miércoles, abril 27, 2005

Fulcanelli habla sobre Sloterdijk y sus Esferas, ahora, en la blogosfera.

lunes, abril 25, 2005

Una vez Argentina

Ya lo pusieron antes, pero era en horarios nocturnos, y tengo por costumbre no ir al cine por la noche, si puedo evitarlo. De noche la gente suele ir al cine, sobre todo los fines de semana, como preámbulo a otras fiestas, y eso no me agrada; recuerdo que una vez fui a una sesión golfa a medianoche, era Carrington y lo pasé mal, palomitas por todas partes, apretujado en la sala, que no... Así que aproveché que daban de nuevo Memoria del saqueo dentro del Festival de Cine Español, a una hora decente. Pero siempre hay algo que molesta: una cola que iba lentísima, porque había algunos que querían comprarse todos los tickets para mil películas de la semana. Encima, una tía gorda quiso pasar por delante de mí, y le dije que no, así que se mosqueó y pasó por detrás, empujando, la muy cerda. Lo que faltaba ya es que la taquillera me dijera que eran cinco €, hay que joderse. En la Cinemateca son 3.50 € la primera sesión, que es a la que voy..., lástima que la Cinemateca tenga otros planes, aparte que esta semana la sala está pillada para el dichoso Festival: un festival es un espacio de lucimiento, que se llena de gente que el resto del año parece hibernar y que de golpe quiere verse ochocientas mil cintas, el consumismo cultural me repatea. Yo nunca consumo, yo veo tal película, voy a tal concierto, pero no en plan mogollón. Así que pagué ese precio abusivo (en la Filmoteca Nacional el precio es de 1.35 €, lo más razonable que conozco), no sin dejar de burlarme de las chicas que habían llegado, vestidas con una especie de levita asalmonada, con un cartelito que decía ORG, y que tenían pinta de fulanas innortadas. Eso es típico de estos eventos, que crean "trabajitos" extraños, para dar la impresión de Algo Grande.

Bueno, menos mal que el documental mereció la pena, y que duró dos horas (pagar casi mil pelas de las antiguas por apenas hora y media es un robo). El documental de Pino Solanas es de lo mejorcito que puede verse ahora en cartelera, y no creo que sólo interese a los nativos de aquel país. En otro tiempo, ya algo lejano, Argentina fue mi segunda patria, estuve con una argentina como ocho años, y muchas de las cosas que se cuentan las supe por boca de ella, y otras pocas las comprobé cuando estuve allá por el 97. El trabajo de Solanas da cuenta de forma a veces demasiado gruesa de un expolio realizado por la clase política, principalmente, de forma continuada a lo largo de casi dos décadas de malos gobiernos (una amiga de mi ex me dijo eso una vez, que lo malo del país del que había escapado eran sus malos gobernantes). Solanas se centra en los años de la mafiocracia de Menem, porque ahí tuvo lugar no sólo la traición mayor, sino que se estableció el neoliberalismo más salvaje y pachanguero que se recuerda (ahora habría que irse a Italia y Berlusconi para encontrar algo parecido). La narración sin embargo no es exactamente lineal, sino que da bandazos, va de aquí para allá, rotula insistentemente a modo de titulares los hechos puros y duros, y subraya de vez en cuando a ciertos personajes que parecen protagonizar una película de terror (el momento dedicado a los tribunales es ya sencillamente una horror movie de serie B). Este toque irónico me gusta, así como ese pasaje de entrevista al senador Cafiero, en donde el muy cínico dice que la clase política no es la única responsable del estado del país, que otros grupos dirigentes también hicieron lo suyo para cagar la nación. A veces he pensado que esto es cierto, y que hay algo en aquella gente, que hace que vote a los hijoputas que luego llevan el país a la quiebra: y el caso de De la Rúa es clarísimo. Como bien se dice, ni en los peores años de la dictadura militar hubo la represión que durante los años de desgobierno de ese tipo, que dejó 34 muertos en las protestas que acabaron con su mandato. Solanas se fue a rodar cámara en mano, y eso aparece tanto en el arranque como en el remate de la cinta, los hechos de diciembre de 2001 que dieron la vuelta al mundo. La salvaje secuencia de rap da paso a una tamborada de alegría, y luego regresa la música de Gerardo Gandini (el mejor compositor argentino, tal vez), como al inicio, ¿el principio del fin? ¿de qué fin, de la Argentina? ¿de los gobiernos payasos?

Entre medias, un recorrido exhaustivo por esas causas, las que hicieron que un país próspero se fuera hundiendo, que los logros sociales se vinieran abajo (la clase media derribada, la precariedad laboral, el asalto también a los jubilados), que las empresas más importantes fueran privatizadas, como es el caso de la potente YPF. La cámara filma obsesivamente los rascacielos del área financiera, muestra el interior del Citibank (uno de los bancos responsables del siniestro), y frente a estos pasillos aburguesados, frente al circo del Congreso, muestra también, y sobre todo en la parte final, la otra cara del país sureño: la pobreza extrema de San Miguel de Tucumán dice mucho de un país que ha virado a los extremos en la típica dinámica del Tercer Mundo: los que tienen muchísimo, una escasa minoría, frente a los que nada tienen, y viven en la basura, y de la misma, los infrahumanos, como quiere negar uno de los médicos de la zona. Pero no hay que irse a 1.300 km., a pocos de Buenos Aires también hay mucha miseria.

