoteca, en donde descubre de dónde saca la pasta rápida la hija de su amigo. Y todo, para conseguir un poco de dinero para ir tirando, y sobre todo, para poder comprarle el vestido de comunión (y los complementos) a su hija, Coleen, tan hermosa y en apariencia ajena a esa turbamulta vital de los padres. Con esta trama sencilla y de lo más realista, Loach hace un implacable retrato de la clase trabajadora, en Inglaterra y en donde sea. Hay momentos bastante obvios y panfletarios, como cuando el gordo (no recuerdo el nombre, ni del actor ni del personaje) se baja los pantalones y enseña el culo a los que lo vigilan desde un helicóptero; o cuando el del sindicato le dice a Bob que el problema es que los obreros no se unen, que se pelean entre ellos, y así no hay manera, mientras observan cómo una chica grita a un amigo, yonquis ya, y no tendrán más de quince años, juventud sin salida... Hacia el final, los últimos veinte minutos, se alcanzan cotas de una energía imparable, de una denuncia muy bien resuelta, pues es pura acción y palabras a la desesperada. Un prestamista furioso, un padre y marido a por todas, un accidente, el miedo, la confesión, las palabras del sacerdote ("tenéis hambre de justicia"), la policía rondando durante la ceremonia... El final, cortante, genial, como no podía ser de otra manera viniendo de este francotirador.

Y me pregunto, qué pasa con los obreros de por acá, qué pasa con los obreros, con los viejos proletarios, si es verdad que ya no hay huelgas, no hay grandes problemas, y su única aspiración es ese coche, esa hipoteca, esa boda...

martes, septiembre 13, 2005

Territorio Soler III



Sigue la magia. Después de una novela "epistolar" y otra que es la más bella elegía, ahora le toca el turno a la novela negra, cuyos esquemas y algunos elementos toma Soler para hablar de nuevo de esa Málaga de su infancia y adolescencia (ahora el que habla tiene unos catorce años, es el año 1971, la primavera temprana). Es decir, primero nos ha contado las peripecias de su hermano Ramón en ese club barcelonés, a finales de los sesenta; luego, a mediados de los setenta, la Historia Más Hermosa; y ahora habla de Monchi (su hermano, que anda de nuevo por el Sur). de su padre (hay unas páginas, 108-110, en que siente al padre muy cerca, y me estremecí al leerlo) y de la gente de ese tiempo, los amigos del barrio, del colegio, etc. Esta vez la excusa para esos cuadros es la muerte de una bailarina de un sitio llamado El Pomelo, más bien puticlub (de nuevo su obsesión con las bailarinas, el juego de la carne corrompida). La trama periodística-policíaca no me interesa mucho, ni creo que Soler le prestara mucha atención al escribirlo. Lo que de verdad borda es el intimismo y las escenas de aquella adolescencia temprana, los escenarios que ya conocemos por las otras novelas, los personajes de barrio, tan frikis, que nos hacen reír y acordarnos de nuestro propio tiempo ido irremediablemente: Jesusa, la espiritista melancólica; Luisa, esa vecina tan provocativa (recuerda mucho a la Lana Turner de los ultramarinos); la Salomé; Eva, esa chica que suelta palabras en italiano, con su carpeta de corazones pintados...

Me encanta, me encanta.

P.D. Google busca blogs.

lunes, septiembre 12, 2005

Alta cocina III

Leo una breve noticia en El País del 3 de septiembre de este año, o sea, hace unos días:

Restaurador nipón. Hiroyoshi Ishida, uno de los más prestigiosos cocineros japoneses, saluda al chef del restaurante Mugaritz, Andoni Luis Aduriz, durante su estancia en San Sebastián, donde comió con cocineros españoles como Adrià, Arzak, Aduriz, Pedro Subijana, Koldo Rodero, Martín Berasategui y Miguel Sánchez Romera. Mibu, su restaurante en Tokio, sólo tiene 20 metros cuadrados y una única mesa para ocho comensales que pagan unos mil euros por un menú vanguardista basado en la cocina tradicional japonesa, llamada kaiseki.


Pura poesía, y encima, zen. Maravilloso. Precisamente Adrià ya había hablado en aquellas notas veraniegas sobre cocina de un restaurante de una sola mesa, y resulta que es éste..., su sueño también es cocinar para unos pocos... Su restaurante sólo abre en primavera-verano, y sólo por las noches, y para este año ya no hay posibilidad de comer en El Bulli, claro. Pero es que no se trata de comer, sino de divertirse en un espectáculo en donde se conjugan todos los sentidos. Adrià, como Ishida, es un mago, y un poeta. Sí, no está al alcance de todo el mundo, pero no todo el mundo tiene la sensibilidad para recibir esos manjares, como no todo el mundo puede disfrutar la música de George Crumb. Adrià suele ir a comer a un japonés en BCN llamado Zen Central. Tengo que iniciarme en la cocina japonesa.

Paisajes

Este mensaje pretende ser una respuesta parcial al comentario de María el otro día, que me ha interesado mucho, y en el que estuve pensando el fin de semana. Una vez acabada la novela de Soler, que es magnífica y que ojalá tenga una buena adaptación al cine, he pensado en algunas cosas que dice, ya cerca del final, el narrador de esta historia que deviene melancólica y fatal en esas últimas páginas, soplo de viento otoñal, y lluvia por fin en las calles de Málaga. A la vez, hay que tener en cuenta que la lectura en este cambio de estación, que puedo observar casi a diario, se superpone de alguna forma con el ambiente real de "ahí fuera". No a la novela psicológica.

Pensé que quizá pueda llegarse a lo más hondo de uno mismo describiendo aquello que nuestros ojos han visto en vez de ese otro terreno, pantanoso y siempre alumnrado de claroscuros y penumbras, en el que vive nuestro corazón. También nuestro pensamiento. Pensé que somos el paisaje por el que transcurren nuestras vidas, poco más.
(op. cit., p. 323).

