martes, octubre 19, 2004

Recuerdos...

Hay una edad crítica, y es cuando llegas a los treinta años. Entonces, ya no hay vuelta atrás, sabes que la juventud se esfuma definitivamente, aunque quieras engañarte con eso del "espíritu joven" y demás excusas. Quien más quien menos, ha sufrido alguna crisis importante, y también fue mi caso. Cuando cumplí los treinta, me encontraba inmerso en una fuerte depresión, tras una ruptura sentimental. La verdad es que no tengo casi recuerdos de ese tiempo sombrío. Me encontraba anestesiado, tomaba antidepresivos y ansiolíticos, y no podía evitar beber, a veces hasta emborracharme. Fue un tiempo salvaje y desastroso, del que no quiero acordarme, pero que de vez en cuando vuelve, como algo fantasmal, irreal, como si fuera algo que le pasó a cierto conocido. Pero sé que algo acecha en la sombra, y que en cualquier momento puede volver. Ayer leía en el último número de El País Semanal que la depresión es la mayor amenaza, y que puede ser, de hecho lo es en algunas partes ya, la segunda causa de muerte, después de los infartos isquémicos. La llamada "gripe anímica", a la que mucha gente no quiere poner remedio, por las etiquetas que luego socialmente te colocan. La depresión, la melancolía de otro tiempo, es algo que arrasa, que no tiene fácil cura, y que muchas veces lleva, sí, al suicidio. En Estados Unidos, a los niños les recetan ya antidepresivos, y no hace mucho se levantó un escándalo por la asociación entre esos antidepresivos en menores y la alta tasa de suicidios. Pero el colmo es que la administración Bush ha lanzado una campaña, llamada cínicamente Nueva Libertad, que obligará a la población a someterse a pruebas psiquiátricas, lo que ha sido denunciado como una estrategia de la todopoderosa industria farmacéutica. Esto supondría un control social como nuca se ha visto hasta el momento. Porque ahí se pretende que médicos generalistas se conviertan en rápidos diagnosticadores de enfermedades que trabajan en la sombra y de manera sutil, y que pueden ser tratados como síntomas simples comportamientos de defensa frente al medio.

Pero sea como sea, la depresión se convierte en una peste, en el Occidente del bienestar, pero también de las pequeñas y grandes miserias que se quieren enterradas. Ahora que leo el último libro de Houellebecq, uno se da cuenta de ese estado de soledad y miseria al que hemos llegado. En la mitad de una vida, las cosas ya no son tan fáciles. Los recuerdos no se pueden extirpar, se pueden anestesiar con pastillas, por un tiempo, pueden salir fuera, en terapias más o menos efectivas... Pero siguen estando ahí. Sólo la escritura puede servir, sólo la literatura, el arte...