lunes, enero 03, 2005

La tentación de existir



Fin de año con Sartre: porque ésos son mis mejores amigos, esta gente de otro tiempo, o de ahora mismo, pero sobre todo, gente que ha pensado el dolor de estar vivo, de empeñarse en la existencia como una inercia que quema. Empiezo el año con Sartre, acabo La náusea, y decido, sé ya, que es uno de los mejores libros que he leído en mucho tiempo. ¿Cómo?, ¿otro libro que ha logrado herirme, a estas alturas? Pero así es: otro libro que lo ha conseguido, y ahora sí que no sé por dónde seguir, porque si hay un contraste, tiene que estar a la altura, no puede decaer la tensión. Difícil, muy difícil. "Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente; los existentes aparecen..." (p. 201).

Todo gratuito; sentirse de más, y siempre así. Ser es abundancia, plenitud. ¿Qué decía Lacan de la falta, eso que ya dijo Freud de estar en falta? No hay herida, no hay falta, hay una proliferación, un exceso, y eso siempre, siempre. Tanto, que da asco, a Roquentin le resulta insoportable. "... la existencia es un pleno que el hombre no puede abandonar" (p. 205).

¿Qué hacer para huir, para escapar de esta masa, de esto blando que está por doquier? ¿cómo lograr un cierto rigor, una capa más dura, antes de la muerte? La música, sí, sólo la música. Ya R. tiene la experiencia al comienzo, y habla de una felicidad momentánea --no hay otra-- en otro momento. Y al final, cuando visita a la patrona antes de partir a París, vuelve a escuchar ese disco de jazz, y vuelve a pensar en eso mágico que las palabras difícilmente pueden aprehender:

"Él no existe. Hasta es irritante; aunque me levantara y arrancara el disco del platillo que lo sostiene y lo rompiera en dos, no lo alcanzaría. Está más allá de algo, de una voz, de una nota de violín. A través de espesores y espesores de existencia, se descubre, delgado y flexible, y cuando uno quiere atraparlo, sólo encuentra existencias desprovistas de sentido. Está detrás de ellos; ni siquiera lo oigo; oigo sonidos, vibraciones del aire que lo descubren. No existe, puesto que no tiene nada de más; todo el resto es lo que está de más con respecto a él. Él es" (p. 266).

Esa melodía no existe: es perfecta. Purificada, endurecida, en otro mundo, que puede verse de lejos, pero sin alcanzarla nunca. Y entonces, tiene lugar una esperanza, ésa en la que creía Sartre al final de sus días, como una posible salvación, que no consuelo (¿música como consuelo? qué asco): llegar a conocer al que compuso esa melodía, llegar a ser alguien capaz de... crear. Entonces, más allá de la historia, en ese otro mundo... Sartre sabía...

Maravillosos pasajes, como la visita al museo, y cómo después de todas las descripciones de esos burgueses de los cuadros de la galería, finaliza con lo que te hace sonreír ampliamente: "Cabrones"(p. 148); o todo ese pasaje del reencuentro con Anny, su ex, la perfecta cínica de nuestro tiempo. Éste es el libro que necesitaba, y necesito otros más así. O no: necesito una historia que no pueda suceder, una aventura..., eso que está en los libros, en los, ejem ejem libros más allá de la repugnancia.

P.D. En la tarde, me pongo a escuchar El mundo de la fonografía, y al comienzo es una música que desde hace casi diez años me es familiar: sé que es Schönberg, y adivino que es Hans Rosbaud el que dirige: las Variaciones para orquesta, op. 31, una de mis obras preferidas de su catálogo, junto con la Noche Transfigurada y, claro, el Pierrot Lunaire (Salomé Kammer, por favor!). Tras las Seis piezas op. 6 de Webern, tiempo para Sir Michael Tippett, que murió en 1998, cruzó casi todo el siglo XX y nos dejó algunas obras cabales, y resulta que esta música es como si también me acompañara desde siempre. Claro, A Child of Our Time, ese oratorio escrito en tiempo de guerra, con esos espirituales dentro, ¡ah, qué maravilla, steal away steal away home! Y el segundo cuarteto de cuerda, sí, es un poco Beethoven, pero es tan ligero, flota, hazte invisible pero en la hipnosis de la tarde que cae. Y las Danzas Rituales de su ópera The Midsummer Marriage, hasta el título está lleno de luz otoñal, y ya no se siente el frío que me repta por los pies. Finalmente, la Sinfonía nº 4, el aliento de la vida, estremecedora esa respiración que sale por los altavoces, es lo que al final pidió T., que un hombre respirara detrás, pero que llenara la sala, envolviera la orquesta, y así es, al principio era el aliento, atem, y algo que lo llena todo, pero sí sí, todavía no es la existencia que nos agota bajo su peso, es el nacimiento de... algo tan bello: sigue.