viernes, abril 16, 2004

Viento

Petals, página-proyecto de Kaija Saariaho

... y entonces supe que era el viento..., reza en uno de los títulos de Toru Takemitsu, compositor japonés que sonará esta tarde-noche en un concierto que emite Radio Clásica desde Madrid, desde el Teatro Monumental. Hoy es un día ventoso. Me dice una mujer argentina que conozco que antes, le han dicho, esta costa era llamada así, "la costa del viento", y yo asiento, incrédulo, porque no sé bien qué pensar. La cosa es que los días como hoy, invitan al sueño, a quedarse más tiempo en la cama, los sueños vienen más ligeros, todo cobra un carácter más terrenal y a la vez aéreo, nos invitan desde alguna parte a sobrevolar las nubes, lejanas nubes pasajeras, como la vida entera, te daré la vida, pero no, mira, no...

... desde mí fluye eso que tú llamas Tiempo..., y habla la música, enteramente el sonido congelado, la imposibilidad de la memoria.




En el comienzo, fue la Percusión..., cinco conjuntos. Luego, tal vez antes, Charles Ives, el más rupturista de los compositores norteamericanos, siendo a la vez el Hombre Tranquilo, el agente de seguros que se hizo millonario y que en sus ratos libres se dedicaba a fantasear, y luego poner sobre el papel pautado, las diabluras que recordaba de cuando era joven y escuchaba esas bandas entrecruzadas, en las que también tocaba su padre. Las bandas de música no me gustan, pero tal vez es debido a que las bandas aquí se asocian fácilmente con la semana santa y procesiones de brutos, y es por eso que no las soporto. Malditos legionarios, música inferno.

La hierba, el trigo verde que va a la Ermita, está crecida, y el viento la mueve, cimbrea sus pálidos cuerpos, y eso no hay mujer que lo realice. Hay algo que se echa de menos, se busca una trascendencia, que no está en las nubes, pero tampoco en la carne libidinosa. Leo a Nabokov, algunos diarios medio porno, y esos foros en donde nadie se atreve a decir las Cosas Importantes.

El sol atraviesa el viento, hace que su espalda, la espalda del viento, el viento que me gusta es el que no cesa, el que te vuela, te arrastra casi, como aquel día por Siena, te tenías que agarrar a las ventanas, a unos hierros que había colocados de la época medieval, cuando había animales por las calles. Pero Siena es casi el Paraíso, y yo sigo aquí, en esta vulgaridad de cemento y motores a explosión.