Uno sale de la sala hecho polvo, porque lo que se dice es la pura realidad. El falso glamour del festival sobra. Leyendo el programa en el autobús, me entero que hay un ciclo de cine Z, y ahí, tres películas porno, con la advertencia de que están clasificadas X. Dos de ellas están protagonizadas por Celia Blanco, y una de ellas se llama nada menos que La orina y el relámpago (¿cine porno de arte y ensayo!). Pero pasa que cuesta la entrada 6 €. ¡Y el cine por 1 € es todo a medianoche! (el porno, se sobreentiende). Pues nada, va a ser que no.

viernes, abril 22, 2005

Venecia, mar de los teatros

En el sueño de la otra noche, el punto elegido para la llegada era precisamente Venecia. Desde allí pensábamos viajar a otros puntos cercanos, de la Media Europa, como Trieste, Viena, Zagrej, Liujbliana, Budapest, Florencia tal vez... Como si la ciudad de agua fuera el centro de un paisaje eterno, como la luz robada a Roma la Prostituta, por fin ella ya no la decadente, sino adonde conducen todos los caminos (de agua, no esas calzadas sudorosas y que huelen a mierda de caballo y cera e incienso de pupurados). Sólo estuve una vez, y de pasada, en Venecia, pero he soñado muchas veces, antes y después, con su indefinible perfume, con su magnetismo arrebatador. Con el cementerio marino de San Michele, Stravinski Circus Polka; y con esos canales que se adentran en otras dimensiones; y con iglesias al fondo de un callejón. El puente de Rialto o la Piazza de San Marco son para los turistas, es mejor perderse por otras callejuelas por donde no pasa nadie, sólo algún solitario, alguien del lugar. Los maravillosos poemas de aquel grupo de cultistas, de la antología ahora un tesoro, de Castellet, que leía con pasión en mi juventud. Ahora, al ver esas fotos de Abell, he vuelto a sumergirme en esa magia que creía perdida. Al final, una foto de la periodista que escribe el reportaje, Erla Zwingle, con una máscara floral, es el Carnaval. Y sueño que conozco a esa mujer, tan exquisita, tan elegante, que ambos leemos a Auden y Larkin, y después vamos a una escalinata, a La Fenice reconstruidda, renacida de las llamas, para una representación de Otra vuelta de tuerca de Britten. Los dos de negro absoluto, unas manchas de carmín, unos besos furtivos...

P.D. Il Giardino Religioso de Bruno Maderna, sí, sí, sí.

National Geographic :: "Venice: More Than a Dream," February 1995

Sam Abell :: The Photographic Life

miércoles, abril 20, 2005

Horror (El Gran Inquisidor)


Francis Bacon: Estudio del retrato de Inocencio X de Velázquez, 1953

martes, abril 19, 2005

Nostalgia

El viernes pasado, en el apartado Culturas del diario Sur, escribía Juan Bonilla sobre La mamá y la puta de Jean Eustache, y acaba diciendo:

No sé si la película, que prolongaba en 1972 los ya mortecinos aires de la nueva ola, movimiento al que de alguna manera daba la puntilla definitivamente, es una obra maestra: sí sé que, a pesar de su larga duración, llega a ser un conmovedor ejemplo de cómo ser políticamente incorrecto profundizando en nuestras más perturbadas contradicciones.
(p. 72).

Yo tenía esa película, que alguien me grabó hace tiempo de Canal+, pero un vídeo moribundo la destrozó, así que ya no está más, y lo lamento mucho..., la había podido ver unas cuantas veces, es una cinta que dura cuatro horas, hecha de diálogos brillantes entre el personaje principal que interpreta Jean-Pierre Léaud, el favorito de Truffaut, y las distintas mujeres que aparecen: la novia que ahora se casa con otro, la mujer con la que vive ahora, y la enfermera Veronika, que acaba soltando un monólogo estremecedor, al que se refiere Bonilla. Como bien dice el escritor y crítico, es una película que celebra las contradicciones de un tiempo y de un temperamento sobre todo, el de alguien como yo mismo, que nació en ese año en que la película se hizo, poco antes de que el director se quitara de enmedio.



En esas mismas páginas, tres artículos hablando de los 25 años de la muerte de Sartre, de su legado, de la actualidad o banalidad de este pensador francés. Pienso, como Sloterdijk, que Sartre es el último gigante, y que los pensadores de ahora son como liliputienses a su lado, pero como todo enano, tratan de subírsele a los hombros y ver más allá, y rebajar a quien supo adelantarse a esta sociedad del espectáculo y el hartazgo. Mucho se escribirá todavía sobre este hombre, que supo conciliar cosas opuestas, que vivió como nadie las contradicciones de toda una época.

A veces me da por pensar en la actualidad, en la realidad, de esos años anteriores a mi nacimiento, como si todo esto que aprendo por escritos de otros, si todo esto que ocurrió antes, no tuviese la misma realidad, el mismo espesor que, digamos, lo que ocurrió en los ochenta, en su segunda mitad, cuando era joven y otro mundo se abría delante. Y sin embargo, cuando leí La náusea, sentí muy cercano todo lo que ahí se dice; y cuando vi la película de Eustache, es como si estuviera relatando mi propia vida, la perdición de las mujeres, la única realidad del cine, la pornográfica y a la vez inocente mente de Veronika, y la utopía de mis amadas imaginarias... y no tanto. Amo a una mujer de larga cabellera, a una morena, a una blonde, las dos al mismo tiempo, el sexo, los cigarrillos, ese tocadiscos, esos cafés primera residencia, unos tiempos sin móviles, otro look, habitaciones cochambrosas, horario de 8 a 3... Tengo nostalgia de un tiempo anterior al mío, una zona de sombra que no conocí, que no existió realmente, salvo en fotogramas en B/N.

viernes, abril 15, 2005

El paraíso perdido

Si el ser humano es aquél que vive en esferas, es también el que se resguarda en un espacio íntimo, ahí donde la vida es realmente como tal. Después del golpe fatal de Copérnico, lo que sucede en el cielo se le aparece al hombre como indiferente, ya sabe que no puede contar con la antigua protección celeste, y así comienza a construirse cielos artificiales, cuya máxima expresión es el proceso hipertécnico de nuestros días, con redes electrónicas y de telecomunicaciones a modo de pantallas eficaces.

