sábado, enero 08, 2005

Minimalismo (II)

Aquella noche en el Castillo de Salobreña, con un viento que hacía volar los sombreros, el pelo flotaba como una seda natural, y las partituras en los atriles, los músicos maravillosos del Balanescu Quartet tratando de tocar, las pinzas no bastaban al parecer, y los cables, eran violines y la viola y el violoncello amplificados, y sonaba la música de Ángeles e insectos, y también de otras películas que conocíamos menos, y cómo no, de ese álbum maravilloso, Luminitza, que es un canto a la Rumanía natal de Alexander, ahora londinense... La noche que se avecinaba era larga más larga que los sonidos que ya eran cometas allende los cielos, en una región más estable. Y el autobús no pasó, y tuvimos que esperar hasta la mañana, y fue una noche interminable, para entonces, toda la magia se había desvanecido.



El misticismo, las extrañas modulaciones del cello y las cuerdas, en las obras de John Tavener, Threnos y Eternal Memory y The Protecting Veil..., más de cuarenta minutos de puro deslizamiento del sonido, en la frontera entre Oriente y Occidente. Raphael Wallfish, soberbio.

Qué lejos queda aquella noche y madrugada, ya no está conmigo la que me acompañaba, la que me ofreció el don, lo más sagrado que es la música: o me hizo encontrar lo que yacía enterrado en lo más profundo, recuerdo la primera conversación importante que mantuvimos, cuando me habló de eso precisamente, de escuchar esa música yacente, esos sonidos primordiales. Reencuentro con la madre. Mother.