miércoles, noviembre 17, 2004

La transferencia

Tempranas experiencias espaciales. Si tengo recuerdos de "los largamente sumergidos mundos de la infancia" (Ligeti dixit, en Lontano, obra para orquesta en donde las pulsaciones de los sonidos nos traen a la memoria esos espacios que apenas podemos mirar por sobre una ventana de gruesos cristales)--es sólo de ese movimiento primario de mi cuerpo que se agita contra las fricciones del aire. Me muevo por un bancal, me cubren hasta las rodillas las malvas y las amapolas, soy el rey en este territorio vírgen. No hay más límites que el que marca el cansancio o la voz conocida que desde la distancia me quiere detener. Cuando más feliz soy es cuando me caigo y una selva verde oscura me oculta de las mariposas y los gatos, pero puedo ver el viento sobre mi cabeza. Cada día es una pequeña aventura; cuando estoy en la viña, es como entrar en otra dimensión; cada rincón del cortijo es un microcosmos con sensaciones diferenciadas, puntos de espanto o de alegría, zonas que me acarician hasta la extenuación.


Extinction des lumières inutiles, Yves Tanguy, 1927

Sólo cuando me desplazo por el laberinto verde y ocre, estoy vivo. El niño que soy no conoce las perspectivas, quiero construir un túnel, pero nunca logro que resistan las paredes de tierra negrísima; quiero hacer una cabaña con cañas y plásticos junto a la cuadra, pero el viento se lo lleva todo; busco, a mi infantil manera, un espacio inventado, hecho con mis torpes manos, que me resguarde del viento, de la lluvia, de los nervios desatados de mi padre tras su lluvia roja de vino. Me construyo una casa, un túnel, una morada --para no sucumbir a la aterradora mirada de mi antepasado, el que nunca se va...

Me escondo, meto la cabeza en el horno abandonado, ya ruinoso de escombros, hierbajos, zapatos podridos en su interior, ladrillos rotos, tal vez muchas botellas quebradas, ésas que acumulaba mi padre antes de casarse, porque buscaba en vano otro refugio, un útero del que salió despedido, el último de la fila, para ser un desgraciado --porque no hay confort después de ver la luz, porque esa madre infame nos arrojó a la ignominia, para abandonarnos en lo abierto sucio terrenal.

No tengo consuelo, busco un espacio, una madre, un círculo perfecto, que no logro, soy mal delineante, dibujo con el papel de calcar debajo... Hay dos tipos de niños en el estúpido patio de recreo --es particulaaaarrr--: los que dicen sí a los atropellos de la luz rabiosamente salvaje después de casa; y los que, como yo, no quieren más que una biblioteca, una chimenea, una cama y una carne maternal al lado, y palabras que son globos que son chocolate derretido, por eso silencio, no hay cinta. Me refugio, en las mañanas prematuras, en el sonido, en los discos negros de mi padre, así, así era la felicidad...