Peter Sloterdijk indaga hasta en el famoso pasaje del "Génesis" cuando se habla de la creación de Adán, y analiza el texto no desde el lado manido teológico, sino desde el propiamente técnico, del proceso mediante el cual un ser superior--¿aburrido?--decide construir hombres "a su imagen y semejanza", y esto en dos fases: la primera era la fácil, la más artesana y reproducible, mientras que la segunda era ya algo de dioses, y hasta no hace mucho la criatura humana no se ha percatado de su alcance; y es nada menos que el insuflar el hálito de vida en una estatua, en un non-vivente. Hasta nueva orden, sólo este Señor del VT ha sido capaz de realizar la proeza teo-técnica--cuando Sloterdijk habla en sus "Normas para el parque humano" de antropotécnicas, es a este pasaje que habría que venirse para mayor claridad--.

Se ha pensado que primero estaba ese Señor todopoderoso omnicreador, y luego su criatura..., pero resulta que en realidad se da una comunión o complicidad, y que apenas el nuevo ser empieza a respirar, se produce una onda resonante de ida y vuelta, y ambos seres que participan del mismo material se enlazan en felicísima unión. Es así también en los primeros tiempos del hijo-con-la-madre, se nos viene a decir. Pero sucede que en esa esfera perfecta se produce una ruptura, la criatura escucha una voz de fuera, un estímulo inesperado, y a partir de entonces tendrá que experimentar el Afuera que duele, que hace libre, con todas sus consecuencias. Ya sea serpiente-mujer o música relinchante, lejos de esa armonía intrauterina, lo que importa es que esa burbuja estalla, y el nuevo ser ha de apañárselas para vivir en un exterior frío, ruidoso, fuente de todos los malestares. Hacerse adulto, abandonar en la adolescencia esa tutela paterna-materna, es simplemente cambiar de espacio, de medio, pero con el bagaje de los años vividos in utero contruir una nueva esfera, o adaptarse a ese ambiente extraño haciéndolo nuestro, principalmente mediante nuevos lazos y esfuerzos hacia la creación de otras esferas, inestables, pero imprescindibles para seguir en el mundo.

Tenemos que acostumbrarnos a esta sucesión de mundos redondos latentes y simbióticos, al fin de unos para que nazcan otros, y así hasta el final. A pequeña escala, una pareja es una esfera de conocimiento y promesa de felicidad. Cuando se rompe, se cree que muere un mundo: la casa vacía, la foto rota..., quien más quien menos ha pasado por esta amarga situación. Pero en la pérdida de materia valiosa, no todo se acaba: mientras quedan recuerdos, fantasmas, mensajes..., queda una prueba de que se estuvo allí, y con esa carga seguimos nuestra marcha. Lo mismo sucede con la muerte de una cultura---ciudades arrasadas, lenguas que mueren...

Hay días, sobre todo en esos domingos exiliados del infinito, me acuerdo de otras calles, otros paseos, los jacarandás en flor en ciertas esquinas..., y una risa, una voz, que me acompañaba en esas tardes de las que ahora un viento de muerte me separa. Cuando todo se acabó, y yo sabía desde los primeros tiempos que ese aire sutil y perfumado de limones tenía que acabar, pero eso estaba más allá de cualquier Jordán, lo primero que sucedió fue que perdí la voz, estuve más de una semana sin poder expresarme apenas... Son las palabras, el lenguaje, lo que nos unió a la madre que se desvivió por nosotros, era ese calor el único consuelo bastante después de la expulsión del Paradiso. Yo sé que tú lo entiendes, mientras dormitas como una gata en mi regazo y escuchamos atentamente "En lo más íntimo" de Wolfgang Rihm. La noche llega, como un ladrón se cuela por la ventana abierta en mitad de este idilio, deja en cambio su bolsa raída, y nos mira.
***


Peter Sloterdijk, mi compañía hace tiempo

Este escrito, y otros más sobre Esferas I: Burbujas
de Sloterdijk fue publicado en Foros Javier Marías.

P.S. Hace ya diez años que empezó todo, y hace justo cinco años, casi cinco años, que esa felicidad se derrumbó para dar paso a otra vida, con una fase dolorosa de transición. Una vida acaba, y no sabemos entonces que lo hará, como no podemos prever ninguna muerte, como no podemos saber que quien abriga nuestras noches y nos mira desde el umbral ya no estará más. Cuesta volver a todo eso que dejamos atrás, ya no se recuperan los cuadros rotos. Los mejores años ya pasaron. En tiempo de descuento, en la vida entre paréntesis, ¿cómo acabar, cómo pasar a otra fase? ¿y si este tiempo de purgatorio dura hasta el fin? Desde los treinta, uno no hace más que caer, caer...