Por eso, Soler me ha ayudado por fin a detestar todo eso de los "paisajes interiores", que todavía arrastraba uno de la etapa simbolista de su juventud, y que te engaña de mala manera. Porque no hay más paisaje que el exterior, y no hay mayor placer que contemplar, que describir, esas bellezas exteriores, y por eso es tan importante el lugar real por el que uno se mueve, y vive. Leía este fin de semana una carta de Luis Cernuda al matrimonio Panero (Felicidad y Leopoldo), escrita desde el paisaje bucólico de su college en New England, y les dice que qué error haberse fijado sólo en las ciudades de Estados Unidos, y no también en el campo, que es de una suavidad y una belleza incomparables (lo que debe de ser en otoño...). Nabokov amaba precisamente esa dulzura, esa delicadeza y matices mil. Yo, como Soler, me crié en esta Málaga barriobajera, y no puedo contar otra historia, esos freaks son también los míos. Si ahora digo que me quiero ir al norte, no es a una región interna, sino algo entre Finlandia o Canadá, sitios reales. Si el paisaje no cambia, ¿cómo cambiaré yo? Además, esos terrenos interiores, como bien dice este narrador, no cambian, siempre están empantanados. Yo no voy a cambiar, soy depresivo, el carácter ya no cambia a partir de cierta edad. Entonces, lo único que cambia es lo que ven los ojos, lo que respiramos a diario. A partir de ahora, me voy a dedicar a los puros sentidos. Adiós, Nietzsche.

Pero fue en Mont Noir, mirando aquel prado verde con el dibujo de la iglesia al fondo, cuando pensé, o sentí, que pintar un paisaje, aquello que tenemos frente a nosotros, es pintar un autorretrato.
(p. 324).

Hacia el Norte, siempre. Porque en el Sur ya estoy dibujado, y es una imagen que no puedo echar a un lado.

viernes, septiembre 09, 2005

Alta cocina II

Al mirar de nuevo viejos suplementos, encontré uno de viajes de El Mundo, en donde viene una reseña del restaurante L'Arpège (rue de Varennes, en París, frente al Museo Rodin). Un lugar de aspecto minimalista según se ve en la fachada, dirigido en los fogones por Alain Passard, que ha cosechado ya tres estrellas Michelín, lo máximo según esta prestigiosa guía roja (aunque me entero que hay una superior). El precio es realmente impresionante, 300 €, ¡así que se supone que la comida es de un refinamiento casi divino! Me gusta lo que dice el crítico-cronista mexicano del enlace que coloco aquí, cuando habla de la pasión por la música del chef, y cómo trata de conjugar ambas pasiones, y cómo habla de oír el fuego, la comida que se va elaborando, etc. Esto me confirma, por si quedaban dudas, que la nouvelle cuisine es la mejor expresión poética de nuestro tiempo. Fascinante mundo.

Hundirse o volar

Hay un precioso dualismo, un desarrollo dialéctico en El camino de los Ingleses de Soler, que tiene que ver con lo que señalo en el título. Esto se ve más claro hacia la página 200 y más, pero arranca desde la misma cita inicial:

Estos ojos cansados que no entienden por qué se hunden las piedras en el agua (Alberto Tesán).


Nos damos cuenta que ese verano, el último de la adolescencia para este grupo de personajes, significa también la última ocasión de ser felices, de retomar los juegos de la infancia, o iniciar un lento descemso hacia las aguas turbias cotidianas de las que será muy difícil salir. Por eso, en la figura de Miguelito Dávila, observamos esta lucha sutil por ser algo más que el resto (algo que es la continuación de la anterior novela que leí, en la figura de Ramón-Carlos del Río, que huye de Málaga en busca de algo más grande, más ancho):

A lo mejor aquella mujer, la Señorita, era mi última oportunidad antes de rendirme y dejar que el agua me tragara para llevarme hasta ese fondo que me espantaba tanto, ese sitio lleno de muertos, vencidos, que se comían los guisos de mi madre en el Bar Casa Comidas Fuensanta, esas mujeres que llegaban a la droguería con su vida de mierda, los vecinos que me cruzaba por las escaleras, esa vida que tanto miedo nos daría llevar a nosotros y que poco a poco me iría arrastrando.
(pp. 214-215).

Dávila se debate, en esta parte central del libro, entre su amor juvenil por Luli, una chica que aspira también a la danza, a otra cosa más elevada que los bailes cutres del Bucán con sus clases gratis (lo que es gratis, no vale mucho); y la pasión que, sin casi quererlo, se desata en torno a la figura turbia de la Señorita del Casco Cartaginés, profesora en la Academia Almi, y que con sus palabras casi en susurros, y con su cuerpo rotundo y no menos oscuro, le empuja hacia otra vida, no vulgar. Es la que de alguna forma le hace ver que el anima (Beatriz, la de Dante, cuya obra siempre lee) está en su psique, no afuera, proyectada en cualquier mujer.

... Miguelito veía los últimos pájaros del verano a través de la ventana de la Señorita mientras ella, tumbada en la cama, le hablaba. No sabía que aquellos pájaros tan endebles volasen tan alto.
(p. 230).
***

Como en mi sueño de hace dos noches, esa gente que se tira por un puente, suicidas que la policía encuentra, y que un extraño brazo mecánico arrastra con fuerza hacia arriba. Soy espectador de todo esto, deambulo por una ciudad populosa y extranjera, tal vez. ¿Qué melancolía fatal impulsa a estos desesperados hacia el fondo?
***

