lunes, enero 30, 2006

Zapping

Otro domingo que comienza en incertidumbre. Pero al final despeja, y hasta sale un poco el sol, aunque el ambiente es de frío intenso. El puesto del tío de los discos en grandes cajas verdes ha venido, y ni yo me lo puedo creer, pero es cierto: hoy habrá cosecha, después de tanta sequía. Así que, después de un ratazo (y es la segunda vez que me agacho) elijo: Messiaen (órgano por él mismo tocado); Mozart (la Serenata Haffner); Beethoven (sus últimas sonatas pianísticas por Kempff); Haydn (Las últimas siete palabras de Cristo en la Cruz); Dvorak (su sinfonía nº 1, por la Sinf. Checa dirigida por Neumann). Pero he dejado más Mozart, y Beethoven, y Brahms, y Delius, y Vaughan Williams, y tantos otros... Hay grabaciones valiosas, pero alguien está mascullando a mi lado que vaya basura de discos, que eran buenos para meterle fuego a todos, alzo la cabeza y veo quién es, es un madriles aficionado al rock, y es verdad: de eso en las cajas no hay mucho, hay jazz y otra música inglesa popular, pero rock no, y eso es lo que le molesta al otro. Y el tío dice que no sabe seguro si volverá el próximo domingo; es como la vida, una pura incertidumbre. Tampoco sé, al bajar, si me encontraré a Thomas, si habrá reunión como el domingo pasado, o si tendré que seguir con la novela, solo y con una litrona que se me ha caído al suelo y no se ha quebrado de milagro. Ahora, se le ha ido el gas a la puta. En Cantarero está ya parte de la panda, el Madriles contando calderilla. Luego viene Thomas, Javi, el Caracol. Cuando llevamos un par de birras, nos visitan los pitufos, qué bien. Alguien, dicen, ha llamado para decir que estábamos molestando a los niños: por la plaza no circula ningún niño, por favor. No es que me gusten mucho estos pequeños asesinos de instantes felices, pero es la pura verdad: están en sus casitas, y nosotros tomamos el sol fugitivo de la temprana tarde, pero los pitufos piden documentación (no a mí, of course, yo soy del lugar y me conocen bien), y el Madriles tiene una citación, el otro un papelajo arrugado, los papeles de la gente de la calle, tan diferentes a los papeles de Salamanca, por ejemplo... El Caracol se pone a dar voces señalando a la gentuza fascista de las casas detrás de nosotros, que son los que han llamado, por si las moscas. La pitufa nos dice que ya llevamos mucho rato, que nos busquemos otro sitio. Y una mierda. Nos vamos a quedar, o se va todo Dios. Caracol dice, mientras lo mira todo el mundo, que irá a hablar un poco con sus amigos los picoletos, y se va, mientras los pitufos siguen miroteando en la esquina de la plaza fascista de pueblo, un domingo, calienta el sol.
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El programa de Darío (un día sí, otro no) cada vez tiene más publicidad, ese ingrediente fastidioso. Si uno lo pilla ya empezado, a los cinco minutos ya tienes ahí Aviva, ahí la autopropaganda, ahí Siemens electrodomésticos, hay que joderse. Y encima, el catalán que concursa la va de chef, hay que joderse, pero al final pierde, el jurado sabía demasiado. Noticias del mundo mundial, el deporte entra a los diez minutos, como tiene que ser (qué nos importa Polonia, qué nos importa Ramala, si el Barça sigue su racha, y el mundial de balonmano, qué bien). Tengo que probar de nuevo que el dvd La noche de los muertos vivientes no funciona: míralo, dice WRONG DISC, maldito sea el que me lo vendió. Así que decido..., qué vamos a poner, si Siete novias para siete hermanos dura 104', y anoche me aburrí con ese engendro de Memento, una película bazofia que se contagia de la enfermedad del protagonista (por cierto, el que hizo el casting, a la guillotina). Así que habrá que quedarse viendo lo que den: La ruta de la plata, sólo merece la pena por la fotógrafa, que está muy buena y es tan nula como todo lo demás; Arrayán, también los dimanches, para cuándo una versión porno. En la Primera están con la ceremonia de los Goya, lo veo un poco: siempre los mismos caretos, la verdad, cómo me aburro. Todo lo académico es así de triste y autobombo. Me entero sólo de premios secundarios, y las películas la mayoría no he visto. Tendría que estar viendo Macht Point, que resulta ganadora como mejor película europea, pero al final me la pierdo por segunda vez. En el Rastrillo he pillado un vídeo que se llama: L'amour en fuite, de Truffaut, que encima nunca se pasó al castellano, pero cuando la pongo a ver, resulta que está grabado un engendro alemán, un softcore de los cojones, ambientado en un paisaje nevado, qué apropiado... La tiro al cubo de la basura.

Mucho antes, he aprovechado el DVD para ver el CD con las fotos de Barcelona: al menos, la pantalla tonta sirve para algo, y el cacharro también.
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Despierto agitado por el último sueño: una degollina en la escalera de subida a mi casa, luego veo que los azulejos del baño y el resto de paredes de la casa han sido pintadas de un azul brillante, pero que nada más despertar me parece frío, el color de la muerte. Siempre que sueño con los alrededores de casa, es de esta manera sanguinolenta y deprimente. El comienzo del día, como respondiendo a la señal macabra del sueño, es malísimo, lleno de una vieja angustia, obsesión, pérdida de confianza en el propio suelo que piso.

viernes, enero 27, 2006

Estar muerto


Hay cosas peores que estar muerto, nos dice Nosferatu, el vampiro de la noche, de Werner Herzog, la hipnótica y alucinada película sobre el personaje de Bram Stoker. Lo que en otras adaptaciones al cine fue juego de sombras, o erotismo bellamente sublimado (aquí también), en la película del director alemán se transforma en un nuevo delirio con la muerte en primer plano, al recalcar lo de la "plaga", la peste, que asoló Europa durante tantos años... La muerte más material y cruda, y la no-muerte del que tiene que vagabundear por los siglos de los siglos, lejos de la luz del sol, en ese castillo que es todo tan irreal... (magníficos planos de Jonathan Harker--Bruno Ganz por los pasillos, todo oriental y perverso, como en una pesadilla). La muerte lo dominaba todo, y ahora en cambio la ocultamos. Pero la muerte dominará dentro de poco nuestras vidas por fin acabadas, y por los siglos de los siglos vagaremos, muertos, sombras nada más, mientras la peste de las nuevas generaciones asola el planeta.

La versión que más me gusta es la más fiel a la novela, la de Coppola, que cuando la vi en el cine me pareció la película más hermosa y terrible, y experimental, de cuantas había visto hasta entonces. Y lo sigue siendo. Pero ese clima, esa ambientación musical, esos paisajes, ese dominio del paisaje, Herzog lo domina mejor que nadie.

También he visto, en VOS, la película de terror de Amenábar, que ya pude ver en el cine dos veces, pero doblada. Da gusto escuchar las voces originales, sobre todo la de Nicole Kidman, una de las actrices más refinadas e inteligentes del cine actual. Da gusto ver esta actualización del cuento de fantasmas, pero esta vez, sin tonterías: todo lo que sucede, tiene su lógica, una lógica tremenda y llena de vueltas de tuerca, hasta un final maravilloso que no se puede revelar por nada. Los vivos y los muertos tienen que aprender a convivir, la tiranía de lo vivo tendrá que dar paso a ese "dejar sitio" para quien está ya en otra dimensión. Hay algo en esta película que pone los pelos de punta, no los simples sustos ocasionales, sino el saber que, aquí mismo en donde estamos, otros, ¿intrusos quiénes son? desean perdurar. Cuando sepamos por fin que estamos muertos, se acabará el ocultarse, el sufrimiento, y entonces, veremos la luz.

