Málaga, domingo
El sábado por la tarde, tomamos tranquilamente vino mientras charlamos de viajes y otras cosas. El vino es un tinto llamado Gadea 2004, un vino joven D.O. Sierras de Málaga (Mollina), de aromas afrutados, ideal para quesos y entrantes. Es la primera vez que lo pruebo, y hay algo en él que no termina de gustarme, pero seguimos bebiendo mientras descansamos y nos preparamos para el festín de la noche. Los quesos son afrutados: cebolleta, albaricoque, piña... Es hora de irse. Ahí fuera, el Parque parece el camino perfecto para el País de la Felicidad.
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Los domingos en Málaga son muy aburridos, como en cualquier otra ciudad, un domingo, y más terrible aún por la tarde, que son el escenario ideal para el suicidio. En lugar de eso, subimos hasta Gibralfaro, en donde a esa hora sólo hay unos pocos turistas, guiris y gente así, pero de noche se supone que sube otra fauna, porque vemos algún que otro envoltorio de Durex, una caja de cartón de pizza, latas y otros objetos de consumo rápido. Desde el mirador que hay cerca del Parador se obtienen las mejores vistas de la ciudad, lo malo es que esa mañana está un poco neblinoso, una pena. Se ve perfecta la Plaza de Toros, el Puerto, el Palacio de Justicia, todos los "rascacielos" de la zona de la Malagueta, y hasta el caminito de la playa. Desde aquí, tratamos de averiguar detrás de qué torre se esconde, como una flor embelesadora, el Café de París.
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Hay sitios que no me gustan nada, lugares como esta Casa del Piyayo, con su barra en forma de barco, su marea de gente, su vocerío imparable. Y como si mis temores fueran perfectamente fundados, ahí está, me manchan la camisa con ese jugo anaranjado de las gambas, es como un proyectil líquido que viene del frente, invisible, pero efectivo cien por cien. Por suerte, se puede limpiar y no queda ninguna mancha. Pero salgo de allí asqueado. Porque el sitio que trataba de encontrar es el Clandestino (calle Niño de Guevara), un local bastante amplio, con varias zonas para tapear, tomar ensaladas (lo mejor de la casa) o pedir algo más tipo menú. Me decido por una ensalada Babilonia (humus de bacalao con revuelto de pimientos, presentado dentro de hojas de lechuga morada, y con el plato enorme decorado con miel de caña y pimentón). Una pequeña orgía vegetal, más dulce que salada, que por eso M. apenas la prueba. Al rato, advierto que el local tiene un defecto muy común: es tremendamente ruidoso, no sólo porque no está insonorizado y las conversaciones machacan el oído, sino además porque la música de la sala está altísima por momentos. La decoración es rústica, la puerta de los aseos parece de cortijo, y sólo hay un lavabo común, así que cuando salgo veo a una mujer joven que ayuda a un niño a lavarse las manos, y me da asco, porque no soporto los niños en los restaurantes. Al salir, casi no queda nadie en la calle, y es que aquí la siesta es sagrada; y los que no echan siesta, estarán en alguna comilona de boda, que ya escuchamos los coches por el túnel de la Alcazaba. En el Parque, en la sobremesa, sólo rusos, y también sudamericanos tendidos en la hierba. En la Plaza de la Marina, una feria de artesanía, algo que me aburre profundamente. En el CAC ya no está la exposición de Neo Rauch, creo que están montando la de Jaume Plensa, y han puesto dos nuevas, de dos irlandeses, una autora de vídeos y otro autor de Macnamara Motel, ninguno de los dos me dice nada. Los Jardines de Picasso, un parquecillo sombrío, es ya el remate de la fatal melancolía de domingo tarde: sólo algunos padres con los niños, niños más crecidos macarras, una pareja que se mete mano en un banco, no son adolescentes, joder, tendrán más de treinta años, qué patético. Ya de noche, por los alrededores del Centro Comercial Larios, ese tontódromo por donde se pasean los macarras de los coches discoteca, y en donde apenas se puede estar un rato tranquilo. Me fijo en un mendigo con un tic nervioso pronunciado en los brazos, de pronto está mirando fijamente a ninguna parte, de pronto fuma ansiosamente... Es hora de largarse.
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Hemingway por París, en los años veinte. Dos casas en donde vivió: 74 rue Cardinal Lemoine, y 113 rue Notre-Dame-des-Champs, encima de una serrería. Muy cerca de esta última, dice que había uno de los mejores cafés de la época, no de los exhibicionistas (como de los que hablará años después VM), sino de los tranquilos, frecuentados por viejos, savants y gente que también ha estado en la guerra: Closerie des Lilas. Es muy curiosa su narración del encuentro con Ford Madox Ford, que es calificado de mentiroso y se nos aparece como un poco trastornado. Hay una visión, la de Aleister Crowley, "el de las misas negras. Tiene fama de ser el hombre más malvado del universo", le dice a H. un camarero poco después. Y el otro decía que era Hilaire Belloc, un simple rufián.
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Ahora, un poco de música, de la de verdad: el cuarteto de cuerda nº 4 de Gloria Coates, Glissandi Queen, de 1976, que se divide en tres secciones: molto sostenuto espressivo; adagio molto con espressione; y allegretto scherzando. Música sin inhibiciones, música que fluye, música que se despliega por el aire lleno de espectros. Espectros que son recuerdos de otros días, días que irán a parar a los sueños, sueños que se convierten en realidad, cuando se piensa en ellos intensamente.