Ciudades arruinadas. No es que Nueva Orleans haya sucumbido bajo las aguas desatadas del Katrina (magnífico relato de un profesor universitario sobre la pérdida de su casa, en el suplemento neoyorquino que venía ayer en El País). El desastre, en menor grado, está más cerca. Barcelona, una ciudad esplendorosa pero con muchos puntos negros, que en verano (en la época del buen tiempo, en suma) es casi saquedada por los millones de visitantes. Leo un artículo sobre sus problemas, sobre la dejadez del ayuntamiento: en el Raval, que es paradójicamente un barrio de moda, hay un ambiente multiétnico que también acarrea sus problemas, basuras, muebles, todo tipo de trastos en la calle, en la acera incluso. Ciutat Vella está lleno de inmigrantes; en Gracià hubo incidentes graves este verano, durante las fiestas del barrio, con muchos actos de vandalismo. Lo más reciente, los incidentes en una estación de metro, tras las fiestas de Sants, entre grafiteros y la policía y guardias de seguridad. Y si nos vamos a Madrid, ahí ya es el desastre y el caos en todas las zonas, desastre debido a una alcaldía llena de despropósitos, y que Javier Marías argumenta estupendamente en un artículo. Es lo mismo, justo lo que pensé al llegar de nuevo a Madrid a finales de agosto: que Madrid ya no es la ciudad en la que me gustaría vivir, porque caminar por sus calles es casi tarea imposible, porque algún mandatario extranjero se ha burlado de tantas obras y ha pedido que le avisen cuando encuentren el tesoro...

La tarea vital a partir de cierta edad, y creo que estoy en esa fase, es la de encontrar un lugar en el mundo, mi lugar. Todavía estoy en ello. No sé cuánto tiempo me llevará, pero tengo que hacerlo, tengo que intentarlo al menos. El sitio donde uno vive es muy importante. Sé que mi sitio está en el Norte, pero creo que es más al norte de Madrid, mucho más.

jueves, septiembre 08, 2005

Miserias

Casi nunca veo película en TV, por lo de los cortes publicitarios, así que aprovecho cuando dan alguna en condiciones en Canal 2 Andalucía, que es la única que no las corta. Pero este canal "alternativo" suele emitir bodrios más cercanos al filme televisivo que a una verdadera película. Pero anoche me quedé a ver Riff Raff de Ken Loach, que vi en su momento en el cine, hace ya trece años por lo menos, ¡cómo pasa el tiempo! Es una de las mejores de él, en cuya filmografía están también otras joyas del cine comprometido o social, como Agenda oculta o Lloviendo piedras (de las últimas, no he visto ninguna, tal vez porque me cansé un poco de este tipo de cine). Pero esta que digo es muy buena, y como dicen en las críticas que he leído, más parece un documental, los actores obreros... Robert Carlyle está muy bien en su papel de Steve, un simple peón que entra en una obra de remodelación de un viejo edificio, en donde las normas de seguridad no se cumplen, a la vez que lo vemos entablando una relación con una chica, Susan, aspirante a cantante, pero que no puede ser más perra cantando, y que encima está enganchada a las drogas. Estas dos "historias" nos muestran a las claras el clima social de la era Thatcher (ocurre en 1990, el comienzo de esa fatídica década), desde el principio lo que vemos son desechos y mierda, ratas entre escombros (imagen que se repite al final, cuando el incendio) y mendigos en un rincón de cualquier calle. Porque ésa es también la vida en Londres, o en cualquier ciudad de Occidente, y no las tonterías de los filmes de pasar el tiempo. Loach a veces parece Rohmer, cuando filma ese primer encuentro entre Steve y Susan, pero por lo demás no hay aquí paisajes idílicos de un verano ni conversaciones dieciochescas, sino que más bien abundan las palabrotas y la jerga, a juzgar por los subtítulos que ponen en la versión USA. En este falso documental vemos todos los contratiempos de nuestra sociedad podrida: inmigrantes al borde del precipicio, jodidos por sus propios compañeros de tajo, que incluso sueñan con irse al continente negro; tipos como Steve que tienen que irse a sobrevivir de okupas; cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana; drogas mon amour; cobrar el paro o no, ésa es la cuestión. Al final, tras el desastre que se veía venir, Steve y otro compañero de trabajo deciden tomar venganza. La película se acaba así, cortante, brusca, en uno de esos finales que no lo parecen.
***

Baja cocina. Durante un tiempo íbamos a comer a Los Pueblos, un baretucho en calle Atarazanas (ahora al lado han puesto un hotel muy coqueto y en donde se puede comer de otra manera). Ahí te sentabas en una mesa casi apretada con la de al lado, mantel de papel, los camareros gritando a más no poder, gritando los platos que la gente pedía, el favorito era el de paella, que junto con un tinto de verano te salía por unas quinientas pesetas, o menos. Había un camarero, uno con el pelo canoso aunque no era tan mayor, que M. decía que era un baboso, que le decía cosas casi sin querer, y ella ya estaba harta (entonces, ¿para qué seguir yendo?). En la barra era normal ver a las putas que trabajaban por los alrededores, y más de una vez hasta un viejo baboso le metía mano a una de ellas. Los Pueblos es el sitio más parecido a ciertos ambientes que retrata Antonio Soler en sus novelas, con la diferencia que esos hechos datan de los años sesenta y setenta, no de los noventa. Pero en Málaga hay sitios en donde el tiempo parece no haber transcurrido. Y no te internes en La Palma-Palmilla, territorio sin ley... Lo que decía, durante un tiempo íbamos a esos lugares, vegetarianos también, a uno de calle Carretería que era el primero que hubo, todo rústico en la primera planta, zumos de zanahoria, mucha soja, mucho olor a campo reciclado, manteles de cortijo, mucho hippie auténtico... Nada que ver con Cañadú, uno que nació con la moda de los vegetarianos para gente con buena conciencia. Comer en La Media Luna, un árabe situado en una calle estrecha, casi callejón, un cous-cous abundante que casi desbordaba el plato, el ambiente más cutre que uno se pueda imaginar, carteles de Coca-Cola, mesas de hierro, la tele siempre funcionando. Menús del día, como en ese bareto de una bocacalle de Alameda de Colón (una zona que siempre me resultó desagradable), con obreros devorando el filete con patatas o sorbiendo la sopa de ocasión. Y el tinto de verano bebida oficial. Cocina low profile, pero en los muros ya no había pintadas, CLASS WAR.

miércoles, septiembre 07, 2005

Territorio Soler II

Estaba aprendiendo que los primeros círculos del infierno tienen su comienzo en este mundo y que, lejos de las monstruosidades que aparecían en su manoseado libro de versos, los tormentos del infierno se encuentran camuflados en la miseria de los días, en las sombras de unas escaleras gastadas por las que hacía muchos años que nadie subía con ilusión o en la respiración de una mujer, su madre, dormida en la penumbra de un cuarto donde nunca, desde que él tenía memoria, nadie se había reído.
(op. cit. p. 156).

