lunes, noviembre 08, 2004

Dejà vu

¿Y si todo lo que uno vive ahora, fuera ya algo "game over"? ¿y si el partido, la función, el espectáculo que nos decían que tenía que continuar, hubiese terminado hace tiempo? ¿y si todo esto que vemos deslizarse ante nosotros no fuese más que una fantasmada, una ilusión sutil, que nos hace creer que seguimos vivos, que nos embauca como a niños pequeños? (pero ni los niños son ya inocentes, hace tiempo que saben demasiado, esos pequeños monitos crueles).

Tengo el sentimiento de que todo esto que se me aparece no es más que una pantalla, que lo "real" está en otra parte, del otro lado del muro invisible, pero que por mucho que camine, no puedo alcanzar ese paisaje diáfano. Hay días, como el de ayer, en que el supuesto descanso dominical no es tal, porque todo a mi alrededor se confabula para burlarse de mis expectativas, y entonces ya no sé a qué atenerme. A las diez de la mañana ya está la fiesta organizada, el microfascismo de la vida deportiva, el modelo de una juventud "sana" y distraída, para que no se drogue, cuando se sabe muy bien, pero no se quiere reconocer, que el deporte es una droga. Cuando vuelvo a casa, a la hora de comer, resulta que el griterío en el pabellón psiquiátrico-deportivo continúa, y cuando voy a echarme una pequeña siesta, la zahúrda de esa animación me altera. Por fin, se retiran, las jóvenes sanas y esbeltas y seguro que anoréxicas en buena medida. Cuando yo era pequeño, había otras diversiones, más enfermas y estúpidas, tal vez, con más jeringuillas por calles y parques, pero este decorado actual me resulta repulsivo, y sé que es una parte más, mínima, de la máquina de guerra total en que vivimos. La "vida deportiva", como la arena de la hiperpolítica, como ese Busparty que en Madrid y Barcelona lleva a la juventud a la Fiesta Total, son manifestaciones de un pensamiento único o mejor dicho, de un Escenario Tonto en el que se autoexcitan las masas de la era de la comunicación.

Por la tarde, ya no tengo ganas de salir, me quedo en mi habitación leyendo, hasta que la oscuridad me alcanza, un poco antes de las siete. Otras veces he salido a dar una vuelta, pero en esta tarde no me apetecía para nada. Y cuando llega la noche profunda (risas, más risas amargas en la oscuridad), me voy a la cama y con el pensamiento-imagen de esa casa en mitad de la ciénaga (de la obra de Manganelli) trato de hundirme en el sueño, ese multiescenario más querido, más rizomático, en donde todo fluye a su manera, sin aparente control, y en donde todas las viejas batallas y venganzas se realizan de nuevo, una y otra vez, un loop interminable.

Y me digo, en algún momento de lucidez, que la verdadera "vida real" puede estar aquí, en Internet, y en este flujo de conexiones que nos salva de la tiranía de las conjunciones estatales. Deleuze habla en su obra de ese tercer nivel, el de la esclavitud maquínica en la era de las telecomunicaciones, el tiempo de la informática y la cibernética del que él y su amigo vivían los comienzos por entonces (recordemos que el libro se publicó en 1980). Tras la primera esclavitud, y la sujeción estatal, viene el poder casi absoluto de la "economía-mundo", y los hombres-máquinas enganchados a una red de "entradas" y "salidas". Pero aunque no conocieron Internet en sus grandes posibilidades, intuyeron el poder subversivo de este medio global. Así sea.