sábado, julio 24, 2010

Pesadez, falta de aire

Una evangelista americana ha venido a Málaga para cuidar de las “working girls” del polígono Guadalhorce. Quiero contarles que Dios tiene un sueño, un plan, para ellas. Quiero que mejoren. Esta mujer también trabaja con las prostitutas de los burdeles de Los Boliches y Fuengirola. Espero hasta que terminan su trabajo a primera hora de la mañana y entonces camino con ellas cuando dejan el edificio y les digo “¿podemos tomar un café? ¿podemos hablar un rato? ¿puedo rezar con vosotras?” y eso es lo que quiero, compartir con ellas la idea de fe, esperanza y amor. Cuando ellas escuchan la Biblia, están equipadas por el poder de Dios para alejarse de las mentiras y decepciones del mundo. Para el futuro Joyce no sabe mucho, ahora su lugar está en la Costa del Sol, aunque tiene la sensación de que puede llegar a trabajar en Barcelona. ¿Quién sabe dónde me necesitará el Señor la próxima vez? Actualmente ella dice que su mayor proyecto es conseguir una furgoneta y así poder acercarse a las putas en el polígono industrial de noche. “Podemos montar una iglesia aquí mismo en la furgoneta. Podemos compartir la oración, estudiar la Biblia, escuchar música Cristiana, incluso tomar un café y hablar. Muchas de las chicas tienen miedo y no quieren dejar su puesto e ir a una iglesia tradicional en un edificio, así pues tenemos que ir hasta ellas. Aunque espero que algún día sea posible para mí tener mi propio edificio aquí en la Costa. Me gustaría hacerlo accesible para todo el mundo y me gustaría que estuviera abierto en esos momentos en que tantas almas perdidas me necesitan para que puedan ser iluminadas”. Desde que está en su misión, Joyce ha visto a muchas prostitutas cambiar de vida. “La primera chica a la que hablé cuando fui a Guadalhorce está ahora fuera de las calles y va regularmente a una iglesia de Nigeria en Málaga.” Preguntada si encuentra su trabajo gratificante, contesta: “Es mi trabajo. Dios es mi jefe”.