miércoles, abril 13, 2005

Querido profesor

Nada de lo que presumir ni enorgullecerse, dado que todos los profesores y profesoras del mundo disfrutan de lo que puede llamrase "el efecto tarima" y gracias a él levantan pasiones espúreas y alucinadas, hasta los más feos, los más sucios, los más odiosos, los más despóticos y los más ruines, lo sé de sobra. Yo he visto a deslumbrantes mujeres casi adolescentes flaquear y derretirse por infrahombres apestosos con una tiza en la mano, y a candorosos muchachos envilecerse (circunstancialmente) por un escote estriado inclinado sobre un pupitre. Quienes se aprovechan de este efecto tarima suelen ser despreciables, y son muchos.
(Negra espalda del tiempo, Javier Marías, Alfaguara, 1998, pp. 34-35)

Recuerdo que hace unos cuantos años, allá por 2001, asistí a un seminario sobre apreciación del arte contemporáneo. Lo daba un profesor de la Universidad local, que yo no conocía más que de vista, de algunas conferencias, no sabía que era profesor, era relativamente joven, tal vez sólo unos años mayor que yo. En esas jornadas, sólo dos días por semana y por lo tanto prolongándose a lo largo de dos meses o más, me fijé en una chica llamativa, con la que al final hablé un poco. No éramos tantos, así que era difícil no coincidir con la mayoría. Ella se llamaba Mercedes y era originaria de un lugar de Argentina, ponle Rosario... Había viajado, llevaba un tiempo en Málaga, pero antes había estado en otros lugares de Europa, y había dejado los estudios un tiempo. Era fotógrafa aficionada, yo nunca vi sus fotos, pero le encargaban ya trabajos, hacía viajes de aquí para allá, por lo que a lo mejor no era tan amateur... La cosa es que supe que estaba liada, de alguna manera, o lo había estado, con el profesor que daba las clases. Y ahora otra era la favorita de L. ¡Oh, qué decepción! Recuerdo cómo en una de las sesiones llegó con una minifalda, su piel tan blanca, y una pedorra decía, la escuché bien claro, que lo hacía para llamar la atención de L. Qué envidias entre mujeres, me dije, así que es verdad... Esto se notaba sobre todo en las charlas después de las sesiones, sentados en una terraza cercana, presentes M. y la nueva favorita de L. Mercedes y yo nos caíamos bien, hablábamos, ella quería ir a ver un documental sobre un fotógrafo catalán en los campos de la muerte alemanes. Al final fuimos a ver "Pau y su hermano" con un conocido mío, y luego, casi sin parar, nosotros dos solos a una de Arturo Ripstein, "La perdición de los hombres", en glorioso B/N; recuerdo cómo ella se descalzó y puso las piernas cruzadas en el respaldo del asiento de delante, qué descarada. Nos bajábamos del autobús y nos íbamos charlando hasta casa, ella vivía un poco más abajo. Hasta me dio su dirección, y yo, maldita sea, por orgullo o cobardía, no fui a visitarla.

Mi vida estaba al borde del desastre, mi vida de entonces, que ahora parece tan lejana, vivía sus últimos días. Me enteré, cuando ya no vivía allí, que ella preguntó por mí, estaba en Argentina, tal vez. Mercedes, alguien que parecía ya un fantasma, admirando una reproducción de un cuadro de Bacon. Ella pudo ser. Yo, tal vez, no soporté que estuviera, o que hubiera estado, con aquel profesor de estética. Como si me hubiese sido infiel antes de conocernos, como en la novela de Barnes.

martes, abril 12, 2005

Un nuevo realismo

Coinciden el el CAC de Málaga dos exposiciones dedicadas, una a Alex Katz : Pinturas recientes, y otra a la pareja artística y en la vida real Tim Noble y Sue Webster. Del primero se pueden ver lienzos de gran formato (algunos de más de seis metros de largo, son impresionantes) realizados en los últimos años, y en donde expone su particular concepción del realismo, centrado en paisajes y figuras, sobre todo rostros, de gente cercana a su vida, como su mujer Ada. De entrada, te puede sorprender la aparente simplicidad de estos cuadros, y uno piensa en lo naïve y el arte pop, pero luego se da cuenta de que Katz va más allá, y que en algunos de sus bosques, o en ese Atardecer Naranja, hay verdadera poesía que no está en ninguno de los otros. Las tres bañistas, por ejemplo, me dejan indiferente, pero no esos desarrollos de luz, esos nocturnos casi abstractos, o el ya citado atardecer, que es un estudio lumínico excepcional. Los rostros, como ya digo, me dicen menos, y no termino de captar la unión con lo cinematográfico.

En la otra muestra, que es sólo una instalación, prepárate: The New Barbarians (1997-99) presenta a dos figuras en fibra de vidrio y resina translúcida "que representan a tamaño real una pareja de primates que se alejan de la nada, del vacío, avanzando hacia nuestro mundo, el espacio de la galería, en una especie de salto de 3,5 millones de años". Esa nada, su efecto, está conseguida mediante un blanco cegador que es el fondo artificial sobre el que destacan las peculiares esculturas, que el espectador ve de lejos, pero lo suficientemente cerca como para contemplar lo que sucede, lo que viene hasta nosotros. Como han señalado ellos mismos en la presentación de este trabajo, es un guiño irónico, un tanto corrosivo y de índole punk, a ese individualismo, a ese realismo macabro de algunos de sus compatriotas ingleses (hay que pensar tan sólo en la primera exposición que hicieron juntos bajo el título British Rubbish, y que era una crítica a la Sensations de Saatchi). Estas figuras se basan en una reconstrucción del Australopithecus Afarensis que hay en el Museo Americano de Historia Natural, cuyas caras son aquí la de sus credores, las de Sue y Tim: "Frente a la versión original del museo neoyorquino, están completamente rapados a la manera de una de las tribus urbanas contemporáneas --skinheads-- redundando en una visión apocalíptica del mundo, pareciendo ésta la última pareja" (del folleto de la exposición). Simulación de un pasado quizá imaginario, o un vistazo rápido a un futuro posible.


