lunes, noviembre 29, 2004

Fascismo cotidiano II

De nuevo un domingo de mierda ayer. Antes de las diez de la mañana ya estaba abierto el prostíbulo que llaman pabellón deportivo, y las putas "deportivas" estaban ya listas para su droga dominical. Así que no me quedaba otra que largarme, porque este lugar se ha vuelto insoportable. Pero bueno, seguro que mis comentarios parecen exagerados, dirán los defensores del deporte y la "vida sana" que soy un amargado y esas lindezas. Mierda y más mierda. Invito a cualquiera medianamente cuerdo a estar en este puto pueblo de Nerja una semanita y por esta zona de la N-340, cerca del centro de salud, para que sepan de qué hablo. Este pueblo, que muchos sólo conocen por aquella serie, Verano azul, se ha convertido en un lugar muy fascista, hortera y vulgar (como toda la Costa del Sol), en donde los descerebrados de las motos pedorras, los imbéciles de los coches discoteca y demás morralla campan a sus anchas. No tiene arreglo: o eres un idiota como ell@s, o vas listo.

Así que me senté en un "parque" a leer un poco, luego me dí una vuelta por el Rastro, como hago siempre (no había nada nuevo, pero bueno, al menos era algo en el desierto de alrededor), y luego fui deambulando de aquí para allá, de plaza en plaza y de calle en calle, como un vagabundo, como un puto guiri. Me compré una cerveza, me la tomé en un mirador casi a la hora de comer, cuando ya no quedaba nadie por la calle (total, ¿es que hay gente en este páramo?), porque todos y todas estaban ya comiendo..., menos las zorras deportivas, claro, que estarían con su mierda hasta casi las tres, como luego me dijo mi hermana. En los bancos, sólo algún que otro guiri extraviado, todavía en manga corta, con sus sandalias y calcetines, las inglesas frígidas con sus ropitas de pink ladies, qué cursis que son. Bajé a mear a los "servicios" del chiringuito en ruinas, El Palenque, un lugar en donde pasé los peores meses de mi depresión. Como siempre, me quedé mirando hacia el rincón en donde mataron a François, hace ya más de tres años, pobre François, llevaba ya catorce años viviendo en la calle y una noche un psicópata le clavó una peta en la cabeza y le hendió el cerebro. Así terminan los que no tienen nada salvo un perro pulgoso por compañía (yo le hice compañía el verano anterior, cuando ya el horizonte amenazaba tormenta); y de la otra forma prosperan los cabrones y las zorras fashion.

Seguí dando vueltas por el pueblo (no es muy grande, cualquier barrio de Madrid es más extenso y más decente, eso por supuesto), llegué hasta una playa que llaman El Playazo, porque es una porquería de rocas y arena sucia y chinos, en donde se va la gente del pueblo, los catetos, por San Juan. Me senté en mi banco favorito, ése que no permito que me quiten, porque es donde se está más tranquilo y se tienen buenas vistas del mar, un mar y un paisaje que esta gentuza aborigen no se merece. Luego me fui, lentamente subiendo por el "paseo", hasta la Plaza de los Cangrejos, ahora tomada por los que hacen skate (aunque lo hacen sobre los bancos y donde pillan, el puto ayuntamiento fascista no les puso las rampas para su actividad); y ahí estaban, y me saludaron enseguida, un grupo de callejeros, de perros callejeros, mis "amigos", con los que me gusta sentarme de vez en cuando. Me senté, después de saludar a Carl (toda su indumentaria de cuero pintada con spray color púrpura, el "hombre eléctrico" parecía), a Michael, el noruego terrible, a otro finlandés que hace esculturas de arena, y que ahora tiene un perrito, que dormía a su bola. Enfrente, en otro banco, estaba la otra mafia: Rudi, el alemán con su risa salvaje que espanta a la policía local (lo han echado muchas veces, pero siempre vuelve), Antonio el gitano, con su habla particular tan cascada, el otro amigote suyo al que no trago, y uno con barba de islamista, que no he visto antes. Carl y Michael tarareaban las canciones que sonaban desde el discman con altavoces acoplados (aprovechando una toma que hay en uno de los muros, que usan algunos vendedores ambulantes), canciones de AC/DC, Guns & Roses, Metallica y otros que desconozco. Canciones de rabia, nada de cosas clásicas, como las que escucho ahora: en la bolsa llevaba dos vinilos, uno de Schubert y otro de Brahms, pero eso es ridículo cuando tienes rabia y tienes que expresarla, y para eso se inventó el rock.

Los dejé cuando uno que nunca había visto, con los dientes podridos, llegó con una bandeja de paella de Ayo, y la abrió para invitar al resto. En mi casa también había, pero no tenía ganas ni de comer. Sólo tenía ganas de matar a alguien, como Henry, el serial killer. Me encanta esa secuencia cuando salen, él y su "amigo", y en el paso subterráneo, creo que en Chicago, se cargan a un tipo. Hay otras maneras de sacarse la rabia, como esas iniciativas de irse a un descampado y destrozar coches, pero creo que el disparo de adrenalina cuando te cargas a alguien humano es incomparable.

Hace un rato, cuando entro al blog, me encuentro con algunos comentarios de un tipejo, ya me extrañaba que nadie hubiese contestado a mi polémico mensaje sobre ese foro muerto. Yo sabía que iba a reaccionar de esa manera... es tan previsible, en todo, en su forma de escribir, tan pedante (ahora ha abierto su blog, que no recomiendo ni harto vino, pero hay gente para todo, claro), en sus defensas y ataques, etc. Para más inri, me vuelve a amenazar (ya lo hizo en el foro, con mandarme virus y demás, tiene que presumir de algo el chaval) con "desbaratarme el blog", y encima con el soniquete final de que tengo faltas ortográficas. No he borrado sus mensajes, por supuesto, ahí quedan, para que se sepa de qué va. No volveré a ocuparme de él, pero espero que siga por su camino, que yo seguiré por el mío.

Hoy no tengo ganas de hablar de nada cultural. La cultura no sirve para nada cuando hay otros problemas más urgentes.