viernes, septiembre 09, 2005

Hundirse o volar

Hay un precioso dualismo, un desarrollo dialéctico en El camino de los Ingleses de Soler, que tiene que ver con lo que señalo en el título. Esto se ve más claro hacia la página 200 y más, pero arranca desde la misma cita inicial:

Estos ojos cansados que no entienden por qué se hunden las piedras en el agua (Alberto Tesán).


Nos damos cuenta que ese verano, el último de la adolescencia para este grupo de personajes, significa también la última ocasión de ser felices, de retomar los juegos de la infancia, o iniciar un lento descemso hacia las aguas turbias cotidianas de las que será muy difícil salir. Por eso, en la figura de Miguelito Dávila, observamos esta lucha sutil por ser algo más que el resto (algo que es la continuación de la anterior novela que leí, en la figura de Ramón-Carlos del Río, que huye de Málaga en busca de algo más grande, más ancho):

A lo mejor aquella mujer, la Señorita, era mi última oportunidad antes de rendirme y dejar que el agua me tragara para llevarme hasta ese fondo que me espantaba tanto, ese sitio lleno de muertos, vencidos, que se comían los guisos de mi madre en el Bar Casa Comidas Fuensanta, esas mujeres que llegaban a la droguería con su vida de mierda, los vecinos que me cruzaba por las escaleras, esa vida que tanto miedo nos daría llevar a nosotros y que poco a poco me iría arrastrando.
(pp. 214-215).

Dávila se debate, en esta parte central del libro, entre su amor juvenil por Luli, una chica que aspira también a la danza, a otra cosa más elevada que los bailes cutres del Bucán con sus clases gratis (lo que es gratis, no vale mucho); y la pasión que, sin casi quererlo, se desata en torno a la figura turbia de la Señorita del Casco Cartaginés, profesora en la Academia Almi, y que con sus palabras casi en susurros, y con su cuerpo rotundo y no menos oscuro, le empuja hacia otra vida, no vulgar. Es la que de alguna forma le hace ver que el anima (Beatriz, la de Dante, cuya obra siempre lee) está en su psique, no afuera, proyectada en cualquier mujer.

... Miguelito veía los últimos pájaros del verano a través de la ventana de la Señorita mientras ella, tumbada en la cama, le hablaba. No sabía que aquellos pájaros tan endebles volasen tan alto.
(p. 230).
***

Como en mi sueño de hace dos noches, esa gente que se tira por un puente, suicidas que la policía encuentra, y que un extraño brazo mecánico arrastra con fuerza hacia arriba. Soy espectador de todo esto, deambulo por una ciudad populosa y extranjera, tal vez. ¿Qué melancolía fatal impulsa a estos desesperados hacia el fondo?
***

Ciudades arruinadas. No es que Nueva Orleans haya sucumbido bajo las aguas desatadas del Katrina (magnífico relato de un profesor universitario sobre la pérdida de su casa, en el suplemento neoyorquino que venía ayer en El País). El desastre, en menor grado, está más cerca. Barcelona, una ciudad esplendorosa pero con muchos puntos negros, que en verano (en la época del buen tiempo, en suma) es casi saquedada por los millones de visitantes. Leo un artículo sobre sus problemas, sobre la dejadez del ayuntamiento: en el Raval, que es paradójicamente un barrio de moda, hay un ambiente multiétnico que también acarrea sus problemas, basuras, muebles, todo tipo de trastos en la calle, en la acera incluso. Ciutat Vella está lleno de inmigrantes; en Gracià hubo incidentes graves este verano, durante las fiestas del barrio, con muchos actos de vandalismo. Lo más reciente, los incidentes en una estación de metro, tras las fiestas de Sants, entre grafiteros y la policía y guardias de seguridad. Y si nos vamos a Madrid, ahí ya es el desastre y el caos en todas las zonas, desastre debido a una alcaldía llena de despropósitos, y que Javier Marías argumenta estupendamente en un artículo. Es lo mismo, justo lo que pensé al llegar de nuevo a Madrid a finales de agosto: que Madrid ya no es la ciudad en la que me gustaría vivir, porque caminar por sus calles es casi tarea imposible, porque algún mandatario extranjero se ha burlado de tantas obras y ha pedido que le avisen cuando encuentren el tesoro...

La tarea vital a partir de cierta edad, y creo que estoy en esa fase, es la de encontrar un lugar en el mundo, mi lugar. Todavía estoy en ello. No sé cuánto tiempo me llevará, pero tengo que hacerlo, tengo que intentarlo al menos. El sitio donde uno vive es muy importante. Sé que mi sitio está en el Norte, pero creo que es más al norte de Madrid, mucho más.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Si dicen que cada libro está instalado en un paisaje , cada uno de nosotros debe buscar el paisaje propio en el que instalarse , que no necesariamente ha de ser el mismo a lo largo de nuestra trayectoria vital , como nosotros no somos los mismos por más que una misma cara falseada nos salude cada mañana desde el espejo . Supongo que al final , descubrimos que nuestro paisaje está al norte o al sur de uno mismo ... pero es que creo que yo soy mayor que tú y mi camino empieza a ser de vuelta .

Este nuevo viaje que anuncias me parece él más interesante y en él te deseo lo mejor , Nietzsche decía algo así como que todo viaje interior tiene sentido por cuanto expande la conciencia más allá de las inhibiciones y nos lleva a un vértigo creativo ... el tuyo dará grandes frutos.

1:51 p. m.  

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