sábado, octubre 23, 2004

Vida trascendida

Recordamos nuestras vidas, Schonpenhauer escribió en alguna parte, un poco mejor que una novela que una vez leímos. Esa es la verdad: un poco, no más.


Así se expresa el narrador, Michel, de la novela de Houellebecq, al final del capítulo 4 de la segunda parte. Antes ha dejado unas cuantas frases contudentes sobre la falacia de la individualidad, algo que ya Sloterdijk nos ha mostrado a las claras en sus minuciosos ensayos. Toda esta reflexión parte de un hecho en la vida de Michel: está por dejar su antiguo apartamento para trasladarse a otro, en donde vivirá con Valérie. Es decir, para vivir la experiencia del Dos. "Llega a ser un hábito estar solo, ser independiente; no es siempre un buen hábito. Si perseguía vivir algo parecido a una experiencia conyugal, ahora, evidentemente, era el tiempo (...)Muchas mujeres se han cruzado en mi camino; no tengo una fotografía o una carta de ninguna de ellas. Tampoco tengo fotos de mí mismo: no tengo memoria de lo que pude haber sido cuando tenía quince años, o veinte o treinta. No tengo realmente papeles personales: mi identidad puede guardarse en una pareja de archivos que se pueden meter fácilmente en un archivador de tamaño estándar. Es un error pretender que los seres humanos son únicos, que conllevan una irreemplazable individualidad; en lo que me toca, de todos modos, no puedo distinguir ninguna traza de
individualidad" (ídem, trad. propia).

Sloterdijk y Houellebecq se dan la mano, están ambos en el área del cinismo/quinismo, más del segundo lado. No pienso, como me ha sugerido un amigo, que H. se incline ya hacia un poscinismo, no creo que sea aún su caso, sobre todo por un hecho que viene luego, en el capítulo siguiente, y que tiene que ver con el Cuerpo sin Órganos del que habló Deleuze, y del que ni Michel ni Valérie participan ni comprenden. Pero estas reflexiones son muy pertinentes, y las puedo entender perfectamente. Valérie le propone a M., tras unos meses de sexo salvaje pero con sentimiento (se supone, las descripciones son parcas, no estamos ante un Hollinghurst...), que se traslade a su piso, o que alquilen uno entre los dos. Y entonces recordé el tiempo, ya lejano, diez años, en que M. me dijo lo mismo, que me fuera a vivir con ella, y por supuesto que acepté. Y hubo un tiempo maravilloso: sí, dice Michel, dicen que una pareja que vive en la misma casa, se acaba aburriendo un poco en el terreno sexual, desaparece esa excitación y la sorpresa de los primeros días. Pero luego añade: ese aburrimiento llega, sea como sea la circunstancia. Hay un momento en que la felicidad puede ser algo tangible, algo que puede casi traslucirse, y la compañera de trabajo de M. se lo dice. Hay que aprovechar ese momento. Porque la soledad es el peor enemigo; hay que amar la transferencia, y detestar la soledad por sobre todas las cosas. En una película reciente, Es más fácil para un camello..., la actriz y directora Valeria Bruni-Tedeschi nos habla de este esfuerzo por lograr la independencia de la familia y sobre todo de un padre seductor, "divorciarse de los padres" para poder llegar a amar al hombre rebelde, el comunista, el que quería secuestrarla, y que ella fantasea como posible. Si una mujer no realiza este corte, nunca podrá, como Valérie, lanzarse a su amor-entrega. Aunque ese hombre sea un neurótico y un cínico y un obsesionado con los órganos primarios como Michel. Ir a la casa de mi amada, quedar allí, probar el vino de la lujuria, más allá de las convenciones.

La segunda parte de este mensaje tiene que ver con la primera frase y con parte de lo que observamos en el párrafo que sigue: qué es una vida, qué cosa nos viene de nosotros mismos, algo opaco, borroso, algo que creemos saber, pero que inventamos sobre la marcha, pensando que así ocurrió. Como el recuerdo de una novela que leímos en la lejana juventud, de la que nos vienen fragmentos, nada más que anécdotas, y que sin embargo recubrimos del aroma de la verdad. La gente en la actualidad, y desde que existe la fotografía, se obsesiona con la toma de imágenes. Yo puedo decir, como Michel: no tengo esas fotografías de mi infancia y juventud, de hecho, no tengo fotos "decentes" hasta el tiempo en que vino la felicidad a la que he aludido. Por eso, la primera cosa que me sorprende siempre, al comienzo de una relación, es la pasión por el mostrar, por el querer ver las fotos, y la otra persona te muestra lo que fue, y crees que fue ella, así, con ese rostro extraño y sin embargo tan cercano... Simulaciones de una identidad. Papeles, cartas, folletos de viajes y apuntes del colegio o la universidad. Guardo cada papel, cada hoja, cada anotación, un sinfín de cuadernos, pero no las codiciadas fotos. Por lo que todo eso puede no ser más que una ficción. Ahora mismo, estos días, he comenzado a escribir un largo relato sobre una pasada historia. Y la escribo desde la distancia y con toda la ironía de que soy capaz, como si le hubiese ocurrido a un otro que nada tiene que ver conmigo. Pero con la firmeza y la alegría de saber, de alguna forma, que es lo mejor que me pasó entonces, cuando se avecinaban grandes cambios. Me río de la memoria, de la verosimilitud y de la pasión por el realismo que todavía impera en algunos y algunas. El tiempo lo distorsiona todo, filtra los momentos, altera las fechas, y así está bien. En mi cabeza se entrelazan las frases, saltan las caricias de un encuentro a otro, y sé que este encubrimiento es la penúltima trampa del inconsciente, el que me hizo salir aquella tarde, corriendo casi, a la casa de mi amada.