París
Así que decidí ir directamente al original, Hemingway, París era una fiesta (en Obras Selectas II, Planeta, 1975). Y empiezo a leer, y me doy cuenta que eso mismo ya lo he leído en Vila-Matas, es decir, que él ha pergueñado, pienso, párrafos enteros y hasta copiado un montón de "escenas" del libro de su ídolo literario de juventud. El escritor norteamericano estuvo en la capital francesa entre 1921 y 1926, y allí dice que fue muy pobre y muy feliz. Viviendo en un piso pequeño en compañía de su mujer, haciendo alguna que otra escapada a la montaña, yendo a las carreras de caballos para apostar, comiendo en restaurantes baratos (y alguna vez en uno caro como Michaud, en donde solía ir Joyce y familia), haciendo el amor a la noche, y escribiendo, dejando su mente perderse, y tras acabar, pensar en otra cosa, como irse alguna vez a España a pescar, o ver a su amiga Gertrude Stein, que me parece una malísima escritora y una lesbiana bastante malvada, pero bueno. Uno se entusiasma con la escritura tan peculiar de EH, que usa mucho del "y... y... y...", prueba de su propia fuerza vital. Es una persona para la que el día tendría que tener cuarenta y cinco horas por lo menos, tal es su voluntad arrolladora. Cuando acabe este relato vital, voy a leer algunos de sus cuentos que se incluyen en este volumen también. Por ese tiempo HM es corresponsal de varios diarios, uno de Toronto, y eso le da sin embargo poco dinero. El dinero no da la felicidad, pero la hace posible.
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Me pasé todo el sábado comiendo y bebiendo, porque, ¿qué otra cosa se puede hacer un sábado en una ciudad como Málaga, que no tiene Auditorio ni lo tendrá en mucho tiempo, y que no tiene Filmoteca, y que sólo da pelis francesas a las nueve y cuarto de la noche? Primero fuimos a El Naranjo, un restaurante en calle Ayala (38), por la zona de la RENFE. Había leído que era un buen sitio de vinos y de carnes. Está medio oculto por la vegetación, pues antiguamente eso sería un chalecito, o casa mata grande. La decoración es simple y alegre, dominan los tonos azules claros y algo de amarillo. Hay varios comedores, la mala suerte fue que en uno anexo al que estábamos había un cumpleaños, y conforme iba avanzando la tarde, los niños y sobre todo las niñas, se iban poniendo cada vez más pesaditos. Probamos un vino de Toro (Camparrón crianza '99), que no estaba mal. Como no soy muy carnívoro, más bien al contrario, decidí tomar sólo un plato de ventresca con pimientos del piquillo, aderezado con ensalada-picadillo típica andaluza. Se estaba bien, porque en el comedor nuestro sólo había otra mesa ocupada, lo malo ya digo, el cumpleaños (me podría enzarzar en una larga discusión sobre la conveniencia o no de los niños en estos sitios, pero vamos a dejarlo). El servicio, regular, estamos hablando de un sitio del montón, qué le vamos a hacer. Buenos camareros sólo los hay en los sitios caros-caros.
