Tal vez alguno se acuerde todavía de
Une liaison pornographique, una película francesa que me dijo muchas cosas en aquellos momentos críticos de 2000. Pero a pesar de su título, era una historia realmente de amor, aunque al principio empieza con otra intención. Aquí, en esta novela de Vargas Llosa, se trata realmente de una historia pornográfica, la de la niña mala y el niño bueno, a lo largo de cuarenta años, desde que eran adolescentes hasta finales de los ochenta, en Madrid. Ya el autor ha dicho que no es una historia de amor romántico, sino un amor contemporáneo. Desde luego, cínico, itinerante, sin palabras cursis (huachaferías, como dice ella), sólo cuentan las aventuras salvajes y la fuerte tendencia sadomasoquista de los implicados. Un amor destructivo que llega a su clímax en Japón, cuando ella está esclavizada por el mafioso Fukuda, que le hará perrerías delante de sus amigotes. Con el culo y el coño destrozados, durante largo tiempo buscará el consuelo de su perro fiel, hasta que da con él, que la cuida y le presta dinero para que la atiendan bien en una clínica privada. Es en esos meses de convalecencia, ella herida y dolida, que se da lo más parecido a una relación burguesa de antaño. Pero apenas recupera fuerzas, ella se lanza de nuevo al juego fatal, que está a punto de desencadenar un suicidio. El decisivo capítulo V acaba con toda una declaración de intenciones:
--Tú nunca vas a vivir tranquilo conmigo, te lo advierto. Porque no quiero que te acostumbres a mí. Y, aunque vamos a casarnos para arreglar mis papeles, no seré nunca tu esposa. Yo quiero ser siempre tu amante, tu perrita, tu puta. Como esta noche. Porque así te tendré siempre loquito por mí. (p. 286).
Madame Bovary, una osita amorosa a su lado.
"Travesuras" es un eufemismo ridículo, porque lo que ella hace merece otros nombres: zorrerías, putadas, crueldades, actos de un cinismo insoportable. Por desgracia, este personaje no es sólo eso, una fantasía, sino que su modelo real está por todas partes. Los dioses nos libren de estas aventureras.
El capítulo VI supone un viaje a los orígenes, y ahí, en la Lima tan cambiada, el narrador consigue hablar con su padre, Arquímedes, el constructor de rompeolas. Por él conoce algunos datos de la infancia de Otilia, ¡así se llama la que ahora es su mujer!, y desentraña al fin el puzzle de esa vida escurridiza y trepadora. Ahora por fin entiende la vida que ha llevado. Es el anticlímax perfecto, y cuando empieza el capítulo final, ambientado en Lavapiés (ese barrio Babel de Madrid), encontramos a Ricardito con su nueva vida, junto a una italiana, Marcella, escenógrafa teatral (curiosamente, el teatro es la pasión primera y última de VLL), que no puede ser más distinta a la peruanita zorrona. Como suele suceder en otros capítulos-novellas anteriores, arranca de golpe y luego vuelve a modo de flash-back, a contarnos lo que ha pasado en ese lapsus temporal. Al parecer, la última despedida de la zorrita ha sido la definitiva, de nuevo le ha hecho la pirula. De alguna forma, eso era también el fin de la ilusión de una vida feliz, en París, la ciudad burguesa por antonomasia. Me quedan unas veintintantas páginas por leer y todavía espero una sorpresa, en esta novela maravillosa que me ha tenido ocupado buena parte del fin de semana.
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En Radio Clásica, ayer domingo, me pongo a escuchar un programa ya empezado, que dan de 13 a 14 horas. Si normalmente el presentador es neutral y no hace comentarios de valor sobre las obras que pone, aquí es todo lo contrario, el que habla está dando una paliza a un compositor frustrado (sic), del que recoge algunas declaraciones que aparecieron hace un tiempo en el
Babelia. Es fácil adivinar de quién se trata: Michael Nyman, el rey no del piano sino de los vanidosos, que es incapaz de entender que las críticas negativas hacia su trabajo tienen que ver con la pésima calidad de éste, y no de una confabulación universal contra él. Aunque reconozco que durante un tiempo escuché su música y hasta pasé buenos ratos, por eso tampoco creo que merezca el calificativo de "boñiga", algo que también habría que aplicar, de otra manera, a muchos otros de la vanguardia más hartante.
Ya por la tarde después de comer, Mozart, siempre Mozart, por Andras Schiff: su sonata para piano con la marcha turca final, esa aparente sencillez y gracia infinita; el concierto para piano nº 6, K. 238, o el Rondó en Re Mayor, fueron las piezas que se escucharon, mientras en los interludios el propio músico habla de la música de este genial compositor, caricaturizado en esa película llamada
Amadeus.
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Y el Mundial, claro, inevitable. Descubro que lo dan íntegro en Punto Radio, así que como ando sin TV (y tampoco por aquí se coge La Sexta), me quedo a la escucha. El sábado juega Italia contra Estados Unidos, por la noche, es un partido bronco, como se temía, en donde un jugador italiano, De Rossi, es expulsado por una entrada fatal a un contrario. Italia juega mal, muy mal, y la resistencia física de los yanquis hace que el partido acabe con empate a 1. Ayer domingo, Brasil tampoco demuestra buen juego, más bien al contrario, y sólo puede ganar 2-0 a Australia, que merece al menos un gol. Entre los comentaristas hay una brasileña que dice vivir ya 14 años en España, pero lleva a la canarinha en su corazón, y en vez de analizar el partido, como corresponde, se deja llevar por lo sentimental más ramplón, algo que le dicen los otros hacia el final, pues sus emanaciones son ya insoportables. Como leo hoy en El País, Brasil es un equipo mercantilizado, en donde hasta su juego está patentado ("juego bonito", pero en portugués), así no se puede hacer nada natural, todo es falso, individualista, el equipo es un batiburrillo que depende sólo del golpe de tacón... o de suerte. Hay otro comentarista que se sabe las equipaciones del mundo entero, me hace gracia su voz y su pedantería anecdótica, aunque se agradece como contrapunto dulzón frente a la pedantería técnica de un tal Jorge, el típico porteño analista que echa por los suelos toda la tontería sentimental. Por la noche, Francia va ganando a Corea del Sur todavía, cuando lo quito, y luego en Ars Sonora resulta que dan una obra radiofónica de un argentino que ha vivido en Alemania, que se llama José Mataloni,
La rueda de la fortuna, la cual espero que acompañe a España esta noche.