jueves, enero 19, 2006

Felicidad




Lo aviso: ésta es una película para treinteañeros españoles. A los que tengan menos no les dirá mucho, y los que ya no cumplan cuarenta hasta se escandalizarán. Los dos lados de la cama, de Emilio Martínez Lázaro, hasta consigue la hazaña de superar a la primera parte, El otro lado de la cama, que disfrutamos a placer en 2002, ése fue un año terrible para mí pero una de las escasas alegrías que me dio fue ver esta película, un musical atípico protagonizado por un grupo de actores en estado de gracia. Ahora, tres años después, ahí siguen, al principio nos hacen creer que todo les va viento en popa y dispuestos ya para el casorio, cuando la verdad es que los hombres, sobre todo Pedro (Guillermo Toledo) y Javier (Ernesto Alterio), amigos para siempre, son de lo más infantil que uno pueda encontrarse, sobre todo el segundo. El otro, Rafa (Alberto San Juan) es un bala perdida, y su amigo-mosquetero Carlos (a modo de Sancho) resulta que lo engaña con su pizpireta Pilar (ay, esa María ESteve). De engaños va la cosa, pero no con quienes ellos esperaban, al menos la pareja protagonista. Y de alegría, de canciones de los ochenta en su mayoría, que sólo los de mi generación sabe apreciar, porque crecimos con estas canciones: de Alaska, de Tequila, de Los Secretos, de Los Ronaldos o de Mecano. Los ochenta fue nuestra década, y todo lo demás se lo llevó el viento. Ahora, este grupo de gente inmadura, pero de una gracia y un encanto insuperables, nos recuerdan aquellos momentos, porque salen a cantar cuando menos nos lo esperamos (aunque estamos deseando que lo hagan, aunque a veces no afinen mucho, aunque las canciones se descontextualicen y se produzca la gracia infinita, y hasta el gag, como en dos ocasiones impagables). Sobre todo, me encantó ese popurrí en la escuela de baile, en el clímax de la historia; pero también ese tema de celebración de la noche sin sueño, "no quiere dormir", o la que acompaña al trío delicioso. Porque hay que decir una cosa: si bien las nuevas Verónica Sánchez (Marta, novia de Javi) y Lucía Jiménez (Raquel, novia de Pedro) lo hacen muy bien, y hasta se nos hace creíble su relación bollera, la nueva-nueva es Carlota (Pilar Castro), esa pelirroja fatal, que será la que desencadene la infidelidad más escandalosa y dulce, y que es posible que reaparezca en una tercera parte que desde ya estoy esperando. Carlota es la mujer de mis sueños, y desde su aparición en La Viuda Blanca, al comienzo de la función, uno piensa que va a dar mucho que hablar. El director, con ella, nos entrega a una mujer desinhibida, amiga del alcohol a medianoche y del sexo sin compromisos y en compañía larga, y nos hace pensar en la promiscua Ariadna Gil que escogió para protagonista de Amo tu cama rica, aquella joya. Sólo por esto, amigos, merece la pena la cinta. Por cierto, van a dar por televisión, dentro de unos días, la primera parte.

La película nos deja un mensajito: las mujeres son mucho mejores que los hombres, eso ya lo intuíamos, pero aquí queda bien claro. Pilar es un Sancho mucho mejor que Rafa el taxista verborreico y amigo de los animales disecados, y por supuesto que el mastuerzo de su amigo imitador; las amantes son mejores que sus partenaires masculinos, por goleada; y Carlota tiene un cuerpo y una gracia, y un saber moverse, que para sí quisieran esos dos payasos, encantadores niños grandes. Éste ha sido mi mejor regalo de cumpleaños, el que me hice yo mismo, pues aquí estoy solo y, si no me hago los regalos yo, quién lo haría. Una película ideal para mí, que me dejó tan excitado y feliz que luego, casi no podía dormir.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Vi la primera parte en Managua, bien acompañado. Un ágil entretenimento, sin duda, que te manda de nuevo a los ochentas, años de tanto acné y de tanto fin del mundo cada día. Mejor espero que la segunda parte también la den por allá cuando regrese, en algún ciclo de cine español.

Chaval (porque estás hecho un chaval): creo que estamos no sólo en la misma generación, sino casi en la misma fecha de nacimiento. Está claro, pues: somos el eslabón perdido, ¡pero que más quisieran muchos petenecer a él!

Ánimo y saludos.

11:33 a. m.  

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