martes, noviembre 23, 2004

Largo fin de semana

El jueves por la tarde me fui a Madrid, necesitaba ir ya, después de casi tres meses de ausencia, ya no soportaba más la vida en provincias, de hecho, no la soporto, pero eso es algo que me llevaría tiempo explicar. No entiendo a la gente que se encuentra cómoda en la periferia, que piensa que es más tranquila, que critica el centralismo y demás zarandajas. Me encanta Madrid, aunque es algo muy subjetivo, porque sólo voy de visita, y no sería lo mismo soportar allí todos los días, con todas las ventajas pero también los inconvenientes de una metrópoli. En Madrid está todo, o casi todo, y en un lugar como Málaga sólo hay cosas destacables por lo negativo: es la segunda ciudad más ruidosa de España, por ejemplo, y además: la más sucia, la más descuidada urbanísticamente, la menos interesante de las "históricas" (Córdoba, Granada y Sevilla son las que destacan). En suma, Málaga me da mucho asco, y no tardaré en irme de aquí. Otro día me desahogaré, ahora quiero hablar de cosas positivas.

Cuando me iba acercando a la capital, me enteré por la radio del autocar que había un incendio importante, que era además en una subestación eléctrica en Méndez Álvaro, justo donde está la estación de autobuses. Ni siquiera era seguro que pudiéramos entrar en la estación, pero al final le dieron permiso al chófer: al entrar, era como penetrar en una cueva, ninguna luz, sólo sombras, cogí el bolso casi al azar (era el mío, por suerte), un guardia de seguridad ya estaba harto de señalar el camino a los pasajeros, y como pude me encaminé arriba hacia la parada de taxis. Luego escuché que tardaron todavía unas horas en apagar el incendio y recuperar el suministro los miles de abonados que resultaron afectados. Se habló de caos, de crisis, pero nada de eso ví, por suerte, pero imagino haberme quedado atrapado en un vagón del metro, caminar por los túneles, y siento un horror tremendo. En Madrid pasan cosas, aunque sean de este tipo.

De Madrid me gusta todo: su cosmopolitismo, que se nota sobre todo en el metro; su diversidad, su gente..., Madrid es realmente una ciudad abierta. Mis intereses culturales también están cubiertos ampliamente. Pude ir a un concierto de la temporada de la ONE (Orquesta Nacional de España), el domingo al mediodía, con un programa muy seductor y que resultó un concierto sutil, lleno de esa magia que tanto ansío: sobre todo, en las dos primeras obras, las que se escucharon por primera vez: Taqsin de Sánchez-Verdú, compositor afincado en Alemania, que trabaja los sonidos casi de forma artesanal, que prefiere la rica gama de los "piano" a la más limitada de los "forte". Claro que tanta sutileza y "ruiditos" al público ampliamente conservador no le agrada. Luego vino la que tanto esperaba, Quotation of dream de Takemitsu, para dos pianos y orquesta, con las hermanas Labèque de solistas (en el podio, Georges Pelihvanian, afincado en Estados Unidos). Esta obra, que ya conozco por una grabación del sello DG, es de una delicadeza incomparable, de la última etapa de síntesis ensoñadora del compositor nipón. Contiene citas explícitas de La Mer de Debussy, al que tanto admiraba, y son esos momentos de "liaison" entre Oriente y Occidente, los que más me emocionan. Las Labèque (una de rojo y negro, la otra toda de negro; una, la de rojo, taconeando un poco, lo cual no suele gustar a todos...) abordaron luego una pieza que es como un fuego de artificio, en comparación con la calma introspectiva anterior: las Variaciones sobre un tema de Paganini de Lutoslawski, de su etapa inicial, cuando sobrevivía en Varsovia. En respuesta a las ovaciones del público, tocaron una propina, a cuatro manos pero en un solo piano, una pieza deliciosa. En la segunda parte escuchamos la famosa Sinfonía de Cesar Franck, el más wagneriano de los franceses, una obra redonda, cíclica, que fue muy aplaudida.

También aproveché para ver una película en la zona de Plaza de España, Como una imagen de Agnès Jaoui, de la que ya ví su debut en la dirección, Para todos los gustos. De nuevo vuelve a rastrear todas esas hipocresías de la sociedad actual, esos prejuicios y ejercicios de poder, en este caso centrados en el mundillo editorial. Pero lo que más me gustó fue la ambientación musical (leo en una entrevista con la directora que ella estudió música, y que en la película trata de reflejar esa libertad de la voz frente a la tiranía de la imagen), a través del personaje de Lolita, una chica de veinte años que, por su físico, es despreciada y ninguneada, incluso por su padre, que interpreta magníficamente Jean-Pierre Bacri. Los ensayos y finalmente el concierto intimista en una iglesia, son de lo más natural, y ahí podemos escuchar música de Monteverdi, Händel y otros. La directora se ve que quería llenarlo todo con esta música, pero se tuvo que contener, aunque al final nos brinda un lied de Schubert que es una joya, y que describe muy bien cómo se siente una esperanzada Lolita junto a "su" recuperado amigo, y puede que más...

Primero la música, después la palabra.

Quise ir también al teatro, a ver La Celestina en versión de Robert Lépage, pero las entradas que quedaban en el Teatro Español eran malas. Eso me pasa por no haber reservado con tiempo, vaya! Y la de Els Joglars en el Albéniz no me llamaba tanto la atención. Bueno, al menos el domingo puede ver la exposición en la Plaza de San Martín sobre Gauguin y los orígenes del simbolismo. Algunos cuadros, excelentes, como uno de Van Gogh con un cielo arrebatador; algunos de Vuillard, casi puntillistas, alguno que otro de Bonnard, y el que destacaba en la sala de abajo, el de una mujer tendida en un bosque, cuyo autor no recuerdo ahora. Pequeñas citas acompañaban el recorrido, sobre todo me gustó una en la que Gauguin se refiere en una obra suya de recuerdos a la naturaleza musical de esta pintura en donde el color lo es todo. Transfiguración del color, simbolismo de la pureza, casi el timbre a lo lejos...

Todo lo bueno se acaba, y así el domingo por la noche, a medianoche, tuve que bajar... Espero volver pronto, y volver para quedarme.