sábado, noviembre 13, 2004

Una pasión inútil

Como hacía ya algún tiempo que no veía nada en el cine, ayer decidí ir a ver una que me tentaba hace algunas semanas, Roma de Adolfo Aristarain. De este director argentino ya conozco unas cuantas de su filmografía, entre las que destaca Un lugar en el mundo, tal vez su obra maestra. Luego vinieron pequeñas joyas como Martín (Hache) y Lugares comunes, que he ido viendo regularmente, y que también me gustaron mucho. En la última, vuelve a tirar de sus recuerdos, en esta ocasión haciendo un homenaje claro a su madre, que en la ficción se llama como la capital italiana y tiene el cuerpo de esa estupenda actriz que es Susú Pecoraro. Porque sobre todo, el filme es la historia de un amor, de una atención y unos cuidados incomparables, que el protagonista, Joaquín Góñez, no encontrará luego en ninguna otra mujer. No todo el mundo puede presumir de haber tenido una madre excelente, ni de haber vivido en una familia feliz: Joaquín sí. Esa primera franja de flash-back nos lleva a los años 50 en un barrio de la periferia de Buenos Aires, y vemos cómo se educa y cómo recibe el cariño necesario un niño que promete mucho. Toda esa situación privilegiada, en donde la música juega un papel principal, se rompe cuando el padre muere. Esa figura paterna no es sólo el sostén económico sino el guía, el amable compañero, el que se hace amar en definitiva. Cuando se marcha, cuando ya no está más (como la madre se encarga de explicarle al jovencito, nada de tonterías religiosas), sólo queda ese ejemplo de amor que inculcó. La madre se convierte entonces en la fuerza de comprensión, en la tolerancia y la que da vuelo libre al que, cuando llegue el momento, pueda convertirse en "bohemio, peregrino y soñador", allende el Río de la Plata. Ese río al que echar todas las tristezas, todo eso que ahoga, que no se puede soportar.

Como han coincidido varias críticas que he leído, lo mejor de la película es el pesonaje de esta mujer fuerte, que dice en un momento mágico: es una tontería eso que dicen de que hay varias vidas, vida sólo hay una, pero dentro vivimos varias, unas mejores, otras peores, ninguna tiene mucho sentido. En efecto, las que vive Joaco no son muy destacables que digamos, lo único que vemos directamente es su infancia y su juventud, la adolescencia es salteada y también a partir de 1972, cuando muere su madre estando él ya en Madrid, y tiene que volver a Buenos Aires, para comprobar que las cosas han cambiado, que ya no se respira ese clima de entusiasmo y rabia de finales de los 60, y que los milicos han tomado las riendas de la represión. En pocos años se ha pasado del ambiente bohemio, librerías abiertas toda la noche y música de jazz (amén de bellas mujeres con las que flirtea nuestro hombre), a un clima enrarecido, casi todos metidos en política, desaparecidos y muertos, como le sucede a su amigo Guido. Desde luego, lo que más me gustaron fueron las dos franjas primeras, la de la familia feliz y la de los sesenta, la otra es demasiado claroscura (por contraste con la luminosa de los años 50, qué buena fotografía de Alcaine), ya demasiado vista, por desgracia.



El problema con la película es que, pese a durar 160 minutos, no llega a emocionar, no llegamos a identificarnos con nadie, tampoco con Joaquín (a pesar de la buena interpretación de Botto, que hace un doble papel). ¿Por qué?, porque J. siempre está fuera de los acontecimientos, tan pasivo, que todo se desliza y no participa en nada, ni en el juego del sexo y el amor (la historia frustrada con Renée, la otra patética con Alicia), ni en política, ni en la Universidad a la que no va como estudiante, sólo como observador. Lo único que sabe hacer es leer, escribir y escuchar música, música que llegó a ser su pasión, y que dejó de amar después de romper con una mujer (¿cuál de las dos que tuvo?). El problema de la película es que promete mucho, está llena de luz en los comienzos, y termina con una aparente huida, cuando ya no hay nada más que echar al río o al papel. El personaje ya amargado que encarna Sacristán parece una caricatura de Nabokov, cuando se despide del caserón para marcharse a vivir, supuestamente, a un hotel los años que le quedan. ¿Qué fue de todos esos sueños, de esa bohemia, tanta música y letras y sexo con cariño que se abrían ante él a los veinte años? Hay una laguna de treinta años que no conocemos, y así nos quedamos decepcionados, porque al final, lo que parecía que iba a ser una vida especial, brillante y diferente, ha sido como tantas, y tantos lugares comunes por el camino... Sí, es posible que al contar, al filmar, esos recuerdos entrañables, sólo quede una pálida sombra de lo que fuimos, que todo se ha ido mientras, y que esos recuerdos sólo sirven para una autobiografía dudosa.

A veces pienso que Unamuno tenía mucha razón. Nada nos salva, nada nos queda, todo se marchita y se va. No hay que volver al lugar en que uno fue feliz. Conseguir saber nuestro lugar en el mundo es la difícil tarea.

P.S. Unamuno dijo, en su obra Del sentimiento trágico de la vida:

Es más: el hombre, por ser hombre, por tener conciencia, es ya, respecto al burro o a un cangrejo, un animal enfermo. La conciencia es una enfermedad.


Maravillosa intuición, sin ser psicólogo, de una verdad analítica: que el hombre es un animal neurótico, dividido entre lo que dice (Conciencia) y lo que sabe (Inconsciente).

2 Comments:

Blogger lukas said...

Pues no sé, Magda, si es problema del narrador en este caso, o bien se trata de algo generalizado, que afecta al arte, a la literatura como ficción, y que sin embargo parece no tocar a la poesía, como bien ha dicho Gamoneda en la presentación de sus Obras Completas.

Sobre la alusión al final a Unamuno, puede llamar a error, pues lo de la vida como un empeño, una pasión inútil en pos de la felicidad, es de Sartre. De nuevo una conexión con el actual "existencialista" Houellebecq, más que nada en "Plataforma".

Nuestro lugar en el mundo: ¿un hotel donde morir de forma anónima? ¿un territorio civilizado donde la miseria no sea una atracción turística? ¿un desierto o cenobio imposibles? ¿un abismo que nos llama? A mis treintaypocos, no sé qué lugar sea ése, pero a veces algo me cosquillea, me gustaría encontrarlo para hallar una forma de paz. Saludos, amiga!

7:11 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Es un poema que empieza, creo, con los versos "el tiempo correrá como conejos...", y cuenta que le gusta porque una vez lo escuchó en la radio leído con su voz estentórea por Orson Welles..


La voz Lukas es de Dylan Thomas, estaba buscando el poema de Auden y me encontre con tu blog. un beso
Maga.

8:54 p. m.  

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