miércoles, enero 25, 2006

El desastre de África

El jardinero fiel de Fernando Meirelles (cuya película anterior, Ciudad de Dios, me perdí), es una película excepcional, de calado casi épico en su hora final y sobre todo en los minutos que preceden al final, y que hacen pensar en aquel Paciente inglés, aunque sólo sea por el protagonismo de ese actor estupendo que es Ralph Fiennes. A través de un montaje endemoniado, a una velocidad de vértigo, con constante y efectivo uso del flash-back, Meirelles nos cuenta una historia basada en la novela del mismo título de John Le Carré, que no he leído ni me interesa, ahora que he visto esta película trepidante, con actuaciones soberbias y con un sentido del ritmo y de la denuncia (hora final) que no se suele encontrar ya en el cine. Esta mezcla de historia de amor, la que tiene lugar hasta la misma muerte-retorno al hogar, entre un diplomático británico (Justin) y su mujer (Tessa Quayle / Rachel Weisz, tan hermosa como frágil); y de intriga, que tras la muerte de Tessa hará que Justin salga de su letargo de botánico, es lo que lleva al espectador a maravillarse de lo que las imágenes no llegan a contar del todo, del poso que queda ahí donde todo se pierde, en un continente quemado no sólo por el clima extremo sino por los intereses de multinacionales farmacéuticas (The World Is Our Clinic!), una tierra en donde los nativos son abandonados a su suerte, como se ve en dos ocasiones, perfectas simetrías de un mundo que agoniza ante la mirada impotente o cínica de los occidentales. La música de Alberto Iglesias es también un factor determinante a la hora de valorar un filme que es, tal vez, el último "épico" que se puede ver en nuestras carteleras. Como bien han dicho otras críticas, entrar en esta película es casi como viajar al continente negro, de tal manera la cámara inquieta no para de arrastrarse, por la tierra, por el aire, por todas las concavidades permitidas. Esto quizá también acarre el único defecto apreciable, el hecho de que no haya muchos momentos para la calma, para la reflexión pausada, para que el sentimiento dé su salida: aunque sí se producen escenas emocionadas al retorno de Justin a Inglaterra, cuando está en el jardín de la casa de Tessa y recuerda aquella luna de miel que comenzó casi cuando se conocieron; o bien, cuando el primo de ella se echa a llorar en la estación. Por no hablar de esa secuencia final en el lago, mientras en desarrollo paralelo ocurre en Inglaterra la denuncia necesaria. Esta combinación de historia privada, de dolor humano individualizado, y de hechos públicos, de denuncia de lo que ocurre ahí no muy lejos, es lo que hace de esta película un logro mayor en el panorama actual.
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Soy un lector apasionado. Soy un melómano curioso. Soy un cinéfilo comprometido.

martes, enero 24, 2006

Cintas de vídeo

Algo huele mal en Europa, la tierra de los dulces sueños. Quien se cree a cubierto de las tempestades de otros continentes, empieza un buen día por ver rota su calma mediante unos vídeos sospechosos. Al principio es un mero decorado familiar, la fachada de su propia casita. Luego es más inquietante, pues las cintas vienen envueltas en un papel con dibujos extraños, infantiles, que hacen pensar en una crueldad escondida. La sangre está bien coloreada, es siempre de un color rojo oscuro. Su mujer se alarma, pero él, egoísta, sólo piensa en su carrera, en él mismo. Georges es periodista, presentador de un programa de TV de cierto éxito, sobre literatura, algo así como el fenecido Apostrophe. Su mujer trabaja en una editorial, aunque la cámara se centra en él, todos los demás aparecen como secundarios. Georges va tomando las pistas según le vienen a su estrecha cabecita: así, piensa primero que el amenazado es su hijo Pierrot (curiosamente, en el doblaje al castellano, a éste le ponen un vozarrón de veinteañero, cuando sólo tiene doce años, se supone); luego, la visita a la casa de campo en donde reposa su madre es consecuencia de un vídeo en donde se ve ese caserón, a una cierta distancia: ¡no le gusta nada a Haneke esa cierta distancia! Su madre sabe que algo pasa, él quiere conservar esa falsa calma de la gente bienpensante. La película llega al clímax cuando en el siguiente vídeo aparece una especie de pasillo angustioso de hotel, de edificio ruinoso y de gente pobre, una puerta, 047, y nada más: aquí la cinta es ya casi película de terror. Allí será el encuentro con un hombre del que no sabemos mucho. Haneke juega todo el tiempo a no decir mucho, a dejar todo en el aire. Poco a poco vamos armando piezas de este puzzle enorme, lleno de crueldad secreta y viejas rencillas, algo que llega desde el pasado, cuando estos hombres tenían seis años y Francia se veía envuelta en revueltas por culpa de su colonialismo: y Majid pagó el pato, como quien dice. El filme se va complicando, hay una especie de secuestro del niño, y hay también una escena horrible, que hace decir a un espectador a mi izquierda y detrás: "¡qué desagradable! Este hombre [el director] siempre hace estas cosas, pero qué desagradable..." Pues así, ¿qué os pensábais, que el cine era para la modorra, para el divertimento? Y la historia no acaba con las últimas imágenes, sigue por fuerza en la cabeza del espectador, cuando se levanta de su butaca y sale al aire de la tarde casi noche. Afuera están los camiones y demás atrezzo, porque cerca están rodando El camino de los ingleses, de Antonio Banderas y Antonio Soler. Han cortado la Plaza de la Merced y alrededores, luego en TV se verá una secuencia de la futura película. Pero sabemos que es sólo una ficción, mientras que Caché /Escondido es una poderosa realidad. Haneke nos enfrenta una vez más con viejos fantasmas, ahora para dormir tendrá que ser con somníferos, y lo que salga al otro lado será el paisaje envenenado, falsamente bucólico, de una infancia rota. Mientras, nuestros retoños se educan en el Liceo, y sus papás los van a buscar a la salida, ¡qué bien!

