viernes, enero 21, 2005

Misterios profundos

Hace algún tiempo estuve en una exposición de Gerhard Richter en el CAC de Málaga, y allí, en aquella retrospectiva, me quedé fascinado por un cuadro en concreto, uno bastante grande y que "representaba" una pareja de enamorados en un bosque. Me pareció tal el romanticismo que emanaba de ahí, que me quedé un rato mirando, mirando... Y lo más curioso de todo es que no había una profusión de colores, nada especial, es más: dominaba el gris, los matices de gris y blanco y ceniza, nada más. El cuadro estaba en una encrucijada matérica, en donde lo "real" estaba derivando hacia una abstracción un poco tenebrosa. En la exposición no encontré el cuadro que he puesto ahora, el de Betty, sino que dominaban las muestras de su etapa abstracta, que me gustó menos que el que he señalado, o uno que era un inmenso lienzo que presenta un mar más bien invernal, también de tamaño impresionante. Y sin embargo, esos cuadros en donde las manchas proliferan como las fantasías salvajes de un sueño...

Ayer tarde, leyendo el final de un ensayo de Slavoj Zizek sobre la fotografía (pero que trata en realidad de otras muchas cosas), me encontré de repente con unas reflexiones sobre este pintor, y me acordé enseguida de lo que vi en su día:

repentino tránsito( en una de sus series) del realismo fotográfico (ligeramente transpuesto /difuminado) a la abstracción pura de las manchas de color (...) o el proceso inverso, de una textura desprovista de objetos, de meras manchas, a la representación realista (...) como si de súbito nos hallásemos en la cara opuesta de una banda de Moebius.

Y prosigue el filósofo esloveno: "Richter se concentra en ese momento mistérico en el que una imagen emerge del caos (o, una vez más, tal vez en el momento opuesto, y no menos mistérico, en que una imagen nítida se difumina hasta quedar reducida a manchas carentes de sentido)". (Letra Internacional, nº 85, p. 16).

Es como si en esos trabajos de manchas arrebatadas, de concentración y desplazmiento rizomáticos, hubiera más verdad, más realismo y "realidad", que en los otros del realismo fotográfico, que por su elaboración perfeccionista semejan algo artificial, carente de vida. La inversión se ha producido, pero justo en el tránsito de un momento a otro, vemos congelado el proceso, y así, ese cuadro del bosque guarda todavía la artificiosidad realista (como para una representación wagneriana de esos héroes "muertos en vida" de los que también habla Z.), pero va derivando hacia algo borrascoso, deviene un puro abigarramiento de la materia, se abisma en la oscuridad que late, más real que la realidad misma.


Gerhard Richter, Dark, 1986


***

Acabo por fin Nocturnes for the King of Naples de Edmund White. Momento también de verdad: los gritos (de la noche) acallados por la esfera que tú, o yo, el mago, agarra aunque rueda a través de la mesa de billar tan verde como las capuchas paradisíacas del sultán y su amada dentro del jardín, su granada, palmera y fuente cercadas por la niebla y los aullidos de dos perros perdidos. Un círculo perfecto --esfera de perfección-- , un final cerrado en donde se concentra la felicidad (esa imagen del sultán, su amada, los pájaros que cantan en árboles, viene de la imaginación sufí); aunque ese final sólo se dé en la fantasía reparadora, la imagen cambiante de un enamorado herido y que no deja de recordar al "tú" al que dirige estos escritos. La imaginación y su ramificación viscosa, mejor dicho: sus rizomas constantes, sin dirección fija. Esta imaginación que se opone a lo real, a su brutalidad seca, a su goce salvaje sin pasar por el Otro. Espero que no se pierda, porque los tiempos son duros, y la pornografía galopante.