jueves, enero 13, 2005

... y entonces hago una pausa y escucho los divertimenti de la época de Salzburgo de Mozart, hacia 1772: el K. 136, en Re mayor; el K. 137, en Si bemol mayor, y el K. 138, en Fa mayor. La versión es del Hagen Quartett (D.G.), en una caja triple que contiene todos sus cuartetos tempranos. Los hermanos Lukas, Clemens, Veronika Hagen, y Rainer Schmidt, tocan estas piezas con una ligereza pero sin desdeñar la precisión, que te envuelve enseguida, como un viento suave y perfumado de primavera. Ese lento del tercer divertimento, es sencillamente delicioso. O el arranque raudo del primero. El inicio, rápido, del tercero, ya me suena, pues lo escuché hace tiempo. Esta música es como si siempre la hubiésemos escuchado.



Qué diferente del piano de Morton Feldman: Palais de Mari, que sonó anoche en LNC, en versión de Marianne Schroeder, veinticinco minutos de... meditación. El misterio no se despejó, sigue. Nunca imaginaste que el pedal podía usarse de esa manera: no hay que levantar mucho el pie de él... Pianissimo, por favor. Lo sencillo puede ser muy complejo.

Y sin casi una pausa, seguir, seguir con los malditos recuerdos, que te persiguen cada día nada más te levantas: hubo un tiempo en que tuviste una vida, que existió tu vida junto a M., pero ahora todo eso ha desaparecido. Mira lo que dejó: estas cicatrices muy profundas... Comienzo la siguiente novela de White: oda a la segunda persona. Nunca conocí a mi padre. Ya no sé si podré decir un día: existió. Si una señora me pregunta, diré que el amor habita en la memoria, se mueve en la memoria, se forma en ella; pero no hay ninguna señora. A lady asks me, tradujo el poema de Cavalcanti un Ezra Pound habitado por recientes demonios. Los Cantos Pisanos. Uno no puede conocer a su padre. Un misterio para siempre.