lunes, enero 23, 2006

La frivolidad como arte

Así que comienzo a leer otra novela, otra obra de ficción, así que tengo que echar por tierra mis esperanzas de apartarme de la perra ficción, estoy atrapado en ella más de lo que suponía, necesito historias, historias de gente diferente, de gente... al margen. Y la historia se llama: El gran momento de Mary Tribune, y la escribió Juan García Hortelano, salió en 1972 y Barral la publicó en 1975, qué tiempos. Escogí esta lectura porque Isabel Coixet la mencionó en una entrevista en El País la semana pasada, y yo me dejo llevar. Dijo que la había leído en un momento especial, y que iba de gente que se la pasaba bebiendo, en noches sin fin: y de eso trata, en un lenguaje abarrocado en extremo, de un grupo de amigos que decide salirse de la mesocracia, aunque en el fondo estén inmersos en ella, en la grisura de un tiempo y un espacio finitos; gente que busca evadirse, aunque en el domingo acaben de domingueros, como otros tantos españoles de entonces. Entre los hechos y el lector se establece un poderoso filtro, la escritura afectadísima pero divertida a la larga, de nuestro narrador-vividor. Todo comienza una noche en que el susodicho conoce a la yanqui de vacaciones por Madrid, y los acontecimientos se van encadenando casi sin solución de continuidad, en un punto y seguido arrebatador. Las noches se alargan casi interminablemente, como la de ese domingo, que al comenzar es una pura sorpresa, y que al acabar es un marasmo de alcohol y visiones a media luz, de escaleras, humo y mucha alba delicuescente. Podríamos estar inmersos en una pesadilla, pero es la realidad misma... José María, Pablo, Andrés, Tub, Bert, la Mary del título, nuestro hombre, los Tamburini, Matilde la hippie de pecho liso, la falsa Olga, Merceditas..., toda una galería de personajes perfectamente definidos tanto en su físico como en su habla, pues la novela se compone en un ochenta por ciento de diálogos chispeantes, que hace que todo se acelere más todavía. Se pasa de un escenario a otro con una velocidad de vértigo a veces, sensación propiciada también por unas frases secas, cortantes, de un cinismo brutal, de una pegajosidad extrema (tanto es así, que muchas veces dudamos de los que está pasando, pues todo lo que nos es relatado pasa por la lente deformante de nuestro hombre). Además, y por si este cúmulo de situaciones borrascosas y bullangueras no fuera poco, el texto se trufa de citas de procedencia diversa, desde Proust a Terencio pasando por Samaniego o Racine, que van a un lado de la página frente al texto de la novela que pretende comentar. Esta intertextualidad hace de la novela que tenemos entre manos una de las joyas de la literatura española del siglo XX, aparte que aquí me siento de vuelta al escenario cutre, macarra incluso e hilarante de La conjura de los necios, siquiera sea porque el protagonista es un vago, borracho y que no tiene pelos en la lengua, un irresponsable, un pijo y un lascivo, no tiene muchas virtudes que digamos...
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Domingo en mi realidad. Voy al Rastrillo, que está bien pues hace una mañana de sol. Una mujer, inglesa se supone, se ha caído y descansa en el suelo, de ahí no pasará, le han colocado un cojín grande debajo de la cabeza, más tarde veo la llegada de los pitufos, y luego la imprescindible ambulancia, que pasará calle abajo cuando ya bajo, harto de la misma mierda de siempre (sólo llevo un vinilo con la Primera de Mahler por la VPO, Paul Kletzki). Al ir a cruzar frente a la urbanización Verano Azul veo a Thomas, que dice que va hacia la iglesia de la Plaza Andalucía, en donde está Jose (el Madriles) haciéndose la misa de mediodía. Al llegar a la placilla vemos que está en la puerta, pidiendo, nuestro hombre particular, con cara de bueno. Nos sentamos, yo le muestro el disco, Thomas lo mira sin mucho interés, él no es un alemán muy ilustrado que digamos. Luego se marcha a mear a Los Cuñaos. Me pongo a leer un poco del libro, pero enseguida lo cierro, me parece que la lectura se acabó por esta mañana. Bajan la calle Javi, Pelúo, el colega inseparable del Madriles, con otro menda que no me suena. Nos reunimos todos enseguida, mientras la misa protestante de las once y media está en su esplendor, el órgano de Bach y los cánticos preciosos de los feligreses, los católicos es que cantan tan mal... Nos vamos en dirección a la plaza Cantarero, antes hace Thomas una parada para pillarse una birra, los otros están con calimotxo. Allí nos dan las doce, y la una y las dos, con idas y venidas, hasta el Covirán para avituallamiento, a la obra cercana para cambiar el agua al canario, o allí entre los arbustos de la plaza poblada con la fauna de un domingo cualquiera. Estamos un grupito agradable, charlamos de cosas sin importancia, aunque asustaría a más de un bienpensante: de motos, de armas militares, de detenciones policiales, de mercados de la droga, de canciones de otro tiempo, de delincuentes habituales. Llega un alemán con una guitarra, se la presta al Pelúo (que otrora liderara una banda de rock), y entona algunas canciones, pero antes de acabar se para, dice que hace tiempo que no toca. En un banco cercano, una parejita romántica escucha casi extasiada, y en otro dos mujeronas de pueblo nos miran con malsana curiosidad. A esa hora ya queda poca gente en la plaza, todos están ya comiéndose la paella de rigor. El alemán ennfunda la guitarra, mientras Juan, el menda agresivo, no para de susurrarme cosas contra el de la guitarra. Me digo que es hora de largarme, ahora están con el calimotxo sólo, y no quiero mezclar. Luego tendré un dolor de cabeza horrible, pero buena parte del domingo ya se ha largado, por suerte. Escuchar el disco de Mahler no me alivia, ni las llamadas telefónicas. Nada puede aliviar del tedio vital.

viernes, enero 20, 2006

Vida

CO2 + H2O + LUZ ---> GLUCOSA + O2


Ésta es la fórmula de la fotosíntesis, algo que recuerda el etnobotánico Wade Davis en una pequeña entrevista que le hacía El País hace tiempo, en cuyo titular se decía: A las plantas les importa una mierda la música de Mozart. Y él mismo es el autor de un libro excepcional, El Río (Pre-Textos), una especie de biografía de su maestro R. E. Schultes, en donde nos cuenta lo que es la verdadera cultura, y por ende la vida misma, ésa que está en la luz que transforman las plantas en energía química, y a las que en verdad la música que decían los new age les trae sin cuidado. Lo que importa es la luz. Quien no conoce esta fórmula, ¿puede llamarse culto? Pero eso les pasa a la mayoría de los tenidos por intelectuales, que no saben nada de química, de biología ni de genética. Goethe, el hombre total que hoy día estaría trabajando en algún laboratorio químico (o de ingeniería genética), se despidió de la vida con las palabras ¡más luz, más luz!, mirando hacia la ventana.



Otro libro raro, pero cuya lectura me deslumbró cuando era más joven: El pan salvaje, de Piero Camporesi (Ed. Mondibérica, 1986). En él se viene a decir, mediante numerosos documentos en el estilo de la microhistoria de Carlo Ginzburg, que los hombres del pueblo en la época preindustrial vivieron alucinados por la ingesta de alimentos y sustancias que producían efectos contundentes en el sistema nervioso central, de ahí los casos masivos de brujerías, bailes extraños y viajes alrededor de una cueva. Los hongos, aquellas habas, aquel pan fermentado..., qué mundo tan espantoso y materialista, tanto que el actual parece algo etéreo, habitaron nuestros antepasados de los siglos XII al XVII. Si uno quiere saber de qué iba aquella gente, cómo vivía el día a día, cómo se alimentaba (y somos lo que comemos), tiene que leer esta obra extraña, porque también nos habla de la cultura con letras minúsculas.

Cada vez desconfío más de la ficción, de cualquier ficción. Quiero realidad brutal, quiero magia, quiero sangre y vísceras y todo crudo...

jueves, enero 19, 2006

Felicidad




Lo aviso: ésta es una película para treinteañeros españoles. A los que tengan menos no les dirá mucho, y los que ya no cumplan cuarenta hasta se escandalizarán. Los dos lados de la cama, de Emilio Martínez Lázaro, hasta consigue la hazaña de superar a la primera parte, El otro lado de la cama, que disfrutamos a placer en 2002, ése fue un año terrible para mí pero una de las escasas alegrías que me dio fue ver esta película, un musical atípico protagonizado por un grupo de actores en estado de gracia. Ahora, tres años después, ahí siguen, al principio nos hacen creer que todo les va viento en popa y dispuestos ya para el casorio, cuando la verdad es que los hombres, sobre todo Pedro (Guillermo Toledo) y Javier (Ernesto Alterio), amigos para siempre, son de lo más infantil que uno pueda encontrarse, sobre todo el segundo. El otro, Rafa (Alberto San Juan) es un bala perdida, y su amigo-mosquetero Carlos (a modo de Sancho) resulta que lo engaña con su pizpireta Pilar (ay, esa María ESteve). De engaños va la cosa, pero no con quienes ellos esperaban, al menos la pareja protagonista. Y de alegría, de canciones de los ochenta en su mayoría, que sólo los de mi generación sabe apreciar, porque crecimos con estas canciones: de Alaska, de Tequila, de Los Secretos, de Los Ronaldos o de Mecano. Los ochenta fue nuestra década, y todo lo demás se lo llevó el viento. Ahora, este grupo de gente inmadura, pero de una gracia y un encanto insuperables, nos recuerdan aquellos momentos, porque salen a cantar cuando menos nos lo esperamos (aunque estamos deseando que lo hagan, aunque a veces no afinen mucho, aunque las canciones se descontextualicen y se produzca la gracia infinita, y hasta el gag, como en dos ocasiones impagables). Sobre todo, me encantó ese popurrí en la escuela de baile, en el clímax de la historia; pero también ese tema de celebración de la noche sin sueño, "no quiere dormir", o la que acompaña al trío delicioso. Porque hay que decir una cosa: si bien las nuevas Verónica Sánchez (Marta, novia de Javi) y Lucía Jiménez (Raquel, novia de Pedro) lo hacen muy bien, y hasta se nos hace creíble su relación bollera, la nueva-nueva es Carlota (Pilar Castro), esa pelirroja fatal, que será la que desencadene la infidelidad más escandalosa y dulce, y que es posible que reaparezca en una tercera parte que desde ya estoy esperando. Carlota es la mujer de mis sueños, y desde su aparición en La Viuda Blanca, al comienzo de la función, uno piensa que va a dar mucho que hablar. El director, con ella, nos entrega a una mujer desinhibida, amiga del alcohol a medianoche y del sexo sin compromisos y en compañía larga, y nos hace pensar en la promiscua Ariadna Gil que escogió para protagonista de Amo tu cama rica, aquella joya. Sólo por esto, amigos, merece la pena la cinta. Por cierto, van a dar por televisión, dentro de unos días, la primera parte.