Edificio Flatiron, Stieglitz

El 3 de abril en El País aparece un artículo de Ray Loriga titulado La ciudad y las nubes (Un paseo por la Nueva York de Stieglitz). Se refiere a las fotografías de la exposición Nueva York y el arte moderno: Alfred Stieglitz y su círculo (1905-1930), que se puede ver en el Museo Nacional Centro Reina Sofía de Madrid hasta el 16 de mayo. El escritor ha vivido un tiempo en la capital del siglo XX, y por ello puede hablar de la magia de ese Nueva York anterior a su estancia allí, una ciudad que uno sueña antes de estar en ella, como también refiere Vila-Matas. Yo también he soñado con ella, sin haber estado nunca. Lo que fascina de esta exposición, tal vez la mejor que he visto en los últimos tiempos, es la fascinación, casi fantasmal, de esas placas, de los comienzos de la fotografía como verdadero arte. Para Stieglitz, los cambios de luz, que se cuela por entre las ramas de Central Park o a través de las nubes en una tarde lluviosa, son ya parte del mundo del espíritu; y también los cuerpos, el de Georgia O'Keefe, el de la mujer amada, están llenos de luz y son parte del espíritu. De lo espiritual en el arte: he aquí la demostración de cuán lejos puede ir la fotografía, el arte que no miente.

lunes, abril 11, 2005

Vida de un Don Nadie

Para quien no es aficionado al mundo del comic, la figura de Harvey Pekar no le dice prácticamente nada, pero incluso para los fanáticos de este nuevo arte, este creador singular es bastante desconocido..., porque como muy bien se ironiza al comienzo de esta genial película, él no se interesa por los superhéroes, sino... por sí mismo, un chico de barrio. En qué momento este pringado, que trabaja de archivero en un hospital (una especie de ratonera), decide esbozar en unas cuartillas unas historietas que son su propia vida, eso los dos directores de American Splendor lo muestran muy bien, y ahí está la gran virtud de esta joya del nuevo cine independiente from USA: en hacer presente, desde el tono documental, las vivencias de un cualquiera, un pesimista radical, que sin embargo no se resigna a pudrirse lentamente y decide dar un pequeño salto creativo, con la ayuda inestimable de un tal Robert Crumb, el padre, si se puede decir, del comic underground. Y así es como este perro consigue popularidad entre lectores y amigos, primero, y los grandes medios del momento, luego, hasta llegar a la televisión y montar unas juergas impresionantes en el programa de David Letterman. Como nadie puede estar solo sin morirse de asco, Pekar decide también lanzarse a la aventura de vivir de nuevo con una mujer, y la que aparece parece estar hecha a la horma de su zapato: Joyce, qué descubrimiento. La vida, sin embargo, le tiene reservadas algunas sorpresas, que el espectador ya irá comprobando, pero al final y tras tantos contratiempos, parece que Pekar consigue un poco de calma y seguir adelante..., con sus historietas... y su deprimente trabajo en el sótano aquel.

He aquí una película diferente en muchos sentidos, no sólo por el tono elegido, de amargura con toques de comedia agridulce, sino por la técnica revolucionaria (si se puede decir así) con que está hecha, pues de vez en cuando, y sobre todo en ese intro fenomenal, aparecen viñetas en medio de las imágenes "reales", una de cuyas secuencias, la de la compra en ese supermercado con la vieja judía (que desencadena de alguna forma el proceso creativo de Pekar), es sencillamente antológica. Pero no sólo esto hace que la linealidad y el formato sean interrumpidos de vez en cuando y en los momentos menos esperados, sino que el aire documental del conjunto, con la intervención del HP real y de Joyce también, con sus propias palabras en el set de rodaje, hace que todo se vea con mayor realismo y haya mayor verosimilitud. Realmente, estos dos directores, que han trabajado sobre todo en el campo documental, han hecho algo fino.

Ni que decir tiene que la presencia de Paul Giamatti en el papel principal es uno de los alicientes de esta cinta. Si la semana pasada lo pude ver en Entre copas, el sábado pasado pude verlo de nuevo, en una nueva historia sobre la otra cara del sueño americano, muy bien expuesta a través de otro de los personajes del filme, Toby, que es el promotor de alguna forma del término "pringado", al ir a ver una cinta sobre el tema, en donde los pobres diablos se toman la revancha. Aunque en la vida real no sean como en esa película tonta, sino como los directores lo describen aquí: gente que sobrevive, gente que acumula discos de jazz, alguna que otra enfermedad, rabia, gente que pierde la voz ocasionalmente (cómo me reí en el comienzo, por favor!), gente que vivirá con una pensión medianita en su jubilación. Y Cleveland es un sitio tan bueno como cualquier otro..., o como dice Joyce, tan mierdoso como cualquier otro.

