martes, febrero 22, 2005

La fascinadora




"Antes del nacimiento y hasta el último instante de la muerte, hombres y mujeres oyen sin un instante de pausa" (El odio a la música, Pascal Quignard, Andrés Bello, 1998, p. 108).

"La música arrebata de inmediato en el arrebato físico de su cadencia tanto al que la ejecuta como al que la padece" (ídem, p. 109).

Y qué sucede cuando esos músicos tocan sin parar durante casi cinco horas, sin pausa, mientras los oyentes, los obedientes, pueden circular pero discretamente, y esto en algún momento se para, y los sumisos, los masoquistas, se quedan por fin clavados a su butaca, y otros duermen, o creen que están más allá ("El oído, en el adormecimiento, es el último sentido que capitula ante la pasividad sin sin consciencia que viene", p. 108). San Pedro con unos pequeños tapones de lana colgando día y noche de sus orejas, porque tras aquel fatídico canto del gallo al amanecer, ya no podía soportar, ¿el qué?, ¿lo tarabustante? ¿lo que no cesa?

"(...)El auditor, en música, no es un interlocutor.
Es una presa que se entrega a la trampa" (p. 109).

Por eso aplauden con fuerza, tosen en las pausas entre movimiento o sección, por eso silban cuando una obra no es de su agrado, por eso el público, que se sabe dominado por los embrujadores músicos, hace su ruido, quiere intervenir, sacarse el lazo, el cepo durante las mejores entregas a lo que cruje, lo que no puede ser evitado... Ahora vas a sufrir, ahora sabrás por qué las sirenas...

"Indelimitable e invisible, la música parece la voz de todos. Tal vez no exista música que no sea agrupadora, pues no hay música que al punto no movilice aliento y sangre. Alma (animación pulmonar) y corazón. ¿Por qué los modernos escuchan cada vez más música en concierto, en salas cada vez más vastas, a despecho de las posibilidades recientes de difusión y recepción privadas?" (pp. 119-120).

No paro de pensar en por qué ese placer en la sala de conciertos, y por qué el placer es mucho más difuso en casa, entre las cuatro paredes de esa habitación... Hay algunos oyentes que sueñan con el Equipo Perfecto que reproduzca esa música de la forma más fiel, más vívida, altavoces que dibujen la orquesta..., pero es sólo una fantasía tecnológica, un sueño onanista: en la escucha, al menos tiene que haber dos, una pareja..., y lo ideal es que haya cuatro..., esos músicos del cuarteto de cuerda, y la pequeña multitud en la sala, y el vértigo del silencio rodeándonos. En el principio era el grupo, la magia, "la passio precede al conocimiento" (N. de Cusa). Estamos en la sala sinfónica, y es como estar en lo más profundo de la cueva, ahí donde se hacían los poderosos ritos y el grupo comulgaba... No hay otra religión más que el arte, no hay otro arrebato más que la música. Sueño con una vida dedicada a viajar, visitar ciudades bellas y civilizadas y en cada una acudir a algún concierto... de hecho, en un tiempo lo hice, y son los mejores recuerdos que puedo tener... Este verano me gustaría ir por primera vez a un PROM en el Royal Albert Hall londinense. Lo redondo, lo que vibra, la orgía de la última noche...

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Sí, la música es lo único que es pecado interrumpir...

litae

11:48 p. m.  
Blogger it said...

La música... esa maldita, maldita, maldita... que nos vulnera.

9:12 a. m.  

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