La película nos deja un mensajito: las mujeres son mucho mejores que los hombres, eso ya lo intuíamos, pero aquí queda bien claro. Pilar es un Sancho mucho mejor que Rafa el taxista verborreico y amigo de los animales disecados, y por supuesto que el mastuerzo de su amigo imitador; las amantes son mejores que sus partenaires masculinos, por goleada; y Carlota tiene un cuerpo y una gracia, y un saber moverse, que para sí quisieran esos dos payasos, encantadores niños grandes. Éste ha sido mi mejor regalo de cumpleaños, el que me hice yo mismo, pues aquí estoy solo y, si no me hago los regalos yo, quién lo haría. Una película ideal para mí, que me dejó tan excitado y feliz que luego, casi no podía dormir.

miércoles, enero 18, 2006

Un año más

Hoy es mi cumpleaños, pero me temo que será un día más, un día cualquiera, miércoles, en mitad de la semana, en mitad del páramo, nada especial, ni tarta, ni postales, ni regalos que entran por la ventana, ni más libros, ni más música, hoy, enero, frío, desolación, casi desierto, corazón herrumbroso.

Alguien me pregunta, o se queja, que ya no escribo de música; bueno, sí, lo hago en Claros del bosque, pero en dosis muy pequeñas, y que creo que no llegan a mucha gente. No escucho la radio, no compro nuevos discos, y casi no voy a conciertos, así que de qué música podría hablar, si no es de la música de los sueños, o del ruido cotidiano.

Un vez más me pregunto si tiene sentido seguir, seguir no sólo en la escritura, sino en la vida misma, y si haber llegado, más o menos, a la mitad de ella, significa algo, si algo tiene sentido, y si la segunda parte de la vida será penosa, y si es así, si va a ser peor que la primera, si no sería mejor desaparecer, pero no con una muerte lenta como la de mi padre, perdiendo la razón poco a poco, perdiendo todas las facultades, sino de una vez, súbito, sin enterarse, o con un dolor efímero. Le tengo respeto suficiente al dolor como para no querer soportarlo demasiado.

Me pregunto por lo que me espera, se me dice que yo tengo el destino en mis manos, y esto parece película de ciencia-ficción, como si el destino, lo que nos aguarda, no tuviera sorpresas detrás del telón, que nosotros no sabemos, que nos dejan con la boca abierta..., como si soportar a los demás no fuera suficiente tarea, como si el ruido del mundo no nos dejara exhaustos, y sin muchas fuerzas para seguir.

El gran Henri Michaux, uno de mis escritores más admirados a pesar de que casi no lo conozco, dijo algo, dio en la clave de lo que significa ser humano: nos movemos en la polaridad gravedad /ligereza, es ahí donde se desarrolla nuestra tragicomedia. También Milan Kundera, en La insoportable levedad del ser, nos lo mostró de forma narrativa-musical, tomando Beethoven como interlocutor-pensador de la gran paradoja. Tal vez mi problema es que no me he endurecido, como la mayoría de mis semejantes, los que nacieron alrededor de los setenta, año arriba o abajo. Madurar, nos dicen, es propio del ser humano, hay que madurar, crecer es forjarse un caparazón lo suficientemente resistente como para hacer frente a las inclemencias, para soportar vivir a la intemperie. Porque vivimos a la intemperie, como bien nos dice Sloterdijk en la primera parte de Esferas. Esto, alguna gente piensa, es lo que harán los sin casa, los mendigos, no yo. Pero tú también vives en lo abierto, ¿o te olvidaste? Todos estamos en el mismo barco, y la única diferencia es: o te has hecho duro, o eres todavía blandito, como el niño cuya pelota golpeada todavía no ha tocado tierra. ¿Qué significa crecer, hacerse adulto? Volverse cínico, hacerse indiferente a las tempestades, como Nagasawa, ese personaje de la novela de Murakami que ahora leo; o autoengañarse, como hace su novia Hatsumi, que prefiere esperar al que a nadie espera. Quien renuncia a esta autoprotección feroz de guerreros decadentes, termina en la puta calle, o golpeado por todos los meteoritos humanos, demasiado humanos. Y la sonosfera en la que tenemos que convivir es un puro pandemónium. No deseo más música, si la música va a ser eso.

Si no hay contactos verdaderos, si la aproximación es una marcha atrás repentina...

Si sólo hay rumores de buen tiempo, si sólo hablas de cálculos en la estratosfera...

Una mañana no amanecerá, el sueño se llevará, barrido por el viento, los últimos recuerdos, porque los recuerdos se enjuagan con alcohol de 96 º.

Si al menos algo cambiara, pero no estos microsucesos, sino algo terrible que azotara los cimientos...

Ahora más que nunca, un gesto, cerrar los ojos, estar a solas con el mar.

martes, enero 17, 2006

Algunas películas




El cine ya no es lo que era para mí, hace tiempo que dejé de ser un cinéfilo de pro, como lo era en los años noventa, cuando podía viajar a otras ciudades para ver una peli que no daban en Málaga, y cuando ver cine en pantalla grande no era tan aventurado como ahora. Si viviera en Madrid permanente, otro gallo me cantaría, pero estando en el desierto, es difícil ver buen cine, hay muchas salas pero con mucha bazofia, y las películas en VO son contadas. En televisión, al no tener el Canal Satélite Digital, sólo me queda Canal 2 Andalucía para ver películas sin cortes, o algún que otro DVD, que no me gustan mucho. Lo último que pude ver en esa cadena ha sido: Mi hermosa lavandería de Stephen Frears, con guión de Hanif Kureishi, una película de estética muy años ochenta, a veces se escurre peligrosamente al terreno del videoclip, pero que muestra el ambiente underground londinense que tanto gustaba en ese tiempo, el de un barrio degradado y con unos personajes peculiares, la mayoría innmigrantes. Una lavandería cutre, que es reinventada por un chico punk (estupendo Daniel Day-Lewis), una historia entre él y el pakistaní, una música, algunas drogas sueltas... Todo muy estilizado, en la onda de entonces, algo que me gustaba y que ahora contemplo con una cierta tristeza, porque ese tiempo se fue, everyday is like sunday, y ya nada es lo mismo.

Anoche pusieron en el canal andaluz Marnie la ladrona de Alfred Hitchcock, película que hizo tras el éxito de Psicosis y de la aterradora Los Pájaros. Las que vinieron después ya no fueron lo mismo y mostraron su franca decadencia, tal vez porque con la actriz protagonista de las cintas de 1962 y 1964 no hubo nada que rascar, como se suele decir. Tippi Hedren, de la que estaba enamorado, le dio largas en el rodaje de Marnie, así que se le acabó la inspiración de las rubias fatales. De Psicosis, H. trae a ésta la manía compulsiva del robo, aunque con motivaciones diferentes; también una madre posesiva es elemento común a ambas (magistral esa secuencia del sueño, ¿o no?, cuando Marnie está en la cama y su madre silueteada en la oscuridad y ante la ventana de tormenta). La primera parte de esta larga cinta es fenomenal, mientras la cámara sigue a nuestra heroína frígida por sus pasillos del mal. La secuencia del robo en la caja fuerte de Ruttland es fantástica, con un toque de humor muy inglés. Pero cuando entra en escena la parte psicoanalítica, la trama se enreda y la tensión decae, mientras sube enteros la confusión y los tonos exaltados. De alguna forma había que explicar la personalidad torturada de Marnie, pero hacerlo teniendo tan al pie de la letra las teorías de Freud parece un poco tonto, aunque el final no deja de ser encantador, y por qué no decirlo, algo cursi. Nada que ver con la perfección de Vértigo, su obra maestra, o con Psicosis, que es puro delirio y maestría con la cámara, y hasta la música de Bernard Herrmann no se hace pesada. Es verdad que la fotografía es brillante, y que esa primera parte es muy buena, pero decae hacia la segunda parte, y Sean Connery no está a la altura de su partenaire femenina y su presencia casi chirría.