P.S. No sólo hay un diario gráfico --y público-- de su propia existencia, sino que llega un momento (en una de las secuencias más cómicamente turbadoras) en que Pekar y Joyce asisten al espectáculo de su cotidianeidad, se convierten en mirones de sus propias andanzas, en la representación teatral de los cómics. Y, como una nueva vuelta de tuerca vertiginosa, Harvey también contempla, y participa con sus comentarios, en la filmación de su vida desde los años setenta en adelante. Vida convertida en ficción (o farsa, como en los programas de TV), o ficción vuelta documento, docudrama, comedia ácida de tiempos críticos.

viernes, abril 08, 2005

Gentuza

He aquí dos perlas de Baile y sueño de Javier Marías:

...personas españolas todas a buen seguro, o en su mayoría, por lo gritón de sus voces y lo exhibicionista de sus carcajadas (y además una fingía –un maromo—seguir la música idiótica con muy grande sentimiento, tanto que se le ponía incongruente cara de oír flamenco purísimo y padeciente, el cual no sonaría allí por los siglos ni en versión adulterada y rumbosa: era local exclusivo de estrépito y aturdimiento, lo más idióticamente chic de la temporada entre las juventudes no extremas y sí bastante adineradas...
(Alfaguara, 2004, pp. 89-90).

... sobre todo a una joven rubiácea con permanente cara de asco, esa expresión se da mucho entre las españolas de adinerado linaje, carentes de atractivo y desdibujadas por norma, entre nosotros suele hacer falta estómago para dar un braguetazo autóctono
(ídem, p. 105).



Más o menos, el tono que suele emplear en los artículos que escribe para un suplemento semanal. Me ha hecho pensar de nuevo en Wendoline, cómo no, en algunas salidas con ella, por ejemplo, al cumpleaños de una amiga que lo celebraba como si se tratara de una boda, y que quería imitar a esas herederas ricas y feas (véase a la joven heredera del imperio textil Zara). En aquella ocasión, cuando conseguí entrar en el local (adonde no me querían dejar entrar porque llevaba el pelo más largo de lo habitual, ahí donde los pijos lo llevan muy corto y engominado), comprobé cómo se las gastaban esos jóvenes, con sus rondas alcohólicas, como la que quería hacer la homenajeada, y su música del momento (Wen, despidiéndose de mí aprovechando la canción del gitano fashion de ese tiempo, Fuera de mí). Lo peor de todo no son esas herederas ricas auténticas, por muy horrorosas que sean, sino las que tratan de ser como ellas en sus sueños de couché, las que llevan el gesto de oler mierda, ellas también, cada vez que salen.

La primera cita, por lo demás, me hace pensar en algunos viajes al extranjero: ¿cómo sabías ahí que estabas casi en casa?, lo sentías apenas escuchabas a un grupo alborotador, dando voces o simplemente chillando. Luego había otros que también daban bien el cante, los argentinos, variedad porteña. Praga era la ciudad en donde más pululaban, hablo de 1996, seguro que todavía es así.

Lo del flamenco, recuerdo otra vez que llevé a Wen a un local flamenco, con música en directo, claro, tenía que saciar su sed de cosas de la tierra, incluido el vino, ¡faltaría más! Nos clavaron, pensarían que éramos guiris, y encima creo que a ella no le gustó. Una música que ya desde pequeño asocié con la tristeza, impostada en la voz de Antonio Mairena, pero verdadera en mis tristes días...

Un poco más adelante hay otra que no hay que perderse:

...la nefasta mezcla española tan extendida y con nuestros escritores a la cabeza, incluidos muchos jóvenes deprimentemente anticuados, malolientes de puro rancios, las tradiciones abyectas resultan fáciles de seguir, se hacen tenaces
(p. 204).

El personaje De la Garza es el ejemplo central para estas disquisiciones:

Insistía en la comparación taurina, con ademán y todo, eso sí que era propio de nuestros particulares fascistas en el sentido coloquial del término, o en el analógico (...) Quizá a la postre sí era el suyo un espíritu fascista, por analogía
(p. 205).

Me alegra mucho saber que Marías, a través de su narrador, usa esta palabra, "fascista", más o menos como la uso yo, en el sentido de "fascismo cotidiano". Hay en la tradición española una marcada tendencia a usar las metáforas taurinas a las primeras de cambio, aquí en esta escena es la asociación entre las labores de seducción de mujeres y las faenas taurinas, el lidiar un toro bravo ante espectadores. También Wen era muy aficionada a los toros, lo había aprendido de su padre, un fanático que apenas llegaba la Feria se compraba el abono, para no perderse una corrida. El mejor amigo de Wen lo era, yo creo, aparte su pijería de gordopilo (estaba gordo el cabrón), porque compartía con el padre esta pasión. Yo, que aborrezco este espectáculo bárbaro, nunca podría haber entrado en contacto con semejante especimen.

Breve reseña de Baile y sueño, segunda parte de Tu rostro mañana

Discusión sobre la novela

martes, abril 05, 2005

Relatos

El país de los ciegos y otros relatos de H. G. Wells, en traducción de Javier Cercas (Península, 1997; ha salido una edición este año en El Aleph Ed.): tres relatos fantásticos, como el que da título al libro (una edición muy cuidada, un librito de la serie "Vidas imaginarias", en tapa dura), en donde se nos cuenta lo que tuvo que pasar un viajero en un valle perdido en el Ecuador, en medio de una población aislada que se cree en posesión de lo co-rrecto, y de la que tendrá que librarse si quiere mantener su salud mental, y que se erige como un testimonio, en clave de aventuras, de la cerrazón humana. O el relato primero, mi preferido, en donde un hombre no se resigna a vivir una vida mediocre y decide atravesar por fin La puerta en el muro, que es símbolo de los sueños del Paraíso que tuvimos un día, de niños... Wells es único para adentrarnos en esos paisajes ensoñados, de un realismo que nos deja temblando. El relato que cierra esta pequeña antología entra ya de lleno en el campo del terror propugnado por Lovecraft en su famoso ensayo sobre el terror en la literatura (no sé si incluía este relato): La historia del difunto Evelsham, o un intercambio fatal de cuerpos, de mentes también, de forma paulatina, drogas mediantes... O el ansia de la eterna juventud. O la comprobación de que se puede estar en dos sitios al mismo tiempo. El tiempo, y el espacio, ese gran misterio. Cada uno buscará otra puerta hacia la eternidad... De verdad que se sienten escalofríos al leer esto.



