martes, noviembre 30, 2004

Drogarse, pero bien

El libro es el árbol mágico. El libro es el alucinógeno, nuestra planta sagrada, nuestro árbol del conocimiento. ¿Qué es un producto de origen vegetal que, una vez consumido, llena la mente de visiones y nos hace oír voces en el interior de la cabeza? La respuesta es: un libro. Árbol transformado, planta de las imágenes de la imaginación, rama sagrada que nos permite adentranos en mundos inconcebibles.
(Andrés Ibáñez, en Blanco y Negro Cultural, 31-5-2003).

Pero hay quien prefiere drogarse con otras sustancias, hay quien se mete otras cosas, y así pasa lo que pasa. La juventud, divino tesoro. Salgo de casa después de cenar para dar una vuelta. Llego hasta la Plaza Cantarero, y en el banco de siempre, uno que está en la periferia del imperio, están las tres chicas sentadas, malditas adolescentes, y en el centro la que ayuda en CUDECA los sábados por la mañana. Es marroquí, o eso es lo que sus rasgos faciales delatan. La he visto con una mujer de mediana edad (aunque vete tú a saber, a lo mejor es una veinteañera ya gastada, con estas tribus nunca se sabe), con un carrito en donde pasea a un niño pequeño, tiene un culo enorme, y cada vez que la veo me la quedo mirando, a la madre, porque de haber un concurso local ganaría el primer premio al mejor pandero, como se decía antes, y pienso, como Michel en Plataforma, cómo sería eso de follar con una mujer así, hacérselo con una vagina árabe... tal vez musulmana, todo es posible aquí. Seguro que nada que ver con una vagina "europea", más cuidada, más estilizada, aunque vete tú a saber, vivimos en el tiempo de las incertidumbres, y todo puede ocurrir, todas las penas confundidas. Es decir, que me acerco y la saludo, sus amigas me miran casi sorprendidas y lanzan esas risitas típicas de las adolescentes que se ven interrumpidas en su charloteo privado y las miradas a los moteros que las seducen con el motor encendido y los porros de ocasión. Y le digo que si puedo hablar con ella un momento, y la chica, que seguro que estaba deseando un momento así, se levanta y nos vamos al banco más próximo, tampoco quiere alejarse demasiado, no me conoce más que de vista, y tiene que cuidarse. Podría hacer cualquier cosa con ella, cualquier cosa, pero no lo sabe, confía, con la sumisa atención y el placer ambiente de los dieciséis años. Le pregunto que si ya no acude al gimnasio, y me dice que no, que lo dejó cuando lo cerraron en septiembre. Entonces, le dejo caer: lo cerraron, ¿sabes por qué?, ella niega con su cabeza de rizos, su pelo negro y que huele a tabaco y a chicle, es su boca cercana la que pide un contacto, pero no voy a darle ese gusto... no de momento. Pues bien, escucha: ese gimnasio al que ibas, en el que te pillé hablando varias veces con el dueño, a la entrada (y pasé entre vosotros como un viento de furia, y luego no te saludé cuando te ví en la biblioteca), ese gimnasio, digo, me torturó durante tres meses, desde su puta apertura en el mes de mayo, hasta finales de julio, y tú eras seguro una de las zorras que iba al aerobic, y sí, lo era, asiente, llena de miedo ya, porque mi tono de voz ha subido como dos octavas y casi que lanzo sapos y culebras, ella se retira un poco pero no se levanta, sus amigotas miran directamente hacia nosotros, y una de ellas se levanta, pero yo hago un gesto de que se vuelva a sentar, aquí no pasa nada, no pasa nada que no se sepa. La chica árabe ya no es mi amiga, pero todavía no he terminado, le digo. Me dice, muy bajito, que no es amiga del tipo del gimnasio, que sólo ha ido allí uno cuantos meses (¡unos meses en que yo estuve jodido, y tenía que llegar casi a medianoche a casa, so guarra!), pero ella se retira, sale corriendo, yo salgo tras ella, ahora la necesito, ya me ha calentado lo suficiente como para pasar a la siguiente etapa. La alcanzo, la agarro de uno de los brazos que es como absenta, es verde y arde a setenta grados, pero la sangre es más dulce que la miel y fuerte su resistencia, le digo que por qué se droga, esta juventud drogada, le digo, España es un país drogado, la sermoneo, todos los jóvenes yendo al instituto algunos colocaos, que algunos profesores tienen que mandar al chaval al baño para que se eche agua por encima, porque los ojos lo delatan, que está pasadísimo; en Finlandia, por ejemplo, si te pillan con algo de costo, con una ridiculez, puedes pasar una noche en el calabozo, y luego pagar una multa como de seiscientos euros, pero aquí, Marruecos está muy cerca, Málaga ya no digamos, la Puerta del Sur de Europa, la Puerta del Cannabis, así es como merece llamarse, y tú has venido y te has quedado, y coqueteas con los chavales alcohólicos y emporraos, y encima te vas al gimnasio que ha decidido joder mis días y mis noches, así que ahora vas a probar mi rabia, y lo harás de la única forma que me apetece. Es ya muy oscuro y muy solitario el lugar, ya no la plaza donde la juventud se droga antes del amanecer, sino la playa solitaria de noviembre, november rain por la radio, mientras te obligo a que lo hagas, a que trabajes de la manera más sucia, o la que mejor te va, y escupe, sí, escupe la lava blanca, es la droga, es el libro que tendrías que leer para tu asignatura de Lengua Extranjera, la lengua y el áspid, la torrentera, el verde caliente de la botella es mescalina, y la vas a probar, pero en grandes dosis, hasta que no te puedas tener en pie y hagas tonterías y entres en coma. Así es como me gustas, que disfrutes, con velocidad ascendente, con la carne fresca que huele a tabaco y chicle rosa.

Todo esto es mentira. Pero podría haber ocurrido.