Mañana me voy a ver Los dos lados de la cama.

lunes, enero 16, 2006

The Beatles en Japón




Haruki Murakami, Tokio Blues (Norwegian Wood), Tusquets, 2005 (5 ª edición); original de 1987 (ha llegado un poco lenta esta novela a nuestro país): un libro que se lee rápido, pero que no cala hondo, al contrario que la novela de Roth que he leído antes, y que no sólo tiene una trama densa y una historia tremenda, sino unos personajes perfectamente definidos, y unos diálogos brillantes. A su lado, este jovenzuelo (ya no tan joven) japonés parece un letrista pop metido al mundillo de la literatura más o menos seria. Le gusta la música, pero curiosamente, en estos tiempos de aldea global, sólo aparecen canciones en inglés, más algún que otro fragmento de piezas clásicas, por supuesto de la tradición occidental (Brahms, Bach, etc.). O sea, que de qué me sirve leerlo, si puedo estar leyendo lo mismo a cualquier estadounidense: las referencias literarias son también from USA, o bien una Montaña mágica de Mann, que curiosamente lee nuestro Watanabe protagonista cuando visita a Naoko en el sanatorio. Es como si HM no dispusiera de una imaginación independiente y necesitara a la fuerza tomar prestado de nuestro repertorio los títulos y elementos significativos. Hasta en la comida me parece que comen lo mismo que yo, salvo algún que otro plato nipón que la traductora (pienso que la traducción del japonés contribuye a darle al conjunto un toque demasiado ingenuo) coloca en notas a pie de página, lo demás es casi lo mismo. ¿No hay en Japón una identidad propia, en estos tiempos de la segunda mitad del siglo XX? ¿con el final de la Segunda Guerra Mundial se acabó esa identidad nacional?
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Fotografía de Nobuyoshi Araki

La fragilidad de los personajes, de Naoko, de Kizuki, de la hermana de Naoko que también se suicida, como el que fuera su novio y realmente su "hermano gemelo" y amante desde la infancia... Todo este ambiente podrido y mórbido me trae a la memoria algunas películas como Dolls, o bien las fotografías extrañamente perversas de Araki, que de nuevo están en una exposición en una galería madrileña, y que veré en febrero. Hay algo en Japón que no va bien: recuerdo que cuando estudiaba, en el primer año en la "residencia", había un chico que estudiaba castellano, Tanaka, que nos contó un día cómo en su país los estudiantes están tan sometidos a una presión por ser buenos estudiantes, que muchos acaban suicidándose. Es como si para ellos el quitarse la vida fuera algo estilizado y hermoso como esos jardines zen de Kioto, allí en donde Naoko sueña una vida mejor con su compañera Reiko, lesbiana y guitarrera.
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El viernes 13 estuve al fin en un concierto, un recital de piano, que dio Daniel Fichera. En la cara interna de la tapa del piano se reflejaban las entrañas del instrumento, motas de polvo bailaban sobre él, sobre los primeros sonidos, de la Sonata Claro de luna de Beethoven. Extraña sequedad la de este músico, que acabó el presto agitato de una forma muy cortante, y que en el adagio sostenuto no logró expresar toda la enfermiza melancolía de la pieza. De ahí que en el técnico Chopin estuviera realmente brillante, y hasta saltaran chispas en el Scherzo nº 2, op. 31 o en las dos mazurcas, op. 6 nº 2 y op. 17 nº 4. Acabó con los dos estudios más conocidos, "Arpa" y "Revolucionario". Pero el recital concluyó con otra obra sumamente técnica, de Ravel, su Gaspard de la Nuit, en tres secciones, la última de ellas (Scarbo) de una pirotecnia espléndida, pero falta de musicalidad, como se quejaba el propio Ravel en su Bolero y otras obras. Me creeréis si digo que era el único español entre el público (unas cien personas, más o menos), en el Centro Cultural Villa de Nerja, los demás eran guiris residentes, o sea, ingleses, alemanes y demás. A mi izquierda había un chaval adolescente y a su izquierda una chica guapísima, con el pelo largo, rubio, una minifalda de punto..., y a su izquierda un tipo con pinta de mafioso italiano, muy bien vestido también. Los vi a la salida, por la puerta de emergencia, caminé un par de minutos tras ellos y luego cada uno tiramos por una calle distinta, pero no pude evitar fijarme en la chica, alta (uno ochenta por lo menos), con un trasero magnífico, y fue así que la música que acababa de sonar se evaporaba ante la belleza de la carne humana, ¿o divina? Soy un extranjero, qué bien.
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Javier Marías escribió un artículo en El País Semanal sobre la ley antitabaco, quejándose de su gobierno socialista, tan loado en otras ocasiones, porque ahora la ministra de Sanidad ha decidido proteger a los no fumadores de gente como él, que fuma siempre. Cómo se nota la subjetividad de este señor, cuando le conviene algo y cuando no. También se mete con otra imposición casi fascista, eso de regular los horarios de los trabajadores españoles, que quiere una Comisión Nacional para Racionalizar los Horarios Españoles, y que preside un tal Ignacio Buqueras y Bach, que salió una vez en Noticias Cuatro; pues bien, hoy le contesta en El País este señor, llamándole poco menos que maleducado, por los despectivos que usa para meterse con esta regulación, a todas luces necesaria (España será un país plenamente civilizado cuando: se eliminen las corridas de toros; no se fume en bares y restaurantes y demás locales cerrados; y se salga del trabajo a las seis de la tarde y la gente se acueste a las once como muy tarde, y se pase de ese abismo de tres horas entre dos y cinco de la tarde).
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Llueve, otro día más, ¿estamos en Europa al fin?
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Si Murakami pretendía describir esa fragilidad de la gente "normal", de su ser "torcido", ¿tenía que hacerlo con escenas eróticas tan light y diálogos tan infantiles? ¿o es que Japón es la tierra de lo naïf, lo infantil, lo mórbido y lo perverso? Decididamente, no me gusta el manga ni el erotismo nipón.

miércoles, enero 11, 2006

Mi querido Madrid (III)

El sábado comienzan las rebajas, después del día de fiesta, así que le sugiero a M. que vayamos a Fuencarral, la famosa calle de las tiendas fashion, en el barrio de Chueca. Salimos a la plaza del mismo nombre, que está decorada de forma colorista, ella toma una foto y vamos dando un paseo hasta encontrar la calle, es la primera vez que vengo por aquí, y creo que ella también, pese a ser de Madrid. Ya, ya, aquí las tiendas no son precisamente de Todo a Cien, pero apenas asomamos la cabeza vemos un gentío que seguro que es lo típico, aunque no haya rebajas, en las fotos siempre salen así de concurridas las aceras. Así que hoy, el primer día de las rebajas de invierno, el panorama es hermoso: si vivimos en una sociedad de consumo, qué mayor coherencia que ésta. Las tiendas más trendy están todas aquí, pero hay que destacar la de Custo Barcelona, el diseñador de camisetas coloristas, el mago de los colores y el patchwork. Claro que para adquirir una de sus piezas hay que tener una buena cartera, claro... También está Desigual (pero con la S invertida), que ofrece camisetas y otra ropa poco convencional, que en rebajas cuestan lo que otra ropa no rebajada, pero el diseño hay que pagarlo, igual que la comida de autor. Estamos un rato en Blanco, y veo el desfile de modelos, gente muy joven en su mayoría, me fijo en algunas empleadas, una lleva una camiseta toda desgarrada por detrás, otra un tatuaje en la espalda bastante grande, otra cerca de los probadores parece una muñequita china, con sus medias color arcoiris... Me fijo en una chica muy pija, que viste en color camel, con falda demodée, zapatos con poco tacón de señorita años sesenta..., y verla aquí, en este ambiente multicolor y casual wear, es todo un punto. A lo mejor ha decidido cambiar de aires, me digo... Finalmente, salimos de la calle y vamos dando vueltas sin fin por las calles del barrio más posmoderno, pasamos por una plaza con aparcamiento subterráneo, y justo anoche me entero en Miradas 2 que lo ha diseñado una tipa especialmente pensando en la movida de Chueca, con fotos, frases (una de Dante) en las paredes, todo está pensado para que un subterráneo parezca un espacio más humano, lo cual no deja de ser revolucionario, si lo piensas un poco.