Camino de noche por esas calles dejadas de la mano de Dios, veo a gente sin nombre que pasea alegremente en busca de una diversión que no está asegurada. Dios es mi pastor estando con él estaré bien cuidado. No hay nadie para hablar, estuve encerrado un mes entero, sin pisar la calle, sin hablar apenas con nadie. Ahora el fresco de la noche me parece algo irreal, como venido de otro planeta. No hay mucha gente en realidad. En una esquina veo a Samuel, que está metiéndose una raya, me mira y se ríe, pero en realidad no es a mí. En la terraza del Tantra no hay nadie, aunque las mesas están bien colocadas. Una hora más tarde estoy por el Paseo Marítimo, totalmente despoblado a esas horas, corre un aire tibio, algunos gatos dan buena cuenta de los restos de arroz de un chiringuito. Me encuentro de repente con dos mujeres que tienen pinta de querer divertirse, parecen inglesas y van bastante escotadas. Pasan de largo sin ni siquiera mirarme. Me gustaría hacer algo detrás de esa roca. Ahí un verano me quemé tanto. Los recuerdos vuelan y se marchan lejos, y esta música imaginaria en mi cabeza, aunque dice algo así como “en el maravilloso mes de mayo”, lo cual es todo mentira, porque mayo es un mes malo, no maravilloso. ¿Por qué la música siempre miente? La música sirve para pensar en otra cosa, nos aleja de las cosas que de verdad importan. ¿Y qué es eso que importa de verdad? La salud del alma, un paisaje, el rostro amado, el dolor, un buen polvo, el paseo que ahora estás dando moviéndote en el vacío de la noche, las bocinas y cláxones de los coches, el zumbido del aire acondicionado, todos los sonidos macabros del asqueroso mundo. El que lo tiene todo en su finca en San Petersburgo dice que la vida es maravillosa, es como una colección de mariposas, ahí estáticas con su alfiler clavadas en la cruz de amaneceres inciertos. Dos putas más se me cruzan en otra esquina, debajo del Palenque, esta vez las oigo susurrarse algo en español. Son de Madrid. Llevan en una bolsa el material para un típico botellón, es decir, algo por lo que perderse en la bruma. Van muy maquilladas. Me uno a ellas, aunque no he sido invitado. Enseguida me doy cuenta que no hablan del todo mi idioma, sino una jerga de macarras de Malasaña o Lavapiés. Da igual. Mientras ellas (una pequeña y de pelo muy corto, un poco rubia; la otra, más alta aunque no tanto como yo, y con tetas grandes y el pelo un poco por los hombros) canturrean sobre sus recuerdos de instituto, yo me sirvo un buen vaso de ron Cacique (no tienen Legendario, vaya) y un buen lingotazo de Coca-Cola, aunque en realidad es para engañarme…, ellas brindan conmigo por el aire malsano de la noche y me preguntan algunas cosas que no entiendo. Una se llama Elisa, la de las tetas (la otra es casi plana), y tengo ganas de besarla, aunque esto es poco probable que ocurra, eso sólo pasa en el cine, y esto es la puta realidad de un lugar llamado Nerja, Costa del Sol, Axarquía. Las horas pasan febriles, cargadas de un aroma a otro lugar, con sus propios vestidos, sus sandalias negras a la moda, un pellizco es todo lo que consigues del tiempo que huye. No hay nada que pueda parar esta desidia, este malhumor sin motivo, este estado de botellón en la cabeza. Descubro que la botella en realidad es garrafón, y según voy echándolo al vaso de tubo, de plástico, va cayendo junto al alcohol una serie de semillas, algo muy pequeño y muy marrón, y la garrafa pesa tanto, tanto… Elisa se ríe como una descosida, pasa el camión de la basura por arriba a muchos metros, o puede que la arena esté tan fría, y sobra todo el calzado y hasta los labios buscan su música adecuada, y de repente descubro que estoy en otra playa, en Rincón, y que ella, la sabina de otros mares y otro siglo, está ahí al lado, con su bici mirando al cielo o a las espumas, y mi camiseta morada está húmeda pero no de sus dedos, y ella quiere bañarse pero no es la hora verde adecuada, tiene que ser otra música la que encierre el misterio, y entonces mira el reloj y dice que hay que irse, que en su casa la están esperando, aunque en su casa en realidad no hay nadie sino un montón de casettes mal colocadas sobre una mesa camilla y pone algo para agradarme como Javier Ruibal a quien he visto hace poco en directo, rosa de Alejandría pero no las variaciones goldberg de bach, que la aburren soberanamente; Elisa pasa una mano por mi pelo, siento sus pechos contra mi costado, siento algo que cae pero no es la botella ni el suelo bajo mis pies, sus uñas rojas muy rojosangre, algo que me dice que la roca no será impedimento, luego vendrá otra playa, en Cabo de Gata, y otro verano, que no será el nuestro.

Me doy la vuelta y reemprendo la marcha. Ahora no me encuentro más que con el holandés muy alto (ah, maldita redundancia) que va haciendo eses por el asfalto, va tan borracho que no puede tenerse en pie, y es tan alto, tan desgarbado… una araña, dos arañas, tres manzanas, cuatro fresones, cinco sandías, la luna brilla se dice algo a mis espaldas, una negra en una esquina haciendo su trabajo, el hombre se queja dulcemente pero ella sigue como si nada, la rusa no mueve ni pestañea, mi amigo se cabrea y dice que se baje y se hinque en el pilón, pero no hay nada más allá del malecón, no brilla la luna ni hay altas montañas, no hay cabras ni ganaderos, sólo un pobre inglés Peter con su tablero de ajedrez que duerme en un coche junto al río en un descampado al lado de coches quemados porque lo ha dejado su mujer.

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1 Comments:

Blogger Unknown said...

... es icreíble una noche en tu ciudad, mientras que en la mía al llegar las pocas estrelas que se ven por aquí...compro un pedazo de torta y camino rumbo al taxi que me llevará a mi habitación sin luz,sólo velas que me ayudan a desvestirme y por fin..dormir

3:20 p. m.  

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