lunes, octubre 25, 2004

Un amateur

Ayer por la mañana, como es habitual, fui al Rastro y me pillé algunas cosillas, no muchas, la verdad. Cuando llegué a casa miré los discos, y me dí cuenta entonces que el de los Cuatro Divertimenti de Haydn por el Linde-Consort, no era tal, sino que traía, suelto ahí dentro de la carpeta, otro un poco raro. Veamos, ¿qué es esto?, y sólo se podía leer una serie de títulos, algunos en latín, otros en alemán, aunque tal vez antiguo..., otros en no sé qué lengua de hace muchos siglos. Así que después de comer me quité la duda, estaba un poco nervioso, no quería llevarme la mala sorpresa de un disco con horteradas del Tirol o esas cosas. Pues no del Tirol, pero cerca: Musik aus den alten Basel, o sea, música de la antigua Basilea, la ciudad suiza de habla alemana. Una maravilla, por suerte: sones con pífanos, chirimías, tambor, clavicordio y percusión deliciosa, que me hizo pensar en otro tiempo, cuando junto a mí ex escuchaba esta música, recuerdo sobre todo un nombre, Arbeau, que recopiló un sinfín de danzas. Pensé en aquel curso al que asistí de invitado, y que daba en el Parador de Nerja la profesora Verena Maschat, con los alumnos mostrando sus "artes" y los músicos (mi ex entre ellos) vestidos ligeramente de época. Hablo de los siglos XIV y XV... El grupo en este caso se llama (¿llamaba?) "piffani" y lo dirige R. Erig.



Por la tarde, un especial en El Mundo de la Fonografía (que escucho desde hace casi diez años), dedicado al gran Charles Ives, de quien Pierre Boulez dijo que era un amateur. Por el hecho de que este músico estadounidense, del que se cumplen ahora los cincuenta años de su muerte, no tenía a la música como su ocupación principal, sino que escribía en sus ratos libres. Lo suyo eran los seguros, y hay quienes afirman que fue él el inventor del seguro de vida; por este motivo, porque también fue un pionero en este trabajo, acabó sus días millonario. Pero lo que nos interesa es su música, una música irreverente, recogida en ocasiones, "filosófica" (cercana a pensadores como Emerson o Thoreau), en donde se manifiesta su gusto por el collage y su gran interés por el folklore de su país (Ives como el primer gran compositor norteamericano). Lo que se pudo escuchar estaba centrado en su producción orquestal, y sonaron casi todas sus sinfonías (la Segunda, la Tercera, la fuga de la Cuarta, y la "Universo", que dejó incompleta). Pero lo que más me gustó de esta larga sesión fueron dos piezas: una, que ya conozco muy bien, La pregunta sin respuesta, una de sus meditaciones, en donde se establece un juego fascinante entre tres "grupos" instrumentales: la trompeta que "pregunta", los otros metales que responden caóticamente, y las cuerdas como continuum o flujo del universo... De un simbolismo arrebatador, sí, pero lo mejor para el principiante es dejarse llevar. La otra, que no conocía, es El general William Booth entra en el cielo, para barítono, coro y orquesta, divertidísima, un momento de distensión, una broma que puede sonar muy en serio.

A veces me pregunto qué pensaba el propio Ives de su música, que se estrenaba con muchos años de retraso, y mucha de la cual no pudo escuchar nunca. La Tercera Sinfonía recibió el Pulitzer. Stokowski, Bernstein y sobre todo Bernhard Herrmann (el gran músico para el cine, también director de orquesta) fueron sus máximos defensores en vida. Hasta hubo un encuentro con Mahler, que quería dirigir esa Tercera, pero no vivió lo suficiente. Sea como sea, el tiempo de Ives hace tiempo que llegó, aunque todavía es poco interpretado, todavía su música se escucha con ese cierto desdén que los europeos cultos sienten hacia el autodidacta. Me encantan estas almas a su aire. Boulez, qué equivocado que estás.