jueves, septiembre 23, 2004

Tensión-distensión



Hay una música que no es fácil de escuchar, porque supone un esfuerzo por parte del oyente, y es la música que prefiero. Uno de mis compositores favoritos del siglo XX es Witold Lutoslawski, un orquestador ejemplar, un hombre cabal, cuya obra amplia y variada expresa todo el dolor y la grandeza de un siglo terrible. En los años 40 todavía estaba en la onda de Bartók, como se nota en piezas como su Obertura para cuerdas o las Cinco melodías populares, obras fáciles aunque ya están en ellas un aliento trágico, pues había tenido lugar una guerra, y otra aún más... Luego viene su período más personal, el de la aleatoriedad controlada, en donde compone obras tan espléndidas como Jeux Vénitiens o la que escuché hoy de nuevo, su Cuarteto de cuerda, en versión del Cuarteto Brindisi, en un concierto que tuvo lugar en Londres el 18 de enero de 1997. Precisamente el día de mi 25 cumpleaños; una de las mejores épocas de mi vida, por cierto. Ya nada será igual, ya nada... A lo largo de sus casi veinticinco minutos, se desarrolla un espacio de tensión, que en los instrumentos es un alarde de experimentación con las formas de ataque (pizzicatti, glissandi, sobre todo), no hay melodías, no hay una estructura reconocible, todo es fractura, queja, intriga, la sensación de caerse por un ascensor, que el suelo se abre, y no hay dónde apoyarse... Una vez se llega a un clímax casi insoportable, la caída es remontada a través de líneas legato, por fin una cierta serenidad, una calma muy fina, pero de todas formas un descanso..., hasta que vuelve lo temido, el staccato, lo fragmentario, lo que cuenta el desastre... Lo que el hombre no puede solo, eso la música lo canta, ése es el triunfo del sonido sobre las sombras. Pero el hombre-solista está amenazado por la maraña, lo indeterminado, la caída en el tiempo...