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Luego, hay otros lugares, como el Café de París: actualmente, el mejor restaurante de Málaga, en un tiempo en que se abren muchos restaurantes y algunos aspiran a lo alto también, como Palo Cortado, o Manducare (Muelle Heredia, 2), o MR1 (Campos Elíseos, s/n, encima del Museo Municipal). Pero el restaurante de José Carlos García está en otro nivel, ya aparte la estrella Michelin, que también cuenta. Desde su misma entrada nos hacemos una idea del sitio, nada que ver con lo que hemos visto antes o lo que veremos después. Los premios se le acumulan, y su fama es ya conocida fuera de España, pues aparece en todas las buenas guías turísticas y de restauración. Desde que entras, te sientes en un sueño, un sueño del que no quisieras despertar: cuando me dio por preguntarle a M. por la hora (se me jodió el reloj el fin de semana, jeje), me dijo que ya eran las doce, ¡las doce, no puede ser! El paraíso es la comida, por supuesto (no te fíes de un restaurante en donde la comida no sea lo mejor del sitio), pero hay que decir que el servicio de mesa es bastante profesional (aunque podría ser mejor), realizado por unas chicas bastante simpáticas, al menos una de ellas que era la más asidua de nuestra mesa. Me sorprendió un poco que hubiera hilo musical, pero es tan sutil que apenas molesta. En la mesa, los platos y cubiertos iban cambiando con cada cambio de comida, y esto ya era parte del sueño. La flor era preciosa. El salón de abajo estaba casi vacío, sólo una pareja al fondo, políglotas, luego se fue llenando, poco a poco. En fin, la comida (la carta cambia todas las semanas, pues es de mercado, la que había estaba hecha el 17 de este mes): los aperitivos, no entusiasman (se te ofrecen, pero luego son cobrados, atención). Me decidí por el menú de mercado, ya que el de degustación me pareció demasiado, no suelo comer tanto de noche. Creo que es la mejor manera de conocer la cocina refinada de esta casa. El ajoblanco con uva Moscatel, delicadísimo y sorprendente, pues la típica uva ha sido convertida en gelatina y no aparece hasta la mitad del plato; el "pan divino" de sardinas marinadas con higo chumbo no me terminó de gustar, por los contrastes tan marcados; el pescado de roca (no recuerdo el nombre que dijo), con una salsa y vinagreta y unos brotes de no-sé-qué, muy poco hecho (como es la tendencia), bastante bueno, aunque estoy acostumbrado a que esté más hecho; el rabo de toro glaseado con Parmentier de patata, muy tierno, deshuesado, una delicia. Y finalmente, un pastel de chocolate con mandarina, que tampoco me convenció, sobre todo por lo helado de la fruta que venía encima (aunque la salsa estaba muy buena). La carta de vinos es en realidad un libro, en donde aparecen tantos, que la selección puede llevar un rato: hay sobre todo monovarietales, de casi todas las zonas vinícolas de España y de otros países productores. Al final me decidí por un Taurus '02 (D.O. Toro), que estaba bueno, aunque me hubiera gustado probar otros más. Con los postres, me pedí una copa de uno dulce, San Emilio (Pedro Ximénez), realmente delicioso. Nos trajeron otra sorpresita, una especie de turrón con chocolate blanco y en una probetas, zumo de sandía y melón, los dos colores sin mezclar hasta que te lo bebías (pero esto no vale mucho, la verdad). La visita al aseo, en la primera planta, agradable. Me fijé en la imponente escalera, de madera oscura, los estantes de abajo llenos de libros de cocina, toda la maravillosa y cálida decoración del sitio (aunque me di cuenta que el comedor de arriba no tiene el encanto del de abajo). Qué pena despertar de este sueño, qué divertida noche, y qué horrible despertar el domingo, sabiendo que todo o casi todo estaría cerrado. Pero siempre nos quedará París...
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Me pasé todo el sábado comiendo y bebiendo, porque, ¿qué otra cosa se puede hacer un sábado en una ciudad como Málaga, que no tiene Auditorio ni lo tendrá en mucho tiempo, y que no tiene Filmoteca, y que sólo da pelis francesas a las nueve y cuarto de la noche? Primero fuimos a El Naranjo, un restaurante en calle Ayala (38), por la zona de la RENFE. Había leído que era un buen sitio de vinos y de carnes. Está medio oculto por la vegetación, pues antiguamente eso sería un chalecito, o casa mata grande. La decoración es simple y alegre, dominan los tonos azules claros y algo de amarillo. Hay varios comedores, la mala suerte fue que en uno anexo al que estábamos había un cumpleaños, y conforme iba avanzando la tarde, los niños y sobre todo las niñas, se iban poniendo cada vez más pesaditos. Probamos un vino de Toro (Camparrón crianza '99), que no estaba mal. Como no soy muy carnívoro, más bien al contrario, decidí tomar sólo un plato de ventresca con pimientos del piquillo, aderezado con ensalada-picadillo típica andaluza. Se estaba bien, porque en el comedor nuestro sólo había otra mesa ocupada, lo malo ya digo, el cumpleaños (me podría enzarzar en una larga discusión sobre la conveniencia o no de los niños en estos sitios, pero vamos a dejarlo). El servicio, regular, estamos hablando de un sitio del montón, qué le vamos a hacer. Buenos camareros sólo los hay en los sitios caros-caros.