Al final no fuimos a Le Dragon el sábado por la noche, y no sé por tanto si nos perdimos algo que merece la pena, o cenar allí hubiese sido como estar en una pista de baile con comida china un poco más sosfisticada de lo que se suele. Pero en uno de nuestros paseos veo un chino cutre que se llama El Dragón, y para divertirme un poco le digo a M. que ahí está, y ella se queda mirando la carta de fuera, y dice "hala, pues no es tan caro como decías", y me río, pero aguanto hasta el final, pero ella piensa que no es éste el barrio que yo decía (el auténtico está en Colón), y luego le digo que mire la fachada, tan cutre como la de cualquier chino de barrio, y entonces se da cuenta de que le tomo el pelo...



El domingo por la tarde nos acercamos a la Filmo (pasamos la tarde del viernes, pero era un edificio fantasma, ese día estaba cerrada, nunca me había pasado), y entramos para ver una joya del kitsch, Forbidden Planet, una de ciencia-ficción que nos sirve, sobre todo, para echar unas cabezadas y descansar los pies, agotados todavía de las largas caminatas (pero pasear por Madrid es un placer). M. me dice que no pudo dormir a gusto porque el de delante daba unos estornudos que para qué. La película es de SF, pero me pierdo tantas cosas, tengo tantas lagunas, que apenas podría contar de qué va, aunque sí me fijé mucho en los modelitos que lleva la hija del científico loco que vive tranquilo en Altair IV hasta que llega la tripulación de Planetas Unidos y empiezan los problemas (se ve que para la época, finales de los 50, esos modelitos dieron mucho que hablar). El robot es muy gracioso, y la ambientación del planeta, casi da risa, pero me perdí lo de los Krell. En la sesión siguiente daban el clásico La noche del cazador, que sólo he visto en la tele, pero no nos podíamos quedar a otra, tenía que preparar mis cosas para irme esa noche. Bueno, sí que nos quedamos un rato en la cafetería, y qué a gusto que se estaba, porque, BIEN, ahora todo el cine Doré, incluida la cafetería ES UNA ESPACIO SIN HUMO, lo cual ha hecho que no vaya tanta gente a la cafetería (al cine van igual), pero que los que estemos podamos respirar como merecemos.

El domingo por la tarde, cuando estamos a la altura de Marqués de Cubas (¿qué pasó con el Hurly Burly, cerró?), comprobamos que la telaraña de ensueño ha desaparecido, el tiempo ha mejorado (el sábado hacía un frío de miedo), y todo tiene otro color. Me fijo en esa esquina que Antonio López plasmó en un famoso lienzo, y que he visto en el Museo Municipal de Arte Contemporáneo, en el Conde Duque.

Tampoco fuimos para ese menú especial por su 21 Aniversario en el Cenador del Prado, un lugar que queda pendiente. Quedan pendientes tantas cosas. Porque esta ciudad no se acaba nunca.

Los restaurantes de Madrid y el tabaco :: Guía muy útil

Tenedores con humo

martes, enero 10, 2006

Mi querido Madrid (II)

Hasta entonces no conocía buenas librerías en Madrid, sólo una en calle Mayor (Méndez), las demás están en centros comerciales que ofrecen los libros como mercancía (El Corte Inglés, FNAC, etc.). Bueno, sí, otra: Antonio Machado, en el Círculo de Bellas Artes. Pues justo enfrente hay una muy buena, perteneciente al centro cultural Blanquerna, en cuyo interminable escaparate aparecen muchas novedades, muchas en catalán, y también una vitrina dedicada sólo a los libros de cocina, que se te hace la boca agua. Lástima que al ser día de fiesta estaba cerrada. En calle San Bernardo está Fuentetaja, en donde uno se siente in paradisum, con música clásica de fondo musical, los estantes organizan los libros muy bien y enseguida encuentras lo que buscas, porque parecen tenerlo todo, y así fue muy fácil que diera con el tesoro. En otro barrio está La Librería de Lavapiés, un lugar pequeño pero con libros muy bien seleccionados (los que buscáis bestsellers, abstenerse), que hasta tiene un rinconcito semioculto para libros en inglés, casi todos nuevos y algunos (muy malos) abajo del todo, de segunda mano. No me enamoré de ninguno, como me suce siempre en La Casa del Libro de Gran Vía, pero también es que teníamos prisa por ver las exposiciones del Reina Sofía antes de que cerrasen, que era domingo y casi la una y media. Allí han abierto hace un tiempo una tienda de La Central, en el nuevo espacio Nouvel, ahí, en donde lo rojo te ciega. Pues bien, una simple visita accidentada como la que hicimos ese día basta para darse cuenta de que estamos ante La Librería, un sitio en donde perderse, un lugar no apto para almas que sólo buscan la autoayuda. En la planta baja tenemos libros de arte, cine y demás, para aburrirnos, también para gente con billetera abultada. Luego, en la primera planta, hay un desfile de literatura que para qué: y en todos los idiomas, no sólo el inglés y el francés de rigor, sino italiano, portugués, alemán y no sé cuántas lenguas más. Un sitio ideal para almas políglotas que nunca sacian su sed en riachuelos envenenados por la Maldita Traducción. Ahí vi a mis conocidos, mis amigos y amigas más queridos, ahí los dejé pronto (maldito bastardo que soy, tuve que ir corriendo a los servicios), fue una visita relámpago, así que queda algo pendiente. Sentados en el patio, mirando la escultura de L., sufrí la tentación de entrar para ver el Arola, el restaurante del fondo, pero a juzgar por los comentarios con que me encuentro, la verdad es que mejor que no.

El Madrid mestizo que tanto me gusta, Lavapiés, pero sobre todo Chueca, y esa zona en donde está Gumbo, el restaurante de comida de New Orleans, en donde estuvimos el sábado para la comida, y que nos encantó (salvo por lo de dejar fumar): la decoración minimalista (hasta los servicios están chulos), los simpáticos camareros (estaba el propio chef), la comida estupenda (me pedí el bonito ennegrecido al estilo cajún, delicioso, en su punto justo; y compartimos los famosos tomates verdes fritos), la gente joven que llenaba el local... Chueca está tan lleno de restaurantes y bares, que es difícil elegir. Vimos uno que podía estar interesante (Bazaar), pero el sábado cuando pasamos todavía estaba cerrado, y el domingo estaba tan lleno cuando entramos (sin reserva es difícil), que sólo nos ofrecían una mesa en un rincón frente a la entrada, donde los fumadores: no, gracias. Así que acabamos en un italoargentino, Omertà, en donde no se come de maravilla, es un sitio más bien regular, la atención no es buena, pero teníamos hambre y era ya muy tarde. Creo que mejor opción hubiese sido Madrilia, no muy lejos, pero queda para otra ocasión (justo cuando pasamos de vuelta estaban cerrando). Vi a Pedro Zerolo por allí, con su pareja, parecía que iba riendo... En el cine Princesa, en la sala donde nos disponíamos a ver Gente de Roma, vimos a Manuel Vicent, en la fila de delante, con su mujer y amigos. A la salida lo vimos, con su habitual sombrero de marinero en tierra... Madrid by night, es casi más hermoso que de día. El sábado, habiendo estado antes del cine en el Conde Duque (viendo varias exposiciones de pasada, une de ella sobre Julio Caro Baroja, otra sobre esculturas de pueblos primitivos, Orígenes), fuimos paseando después de la maravillosa película, y llegamos, como quien no quiere la cosa, hasta Alcalá 55, en donde está Iboo Cibeles, un restaurante de alta cocina mediterránea sana y rápida, como se anuncian ellos mismos: y nos gustó la decoración, la ambientación musical (a esa hora, un poco ya elevada) y las ensaladas tan maravillosamente ricas. Quien come porquerías es porque no sabe buscar, o porque su mal gusto no le da para más.

