jueves, diciembre 16, 2004

Mitológicas



Fue mi amiga Carola la que primero me habló de Matthew Barney, un artista que ella encontraba fantástico, del que había visto algunas cosas en Düsseldorf, ciudad en la que hay una escena artística envidiable. Como en casi toda Alemania, vamos. Uno vive aquí, en este rincón de la vieja Europa, rodeado de guiris, de gente que se limita a cumplir con su trabajo, la familia y el ocio vulgar, y no se hace a la idea de que en otras partes del mundo, a dos horas y media de avión, hay la verdadera vida, la cultural, rica, variada, posmoderna. Cuando Carola me habla de esas vernisages, de las presentaciones de libros, de las fiestas, las visitas guiadas que ella hacía a los museos y galerías con unos estudiantes, cuando me habla de todo eso, siento que vivo en el lugar equivocado, y que no puede pasar mucho tiempo antes de que me largue a otro lugar más civilizado, dejando atrás este balneario para ingleses decadentes.

A lo que iba, anoche fui al CAC-Málaga a ver Cremaster 3 del citado artista estadounidense, después de haberme perdido las dos primeras, el día antes, y sabiendo que me perdería también las dos restantes hoy mismo. Pero bueno, leí que esta tercera (que es la última que ha hecho, ya que no ha seguido un orden normal, esta tercera es de 2002) es la mejor, la más extensa (tres horas y un minuto) y tal vez la más compleja, llena de símbolos con los que se podrían escribir un par de libros por lo menos. Barney es, quién lo duda, un tipo totalmente posmoderno, y un cineasta peculiar en este ciclo que viene realizando desde 1994, y que ya parece terminado. No es "cine" a la usanza, así que es normal que los espectadores que acuden, por lo menos anoche, sea gente mayoritariamente joven, de aspecto extraño, muy inquietos, los mismos que estarían en un concierto de John Cage o en una performance de Marina Abramovich. Vi a un chaval que frecuenta las organizaciones alternativas, el centro de iniciativas, por ejemplo. A mi lado se sentó un holandés que conocí en otro tiempo, en mi otra vida, así que anoche lo ví más como un fantasma que como un verdadero conocido. Él sí que iba a ver el ciclo completo, y charlamos por encima de algunas claves de estas imágenes sumamente herméticas. En fin, comenzó la aventura, al fondo el ligero zumbido del proyector, que me recordó los viejos tiempos cuando iba a ver películas en San Agustín, cuando estaba allí las clases para extranjeros de la Universidad. Barney también actúa en la cinta, como el Aprendiz que es sometido a pruebas para entrar en la masonería. En la parte titulada The Order, que ocupa el último tramo, se ilustra bastante bien esta jerarquía, con el cinco como símbolo que ha empapado toda la "historia", cinco niveles a escalar, cinco puntas de la estrella, cinco puntos de la amistad, y arriba del todo, Richard Serra. Al no haber visto las dos anteriores y perderme la 4 y la 5, seguro que me quedo colgado de muchos hilos. De todas formas, en esta película sin diálogos (tres horas sin que escuchemos una sola voz, es algo), la lógica que soportamos está totalmente ausente. ¿Por qué ese derby de los coches que no dejan de acometer al viejo modelo, y luego entre ellos? ¿Qué significa la mujer leopardo, en el tercer nivel? ¿y la escena en el "dentista"? ¿por qué la conexión entre la construcción de la Torre Chrysler y el Templo de Salomón? Misterios, enigmas salvajes, violencia y sangre y erotismo retorcido, en imágenes tan cuidadas como perversas, algunas tan duras que escuchaba detrás de mi a una mujer decir uufff, qué desagradable, mientras intentaba seguir viendo. Pocas veces podremos asistir a tan complejo entramado de símbolos, alusiones, superposiciones y enlaces surrealistas como aquí. Una mujer que babea, un hombre que es sometido a la tortura caballuna, caballos esqueléticos y sangrantes en Saratoga, como el caballo del cuadro de Brueghel... Barney nos somete a una espiral interminable, como el ruido agudísmo de la primera secuencia en la Torre, cuando los cinco hombres llevan al cuerpo desenterrado mientras en paralelo el aprendiz llena de cemento la parte delantera de los coches...

Tenía razón mi amiga, este ciclo Cremaster es algo fuera de serie, no es cine, es un poco de todo: escultura en movimiento, recuerdos de la ópera barroca, musical, parodias y guiños al cine clásico de Hollywood, y mucho más. Barney pretende contarnos una historia del ser humano desde antes de su movimiento, la formación de los órganos sexuales desde lo indiferenciado y casi andrógino hasta la diferenciación posterior. Cada parte va un poco más en este desenredar la complicada madeja que nos sostiene. Se repiten personajes y escenarios, como la Isla de Man en donde los mitológicos Fingal y compañía disfrutan de sus correrías. Irlanda en el corazón. Ese barman podría ser un asesino, o el regador regado, y la pareja de las carreras unos timadores y gángsters de cuidado. El cine ha muerto, hace tiempo que arastraba mala salud. Bienvenidos a lo real mismo del arte total.

Reseña de Cremaster 3 con la que estoy muy de acuerdo.

Reseña de Cremaster 3 con la que no puedo estar más en desacuerdo.