Un poco antes: "Todo estaba tan lejos como los recuerdos, todo había ido a parar al otro lado del mundo" (p. 125).

Resulta emocionante cómo el narrador de esta historia, junto con las pequeñas aventuras y giros minúsculos de sus compañeros de aquel verano, nos brinda, desde su perspectiva de espectador intuitivo, ciertas reflexiones como las que acabo de señalar. Y uno sabe que son ciertas, que las cosas son así, y que ese bosque poco a poco se torna sombrío. Ya desde el "prólogo" (Soler y sus comienzos antológicos, casi perfectos), se nos anuncia el tono de esta historia llena de travesuras, conocimientos, pequeñas amarguras, fatales desenlaces. Lo que le sucede al Babirusa, es algo (su breve travesía londinense es para quedarse con la boca abierta); también el destino del padre de Paco Frontón, don Alfredo. Hay tantas historias, hay tanto dolor, hay breves chispazos de sol en esa piscina, en esas calles. Y luego, ya se sabe, viene el lento derrumbe de los sueños. Como salir del cine, sabiendo que ahí fuera hay mujeres vulgares, no la Lana Turner que nos ha embrujado hora y media...

Alta cocina

La gastronomía como otra de las bellas artes. Eso al menos es lo que se ha conseguido ya en España, porque parece mentira, que de la buena cocina tradicional y los productos de temporada se haya pasado, en unos pocos años (aunque la cosa ha llevado su tiempo, y es un trabajo permanente de superación), a figurar en el primer puesto mundial en cuanto a cocina creativa, de autor. Ya todo el mundo conoce el nombre de Ferran Adrià, el cocinero jefe de El Bulli, un restaurante superior en donde comer debe de ser como conducir un Bentley o pasar vacaciones en una de esas islas casi desiertas del Pacífico (aunque yo me conformo con Suiza, claro). Bueno, pues eso, que preparando el viaje a Donostia, me informé de algunos restaurantes, pues en esa ciudad y alrededores se acumulan las estrellas Michelín de una forma increíble (pero ya nadie se sorprende en una ciudad en donde abundan los clubs de restauración, en donde los hombres y algunas mujeres --o sé bien si las dejan entrar mucho-- se reúnen por el puro placer de cocinar). Uno de ellos, cuyo cartel anunciador veíamos al subir cada noche en taxi al Monte Igeldo, es Akelarre, obra de Pedro Subijana, tal vez el más exquisito de todos. También vimos de pasada, de camino a Hondarribia, el de Juan Mari Arzak, que para muchos críticos es el mejor con alguna diferencia sobre los otros "estrella". En Zarautz (un pueblo costero al oeste de Donostia, adonde no fuimos por falta de tiempo) está el de Karlos Arguiñano, con hotelito incluido. Quién no conoce a este cocinero mediático... En Lasarte queda el de Martín Berasategui, otra joya de esta alta cocina vasca. Nos enteramos que llevaba el menú del día de la cafetería del Kursaal, junto al restaurante, fuimos un mediodía, pero no había mesas libres, y la verdad es que la cafetería, el ambiente, me recordó un poco los restaurantes de El Corte Inglés, así que nos fuimos: pero los platos prometían. Con este breve repaso introductorio, uno se puede hacer una idea del poderío de esta ciudad, en cuanto a comida se refiere.

A través de cierta guía me enteré de uno relativamente nuevo, todavía no muy publicitado y que no tiene página web, en donde uno podía empezar a degustar esos manjares de la alta cocina. Se llama Astelena 1997 (ya hay un Bar Astelena que data de 1960) y está en la calle Euska Herría, 3: cocina creativa dentro de la tradición vasca, conducido por Ander González. El lugar es un poco apartado, dentro de la Parte Vieja, y el ambiente del restaurante no es nada del otro mundo, así como el servicio es sólo regular (lo llevan chicas sudamericanas), pero la comida es buenísima: los chipirones con cous-cous están deliciosos, con ese toque del aceite realmente conseguido; también sobresale la entrécula con pimientos del piquillo y ajo. Pero en donde se gana todos los puntos es en los postres: la sopa de mamia con rollo de membrillo, queso y almendras garrapiñadas es sencillamente deliciosa. La carta de vinos está muy bien seleccionada, tomamos un Beronia (Rioja Crianza) que para mí es uno de los mejores en esta categoría.

En Hondarribia, preciosa ciudad costera a pocos kilómetros de Francia, fuimos a Uralde Jatetxea, en donde tenían un excelente menú del día a buen precio. La ensalada de bacalao sobre lecho de tomates asados y pimientos rojos es algo para chuparse los dedos; así como el solomillo al roquefort con salsa de manzana y puré muy fino, magnífica mezcla de sabores de la que sientes tener que irte. El gazpacho con langostinos salteados y los salmonetes a la plancha con ensalada verde también están muy ricos, y éste además es un plato muy de allá. De postre, merece la pena tomar el sorbete de mandarina con champagne (en la carta te podías pedir una botella de Moët & Chandon, así en muchos otros sitios), refrescante; y el vino, un Conde de Valdemar crianza 2001, está bien, aunque no sea de mis preferidos.