Mi querido Madrid

Cuando llego a Sol el cielo está cubierto, de un gris sucio y virando al blanco, es viernes muy temprano, todo el mundo estará durmiendo después de la fiesta de la víspera de Reyes, y yo estoy cansado, muy cansado, pero feliz de estar de vuelta. Me dirijo a la Plaza de Benavente, en donde hay una chocolatería abierta, que parece que nunca cerrara. Ahí me espera M., como otras veces, se ha convertido en nuestro lugar de encuentro. Hay muy poca gente todavía, y por suerte nadie parece fumar... Luego nos acercamos a dejar las maletas y bolsos y salimos a dar una vuelta por los alrededores, cae una fina lluvia, y así estará todo el día festivo. Nos metemos por calles a partir de Ópera, una es la calle del Espejo, muy laberíntica y curiosa, y finalmente llegamos a la calle Santiago, en donde yo sé que hay algunos sitios buenos para comer o tapear, y ahí está, escondido tras unos andamios (como siempre en este Madrid, andamios), Taberneros, con sus puertas rojo oscuro. Todo está cerrado, y será raro que abran los comercios hoy, me digo, mientras paseo por calles maravillosamente solitarias, y me siento como dentro de un sueño encantado, como aquella mañana vienesa en el fin de Antes de amanecer. Y pensar que la noche antes, horas antes, en Málaga, todo el mundo estaba en la calle para la cabalgata, familias con los niños, los niños, esos tiranos... Ahora es como si todos durmieran, y si acaso esto fuera para siempre, si no despertaran más...

El caminar nos lleva lejos, hasta la calle Alcalá, hasta el Círculo de Bellas Artes, que sí está abierto, aunque no las exposiciones, que hay que esperar hasta las once; así que mientras nos vamos dando un paseo hasta la Casa de América, envuelta en niebla, es como una telaraña, son los hilos del mismo sueño que envuelve a Madrid, como un hermoso fantasma que se ha despedido de la odiada Navidad... En los jardines del Museo del Ejército (o como se llame ese imponente edificio) han colocado un belén al que algunos sacan fotos, está bien, y mira que no me gustan estas cosas. En el Paseo de Recoletos las casetas de una feria o algo así serán desmanteladas horas más tarde, ya acabó lo que se daba. Volvemos al Círculo, y entramos por fin a una de las exposiciones más importantes del momento, la que recorre el siglo y medio de fotografía en España, empieza en el sótano y acaba allí arriba en la sala Picasso, con las muestras de los últimos momentos de nuestro tiempo, con ese Aznar vestido de caballero medieval, se diría..., nos reímos..., fotos de la movida, Chema Madoz o García-Alix, por ejemplo. Lo que más me atrae son las fotos de los años convulsos de la Segunda República y la Guerra Civil, fotos que están en el imaginario de mucha gente, fotografías que tomó Robert Capa de un miliciano que cae en el campo de batalla, por ejemplo. Iconos del siglo XX. La fotografía es el arte que dice verdad.

El tiempo pasa, la llovizna persiste, y los que duermen van saliendo poco a poco del letargo, de modo que hacia la hora de comer ya hay gente en el Ouh... Babbo, esa trattoria de la calle Caños del Peral, zona Ópera, justo enfrente de un mexicano que dicen que es muy bueno, Entre Suspiro y Suspiro. El sitio en donde estamos es un entresuelo (me gusta estar por debajo del nivel de la calle), decorado en rojo (paredes), negro (mesas, mantel, etc.) y blanco (asientos contra la pared). La comida es muy buena, y la botella de Lambrusco también, pero no me gusta nada el postre, un tiramisú en copa que no aporta nada. La música ambiental, por una vez, no sólo no molesta sino que engancha, es divertida, es italiana de la de toda la vida, las canciones que casi todo el mundo conoce. Está bien este napolitano. Por la tarde, como todo está cerrado, nos quedamos a descansar en la habitación, y por la noche, tras tomar una copa de vino en una vinoteca de la Plaza de Santa Ana (no me gusta especialmente) damos varias vueltas por la zona antes de decidir entrar por fin en el Inti de Oro de calle Amor de Dios, que está vacío, y así seguirá toda la noche, salvo otra pareja que entra al rato, ella con un curioso y algo cursi sombrerito blanco. El sitio está decorado con pinturas en los muros con motivos andinos, algo típico de un peruano, se supone. M. mira la carta y pone cara de circunstancia, no conoce nada, y no sabe qué pedir. La camarera recomienda la yuca frita, pero luego no nos gusta mucho, ella dice que es una cosa muy simple, que no aporta nada. Me pido ají de gallina, por suerte la salsa no es picante, porque el ají mirasol de color canario que nos pusieron de aperitivo estaba tremendamente picante, era para morirse. La nota folklórica la pone un tipo con su guitarra, que se pone desde la barra a cantar canciones tradicionales, con una voz que al principio me atrae y luego me resulta de lo más lastimera; y se acerca a nuestra mesa, y el plato se me enfría, y M. dice que las patatas suyas, fritas, son restos de no sé cuántos días, y sus tiras de carne también se quedan frías, mientras escuchamos las canciones del músico aficionado, que lo está destrozando todo, las de Chabuca Granda y no sé de quién más (es lo malo de no escuchar música popular, que te puede sonar la melodía, pero nada más). Luego sigue cantando por otras zonas del comedor, también se va a la otra mesa, y luego en la barra, y al fin se calla, y es un alivio, y vuelve la música enlatada. El chico nos habló un poco de lo que hace, que le gustaría grabar un disco, etc. M. y yo nos reímos mucho de la "sesión". En fin, nos tenemos que ir, el largo día acaba..., antes del peruano íbamos por una calle muy empinada en donde casi todos los sitios me parecieron antros, ¿cómo es posible haya tantos?, y negros, cerrados, la fría lluvia, la Puerta del Sol decorada todavía por la Navidad..., quedan dos días más, para descubrir esta ciudad que no se acaba nunca.


Lo mejor de todo fue el Gumbo

jueves, enero 05, 2006

Contaminación y prostitución

Contaminación, ése es el problema básico del planeta Tierra hoy por hoy y en adelante, los años venideros, y los que ya no veré. Los hombres de este tiempo serán recordados por generaciones futuras como los que calentaron indebidamente su medio ambiente, su esfera vital (eso dice en alguna parte el sabio Sloterdijk): cuando leo post así, me muevo entre la rabia y un cierto placer malvado de encontrarme alguna vez con ése que dice que habría que boicotear la ley, y que él lo hará, y que a partir de ahora, guerra a los no fumadores por tener una ley que nos ampare. Hay gentuza por todas partes, y en la blogosfera no podía faltar. He visto otro cartelito a mano antológico, que dice: ZAPATERO NO NOS DEJA FUMAR, y un cigarro tachado, y eso en una tienda que se llama Vaya Tela Y Punto, ya se pueden imaginar de qué es. Las marujas se quejan, las pobres, de que tampoco podrán fumar en la pelu. Pobrecitas. Putas: habría que ponerse más serio, y tampoco dejar fumar en los portales y entradas de los edificios y los demás comercios (ya, ya se ven tías fumando a la entrada, nada más salí hoy de mi edificio encontré una ahumando todo, y en la puerta de una inmobiliaria). En Estados Unidos se han quejado de esto, y hacen que los fumadores se vayan lejos de los portales. En las empresas, sobre todo las grandes, con tantos pisos, se pierden más de cinco minutos, a veces hasta diez, en bajar a la calle desde las plantas superiores. Han calculado que si dejan fumar cinco minutos a la hora, los trabajadores perderán catorce días laborables al año, ¡es demasiado! Así que no se extrañen los fumadores que dentro de poco no escojan a fumadores en una selección de personal (si yo fuera responsable, no lo haría). No se puede contratar a alguien que pierde tiempo, y el tiempo es oro, amigos.

No veo apenas sitios de comidas (bares y restaurantes) en donde se prohíba fumar, en estos días habré contado cinco, los demás son para los malos humos.

