lunes, abril 04, 2005

Caminos secundarios

Así que el sábado por la tarde decidí largarme al centro comercial. En otro tiempo por esta zona de la Axarquía había fábricas de caña de azúcar, llamadas ingenios, y ahora, como sólo existe turismo y consumismo, pues se construye un gran centro comercial que se llama, un bonito guiño al pasado reciente (pero que para los más jóvenes es ya algo remoto), El Ingenio. Está en la carretera de Torre del Mar a Vélez-Málaga, y está bastante bien, si se lo compara con otros de la zona. Al menos, aquí se ha cuidado también el exterior. Claro que yo ahí estuve en contadas ocasiones, y si iba esa tarde era sólo para ver una película, y no una cualquiera. Quien me conozca podría decir, "tío, ¿y tú qué coño hacías ahí?", y le diré: ahí daban una peli que se me pasó de largo en Málaga (no sé si la dan todavía), y que encima dan en V.O.S.: Entre copas. Pues eso, llegué un poco antes del comienzo de la sesión, me di unas cuantas vueltas (sólo una por el interior) y entré de nuevo cuando faltaba poco para que comenzara. Uno, que va solo a todas partes, tiene tiempo y espacio para la observación, y es un poco divertido y otro tanto patético comprobar el cutrerío de la gente, las manadas de adolescentes y casi niños y niñas que viajan ya solos por los senderos de la moda, por los que se mueven como pez en el agua. Son pequeños especialistas en diseño hortera, pero consumen que da gusto, qué buen futuro le espera al capitalismo con estas hordas suaves. En fin, veo un niño en un cochecito y detrás a una anciana en una silla de ruedas cuchareando un helado plástico: pensé, ahí van dos mundos, el que ya muere y el que acaba de nacer... Al fondo la Plaza de la Moda y delante, como preámbulo del territorio Palomitas, la Plaza de Restauración, qué fenómeno, lo único "fino" ahí es un Lizarran, "tabernas vascas" que no me convencen. En fin, ya me disponía a entrar en la sala, casi todo el niñaterío por suerte para las primeras salas (que supongo son las más grandes; sólo estuve aquí para ver una peli cuando El pianista de Polanski), para las últimas (hay hasta 12) muy pocos. Al final del pasillo, luego derecha, otro pasillo, izquierda y entras a la sala desde el foso, luego hay que subir una escalera, ¡me gusta! (como las salas 2 y 3 del Alameda de Málaga). Entre el público casi todos, por no decir todos, guiris. Me gusta. Ya el chico de la taquilla me advirtió que era en versión original (pues claro, mamón, le iba a decir, yo no veo bodrios doblados). Y empezó la magia.



El filme de Alexander Payne, como ha destacado cierta crítica, y he leído en algún que otro sitio de la Red, no pasará a la historia, pero es una historia deliciosa para pasar dos horas realmente agradables. Cómo me reí, y también sonreí, con muchos de los momentos que aquí se nos ofrecen, durante el viaje de una semana que realizan Miles y Jack, los dos amigos protagonistas, solos o en compañía de Maya (sí, qué buena recuperación la de Virginia Madsen, como decía Juan Bonilla en un artículo) y Stephanie. Es verdad que los dos hombres son muy distintos en cuanto a carácter, y que a la gente guay no le gustará para nada la forma de ser de Miles, el escritor frustrado, pues que se jodan. A mí el otro personaje me parece bobo, y no por eso me quiero salir de la sala... En realidad, es la combinación perfecta para pasar un buen rato: el uno que todavía no se recupera de la separación, que vive inmerso en la crisis de los cuarenta o de la media vida, que es cosa seria; el otro, un juerguista que se casa dentro de unos días y que sólo busca echar unos cuantos polvos, y al final sale malparado... Lo que importa aquí no es tanto los hechos, algunos muy banales, sino el clima, el ambiente, la fotografía buscada para que parezca de otra década, la música, los encuadres también muy conseguidos. Y los diálogos, sobre todo. Hacía tiempo que no veía una película estadounidense tan inteligente como ésta, tan real en sus gestos, en sus situaciones. Los pasajes de encuentro entre Miles y Maya son maravillosos, así como ese final abierto, que te deja soñando con lo posible. Hay mucho vino, yo de vinos entiendo poco, pero Miles parece entender mucho, así como la camarera también divorciada que se cruza en su camino. Puede que ambos sean como esa uva pinot, y muchos de los que le rodean, como el Merlot que M. tanto detesta. Sea como sea, es bueno adentrarse de vez en cuando, o casi siempre, por esas carreteras poco frecuentadas, aspirar el aire fresco y contemplar el paisaje desde cierto montecillo. California también tiene otras cosas aparte de Hollywood.