Otro lugar estupendo, en donde se come estupendamente y además en cantidad, es Taberna Gandarias, en la calle 31 de agosto. Como el local estaba lleno (el comedor es ajustado) tuvimos que esperar un poco en la barra, deleitándonos con unos pintxos, que para qué..., y una copa de Lan, la bodega estrella actualmente. En una de las mesas vi a Santiago Auserón, ex Radio Futura y ahora metido en no sé qué bandas (luego leí que estaba por esos días en Bilbao, etc.), acompañado por una mujer mucho más joven (típico), y que sólo en un momento se quitó las gafas de sol (la verdad, qué fastidio eso de ser famoso). Esta vez me pedí los chipirones en su tinta con arroz, deliciosos, y antes una tabla de Idiazábal, el famoso queso de allá. El revuelto de bacalao también está muy bueno, y no tanto la codorniz con arroz..., de vino, cómo no, un Lan 1999 (Rioja Crianza). Este sitio, como ya se nota, no es cocina de autor, sino de la cocina vasca de toda la vida. El ambiente es acogedor, y la atención, estupenda.

Para el último día elegimos uno que nos pareció relativamente nuevo, Kokotxa, situado cerca del Puerto (c/ Campanario, 11). Tenían un buen menú del día, a precio muy razonable, y además cocina de autor. El comedor tiene aires minimalistas (no como uno sueco de Madrid, Collage, que es minimalista cutre), y una de las camareras se mostró simpática y acogedora, mientras que la otra era un poco cortante. Una pega: tienen música de fondo, no es molesta, pero detesto cualquier tipo de hilo musical, y más cuando estoy comiendo. En cuanto a la comida, está riquísima la ensalada de mezclum y verduras al dente con sésamo y salsa de ali-oli muy suave; también merece la pena el rollo de pollo con compota de manzana y aros de cebolla confitada. Los postres, muy buenos, sin llegar al festín del Astelena. El vino era un Cuviana 2004 (Huesca), que no me entusiasmó.

Luego hay otro apartado culinario en Donostia con entidad propia, los pintxos, la cocina en miniatura como le dicen. Las noches las dedicamos a ellos, salvo la primera, que estábamos algo despistados por la zona nueva y más comercial y acabamos en un burguer, comiendo hamburguesas pero no las típicas, sino otras con roquefort, bacon, huevo y otras cosas ricas dentro. El ambiente juvenil, la música "joven" y un buen rincón que nos pillamos, hicieron el resto. En esa noche no paré de mirar los rostros, porque lo que me fascina de una nueva ciudad son los rostros, y descubrí que los vascos, las vascas, me gustan, son gente con carácter. Pero ya la segunda noche decidimos ir a un buen bar de pintxos, en el barrio de Gros, que es el barrio de moda y en donde mejores sitios así hay. Acabamos en el Patio de Ramuntxo, muy estrecho eso sí, pero abarrotado de gente, lo cual quería decir una cosa: que era bueno. ¡Y la gente seguía entrando, pese a que ya no había donde poner una copa! Tomamos risotto de setas y foie, con su pensamiento (pintxos de autor, claro) y rabo de buey glaseado con melocotón. El vino, un Sanz Rueda (blanco, muy popular por lo que vi), casi me desagradó, y es que el vino blanco me gusta más bien poco, pero éste tiene un gusto raro. Cuando salimos, enfrente, en la Taberna Donostiarra, había más gente todavía, y en la calle, como suele pasar en Málaga en las Campanas..., increíble esta gente... La tercera noche nos dedicamos a buscar el famoso Bar Bergara, también en Gros, pero cuando llegamos era un poco tarde y estaba a rebosar, no había sitio ni en la barra y menos en las mesas. El mostrador, algo antológico (para quien no lo sepa, allí colocan todos los pintxos sobre la barra, sin cubrir, M. recordándome cada dos por tres que eso es antihigiénico, pero en fin...), y el lugar, luminoso, espléndido, la gente de lo más pijo que te puedas imaginar. Así que acabamos en la Parte Vieja de nuevo, en Bernardo Etxea, un local nuevo, con pared de piedra, elegante, con unos servicios impecables (también los de Kokotxa merecen un 10) y unos pintxos tradicionales (gambas en gabardina, tortilla de bacalao, etc.), regados con copas de un rioja crianza que apenas me gustó, Puerta Vieja. En la mesa de al lado estaban reunidos los típicos donostiarras de mediana edad, bebiendo, fumando, riendo, y en un rincón aleccionaban a un tipo que parecía marroquí...

La última noche acabamos cerca del Puerto, en un sitio que tiene fama por su buen restaurante, situado en la planta superior con excelentes vistas, pero lo que es la parte baja, deja mucho que desear: Aita Mari. Había pocos pintxos, y ya pasados, el que me tomé estaba grasiento, casi asqueroso. El vino de la casa, no puede ser más perro, y en copa diminuta. Y la camarera hablando con un amiguete, y la cocinera que llega fumando, y los servicios tercermundistas... Así que, por mucho "éxito" que tenga la parte de arriba, la de abajo nos pareció seriamente deficitaria...
***

