jueves, febrero 10, 2005

Una pequeña alegría

Leo en el blog de Manuel Harazem Supersticiones sobre el ruido musical, un estupendo comentario a ese artículo de Ian Gibson al que yo mismo me refería ayer. No puedo estar más en sintonía con este post, y con otros que he leído más abajo, como en los que habla sobre el fascismo deportivo en su versión más putrefacta, ésa que ya decía Umberto Eco que era la más inferior de la cadena, los lectores o radioyentes de noticias deportivas, y ahora esa peste cínica de las noticias televisivas, con sus presentadores nauseabundos. Pero a lo que iba, que este comentario sobre el desastre de la contaminación sonora es uno de los mejores que he leído en mucho tiempo, con citas oportunas de Schönberg y Kundera (creo que no conozco esa novela). La radio comercial fue sólo el comienzo de la tortura, luego ha venido lo peor de la epidemia, y ahora lo que más tortura son los coches-discoteca, ¿qué hacen que no hacen nada?, no basta con que la policía loca precinte los más infernales, tiene que haber una normativa, algo, que pare este pandemónium. Porque entonces, si no se hace nada, voy a terminar pensando que todos están descerebrados (acostumbrarse a semejante tormento es de un entumecimiento mental tremendo, desde luego), y que los pocos que tenemos un poco de sensibilidad hacia la música de verdad, vamos a terminar aislados en mi soñado proyecto utópico de islas de silencio.

Entiendo el caso de ese trabajador alemán que puso una demanda a su empresa por tortura psicológica; no sé cómo tantos empleados de centros comerciales y tiendas soportan esa basura enlatada (¡y en todas las tiendas es la misma mierda!). Hace años que uso esos tapones para aislarme, en momentos delicados, de la tormenta de tormento, ese ruido fascista que viene de todas partes. Imagino que esto irá cada vez a peor. Al menos, sé que no estoy solo. Un pequeño consuelo.

2 Comments:

Blogger harazem said...

Te agradezco tu amable comentario. Seguro que encontraremos más puntos en común a lo largo de los siguientes posts.

7:28 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Y qué decir de quienes vivimos en algún país sudamericano, donde la bulla más zafia se toma por genuina expresión idiosincrásica.

Desde los colegios se enseña a los chicos a producir todo el ruido posible, a respirarlo para seguir vivos, aunque en realidad mueren y crecen muertos, se casan muertos, engendran nuevos muertos a plazo fijo, envejecen en plena licuefacción y finalmente son desplazados de la escena.

Creo, sin embargo, que la música no sólo es sonido, sino que hay otra armonía, la inaudible, que puede ser también comprendida y gozada. El problema, claro, es que un exceso de pitagorismo puede convertirnos en otra suerte de muertos: los que ni siquiera oiremos el arpa eólica de Berlioz.

Un saludo trasatlántico, Lukas.

10:58 p. m.  

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