lunes, septiembre 05, 2005

Málaga-Barcelona

De entrada, diré que no puede haber dos novelistas más distintos que Andrés Ibáñez, mi favorito con diferencia, y este Antonio Soler (Málaga, 1956) que he probado ahora. El primero rechaza de plano el "realismo" de la novela española, con todo lo que eso implica; mientras que el segundo parece reactualizar cierto costumbrismo de lo mejor que se ha escrito por estos lares. Porque, digámoslo claro, nuestra narrativa no es fácilmente imaginativa, creativa al modo anglosajón, nuestros paisajes y vivencias parecen explayarse mejor a ras de tierra y con esos horizontes lejanos de Castilla, etc. Y eso es lo que también me gusta, y eso es lo que me ha deleitado (estoy en las últimas páginas) de Las bailarinas muertas (Anagrama, 1997). Gracias a JacoboDeza, me decidí a leerla, y la verdad es que ha sido lo único bueno de un fin de semana aburrido, como siempre que estoy solo en este desierto malagueño.

Lo que logra Soler en esta novela breve (255 páginas) es un alarde de ingenio, sobre todo gracias a la voz narrativa, el hermano del verdadero protagonista, Ramón primero y luego Carlos del Río, cuando ya es cantante oficial de ese cabaret barcelonés al que se fue huyendo de la miseria, de la vida estrecha de esa calle algo marginal de su Málaga natal, porque la verdad es que, parece mentira, Málaga mucha Costa del Sol y mucho Museo Picasso, y sigue siendo marginal. Esa voz, la de un hombre que recuerda sus años infantiles de paraíso (sí, a pesar de todo, en esa callejuelas estaba el paraíso, adonde acabará volviendo su hermano), y a la vez nos va contando las aventuras de Ramón /Carlos del Río en esa ciudad a más de mil kilómetros, a través de las cartas que el "artista" le manda a la familia. Hay pues dos planos narrativos, que se van sucediendo de forma maravillosamente fluida, sin pausas, y esto hace que el lector tenga que seguir sin casi parar tampoco, una estrategia que funciona perfectamente gracias a ese ingenio, a ese humor, a esa melancolía final que estalla en los párrafos cada vez más eróticos, y que hace de esta novela una obra extraordinaria, realmente sí que es merecedora del Premio Herralde.

Y Soler consigue esa fluidez y esa historia perfecta con los mínimos elementos, al principio es sólo una feliz asociación de carácter sonoro (qué oído maravilloso tiene), también visual, que ya JacoboDeza nos cuenta en su reseña. La estrategia narrativa, de este narrador humilde pero también inventivo (cómo pensar que todos esos detalles están en las cartas), es ir acumulando datos, historias, en una sucesión de anécdotas y personajes, a la vez que las repeticiones logran un continuum espléndido que ayudan al lector a ponerle la música, el ritmo eterno, a esta crónica desilusionada de estar-en-el-mundo. Lo que nos cuenta es mínimo, sí, pero poco a poco vamos conociendo la verdadera profundidad de la historia, poco a poco nos emocionamos con su técnica de ampliación, hasta llegar en la página 234 a un vórtice espasmódico tras la sentencia anterior "El mundo no tiene pulso, ni ritmo" (todo lo que sucede una vez está sucediendo siempre, todo lo que sucederá está sucediendo y ya sucedió). Lo que hasta ese momento ha sido mera alternancia, ahora se yuxtapone en un vértigo que irradia la tristeza fatal, la miseria emocional y el ardor sexual de cada vida, por miserable que aparezca. Hasta el comienzo de la página 239 no hay un punto y aparte, y esto es el culmen del poder narrativo de Soler, éste es su triunfo. Dios, qué bueno que es. Y luego, con su vena filosófico-poética (hay pasajes de verdadero éxtasis metafórico, sobre todo cuando se sumerge en las selvas y demás paisajes interiores, en su narración un auténtico mundo), continúa tras ese frenesí:

"No sé si el tiempo es una flor que se enreda en sí misma, una corona de pétalos en espiral, una rosa que no existe y en la que se pierde nuestra locura..." (p. 239). Y entonces, en otro tour de force, prosigue la narración vertiginosa hasta la pág. 242, con Tatín (el personaje desencadenador) y los demás viviendo sus acciones, todos al mismo tiempo. Lo que antes ha estado dibujado con un magnífico sentido del humor y cierta resignación ante la crueldad y lo inevitable, ahora se torna casi trágico: la última fotografía que toma Félix Rovira en el cabaret, la performance de esa bailarina y el policía putero Machuca, la persecución por la chatarrería... El narrador parece despertar de la mera anécdota para enfangarse en la plenitud de la existencia, en las verdades que duelen, en las vidas rotas o desperdiciadas, y la más patética, la de Avelino "Kid" Padilla, el boxeador paisano un combate-una derrota.

Me ha encantado reconciliarme, aunque sea sólo vía ficción, con Málaga, aunque yo no me criara en Málaga y no en esos años sesenta, sino algunos después. Sólo el nombre de ciertos sitios (Campos 21) parece el escenario de una película decididamente nostálgica (nosotros también, a finales de los setenta principios de los ochenta, jugábamos al fútbol de esa manera, a sota caballo rey, también nosotros hacíamos ese ritual de las pajas, gayolas o gallardas, etc.). Eugenio Gross, una calle citada varias veces, un lugar que años después asociaría con un sitio maldito (ahí me dijo la madre de Carmen que vivía su novio, el maldito); calle Mármoles, todavía con su aspecto franquista; las ruinas y miserias de la Trinidad, llena de baretuchos y gitanos... Málaga es la ciudad donde el narrador fue feliz, con toda su camarilla. Para mí Nerja es ese otro lugar, tan cerca tan lejos, en donde se acumulan las miserias y las efímeras glorias. Y Barcelona, el sitio al que me tendría que haber largado hace tiempo. Pero iré por allí en breve.

1 Comments:

Blogger JacoboDeza said...

Tendría que haber leído este comentario más allá del próximo miércoles, pues estaba preparando el mío definitivo sobre el libro para esa fecha (el anterior era una primera aproximación de las primeras 50 páginas). Pero no he podido resistirme, y estoy asombrado por las similitudes entre lo que yo quería escribir y lo que has escrito tú. A grandes rasgos comparto tu visión y en cierta medida tu entusiasmo (quizá el mío sea algo menor pero ya veremos, cuando escriba mi comentario igual también me sale elogioso). Incluso algunas palabras que has utilizado vagaban por mi cerebro estos días: ayer dije de pronto "costumbrismo" sin venir a cuento, y mi compañera me miró extrañada, aunque no sea la primera vez que articulo vocablos incoherentes en el sitio más inesperado. Pero no, estaba pensando en Las bailarinas muertas y en la tradición literaria española.

En fin, ya diré lo que tenga que decir y me alegro de impulsarte a la lectura de este libro. Tengo una deuda pendiente con Andrés Ibáñez, ya la saldaré algún día.

10:13 p. m.  

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