Toda esta pequeña crónica es una primera parte, para decir ahora que la alta cocina malagueña se ha situado entre las mejores del país, y eso en parte a la escuela de hostelería y restauración de La Cónsula, en donde se han formado algunos de los mejores chefs del momento. Yo esto no lo sabía, pero desde hace un tiempo a esta parte, y conforme me he ido interesando por la cocina de autor, he ido sabiendo de las bondades de ciertos lugares, todavía en teoría, claro, pues no fui a ninguno, salvo a uno: Casa Luque, en Nerja, que es el mejor restaurante con diferencia, cocina creativa mediterránea, en donde se puede comer por unos 25 €. Ahí fue el primer sitio, creo, en donde probé las tapas de autor, esas croquetas de pescado deliciosas, el salmorejo con melón, los riñones al jerez, esos vinos recomendados, etc. La carta es algo escueta, aunque la han ido cambiando según las temporadas, pero está casi todo muy rico, y la carta de vinos es fenomenal, y Rafaelito Luque, al que conozco desde el instituto, te aconseja especialmente. En Marbella y Benalmádena están la mayoría de destacados, en la otra parte de la costa, y en Málaga hay tres o cuatro de alta cocina, entre los que me gustaría probar dos: Café de París (Vélez-Málaga, 8), conducido por José Carlos García, y que ya posee una preciada estrella Michelín. Si se echa un vistazo virtual, te das cuenta que es alta cocina, de la mejor que te puedes encontrar por estos lares. El otro restaurante es Palo Cortado (Avda. de Príes, 4), también por la zona de la Malagueta, en donde se recomiendan las entradas y las carnes. Y, finalmente, en Ronda está Tragabuches (José Aparicio, 1), obra de Dani García, uno de los cocineros más talentosos de su generación: otro lugar lleno de manjares de dioses.

Porque no sólo de buena literatura, de música, de cine..., vive este perro.

La nueva cultura de la gastronomía, Babelia, 6-8-2005

martes, septiembre 06, 2005

Territorio Soler




Pues nada, que después del placer deparado por Las bailarinas muertas, con ese final tan espléndidamente desencantado, me he puesto con El camino de los Ingleses (Destino, 2004), que recibió el Premio Nadal ese mismo año (Soler posee ya los premios más prestigiosos del panorama nacional, siendo como es todavía un escritor en progreso). Me enteré hace poco que está haciendo el guión para la adaptación al cine de esta última novela, y la verdad es que, de entrada, es una novela fácilmente adaptable. Su estructura es diferente a la otra, pues aquí los "capítulos" (no señalados como tal) son breves, y en cada uno se nos van introduciendo tanto personajes como anécdotas y aventuras de aquel verano de la felicidad, narradas por alguien que estuvo en el grupo, pero del que todavía no sabemos mucho. Soler vuelve en realidad a la misma estrategia, contar la historia coral de un tiempo, esta vez de una serie de personajes en ese período crítico entre la primera juventud y la edad adulta. La creación de personajes singulares es lo suyo, y en ello demuestra un ingenio, un sentido del humor y un rapto poético increíbles. El principal es Miguel Dávila, el poeta con su riñón tirado a la basura (de ahí la cicatriz de cincuenta y cuatro puntos con forma de media luna en la espalda); también están sus amigos Paco Frontón, Avelino Moratalla y Amadeo Nunni el Barbirusa, sobre todo éste es un caso, ya por sólo mencionar su familia..., con un padre desaparecido, una madre huida a Londres, un abuelo exhibicionista y una tía que sueña con Lana Turner (otra vez esa cinefilia, ya presente en la otra novela) y que sirve durante un tiempo como objeto sexual del pequeño grupo. Y también está Luli Gigante, de quien se enamora Miguelito..., y la Cuerpo, con quien folla Frontón, hijo de un mafioso de cuidado que se pasa la mayor parte del tiempo en el Hotel (la cárcel). Y todos se mueven por la Málaga ya desaparecida, que yo tampoco he conocido, pero que de alguna forma me sirve para pensar en ella como algo "cinematográfico", porque una cosa: una ciudad, en nuestros tiempos visuales, sólo existe realmente cuando aparece en el cine, cuando es recreada por la literatura. Y Soler es este hombre capaz de hacer eso con una ciudad tan tonta, en apariencia, como Málaga.

Yo necesitaba a una persona que me hiciera conocer la Málaga de verdad, y ése es Soler, ahora. No la Málaga para los guiris, la que se contempla desde Gibralfaro, sino la Málaga de los barrios populares, de nuevo Eugenio Gross, la calle Soliva, ese camino de los Ingleses, el paseo marítimo, el pabellón de Carranque... Se habla de "territorio Soler" porque el autor crea todo un universo que es propio y de nadie más, incluso aquí aparecen personajes secundarios de la otra novela, como los del gimnasio Mateu (o de los Billares Tesán), o Luisito Sanjuán, siempre adormilado (en un reportaje, hace tiempo, salía el hombre, su amigo, en el que se inspira), por no olvidar esa Academia Almi de mecanografía... Es que todo parece tan cercano, como si fuera extraído directamente de la vida misma: pero eso es lo que me regocija, un autor capaz de trabajar con esta materia básica, y hacer pura literatura, y hacernos vivir sus historias, tan sólidas, tan efímeras, con sus penas y sus miserias, como la de ese Rafi Ayala el despellejagatos, o la Gorda de la Cala, ninfómana que luego acabará en un psiquiátrico del que la dejan salir para que aparque coches cerca de La Rosaleda... Genial.
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Ayer hizo un día asqueroso, por cierto: soplaba viento pero calentorro, el terral dichoso que sopla desde el norte de África, y que es como si por todas partes el aire se cargara del calor de mil hogueras flotantes. Esto de vivir cerca del desierto es realmente asqueroso. Qué curioso que hablen de paraíso: como decía la viñeta de El Roto ayer, ¡desmonten el escenario del paraíso, se acabó el verano! Hoy ya sopla menos, parece que el tiempo cambiará, pero no se sabe cuándo. Y en China, y en el sur de Estados Unidos, pasados por agua. Nunca el tiempo estuvo tan loco. En el sur sólo puedo vivir a través de la literatura, nada más.

lunes, septiembre 05, 2005

Málaga-Barcelona

De entrada, diré que no puede haber dos novelistas más distintos que Andrés Ibáñez, mi favorito con diferencia, y este Antonio Soler (Málaga, 1956) que he probado ahora. El primero rechaza de plano el "realismo" de la novela española, con todo lo que eso implica; mientras que el segundo parece reactualizar cierto costumbrismo de lo mejor que se ha escrito por estos lares. Porque, digámoslo claro, nuestra narrativa no es fácilmente imaginativa, creativa al modo anglosajón, nuestros paisajes y vivencias parecen explayarse mejor a ras de tierra y con esos horizontes lejanos de Castilla, etc. Y eso es lo que también me gusta, y eso es lo que me ha deleitado (estoy en las últimas páginas) de Las bailarinas muertas (Anagrama, 1997). Gracias a JacoboDeza, me decidí a leerla, y la verdad es que ha sido lo único bueno de un fin de semana aburrido, como siempre que estoy solo en este desierto malagueño.

