jueves, abril 15, 2004

Vacío

Sigo leyendo a Nabokov, el mejor de los escritores posibles. En "Desesperación", consigue crear un narrador que es todo un hito en su carrera, pues es el primer cínico rampante de su obra, alguien que podría dar la mano, fugazmente, en una pesadilla, a Humbert Humbert. También sigo escuhando a Kaija Saariaho, y me peleo con algún que otro forero a causa de ella, de su estilo casi oriental, frente a la bastedad de Occidente. Y sin embargo, hay algo de estas tierras crepusculares que no cambiaría por nada; algo de eso lo vislumbré en Salamanca, la semana pasada, entre la piedra y las extrañas esculturas de algunas fachadas. El tiempo, ahí fuera, también está cambiante, desearía que una avalancha de agua hiciera como con Rincón de la Victoria, en todas las demás poblaciones de esta vulgar Costa del Sol, que cada día me da más asco. Todo eso que escucho en boca de los otros, los fugaces y no tan fugaces turistas, es algo tonto, producto de la ignorancia, del deslumbrameinto por estas luces que les ciegan. Esta costa es la cosa más sucia, ruidosa y vendida que se pueda uno imaginar. Fantasías de perderme en el Norte.

Por un momento, mientras estaba tecleando mentalmente, he pensado en ese tiempo sombrío de mi vida, cuando la depresión, tras separarme de mi ex, en que el vacío ya no fue sólo una palabra de los libros, sino una perversa realidad. Es como tratar ostinadamente de meterte en una fiesta, de donde te echa una fuerza invisible; estar en un lugar rodeado de gente y escuchar sólo ruido, ese ruido, esa cosa llena de idiotas en la boca, que decía Shakespeare. La vida, cuando deja de tener peso, cuando vuelas en el malsano aroma del alcohol, el humo, cuando todo es Droga. En ese tiempo conocí a mendigos reales, otros infiltrados--como yo--y algunos que estaban de paso, para perderme, casi que lo consiguió uno de ellos, el Austríaco. En ese tiempo, zumbado, por esas calles, lleno de la mala sangre del vino, el ron y demás pócimas de la muerte lenta, no era yo realmente. Pero, ¿quién soy yo, quién me habla cuando no tengo ganas, quién me habita cuando estoy en sueños? La conciencia es una cosa bien extraña.

Siento, a veces, que el mundo, lo que me rodea, es un circo gigantesco, una montaña fangosa que se me viene abajo. Hay ruido insoportable que viene de todas partes, de la juventud idiota, de los campos de deporte, de los pabellones cubiertos, de las casas de los gitanos, de los coches que pasan como engendros mecánicos con sus ocupantes que ya pertenecen a la Máquina. Harto, hablo con desconocidos, y hasta hay momentos de verdadera alegría.

Un día, estos chinos y japoneses, estos orientales con sus cacharritos y sus dibujos obscenos, dominarán el mundo; tal vez será peor que el Imperio Americano.