lunes, septiembre 12, 2005

Paisajes

Este mensaje pretende ser una respuesta parcial al comentario de María el otro día, que me ha interesado mucho, y en el que estuve pensando el fin de semana. Una vez acabada la novela de Soler, que es magnífica y que ojalá tenga una buena adaptación al cine, he pensado en algunas cosas que dice, ya cerca del final, el narrador de esta historia que deviene melancólica y fatal en esas últimas páginas, soplo de viento otoñal, y lluvia por fin en las calles de Málaga. A la vez, hay que tener en cuenta que la lectura en este cambio de estación, que puedo observar casi a diario, se superpone de alguna forma con el ambiente real de "ahí fuera". No a la novela psicológica.

Pensé que quizá pueda llegarse a lo más hondo de uno mismo describiendo aquello que nuestros ojos han visto en vez de ese otro terreno, pantanoso y siempre alumnrado de claroscuros y penumbras, en el que vive nuestro corazón. También nuestro pensamiento. Pensé que somos el paisaje por el que transcurren nuestras vidas, poco más.
(op. cit., p. 323).

Por eso, Soler me ha ayudado por fin a detestar todo eso de los "paisajes interiores", que todavía arrastraba uno de la etapa simbolista de su juventud, y que te engaña de mala manera. Porque no hay más paisaje que el exterior, y no hay mayor placer que contemplar, que describir, esas bellezas exteriores, y por eso es tan importante el lugar real por el que uno se mueve, y vive. Leía este fin de semana una carta de Luis Cernuda al matrimonio Panero (Felicidad y Leopoldo), escrita desde el paisaje bucólico de su college en New England, y les dice que qué error haberse fijado sólo en las ciudades de Estados Unidos, y no también en el campo, que es de una suavidad y una belleza incomparables (lo que debe de ser en otoño...). Nabokov amaba precisamente esa dulzura, esa delicadeza y matices mil. Yo, como Soler, me crié en esta Málaga barriobajera, y no puedo contar otra historia, esos freaks son también los míos. Si ahora digo que me quiero ir al norte, no es a una región interna, sino algo entre Finlandia o Canadá, sitios reales. Si el paisaje no cambia, ¿cómo cambiaré yo? Además, esos terrenos interiores, como bien dice este narrador, no cambian, siempre están empantanados. Yo no voy a cambiar, soy depresivo, el carácter ya no cambia a partir de cierta edad. Entonces, lo único que cambia es lo que ven los ojos, lo que respiramos a diario. A partir de ahora, me voy a dedicar a los puros sentidos. Adiós, Nietzsche.

Pero fue en Mont Noir, mirando aquel prado verde con el dibujo de la iglesia al fondo, cuando pensé, o sentí, que pintar un paisaje, aquello que tenemos frente a nosotros, es pintar un autorretrato.
(p. 324).

Hacia el Norte, siempre. Porque en el Sur ya estoy dibujado, y es una imagen que no puedo echar a un lado.

2 Comments:

Blogger Rain (Virginia M.T.) said...

Y releer tu post, experimento cierto recogimiento.
Sé que al ver cada paisaje que tenga algo bello, -aunque sea un algo no totalizador- me hará detenerme, y contemplarlo, porque en cada mirada, hay un conocimiento, un ir hacia otro lugar.

Escribiéndote antes de contestar tu comentrio...

4:20 p. m.  
Blogger Rain (Virginia M.T.) said...

comentario

4:20 p. m.  

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