Entrar en el mundo de Cheever es como pasar del bosque a la ciudad cosmopolita, Nueva York siempre presente. La Navidad es triste para los pobres, qué relato tan delicioso. Ese ascensorista bien podría ser el mismo que se emborracha en el relato anterior, La historia de Sutton Place, en donde una niña desaparece. Cheever decía en una entrevista que él no estaba interesado en las tramas, que creaba al mismo tiempo los personajes y las situaciones, sin esquemas previos. Hallamos en este microuniverso toda la fauna de otro tiempo, cuando los ascensores eran pilotados por hombres desolados y los edificios estaban llenos de almas no menos solitarias. Tiempo de divorcio es agridulce, un relato de costumbres en todo su amplio sentido, en donde comprobamos la triste existencia de Ethel, una mujer que ha renunciado a su vida verdadera para atender su casa, sus hijos y su marido. Aunque el que se le acerque en plan seductor sea un loco, ella ha visto por un instante la posibilidad de otra vida, pero al final, se vuelve a esa rutina aplastante. Leer a Cheever es entrar de lleno en la época moderna de urbanitas que no son felices, que tienen sólo el consuelo de sus aparatos, sus fiestas y sus viajes efímeros. Hasta que llega el sueño eterno. [La edad de oro, John Cheever, Bruguera, 1983, trad. de Jaime Zulaika Goicoechea]

lunes, abril 04, 2005

Caminos secundarios

Así que el sábado por la tarde decidí largarme al centro comercial. En otro tiempo por esta zona de la Axarquía había fábricas de caña de azúcar, llamadas ingenios, y ahora, como sólo existe turismo y consumismo, pues se construye un gran centro comercial que se llama, un bonito guiño al pasado reciente (pero que para los más jóvenes es ya algo remoto), El Ingenio. Está en la carretera de Torre del Mar a Vélez-Málaga, y está bastante bien, si se lo compara con otros de la zona. Al menos, aquí se ha cuidado también el exterior. Claro que yo ahí estuve en contadas ocasiones, y si iba esa tarde era sólo para ver una película, y no una cualquiera. Quien me conozca podría decir, "tío, ¿y tú qué coño hacías ahí?", y le diré: ahí daban una peli que se me pasó de largo en Málaga (no sé si la dan todavía), y que encima dan en V.O.S.: Entre copas. Pues eso, llegué un poco antes del comienzo de la sesión, me di unas cuantas vueltas (sólo una por el interior) y entré de nuevo cuando faltaba poco para que comenzara. Uno, que va solo a todas partes, tiene tiempo y espacio para la observación, y es un poco divertido y otro tanto patético comprobar el cutrerío de la gente, las manadas de adolescentes y casi niños y niñas que viajan ya solos por los senderos de la moda, por los que se mueven como pez en el agua. Son pequeños especialistas en diseño hortera, pero consumen que da gusto, qué buen futuro le espera al capitalismo con estas hordas suaves. En fin, veo un niño en un cochecito y detrás a una anciana en una silla de ruedas cuchareando un helado plástico: pensé, ahí van dos mundos, el que ya muere y el que acaba de nacer... Al fondo la Plaza de la Moda y delante, como preámbulo del territorio Palomitas, la Plaza de Restauración, qué fenómeno, lo único "fino" ahí es un Lizarran, "tabernas vascas" que no me convencen. En fin, ya me disponía a entrar en la sala, casi todo el niñaterío por suerte para las primeras salas (que supongo son las más grandes; sólo estuve aquí para ver una peli cuando El pianista de Polanski), para las últimas (hay hasta 12) muy pocos. Al final del pasillo, luego derecha, otro pasillo, izquierda y entras a la sala desde el foso, luego hay que subir una escalera, ¡me gusta! (como las salas 2 y 3 del Alameda de Málaga). Entre el público casi todos, por no decir todos, guiris. Me gusta. Ya el chico de la taquilla me advirtió que era en versión original (pues claro, mamón, le iba a decir, yo no veo bodrios doblados). Y empezó la magia.



El filme de Alexander Payne, como ha destacado cierta crítica, y he leído en algún que otro sitio de la Red, no pasará a la historia, pero es una historia deliciosa para pasar dos horas realmente agradables. Cómo me reí, y también sonreí, con muchos de los momentos que aquí se nos ofrecen, durante el viaje de una semana que realizan Miles y Jack, los dos amigos protagonistas, solos o en compañía de Maya (sí, qué buena recuperación la de Virginia Madsen, como decía Juan Bonilla en un artículo) y Stephanie. Es verdad que los dos hombres son muy distintos en cuanto a carácter, y que a la gente guay no le gustará para nada la forma de ser de Miles, el escritor frustrado, pues que se jodan. A mí el otro personaje me parece bobo, y no por eso me quiero salir de la sala... En realidad, es la combinación perfecta para pasar un buen rato: el uno que todavía no se recupera de la separación, que vive inmerso en la crisis de los cuarenta o de la media vida, que es cosa seria; el otro, un juerguista que se casa dentro de unos días y que sólo busca echar unos cuantos polvos, y al final sale malparado... Lo que importa aquí no es tanto los hechos, algunos muy banales, sino el clima, el ambiente, la fotografía buscada para que parezca de otra década, la música, los encuadres también muy conseguidos. Y los diálogos, sobre todo. Hacía tiempo que no veía una película estadounidense tan inteligente como ésta, tan real en sus gestos, en sus situaciones. Los pasajes de encuentro entre Miles y Maya son maravillosos, así como ese final abierto, que te deja soñando con lo posible. Hay mucho vino, yo de vinos entiendo poco, pero Miles parece entender mucho, así como la camarera también divorciada que se cruza en su camino. Puede que ambos sean como esa uva pinot, y muchos de los que le rodean, como el Merlot que M. tanto detesta. Sea como sea, es bueno adentrarse de vez en cuando, o casi siempre, por esas carreteras poco frecuentadas, aspirar el aire fresco y contemplar el paisaje desde cierto montecillo. California también tiene otras cosas aparte de Hollywood.

