jueves, septiembre 15, 2005

Miserias II

Lloviendo piedras es una buena pedrada a la buena conciencia de la gente, la gente que no tiene, o dice no tener, grandes problemas para llegar a fin de mes. Este nuevo film de Ken Loach, que vi en su momento en pantalla grande, es casi mejor que el anterior que vi, Riff Raff. Ya desde su arranque tiene brío, y ayuda bastante la música de Stewart Copeland, el mismo de la otra. Los dos amigos desempleados se las apañan como pueden para robar un cordero, luego no se apañan para matarlo, lo llevan a un carnicero de barrio, que lo mata y trocea, luego los vemos ir por los pubs vendiendo los trozos en canastillas, y al final, cuando parecen tomarse un descanso después de una mínima ganancia, resulta que el gordo se ha dejado las llaves puestas en la furgoneta de su amigo, y cuando salen se la han llevado. Lo han perdido todo. Y sin la furgoneta, Bob no puede hacer nada. En los días siguientes lo vemos tratando de desatascar sumideros, yendo a la oficina del paro, apostando a los caballos con su amigo, en una pequeña cuadrilla que se dedica a robar césped de urbanizaciones de lujo (¡malditos comunistas!, grita un encargado del Club Con); también tiene nuestro amigo un pequeño percance cuando echaba unas horas como vigilante en una discoteca, en donde descubre de dónde saca la pasta rápida la hija de su amigo. Y todo, para conseguir un poco de dinero para ir tirando, y sobre todo, para poder comprarle el vestido de comunión (y los complementos) a su hija, Coleen, tan hermosa y en apariencia ajena a esa turbamulta vital de los padres. Con esta trama sencilla y de lo más realista, Loach hace un implacable retrato de la clase trabajadora, en Inglaterra y en donde sea. Hay momentos bastante obvios y panfletarios, como cuando el gordo (no recuerdo el nombre, ni del actor ni del personaje) se baja los pantalones y enseña el culo a los que lo vigilan desde un helicóptero; o cuando el del sindicato le dice a Bob que el problema es que los obreros no se unen, que se pelean entre ellos, y así no hay manera, mientras observan cómo una chica grita a un amigo, yonquis ya, y no tendrán más de quince años, juventud sin salida... Hacia el final, los últimos veinte minutos, se alcanzan cotas de una energía imparable, de una denuncia muy bien resuelta, pues es pura acción y palabras a la desesperada. Un prestamista furioso, un padre y marido a por todas, un accidente, el miedo, la confesión, las palabras del sacerdote ("tenéis hambre de justicia"), la policía rondando durante la ceremonia... El final, cortante, genial, como no podía ser de otra manera viniendo de este francotirador.

Y me pregunto, qué pasa con los obreros de por acá, qué pasa con los obreros, con los viejos proletarios, si es verdad que ya no hay huelgas, no hay grandes problemas, y su única aspiración es ese coche, esa hipoteca, esa boda...

2 Comments:

Blogger Paola said...

jajajajja Henry Ford decìa algo como que para acabar con un comunista lo mejor era transformarlo en consumista

11:20 p. m.  
Blogger lukas said...

¡Pues qué razón tenía! Y lo más siniestro de todo es que se ha conseguido, la operación está hecha: ya los obreros sólo aspiran al consumismo, como los inmigrantes sólo quieren tener lo último en tecnología y consumir lo mismo que la gente de acá. No más diferencias. No más quejas. Buen rollito para todos. Microfascismos en cada esquina...

11:12 a. m.  

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