Lo que logra Soler en esta novela breve (255 páginas) es un alarde de ingenio, sobre todo gracias a la voz narrativa, el hermano del verdadero protagonista, Ramón primero y luego Carlos del Río, cuando ya es cantante oficial de ese cabaret barcelonés al que se fue huyendo de la miseria, de la vida estrecha de esa calle algo marginal de su Málaga natal, porque la verdad es que, parece mentira, Málaga mucha Costa del Sol y mucho Museo Picasso, y sigue siendo marginal. Esa voz, la de un hombre que recuerda sus años infantiles de paraíso (sí, a pesar de todo, en esa callejuelas estaba el paraíso, adonde acabará volviendo su hermano), y a la vez nos va contando las aventuras de Ramón /Carlos del Río en esa ciudad a más de mil kilómetros, a través de las cartas que el "artista" le manda a la familia. Hay pues dos planos narrativos, que se van sucediendo de forma maravillosamente fluida, sin pausas, y esto hace que el lector tenga que seguir sin casi parar tampoco, una estrategia que funciona perfectamente gracias a ese ingenio, a ese humor, a esa melancolía final que estalla en los párrafos cada vez más eróticos, y que hace de esta novela una obra extraordinaria, realmente sí que es merecedora del Premio Herralde.

Y Soler consigue esa fluidez y esa historia perfecta con los mínimos elementos, al principio es sólo una feliz asociación de carácter sonoro (qué oído maravilloso tiene), también visual, que ya JacoboDeza nos cuenta en su reseña. La estrategia narrativa, de este narrador humilde pero también inventivo (cómo pensar que todos esos detalles están en las cartas), es ir acumulando datos, historias, en una sucesión de anécdotas y personajes, a la vez que las repeticiones logran un continuum espléndido que ayudan al lector a ponerle la música, el ritmo eterno, a esta crónica desilusionada de estar-en-el-mundo. Lo que nos cuenta es mínimo, sí, pero poco a poco vamos conociendo la verdadera profundidad de la historia, poco a poco nos emocionamos con su técnica de ampliación, hasta llegar en la página 234 a un vórtice espasmódico tras la sentencia anterior "El mundo no tiene pulso, ni ritmo" (todo lo que sucede una vez está sucediendo siempre, todo lo que sucederá está sucediendo y ya sucedió). Lo que hasta ese momento ha sido mera alternancia, ahora se yuxtapone en un vértigo que irradia la tristeza fatal, la miseria emocional y el ardor sexual de cada vida, por miserable que aparezca. Hasta el comienzo de la página 239 no hay un punto y aparte, y esto es el culmen del poder narrativo de Soler, éste es su triunfo. Dios, qué bueno que es. Y luego, con su vena filosófico-poética (hay pasajes de verdadero éxtasis metafórico, sobre todo cuando se sumerge en las selvas y demás paisajes interiores, en su narración un auténtico mundo), continúa tras ese frenesí:

"No sé si el tiempo es una flor que se enreda en sí misma, una corona de pétalos en espiral, una rosa que no existe y en la que se pierde nuestra locura..." (p. 239). Y entonces, en otro tour de force, prosigue la narración vertiginosa hasta la pág. 242, con Tatín (el personaje desencadenador) y los demás viviendo sus acciones, todos al mismo tiempo. Lo que antes ha estado dibujado con un magnífico sentido del humor y cierta resignación ante la crueldad y lo inevitable, ahora se torna casi trágico: la última fotografía que toma Félix Rovira en el cabaret, la performance de esa bailarina y el policía putero Machuca, la persecución por la chatarrería... El narrador parece despertar de la mera anécdota para enfangarse en la plenitud de la existencia, en las verdades que duelen, en las vidas rotas o desperdiciadas, y la más patética, la de Avelino "Kid" Padilla, el boxeador paisano un combate-una derrota.

Me ha encantado reconciliarme, aunque sea sólo vía ficción, con Málaga, aunque yo no me criara en Málaga y no en esos años sesenta, sino algunos después. Sólo el nombre de ciertos sitios (Campos 21) parece el escenario de una película decididamente nostálgica (nosotros también, a finales de los setenta principios de los ochenta, jugábamos al fútbol de esa manera, a sota caballo rey, también nosotros hacíamos ese ritual de las pajas, gayolas o gallardas, etc.). Eugenio Gross, una calle citada varias veces, un lugar que años después asociaría con un sitio maldito (ahí me dijo la madre de Carmen que vivía su novio, el maldito); calle Mármoles, todavía con su aspecto franquista; las ruinas y miserias de la Trinidad, llena de baretuchos y gitanos... Málaga es la ciudad donde el narrador fue feliz, con toda su camarilla. Para mí Nerja es ese otro lugar, tan cerca tan lejos, en donde se acumulan las miserias y las efímeras glorias. Y Barcelona, el sitio al que me tendría que haber largado hace tiempo. Pero iré por allí en breve.

