miércoles, abril 14, 2004

Desde pequeño me recuerdo leyendo, sumido entre páginas, recreándome en letras, palabras extrañas en carteles, por las calles, abandonado al placer efímero de la lectura, del recuerdo fugaz de lo leído. Casi tanto como el placer de tenderse junto a la hierba de la acequia, en el cortijo de uno de mis primos, y perder la noción del tiempo. El tiempo es lo más extraño, mucho más que el espacio. Por eso la música, para vivir en el presente eterno, perpetuo girar de la cabeza, cabeza que se esfuma entre las nubes..., es el placer máximo, mucho más que volar en avión, que dormir y rendirse al sueño, y volar de otra forma... En la noche, con Kaija Saariaho, de quien ha dicho un forero que está menopáusica y por eso escribe con ese abandono, ese espíritu etéreo que me fascina, que me atrapa como ninguna otra cosa. Hoy, el concierto para violoncello de Elgar, esa música "lenta" que nos hace flotar, que nos hace pensar en la Jacqueline du Pré, al borde de la muerte, sus piernas entreabiertas, y surcando el aire entre los ojos..., aunque mi versión es otra.

Hay gente que disfruta con el sexo, o con la comida, o con poner el coche a 180 en la autopista. Naderías. Sólo hay un placer indescriptible, junto al perderse en historias ajenas de calidad, y es la vivencia de esa anulación de la memoria, de su imposibilidad, que es la música.