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Los domingos en Málaga son muy aburridos, como en cualquier otra ciudad, un domingo, y más terrible aún por la tarde, que son el escenario ideal para el suicidio. En lugar de eso, subimos hasta Gibralfaro, en donde a esa hora sólo hay unos pocos turistas, guiris y gente así, pero de noche se supone que sube otra fauna, porque vemos algún que otro envoltorio de Durex, una caja de cartón de pizza, latas y otros objetos de consumo rápido. Desde el mirador que hay cerca del Parador se obtienen las mejores vistas de la ciudad, lo malo es que esa mañana está un poco neblinoso, una pena. Se ve perfecta la Plaza de Toros, el Puerto, el Palacio de Justicia, todos los "rascacielos" de la zona de la Malagueta, y hasta el caminito de la playa. Desde aquí, tratamos de averiguar detrás de qué torre se esconde, como una flor embelesadora, el Café de París.
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Hay sitios que no me gustan nada, lugares como esta Casa del Piyayo, con su barra en forma de barco, su marea de gente, su vocerío imparable. Y como si mis temores fueran perfectamente fundados, ahí está, me manchan la camisa con ese jugo anaranjado de las gambas, es como un proyectil líquido que viene del frente, invisible, pero efectivo cien por cien. Por suerte, se puede limpiar y no queda ninguna mancha. Pero salgo de allí asqueado. Porque el sitio que trataba de encontrar es el Clandestino (calle Niño de Guevara), un local bastante amplio, con varias zonas para tapear, tomar ensaladas (lo mejor de la casa) o pedir algo más tipo menú. Me decido por una ensalada Babilonia (humus de bacalao con revuelto de pimientos, presentado dentro de hojas de lechuga morada, y con el plato enorme decorado con miel de caña y pimentón). Una pequeña orgía vegetal, más dulce que salada, que por eso M. apenas la prueba. Al rato, advierto que el local tiene un defecto muy común: es tremendamente ruidoso, no sólo porque no está insonorizado y las conversaciones machacan el oído, sino además porque la música de la sala está altísima por momentos. La decoración es rústica, la puerta de los aseos parece de cortijo, y sólo hay un lavabo común, así que cuando salgo veo a una mujer joven que ayuda a un niño a lavarse las manos, y me da asco, porque no soporto los niños en los restaurantes. Al salir, casi no queda nadie en la calle, y es que aquí la siesta es sagrada; y los que no echan siesta, estarán en alguna comilona de boda, que ya escuchamos los coches por el túnel de la Alcazaba. En el Parque, en la sobremesa, sólo rusos, y también sudamericanos tendidos en la hierba. En la Plaza de la Marina, una feria de artesanía, algo que me aburre profundamente. En el CAC ya no está la exposición de Neo Rauch, creo que están montando la de Jaume Plensa, y han puesto dos nuevas, de dos irlandeses, una autora de vídeos y otro autor de Macnamara Motel, ninguno de los dos me dice nada. Los Jardines de Picasso, un parquecillo sombrío, es ya el remate de la fatal melancolía de domingo tarde: sólo algunos padres con los niños, niños más crecidos macarras, una pareja que se mete mano en un banco, no son adolescentes, joder, tendrán más de treinta años, qué patético. Ya de noche, por los alrededores del Centro Comercial Larios, ese tontódromo por donde se pasean los macarras de los coches discoteca, y en donde apenas se puede estar un rato tranquilo. Me fijo en un mendigo con un tic nervioso pronunciado en los brazos, de pronto está mirando fijamente a ninguna parte, de pronto fuma ansiosamente... Es hora de largarse.
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Hemingway por París, en los años veinte. Dos casas en donde vivió: 74 rue Cardinal Lemoine, y 113 rue Notre-Dame-des-Champs, encima de una serrería. Muy cerca de esta última, dice que había uno de los mejores cafés de la época, no de los exhibicionistas (como de los que hablará años después VM), sino de los tranquilos, frecuentados por viejos, savants y gente que también ha estado en la guerra: Closerie des Lilas. Es muy curiosa su narración del encuentro con Ford Madox Ford, que es calificado de mentiroso y se nos aparece como un poco trastornado. Hay una visión, la de Aleister Crowley, "el de las misas negras. Tiene fama de ser el hombre más malvado del universo", le dice a H. un camarero poco después. Y el otro decía que era Hilaire Belloc, un simple rufián.
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Ahora, un poco de música, de la de verdad: el cuarteto de cuerda nº 4 de Gloria Coates, Glissandi Queen, de 1976, que se divide en tres secciones: molto sostenuto espressivo; adagio molto con espressione; y allegretto scherzando. Música sin inhibiciones, música que fluye, música que se despliega por el aire lleno de espectros. Espectros que son recuerdos de otros días, días que irán a parar a los sueños, sueños que se convierten en realidad, cuando se piensa en ellos intensamente.
1 Comments:
Ahora sé que es lo que hace que no olvide leerte: tu rotunda manera de decir lo que te conmueve, lo que te gusta y lo que no. Así, las escenas son develadas en una sinuosidad en la que todo es nítido.
La cuestión es cómo lo que es duro, puede ser escrito con esa sinceridad que no admite una sonrisa hipócrita.
La ciudad en domingo y París. He pensado que aunque París ya nos ea la de los flugurantes años (esetiempo dorado con hambre y sueños, donde escritores lejanos iban a vivir...), me gustaría conocer antes que cualquier otra ciudad. Es una idea, que no sé si la descartaré luego, mas ahora me ronda clara y sugestivamente.
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