jueves, septiembre 01, 2005

Amor Daño

Incipit

Un recinto universitario. Tinker, torturador / psiquiatra del peculiar grupo. Una chica que busca a su hermano (puede ser Grace-busca-a-Graham, pero no es seguro que así sea). También está la pareja Carl-Rod, con los que T. ensaya nuevos modos del Dolor. Las mutilaciones que sufre Carl, antes los intercambios de anillos (y luego, la macabra acción de quitarlos). Intercambios de ropas entre Robin y Grace. Fluidez del discurso, pero se eriza la prosa, se vuelve drogadicta, dura, casi telegráficos los diálogos. Tinker en una cabina de peep-show pidiendo a la Mujer que muestre su cara (¿es Grace?). No hay posibilidad de amistad, cuando el sexo-dolor-muerte llenan el ambiente. Escenas onírico-amorosas entre Grace y Graham, con la flor que se abre y llena toda la estancia, sea girasol o narciso. Se nos habla de hasta qué punto podemos prometer algo al otro del amor, y cómo podemos mantenerlo sin mentiras. Supongo, y esto lo señala David Greig en su texto introductorio, que es muy difícil para el director puntual de esta obra, tomar las adecuadas decisiones de stage. Una flor que arde, un cuerpo despedazado. Actores que tienen que simular sexo oral, hombres con hombres y sexo sobre el escenario, para que se ilumine el alma podrida. Habitaciones coloreadas según el Estado de Ánimo. El comienzo de la canción You are My Sunshine de Jim Davis y Charles Mitchell (que no conozco). Imagino todo lo que pasa, pero a veces es muy difícil, muy abstracto, como imaginar esas voces que golpean, que claman sangre, sangre que mana de la ropa, de la pared...
***

En la escucha, para salir de esta tormenta de tormento: Wagner e Venezia, de Uri Caine, él tocando el piano, dos violines, un violoncello, un contrabajo y un acordeón. Como bien dice Javier Palacio en los comentarios de este disco-libro (nº 50 y último de la colección Clásica-El País), es un Wagner desposeído de retórica, un Wagner de bolsillo y portátil, lunar y melancólico. Las siete piezas son oberturas y preludios, más la Cabalgata de las valquirias, que es una educada broma, sí, pero que por lo mismo es la única pieza que no me gusta, pierde la fuerza del original y está, sí, más en la onda de Mendelssohn. Pero esa obertura del primer acto de Lohengrin, corte 7, es sensacional, también los dos momentos de Tristán e Isolda. La grabación se hizo en dos lugares de la ciudad de los canales, el Gran Café Quadri entre ellos. Casi una hora de ligereza, lo necesitaba, después de este calor que agobia, y del teatro de la nueva crueldad (que es la de siempre; como Greig nos dice, es Shakespeare el que late al fondo). Sigo con los cuartetos de Shostakovich, como si nada hubiera pasado, no hubiera habido ruptura, no me hubiera ido al Norte. El nº 14 posee un momento de canto del cello que es puro Bach. Cuando se acerca el final, Shostakovich vuelve la vista de forma punzante al Maestro.

Y Steiner, en El Cultural, nos habla de los cafés que construyeron desde hace tiempo la identidad de (esta posible) Europa.

Reseña de Cleansed

Los libros, el silencio, un posible sentido

No existe un solo ser humano sobre el planeta que carezca de alguna relación con la música. Ésta, en forma de canto o de interpretación instrumental, parece auténticamente universal. La música es el lenguaje imprescindible para comunicar sentimientos y significados. La mayor parte de la humanidad no lee libros. En cambio, el mundo entero canta y baila.
(Rabia a los libros, George Steiner, Letra Internacional, nº 87).

O, como dice Carlinhos Brown, ese titiritero rítmico, el sudor nos hace a todos iguales, la suya, "música" para bailar desenfrenado, es la verdaderamente democrática (sí, ese carnaval multitudinario por avenidas y plazas, en fin...).

En un bar de Donostia, una inscripción en la pared: SE PROHIBE BAILAR DESHONESTO.

En el artículo mencionado del sabio Steiner, después de hacer un repaso a la historia de la escritura y de su soporte material, vilipendiado, quemado incluso, en distintas épocas de la humanidad, se plantea un interrogante al final, que da un poco de escalofrío: si no será esa reclusión del escritor /lector, con su abandono a las ficciones supremas que decía Wallace Stevens, un paso hacia su inhumanidad, y que por ende le importen poco las desgracias del mundo, los problemas banales y cotidianos de nuestro entorno. Los personajes, las historias de los libros que leemos, como lo único "real". A veces me lo he preguntado también: que lo de ahí fuera, aunque duele, me es ajeno, porque me da muy poco placer, y menos conocimiento.

Me gusta mucho cuando se queja de nuestra época embotada por el ruido (esa locura, ya) y los artefactos tecnológicos, que hace que nos alejemos del libro, del placer de la lectura, y sobre la atrofia del silencio, el silencio, lo imprescindible para una lectura verdadera. Me descubro poniéndome los tapones también para leer, cuando estoy en casa (en la calle, de alguna forma, el aire que me rodea me hace sentir un poco aislado). No entiendo a la gente que lee con música. No entiendo, menos aún, a los que cuando escuchan (oyen, en realidad) música, hace otra cosa.

Tengo que leer a Bauman (leo una nueva reseña de su Amor líquido).

En el final de la segunda obra de la Kane, con las palabras terribles de Hippolytus al sacerdote, y luego con su cuerpo torturado, y sin embargo todavía consciente, siento otro escalofrío. No hay Dios, no hay alegría, menos que menos, amor. El amor está devorado por el capitalismo de consumo. Quien pierde al compañero, compañera, y no sufre, ¿cómo se le llama a eso? En el sueño, la habitación de azulejos negros, y la compañera de D. que viene, con su cuerpo de cincuenta años (qué horror) a excitarme. Asco, asco, mucho asco. Sólo sabe relacionarse con máquinas. Me río con los gags de Tati en Mon oncle.

¿Sabes lo que te digo?, que tu falta de sexo todo este tiempo la has llenado muy bien con tus bellaquerías. Zorra.