martes, enero 10, 2006

Mi querido Madrid

Cuando llego a Sol el cielo está cubierto, de un gris sucio y virando al blanco, es viernes muy temprano, todo el mundo estará durmiendo después de la fiesta de la víspera de Reyes, y yo estoy cansado, muy cansado, pero feliz de estar de vuelta. Me dirijo a la Plaza de Benavente, en donde hay una chocolatería abierta, que parece que nunca cerrara. Ahí me espera M., como otras veces, se ha convertido en nuestro lugar de encuentro. Hay muy poca gente todavía, y por suerte nadie parece fumar... Luego nos acercamos a dejar las maletas y bolsos y salimos a dar una vuelta por los alrededores, cae una fina lluvia, y así estará todo el día festivo. Nos metemos por calles a partir de Ópera, una es la calle del Espejo, muy laberíntica y curiosa, y finalmente llegamos a la calle Santiago, en donde yo sé que hay algunos sitios buenos para comer o tapear, y ahí está, escondido tras unos andamios (como siempre en este Madrid, andamios), Taberneros, con sus puertas rojo oscuro. Todo está cerrado, y será raro que abran los comercios hoy, me digo, mientras paseo por calles maravillosamente solitarias, y me siento como dentro de un sueño encantado, como aquella mañana vienesa en el fin de Antes de amanecer. Y pensar que la noche antes, horas antes, en Málaga, todo el mundo estaba en la calle para la cabalgata, familias con los niños, los niños, esos tiranos... Ahora es como si todos durmieran, y si acaso esto fuera para siempre, si no despertaran más...

El caminar nos lleva lejos, hasta la calle Alcalá, hasta el Círculo de Bellas Artes, que sí está abierto, aunque no las exposiciones, que hay que esperar hasta las once; así que mientras nos vamos dando un paseo hasta la Casa de América, envuelta en niebla, es como una telaraña, son los hilos del mismo sueño que envuelve a Madrid, como un hermoso fantasma que se ha despedido de la odiada Navidad... En los jardines del Museo del Ejército (o como se llame ese imponente edificio) han colocado un belén al que algunos sacan fotos, está bien, y mira que no me gustan estas cosas. En el Paseo de Recoletos las casetas de una feria o algo así serán desmanteladas horas más tarde, ya acabó lo que se daba. Volvemos al Círculo, y entramos por fin a una de las exposiciones más importantes del momento, la que recorre el siglo y medio de fotografía en España, empieza en el sótano y acaba allí arriba en la sala Picasso, con las muestras de los últimos momentos de nuestro tiempo, con ese Aznar vestido de caballero medieval, se diría..., nos reímos..., fotos de la movida, Chema Madoz o García-Alix, por ejemplo. Lo que más me atrae son las fotos de los años convulsos de la Segunda República y la Guerra Civil, fotos que están en el imaginario de mucha gente, fotografías que tomó Robert Capa de un miliciano que cae en el campo de batalla, por ejemplo. Iconos del siglo XX. La fotografía es el arte que dice verdad.

El tiempo pasa, la llovizna persiste, y los que duermen van saliendo poco a poco del letargo, de modo que hacia la hora de comer ya hay gente en el Ouh... Babbo, esa trattoria de la calle Caños del Peral, zona Ópera, justo enfrente de un mexicano que dicen que es muy bueno, Entre Suspiro y Suspiro. El sitio en donde estamos es un entresuelo (me gusta estar por debajo del nivel de la calle), decorado en rojo (paredes), negro (mesas, mantel, etc.) y blanco (asientos contra la pared). La comida es muy buena, y la botella de Lambrusco también, pero no me gusta nada el postre, un tiramisú en copa que no aporta nada. La música ambiental, por una vez, no sólo no molesta sino que engancha, es divertida, es italiana de la de toda la vida, las canciones que casi todo el mundo conoce. Está bien este napolitano. Por la tarde, como todo está cerrado, nos quedamos a descansar en la habitación, y por la noche, tras tomar una copa de vino en una vinoteca de la Plaza de Santa Ana (no me gusta especialmente) damos varias vueltas por la zona antes de decidir entrar por fin en el Inti de Oro de calle Amor de Dios, que está vacío, y así seguirá toda la noche, salvo otra pareja que entra al rato, ella con un curioso y algo cursi sombrerito blanco. El sitio está decorado con pinturas en los muros con motivos andinos, algo típico de un peruano, se supone. M. mira la carta y pone cara de circunstancia, no conoce nada, y no sabe qué pedir. La camarera recomienda la yuca frita, pero luego no nos gusta mucho, ella dice que es una cosa muy simple, que no aporta nada. Me pido ají de gallina, por suerte la salsa no es picante, porque el ají mirasol de color canario que nos pusieron de aperitivo estaba tremendamente picante, era para morirse. La nota folklórica la pone un tipo con su guitarra, que se pone desde la barra a cantar canciones tradicionales, con una voz que al principio me atrae y luego me resulta de lo más lastimera; y se acerca a nuestra mesa, y el plato se me enfría, y M. dice que las patatas suyas, fritas, son restos de no sé cuántos días, y sus tiras de carne también se quedan frías, mientras escuchamos las canciones del músico aficionado, que lo está destrozando todo, las de Chabuca Granda y no sé de quién más (es lo malo de no escuchar música popular, que te puede sonar la melodía, pero nada más). Luego sigue cantando por otras zonas del comedor, también se va a la otra mesa, y luego en la barra, y al fin se calla, y es un alivio, y vuelve la música enlatada. El chico nos habló un poco de lo que hace, que le gustaría grabar un disco, etc. M. y yo nos reímos mucho de la "sesión". En fin, nos tenemos que ir, el largo día acaba..., antes del peruano íbamos por una calle muy empinada en donde casi todos los sitios me parecieron antros, ¿cómo es posible haya tantos?, y negros, cerrados, la fría lluvia, la Puerta del Sol decorada todavía por la Navidad..., quedan dos días más, para descubrir esta ciudad que no se acaba nunca.


