martes, noviembre 16, 2004

Beber, olvidar, despertar amargo

El otro día, mirando las páginas que incluye El País como un resumen de The New York Times, me entero de que existe un magazine virtual dedicado especialmente a los alcohólicos, Modern Drunkard Magazine. Me hizo gracia leer lo que dice el director de la publicación, cuyo nombre he olvidado. Le preguntan que si es alcohólico, y no lo niega. Habla de una asociación de mujeres en USA que están en contra de estos borrachos, porque tienen accidentes de tráfico y matan a gente supuestamente inocente. También dice el tipo que la mayoría de los escritores han sido alcohólicos, no hace falta pensar mucho para rescatar los nombres de Hemingway, Fitzgerald y un largo etcétera. Por no mencionar a Stephen King (mi favorito en la adolescencia y primera juventud), que era buenísimo en los comienzos, cuando se pimplaba una caja de cerveza..., ahora que no bebe, mira los libracos tan malos que escribe, se burla este dandy de los licores fuertes. Pienso también en lo que leí hace mucho acerca de Don Johnson, el de Miami Vice (serie que veía, claro, como casi todo el mundo entonces): el tipo desayunaba ya con cerveza, luego le metía al ron y otras bebidas, y la delicatessen era una botella de Napoleón, ese cognac exquisito. Yo me quedaba alucinado, porque, pensaba yo, inocente, que nadie podía salir indemne de semejante juerga etílica. Pero al parecer, hay gente muy tolerante a estos brebajes. Y gente como Poe, que sólo con un vasito de vino ya estaba grogui, y sin embargo, empinaba el codo una cosa mala. Delirium tremens, amigo.


Evrugo Mental State, Zush)

Entonces, no puedo dejar de pensar en mi época salvaje, cuando la depresión tras la ruptura con mi ex, en que me lancé a las calles, conocí a un montón de hippies y gente de mal vivir, borrachos de fin de semana y otros crónicos, y probé toda clase de mejunjes para olvidar, o tratar de, todo ese torbellino de recuerdos que me azotaban. Al final casi que lo conseguí. También tomaba Trankimazín y Alprazolam, un antidepresivo genérico (el Prozac hay que pagarlo, es marca). Una mezcla fatal, como se puede inferir al momento. De entre toda esa pandilla con la que me encontraba para beber (y también tomar otras drogas cuyos nombres mejor no mencionarlos), recuerdo especialmente a Snoopy, un alemán, cuyo nombre verdadero él detestaba, así como su vida anterior de obrero nuclear y demás mierda capitalista-occidental. Este tipo, del que ya no he vuelto a saber nada más hace tiempo, comenzaba también con cervezas como lo más ligero, digamos que para abrir apetito. Luego en la tarde ya andaba liado con el ron, que también es mi favorita (no soporto el whisky ni el vodka, ni la ginebra), y terminaba con tequila y quién sabe qué más. Recuerdo aquellas reuniones demoníacas, aquellos círculos en cualquier plaza o rincón, porque siempre éramos más de cinco, hasta diez, o más todavía. La cerveza con ron y porros es sencillamente devastador. Uno se sumía en un estado narcótico, el ambiente se dispersaba, la identidad era una farsa, nos reíamos de todo y de todos, los gritos, las risas, todo fluyendo hacia ninguna parte. El mundo basura quedaba atrás, el horizonte era un líquido verde: absenta, 70º sólo para connoseurs.

Al día siguiente, después de una madrugada asquerosa, la resaca, la cabeza girando, las manos que no podían detenerla, todo vuelta a empezar. El sabor acre del vómito, las ropas manchadas, la habitación dando vueltas como una noria. Ni libros, ni arte, ni nada. Sólo un largo túnel, voces, perros son mi compañía. Creí que de esta espiral no saldría. Tenía una rabia inmensa, luego me quedaba casi catatónico. Quien ha perdido su refugio, tiene que entregarse a Mamá Botella. No valen palabras, el alcohol es el disolvente ideal para el tiempo de la abolición voluntaria. Nihilismo enfrascado.