martes, octubre 19, 2004

Apatía

Hay días en que uno no tiene ganas de nada. En que uno se levanta de echar una siesta y no sabe qué hora del día es, y peor aún, en qué día está; hay días en que la desorientación es total, casi como en aquellos días negros de la depresión. Surgen pensamientos extraños, como qué pasaría si un familiar muriera de repente, o peor, si uno mismo se descompusiera y la palmara también, y qué se siente cuando ya no estás en ese cuerpo, y flotas, y adónde va uno después. En una vieja casa aparecen de nuevo rostros en el suelo, y se nos dice que ahí debajo hubo un cementerio o algo así. Todo puede ser real, o no. Más allá de la miseria cotidiana, hay enigmas, destellos de fuerzas que no podemos soportar.

Estoy muy de acuerdo con esta crítica de la obra de Houellebecq Plataforma. Michel, el narrador y protagonista, experimenta primero ese falso paraíso de Thailandia, en donde expone ante los demás su único deseo, la compañía de una chica dulce y sumisa y experta en masaje erótico que lo haga un rato feliz. Se rebela abiertamente contra la hipocresía, ya sea en el personaje de Josiane, esa profesora amargada y moralista, ya sea a través de la Guide du Routard, con sus consejos bienintencionados y advertencias de no ir a Pattaya, por ejemplo. Michel, que se masturba mientras lee una novelucha de Grisham, y que no se atreve a intimar más con Valérie, la única del grupo que le parece respetable. El viaje al trópico tras la muerte de su padre, por el que no siente nada ("Padre, construiste tu casa sobre arena"), se convierte así, más que en un tiempo de relax, en una ocasión para presentarnos esas miserias de los occidentales ricos, fascistas (el caso de Robert, y su charla en ese bar de alterne, es ejemplar) e indiferentes a su propia decadencia.