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Luego, hay otros lugares, como el Café de París: actualmente, el mejor restaurante de Málaga, en un tiempo en que se abren muchos restaurantes y algunos aspiran a lo alto también, como Palo Cortado, o Manducare (Muelle Heredia, 2), o MR1 (Campos Elíseos, s/n, encima del Museo Municipal). Pero el restaurante de José Carlos García está en otro nivel, ya aparte la estrella Michelin, que también cuenta. Desde su misma entrada nos hacemos una idea del sitio, nada que ver con lo que hemos visto antes o lo que veremos después. Los premios se le acumulan, y su fama es ya conocida fuera de España, pues aparece en todas las buenas guías turísticas y de restauración. Desde que entras, te sientes en un sueño, un sueño del que no quisieras despertar: cuando me dio por preguntarle a M. por la hora (se me jodió el reloj el fin de semana, jeje), me dijo que ya eran las doce, ¡las doce, no puede ser! El paraíso es la comida, por supuesto (no te fíes de un restaurante en donde la comida no sea lo mejor del sitio), pero hay que decir que el servicio de mesa es bastante profesional (aunque podría ser mejor), realizado por unas chicas bastante simpáticas, al menos una de ellas que era la más asidua de nuestra mesa. Me sorprendió un poco que hubiera hilo musical, pero es tan sutil que apenas molesta. En la mesa, los platos y cubiertos iban cambiando con cada cambio de comida, y esto ya era parte del sueño. La flor era preciosa. El salón de abajo estaba casi vacío, sólo una pareja al fondo, políglotas, luego se fue llenando, poco a poco. En fin, la comida (la carta cambia todas las semanas, pues es de mercado, la que había estaba hecha el 17 de este mes): los aperitivos, no entusiasman (se te ofrecen, pero luego son cobrados, atención). Me decidí por el menú de mercado, ya que el de degustación me pareció demasiado, no suelo comer tanto de noche. Creo que es la mejor manera de conocer la cocina refinada de esta casa. El ajoblanco con uva Moscatel, delicadísimo y sorprendente, pues la típica uva ha sido convertida en gelatina y no aparece hasta la mitad del plato; el "pan divino" de sardinas marinadas con higo chumbo no me terminó de gustar, por los contrastes tan marcados; el pescado de roca (no recuerdo el nombre que dijo), con una salsa y vinagreta y unos brotes de no-sé-qué, muy poco hecho (como es la tendencia), bastante bueno, aunque estoy acostumbrado a que esté más hecho; el rabo de toro glaseado con Parmentier de patata, muy tierno, deshuesado, una delicia. Y finalmente, un pastel de chocolate con mandarina, que tampoco me convenció, sobre todo por lo helado de la fruta que venía encima (aunque la salsa estaba muy buena). La carta de vinos es en realidad un libro, en donde aparecen tantos, que la selección puede llevar un rato: hay sobre todo monovarietales, de casi todas las zonas vinícolas de España y de otros países productores. Al final me decidí por un Taurus '02 (D.O. Toro), que estaba bueno, aunque me hubiera gustado probar otros más. Con los postres, me pedí una copa de uno dulce, San Emilio (Pedro Ximénez), realmente delicioso. Nos trajeron otra sorpresita, una especie de turrón con chocolate blanco y en una probetas, zumo de sandía y melón, los dos colores sin mezclar hasta que te lo bebías (pero esto no vale mucho, la verdad). La visita al aseo, en la primera planta, agradable. Me fijé en la imponente escalera, de madera oscura, los estantes de abajo llenos de libros de cocina, toda la maravillosa y cálida decoración del sitio (aunque me di cuenta que el comedor de arriba no tiene el encanto del de abajo). Qué pena despertar de este sueño, qué divertida noche, y qué horrible despertar el domingo, sabiendo que todo o casi todo estaría cerrado. Pero siempre nos quedará París...
3 Comments:
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Se deja enredar por la ficción, Lukas. Que el narrador diga que admira a Hemingway no hace al escritor admirar a Hemingway. Lee detalles autobiográficos cuando realmente lo que hay es invención. La primera novela de V-M no es ni siquiera La asesina ilustrada y dudo que ese sea el único detalle inventado.
Creo que lo único realmente cierto de esa novela es que V-M vivió en la buhardilla de la Duras y algo de lo que dice sobre Pitol.
Pues la verdad es que tiene que ser un punto, eso de ver a una puta en vestido de comunión. También es una pena, pensando en otra cosa, que en "Princesas" de Fernando León, no salgan los chulos, así todo es un poco falso, no?
Doña Casilda, qué nombre tan romántico para un parque...
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