Prostitución del Estado del Bienestar: lo que leo hoy en el periódico sobre ese tren Niza-Lyon, la noche de Año Nuevo, con un centenar de borrachos asaltando y agrediendo a los pasajeros (iban unos 600), con el permiso casi de la policía, que apenas hizo nada para impedirlo (es más, unos policías con perros los metieron en ese tren y al poco tiempo salieron, y ahí se lió), es grave, muy grave, es la continuación de los disturbios de los últimos meses, de los últimos años. Algo huele a podrido en el país vecino. La mayoría de estos delincuentes son árabes, marroquíes. Otro diario dice que el que mató a un chaval en una discoteca en Madrid en Nochebuena está relacionado con los implicados en el 11-M.

Por eso, desde lo más pequeño y rutinario (los que envenenan el aire desde abajo) hasta lo más escandaloso (lo que sucede en el descompuesto Irak; los que mueren de hambre o frío en África o Pakistán), todo hace pensar en lo peor. Que me hablen de libros o de música, es casi una frivolidad.

miércoles, enero 04, 2006

¿Espacio sin humo?

No sé si será el mejor regalo de Reyes, pero lo cierto es que ha venido antes del dichoso día de los juguetes a tutiplén (que los padres "magos" se gasten una media de doscientos euros en regalitos ya está bien). Pero por lo que he visto desde fuera (porque no he ido a estos sitios de ocio, me refiero a bares y restaurantes), la ley se cumple, o eso se pretende, y ha pasado lo que se temía por parte de los que no somos fumadores: que los bares, que son casi todos de menos de cien metros cuadrados, han decidido colgar carteles que anuncian que está permitido fumar, algunos de esos carteles son improvisados..., vamos, la mayoría: en uno de ellos, que es cafetería cutre tipo camionero non-stop, con dos salas una al lado de otra, han puesto en cartulina verde uno que dice: ZONA PARA FUMAR SE PROHÍBE ENTRADA MENORES AUTORIDADES SANITARIAS ADVIERTEN FUMAR ES PERJUDICIAL PARA LA SALUD; y en la sala adyacente, que está para las actividades de las asociaciones guiris, dice el cartelito amarillo: ZONA NO FUMADORES FUMAR MATA. Encima de cutre el sitio, con recochineo. En algunos restaurantes pequeños han puesto carteles muy improvisados en donde no se permite fumar, pero en un bar cutre para guiris innortados, y cuyo dueño es un mafia padre de la Descapotable (la hija lleva en verano un descapotable rojo y ella va que enseña todas las aperturas corporales), pues ahí ha puesto:SALA PARA FUMAR SMOKE IS PERMITTEN. O sea, que si te quieres tomar un café que no sea en un Starbucks, te tienes que tragar el humo del drogadicto o la viciosa de al lado. No me gustan los bares, nunca me han gustado, y ahora tengo más motivos que nunca para no entrar. ¿Qué va a pasar entonces? que los bares van a quedar como únicos reductos para estos enfermos que no pueden pasarse sin el pitillo de rigor. Van a ser como los puticlubs de carretera, pero en las ciudades, en los centros: sitios en donde se refugia la chusma. Porque la gente sana, la gente que no quiere envenenarse con el benceno, elegirá sitios libres de humos. Me iré a ese cyber que ya desde la entrada anuncia ZONA LIBRE DE HUMO, el cartel oficial bien pegado al cristal, no esas mierdecillas que hacen los que hacen la O con un canuto y se pasean en descapotable. Entraré a ese restaurante con clase cuyo dueño no ha tenido problema en gastarse más de mil euros en arreglar su local, y para hacerlo bien hay que gastarse varios miles, y esto es algo, además, que tendría que haberse hecho ya, para que el 1 de enero ya estuviera la cosa preparada. Pero es lo que pasa: se abren gimnasios sin insonorizar, se dejan que los dueños de los bares decidan..., se hace la trampa, y en España, ese es el deporte favorito de muchos.

Pero no podemos dejar que doce millones de adictos se salgan con la suya.

Los treinta y dos millones restantes de españoles tenemos derecho, y por encima de los otros, a respirar un aire más puro, al menos en sitios cerrados.

Los tiempos salvajes en que los alumnos fumaban en clase y el médico pasaba consulta echando humo, y en donde los mierdas se iban a la parte de atrás del autobús a fumar han pasado. Lo dicho: no iré nunca a un antro en donde dejen fumar. Lo que tienen que hacer estos adictos es crear, o ir, a un club de fumadores, como existen en Estados Unidos, por ejemplo.

Hay que hacer algo

lunes, enero 02, 2006

Año nuevo




El año se acabó, y no fue nada especial su despedida, tal vez porque aquí en el sur estoy solo (salvo la familia, en fin), M. está en Madrid, pero por suerte ya podré reunirme con ella para Reyes. Estuve viendo Repaso al futuro de Cruz y Raya, aunque no todos sus gags me hagan gracia, insisten mucho en cosas de la política, que es el agua sucia del río. Y luego escuché las campanadas en Canal Sur, ahí estaba Silvia Medina, la de la serie Arrayán, que está buenísima, pero en la serie es una lagartona y en cambio en el balcón de fiesta con sonrisa profidén era cualquier cosa, sólo su voz es igual de atractiva. Tomé todas las uvas (maldita sea, con las semillas casi me hago la boca polvo) y en vez de cava tomé mosto, que es asqueroso, pero en fin, este año como que no me apetecía el cava dichoso.

No pude conectar con M. para hablar un poco hasta las doce y cuarenta, las líneas estaban bloqueadas. Luego traté de dormir, pero había jaleo (cohetes a lo lejos, coches en el callejón y los gitanos de arriba), así que me levanté, me tomé un alprazolam y me dormí, me levanté a las nueve y cuarto. Dicen que en el día de año nuevo haz de hacer las cosas que más te gustan, para que luego el resto del año las cosas vayan por el estilo, así que escuché un poco de música (Boulez), leí más de la novela de Roth que ahora me tiene atrapado: es buenísima, la historia de una familia judía en los años 40, trasunto de la propia vida del escritor, con una historia cambiada, "qué-hubiera-pasado-si-Lindbergh-hubiera-sido-presidente", que por fuerza te subyuga, y además, hay algunos pasajes realmente buenos, como la visita de la familia a Washington D.C. --Loudmouth Jew, qué apartado--).

Luego salí a dar una vuelta para tomar el sol al mirador del Bendito, había mucha gente que había decidido hacer lo mismo, tanto nacionales como guiris, y tras un rato allí volví a casa para comer algo. La anécdota es que cuando bajaba me topé con un conocido que vive más abajo, que justo salía del coche junto a otros amiguetes, él iba con un porro en una mano y una litrona de San Miguel en la otra, decía que llegaba en ese momento, eran más de las doce del mediodía, y me pregunta el imbécil que qué hacía a esa hora despierto (qué haces tú con esa pinta de macarra, gilipollas), que si yo era de los que me quedaba a ver el concierto (al 2006 con la Primera, tururú), en fin, que me estaba queriendo decir, el family man alterado, que yo era de los muermos que no salen... Yo sólo sabía que estaba bien despierto, que iba a tomar el sol, a disfrutar el día festivo, y que él en cambio daba la bienvenida al nuevo año con unas pintas de juerguista pedorro que para qué. Así que nada, resaca y jódete.

Por la tarde seguí leyendo, y si sigo a ese ritmo la acabaré en pocos días. Por la noche estuve viendo tele un poco: el programa de cocina de Cuatro (ganó Darío en la recera de quiches con morcilla y pera), luego la cocina del Quijote, un poco del nuevo programa La Ruta de la Plata (Gijón-Asturias, algo aburrido, no soporto las gaitas, aunque la fotógrafa está muy buena) y finalmente el descojone de Los Morancos, con algunos gags antológicos: el de la Camisa Negra; el debate entre el facha y Vladimir Rojo y Carrillo (para partirse); Flamenco de Alta Alcurnia (puro espíritu seviyiya), y algunos más... Unas risas, que es lo mejor que uno puede hacer al acabar el día.