sábado, abril 02, 2005

Revistas

Revista de Libros llega a su número 100 en este mes de abril, y con este motivo lo celebra con un número especial, ya visible desde su portada, con una ilustración de Eduardo Arroyo, que sigue en la contraportada, más bonita si cabe. Hay artículos especiales, y el que más me interesa es precisamente el que cierra el número, de Andrés Ibáñez y titulado "¿Se puede aprender a escribir?", con una vasta bibliografía. En línea se pueden leer dos de ellos, uno de Gabriel Jackson sobre un libro acerca de Shostakóvich, y otro de Justo Navarro sobre Graham Greene. Desde hace unos meses esta revista quiso ampliar sus miras y permitir que se pueda leer en la Red algo de sus contenidos. También se puede solicitar un número, que te lo envían a tu casa. Recuerdo que ya desde 1997 (la revista cumple nueve años, si no me equivoco) me interesé por ella, sobre todo a partir de los artículos de Ibáñez, por uno de los cuales, el que escribió sobre Thomas Pynchon, ganó un premio importante. No tengo todos los ejemplares, claro, le he sido infiel, pero de las revistas especializadas, ésta es una de mis favoritas, porque contiene reseñas puras y duras, de cualquier tipo de libro, no sólo de los típicos de ficción, un poco de ensayo y migajas de poesía. Álvaro Delgado-Gal, de formación científica, ha hecho predominar estas cuestiones, y son muchos los libros sobre física, matemáticas o biología los analizados. También me gusta la página de Manuel Rodríguez Rivero, miscelánea de indudable sentido del humor. En el mes de marzo (99) escribe sobre la actualidad de Sartre.

Frente a ella, está Lateral, de Barcelona, que hace unos meses también ha cambiado su formato, pero cuyos contenidos suelen ser los mismos. Encuentro aquí más dispersión, un criterio para seleccionar contenidos más arbitrario, ilustraciones que dejan bastante que desear, y columnas como la de Hernán Migoya, el de Todas putas, que me parecen prescindibles. En el nº de marzo escribe sobre sus odiados favoritos. Pues bien, esos que cita son Paulo Coelho y Michael Moore. Del primero cita su novela (la única que me he leído de él) Veronika decide morir. Lo tacha poco menos que de ser un sectario, un tipo peligroso que confunde a las lectoras de forma que dan por hecho que la literatura es como el teléfono de la esperanza. Más cinismo imposible. Y luego arremete contra el gordo (sic) de Moore, al que no le gusta su aspecto, y tampoco le gusta que se meta con Charlton Heston en Bowling for Columbine, considerado por Moore en este documental como el inductor de la masacre del instituto al defender la tenencia de armas (era el presidente hasta hace poco de la Asiociación Nacional del Rifle, de índole fascista claramente). Porque Heston, según Migoya, es un hombre respetable que hizo excelentes películas y que produjo otras de acento izquierdista (eso sería en otra vida, tal vez). Y termina su planfleto con veladas amenazas contra tipos rebeldes como el gordo de la gorra... Una revista que mantiene a este imbécil en sus páginas ya me resulta sospechosa. Y como tampoco soporto a Vila-Matas y todos los de su camarilla...



Para terminar, felicitaciones a la revista digital La Insignia, que cumple cinco años en línea, y que fue la primera que conocí cuando empecé a navegar. Hacia 2001 la consultaba a menudo, y me gustó esa mezcla de contenidos, y su orientación hacia la mejor izquierda, la de verdad. Lo mismo podías leer sobre una película como poemas de Benedetti, artículos de Galeano, y noticias aparecidas en diarios de Latinoamérica. Aunque el diseño es simple, lo importante es eso, los contenidos, la actualización constante y la pasión con que está hecha. Que sean muchos más.

viernes, abril 01, 2005

Si las palabras sirven...

Camisa gris de Lordsey.

Pantalón gris, en un tono más claro.

Zapatos Callaghan, en dos tonos de marrón.

Calcetines burdeos...

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Cuando acabe el libro de la Jelinek me gustaría seguir con los cuentos de Cheever. Y también leer tres cuentos de H. G. Wells, editados por Península, en trad. de Javier Cercas.

Y conseguir una novela muy aplaudida el año pasado, El librero Vollard de Pierre Péju, que ha sacado la editorial Tropismos. Las reseñas hablan de una historia a tres, entre un librero que ha provocado un accidente (¿o es sólo una víctima más?), la niña atropellada por él, y su madre. ¿Valen las historias que él vende, con las que él comercia? ¿Son las palabras un bálsamo? ¿Es la literatura todavía válida?