lunes, enero 23, 2006

La frivolidad como arte

Así que comienzo a leer otra novela, otra obra de ficción, así que tengo que echar por tierra mis esperanzas de apartarme de la perra ficción, estoy atrapado en ella más de lo que suponía, necesito historias, historias de gente diferente, de gente... al margen. Y la historia se llama: El gran momento de Mary Tribune, y la escribió Juan García Hortelano, salió en 1972 y Barral la publicó en 1975, qué tiempos. Escogí esta lectura porque Isabel Coixet la mencionó en una entrevista en El País la semana pasada, y yo me dejo llevar. Dijo que la había leído en un momento especial, y que iba de gente que se la pasaba bebiendo, en noches sin fin: y de eso trata, en un lenguaje abarrocado en extremo, de un grupo de amigos que decide salirse de la mesocracia, aunque en el fondo estén inmersos en ella, en la grisura de un tiempo y un espacio finitos; gente que busca evadirse, aunque en el domingo acaben de domingueros, como otros tantos españoles de entonces. Entre los hechos y el lector se establece un poderoso filtro, la escritura afectadísima pero divertida a la larga, de nuestro narrador-vividor. Todo comienza una noche en que el susodicho conoce a la yanqui de vacaciones por Madrid, y los acontecimientos se van encadenando casi sin solución de continuidad, en un punto y seguido arrebatador. Las noches se alargan casi interminablemente, como la de ese domingo, que al comenzar es una pura sorpresa, y que al acabar es un marasmo de alcohol y visiones a media luz, de escaleras, humo y mucha alba delicuescente. Podríamos estar inmersos en una pesadilla, pero es la realidad misma... José María, Pablo, Andrés, Tub, Bert, la Mary del título, nuestro hombre, los Tamburini, Matilde la hippie de pecho liso, la falsa Olga, Merceditas..., toda una galería de personajes perfectamente definidos tanto en su físico como en su habla, pues la novela se compone en un ochenta por ciento de diálogos chispeantes, que hace que todo se acelere más todavía. Se pasa de un escenario a otro con una velocidad de vértigo a veces, sensación propiciada también por unas frases secas, cortantes, de un cinismo brutal, de una pegajosidad extrema (tanto es así, que muchas veces dudamos de los que está pasando, pues todo lo que nos es relatado pasa por la lente deformante de nuestro hombre). Además, y por si este cúmulo de situaciones borrascosas y bullangueras no fuera poco, el texto se trufa de citas de procedencia diversa, desde Proust a Terencio pasando por Samaniego o Racine, que van a un lado de la página frente al texto de la novela que pretende comentar. Esta intertextualidad hace de la novela que tenemos entre manos una de las joyas de la literatura española del siglo XX, aparte que aquí me siento de vuelta al escenario cutre, macarra incluso e hilarante de La conjura de los necios, siquiera sea porque el protagonista es un vago, borracho y que no tiene pelos en la lengua, un irresponsable, un pijo y un lascivo, no tiene muchas virtudes que digamos...
***

Domingo en mi realidad. Voy al Rastrillo, que está bien pues hace una mañana de sol. Una mujer, inglesa se supone, se ha caído y descansa en el suelo, de ahí no pasará, le han colocado un cojín grande debajo de la cabeza, más tarde veo la llegada de los pitufos, y luego la imprescindible ambulancia, que pasará calle abajo cuando ya bajo, harto de la misma mierda de siempre (sólo llevo un vinilo con la Primera de Mahler por la VPO, Paul Kletzki). Al ir a cruzar frente a la urbanización Verano Azul veo a Thomas, que dice que va hacia la iglesia de la Plaza Andalucía, en donde está Jose (el Madriles) haciéndose la misa de mediodía. Al llegar a la placilla vemos que está en la puerta, pidiendo, nuestro hombre particular, con cara de bueno. Nos sentamos, yo le muestro el disco, Thomas lo mira sin mucho interés, él no es un alemán muy ilustrado que digamos. Luego se marcha a mear a Los Cuñaos. Me pongo a leer un poco del libro, pero enseguida lo cierro, me parece que la lectura se acabó por esta mañana. Bajan la calle Javi, Pelúo, el colega inseparable del Madriles, con otro menda que no me suena. Nos reunimos todos enseguida, mientras la misa protestante de las once y media está en su esplendor, el órgano de Bach y los cánticos preciosos de los feligreses, los católicos es que cantan tan mal... Nos vamos en dirección a la plaza Cantarero, antes hace Thomas una parada para pillarse una birra, los otros están con calimotxo. Allí nos dan las doce, y la una y las dos, con idas y venidas, hasta el Covirán para avituallamiento, a la obra cercana para cambiar el agua al canario, o allí entre los arbustos de la plaza poblada con la fauna de un domingo cualquiera. Estamos un grupito agradable, charlamos de cosas sin importancia, aunque asustaría a más de un bienpensante: de motos, de armas militares, de detenciones policiales, de mercados de la droga, de canciones de otro tiempo, de delincuentes habituales. Llega un alemán con una guitarra, se la presta al Pelúo (que otrora liderara una banda de rock), y entona algunas canciones, pero antes de acabar se para, dice que hace tiempo que no toca. En un banco cercano, una parejita romántica escucha casi extasiada, y en otro dos mujeronas de pueblo nos miran con malsana curiosidad. A esa hora ya queda poca gente en la plaza, todos están ya comiéndose la paella de rigor. El alemán ennfunda la guitarra, mientras Juan, el menda agresivo, no para de susurrarme cosas contra el de la guitarra. Me digo que es hora de largarme, ahora están con el calimotxo sólo, y no quiero mezclar. Luego tendré un dolor de cabeza horrible, pero buena parte del domingo ya se ha largado, por suerte. Escuchar el disco de Mahler no me alivia, ni las llamadas telefónicas. Nada puede aliviar del tedio vital.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Hola, Lukas,

Hoy me asomo aquí sólo para decirte que comparto tu admiración por El gran momento de Mary Tribune: me parece la mejor novela de esa llamada Generación del 50, a la que pertenece García Hortelano. Cómo me reí con el protagonista (estuve todo el libro esperando que apareciera su nombre), aunque fuera -o precisamente por eso- un impresentable sin remedio. Lo que escribió después Hortelano no tiene mucha gracia, ni valor literario (los cuentos quizá, pero Gramática parda o Tormenta de verano son muy regulares) pero para mí, sólo por haber escrito Mary Tribune, es uno de los mejores novelistas españoles del siglo XX.
Que sigas disfrutando la lectura.

Blanca

10:34 a. m.  
Blogger lukas said...

Pues sí, Blanca, me temo que sea ésta su única obra de interés, justo en una librería estuve hojeando "Tormenta de verano", y no me pareció ni por asomo comparable con el tocho que tengo ahora entre manos. Todavía me queda, pero ya he llegado al momento de los nenúfares ;-)

10:31 a. m.  

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