jueves, diciembre 09, 2004

In / out

Estar desconectado o no, ésa es la cuestión. Desconectarse de la Red (lo que mucha gente llama desconectarse es ya, sin más, "salir la Red") o seguir dentro. Y si salimos, ¿adónde? A la felicidad, tal vez. Tal vez no, seguro, me susurra mi demonio. Eso es lo que hice estos últimos días. Alguien me anuncia la apertura de su blog, El Lamento de Portnoy, en donde se queja del carácter onanista de los blogs. Yo también pensaba eso, y de hecho, después de unos cuantos meses blogueando, no he dejado de pensarlo, aunque ahora no es lo mismo que al principio, y sobre todo, sé que hay experiencias en la Red que merecen la pena. Ni algo sólo tipo diario, ni algo despersonalizado, algo tan especializado que casi que te tienes que poner guantes de vinilo para entrar. Sea como sea, cuando estás fuera, estás en contacto con el mundo, y todo esto de internet, los foros muertos y la blogosfera parece tan pequeño y anecdótico, que sencillamente desaparece del horizonte mental y aparece en cambio el panorama multicoloreado de lo "ahí cercano", tan matizado, rico y placentero como la lectura de Edmund White, que es el escritor que está cambiando mi parecer sobre la literatura. ¡Es que casi diría que es mejor que Nabokov!

Afuera, en los días del puente, en las calles preciosamente decoradas de Málaga (casi, que te hacen reconciliarte con esta ciudad), comiendo en un lugar tan maravilloso como La casa del perro (decoración rústica, comida excelente, creativa, precios asequibles), uno se piensa en plenitud, y todo esto del mundo digital parece algo de refugio, algo para aislarse de la intemperie, con todo su fulgor y sus miserias, pero vivo, vivo... Tristeza del último día. Entonces, me remonto al comienzo, en Casa Luque, ese restaurante maravilloso de Nerja, también de cocina creativa (crema de espinacas con trozos de salmón y maíz espolvoreado; croquetas deliciosas); en Strachan, en la calle del mismo nombre (una de las más pijas de Málaga), una crema de zanahoria con un toque de nata, tan suave y cremosa que es para chuparse los dedos. Mi vino favorito hace tiempo es Viña Albali, cosecha 1999. Es posible probar otros, pero terminan decepcionando: qué buen consejo nos dio un primo francés de mi ex, enólogo para más señas. La buena vida, buena comida, buena bebida, paseos, las calles oliendo a ese consumismo que es ya el signo de la otrora añeja Navidad de castañas y panderetas. Nada de películas, ni de conciertos, ni de teatro, porque el teatro es aquí mismo, en cada esquina, en cada calle. Me desplazo, nos desplazamos, de un escenario a otro escenario, todos engalanados para entrar a la catedral, que también estaba espléndida; lo civil queda por debajo de lo religioso en esta ciudad de contrastes: niños y niñas vestidos en una moda intemporal (los ricos nunca pasan de moda en Occidente, y sus modas son como ellos, "siempre clásico, siempre elegante", ya sea Adolfo Domínguez --lo clásico es moderno-- o Massimo Dutti), mientras los macarras (por suerte, pocos en esta zona cerca de calle Larios) o los guiris dan la nota con sus gorras de visera o sus sandalias con calcetines y manga corta todavía.

Ayer por la noche, sencillamente, me sentía extrañamente lleno y preparándome para el bajón de los días que siguen. Porque todos estos pequeños placeres se irán diluyendo, y al final del mes, sencillamente se habrán mezclado con la vulgaridad de la vida en soledad que es la vida que llevo hace tiempo. Porque toda vida es vulgar, pero a veces, acontecimientos, encuentros, escuchas, te hacen fantasear con una vida mejor, que es por fin la nuestra. Y me siento un poco como Mateo, ese personaje de Caracole, obsesionado con el paso del tiempo y las secuelas en su cuerpo, y más cuando conoce a Angelica, esa adolescente perversa y salvaje con la que se liará, y entonces, ah, así es la felicidad. Pero ni siquiera entonces se cree que eso vaya a durar, que le esté sucediendo a él, que sea actor y protagonista de la película más brillante. Sé que hay ciclos de siete años en mi vida, y que estoy de lleno en otro de esos ciclos, y en el autobús, me siento muy triste, porque sé que esto hermoso tendrá un fin, un día u otro, y sabiéndolo, sonrío, y me quedo saboreando el tiramisú de hace un rato, la copa de vino tinto, los ojos de la multitud en la que me baño. Este camino tan conocido, esta piel ya tan amada, tan extraña a la vez, todo esto desaparecerá, un polvo de bits me arrastrará de nuevo al abismo de la madrugada, y ahí solo con el frío.

Antes de este espacio escogido, unos apuntes culturales, para que no se diga: visito la exposición de Paul McCarthy en el CAC de esta ciudad: otra muestra irreverente, más aún que la de los hermanos Chapman hace unos meses, en donde el artista norteamericano lanza dardos y puñaladas contra Occidente en sus más reconocibles iconos pop y "culturales", amén de mostrar un montón de dibujos (algunos realizados sólo con rotulador) en donde el sesgo pornográfico es obvio.



Y una noche antes del paréntesis, en el programa de Jacobo y María, flipo con la actuación en vivo de Julián Elvira, un flautista que no conocía, y que es un fuera de serie, un experimentador de toda clase de tubos, porque con las flautas parece que no tiene suficiente... Aparte "clásicos" de Debussy, Varèse y Berio, tocó tres piezas propias, en donde se recogen todas las técnicas de impacto y las sonoridades casi de pesadilla que él recopila con sumo placer. Luego, una pequeña entrevista con él, después de su pequeña maratón, y la escucha de otra pieza, esta vez enlatada, y nunca mejor dicho, porque es para flauta y bidón de gasolina... tremenda. Recuerdo que en mi época salvaje, en la playa, los "robinsones" tocaban un bidón así, como un enorme instrumento de percusión. La flauta baja es ya de una sonoridad fascinante, pero la subcontrabaja es el no va más, empezando por lo incómoda que es de tocar, porque es inmensa, eso dijeron... Hoy escucho en CD dos piezas de las Jornadas de Nueva Música de Cámara de Witten 2003: morendo :: double/echo de Haubenstock-Ramati y Bernhard Lang, para flauta baja y CD (aliento, tu voz que se disuelve, cantar y tocar a la vez, respirar, para el cambio de aliento, y al fin, desaparecer); y étude III de Jörg Widmann, para violín solo, que interpreta su hermana Carolin: seis minutos apenas de puro virtuosismo, estrujando todas las técnicas, esos glissandi como grandes olas, este compositor es uno de mis favoritos ya, y es también clarinetista. Apago.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Soy Luque, el de la Casa, el de Nerja. La próxima vez identificate...
Sl2

12:17 a. m.  

Publicar un comentario

<< Home