Lo mejor de todo fue el Gumbo

6 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me sorprendió hace poco en una especie de poema-lista de felicidades que leí en tu blog que mencionabas dos de mis restaurantes favoritos de Madrid, el Arabia y el Al Jaima, ambos en Chueca. A ellos sumo un indio de Belén 12, con el previsible nombre de Taj Mahal. Últimamente he encontrado además un par de sitios absolutamente “salvajes”. Uno carece de nombre y está en los aparcamientos de la plaza de España, entre un alucinógeno supermercado chino y un par de agencias de viaje, chinas también. La entrada al aparcamiento está rotulada, como no, en la lengua de Lao Tsé. El menú pegado al cristal está en perfecto mandarín y sólo en perfecto mandarín. Después de degustar en varias ocasiones auténticas chinezas estoy por encontrar a algún blanco a quien mirar a los ojos y con quien competir en el manejo de los palillos en aquel antro y templo del mejor fang bian mian.

El otro, más lujoso, pero también frecuentado fundamentalmente por ojos oblicuos está en Embajadores, camino de Santa María de la Cabeza y se llama El Buen Gusto.

Un saludo

5:17 p. m.  
Blogger lukas said...

Manuel, muchas gracias por los datos, pero dime: ¿el aparcamiento es subterráneo? ¿por dónde se entra exactamente?, es que por ahí cruzamos (por debajo) para salir a la zona de los cines en VO, pero noto que es un sitio un poco laberíntico, y sobre todo, un poco suicida para los peatones... Noto que te gusta la comida árabe, yo no estuve en ninguno en Madrid, en Málaga sí (algo cutrecillos, la verdad), así que anoto sobre todo el Arabia, lo que pasa es que a mi amiga no le gusta tanto la comida exótica, como se demostró en el peruano...

Tomo nota también del de Embajadores.

10:28 a. m.  
Blogger Rain (Virginia M.T.) said...

Es como el sabor que los niños le encuentran a las comidas que no han probado antes y que con su sabor les parece exòtico, extraño a lo que conocen, a lo archiconocido.
Mas es comprensible. A mí no me gustan los tacos mexicanos mas me gusta la gente mexicana. Una disociación algo hilarante...

Lo cierto, no soy la fineza personificada en gastronomìa, mas aprecio la exquisitez peruana, su variedad y excelencia focalizadas en determinados platos. Por ejemplo, el ají de gallina preparado con la delicadeza de los ingredientes en armonía es un plato que no pica, no agobia en lo mínimo. Tal vez algún día M y tú
degusten un Ají de gallina debidamente preparado.

Si el restaurante estba vacío, ya era una señal..., por lo general suele serlo, el lugar casi vacío...

La comida francesa es la que me gusta, aunque repito, reconozco cierto desconocimiento global.

Lo que me gusta màs de tu post es la alegrìa que está en ti, con compañía grata, que es lo mejor que a uno le puede suceder.

Salutes.

8:59 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Bueno, te advierto que los dos restaurantes chinos de los que hablaba no son demasiado recomendables para no aficionados a sitios “curiosos”, sobre todo el de Plaza España, curiosidades bizarras, más que gastronómicas. Yo lo encontré precisamente en una de mis excursiones a los Alphaville: cruzando desde Leganitos te topas la boca del aparcamiento rotulado en chino. De todas maneras el supermercado merece una visita. Pero sigo confundido, porque yo pensé que conocías el Arabia y Al Jaima (La Cocina del Desierto) por un poema-lista de lugares que leí no hace mucho en una anotación tuya. Copio y pego:

Inti de Oro
Le Dragon (negro, rojo y un poco de azul es todo lo que se necesita para colorear el zen)
María Bonita
Caleuche
(hay un no sé qué que se halla por ventura)
Arabia
Al-Jaima (la cocina del desierto)
Casa Lucas (Cava Baja, 30), si quieres tapear a placer

El Arabia sobre todo está muy bien: el cuscús de verduras libio es excelente, perfecta la textura del grano, evocadora su aromatización. De la misma propiedad es el Al Jaima, pero menos “refinado”: especialidades marroquíes: contundentes, roqueñas, amigables.

El Taj tiene un encanto especial y la cocina es más que aceptable.

12:28 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Retomo el comentario que ayer hube de abandonar:
Sí, Lukas, es subterráneo el aparcamiento.

En cuanto a Vir&, decirle que ya probé muchos platos ecuato-peruanos en un ya lejano viaje a aquellos dos países. Descubrí la cocina más imaginativa de toda Latinoamérica y la más desconocida. La salsa de cilantro que acompaña a seco de chivo me pareció genial. El chupe de camarones y su colección de aromas secretos, la sencillez ácida del ceviche... Pero sobre todo recuerdo con especial nostalgia sentimental y gástrica un rocoto relleno (muy picante, como a mí me gusta) que disfruté una lluviosa noche bajo las altas arcadas de la plaza blanca de Arequipa.

Algún día me pasaré por el Inti de Oro en Madrid para tratar de recordarlos.

7:20 p. m.  
Blogger lukas said...

Sí, Manuel, pero mejor, creo,pásate por el de Ventura de la Vega, que supongo es mejor..., ése seguro que está lleno.

En fin, que me queda mucho por probar todavìa, estoy en los inicios nada más, así que sólo de pensarlo se me hace la boca agua.

Ahora, también, me debato entre las cocinas del mundo, y los restaurantes de autor o de mercado, la buena comida española, o la de fusión...

5:47 p. m.  

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