lunes, marzo 14, 2005

Desencanto

El día está borroso, un poco como mis pensamientos, según las horas, la humedad se adueña del espacio, y Málaga es una olla en donde se cuece... algo indefinido. En una esquina venden a 0.80 € una revistilla llamada Autogestión, han puesto un panel alargado en donde con algunas fotos denuncian que los problemas del mundo, el hambre y alrededores, es por causa del capitalismo, y es verdad. Luego, más tarde, en la Plaza de la Marina, hay una concentración (a esa hora todavía muy poco numerosa) de inmigrantes, he visto carteles por todo el centro, pero en un cartel sólo veo que aparece el nombre de Casa Argentina de Málaga. Y ya están esos altavoces gigantes graznando sus cancioncillas. Me voy a mi rincón favorito del Parque, a un banco que, aunque no muy apartado (esto no es el Retiro precisamente), me gusta porque no está muy expuesto. Pero hasta allí llega la mierda de esos altavoces, esto es fascismo, qué vamos a decir, el fascismo se valió desde los comienzos de esta violencia sonora para llamar la atención. La verdad es que me importa un pepino los problemas de los inmigrantes, si luego hacen las cosas de esta manera. En otra parte, frente al NH Hotel en una orilla del río, están demoliendo una casa de varios pisos, hay gente concentrada a lo largo del puente, me detengo unos minutos para ver cómo trabaja la máquina-jirafa, que echa unos chorros de agua en la parte alta mientras con las pinzas va desgranando la estructura del edificio como si fuera galleta. Creo que a todos nos fascina la destrucción, de ahí que lo del incendio del Windsor en Madrid llamó a muchos curiosos en los días siguientes. La destrucción y la violencia. Nos encanta. En fin, me voy al cine, pero no hay nada que me guste verdaderamente, han quitado la historia de Veronika Drake, de Mike Leigh, que ahora dan sólo en Granada. Y no me convencen ni la de Un largo domingo de noviazgo, ni Kinsey (he leído algunas críticas que la ponen mal) ni la de la Cinemateca (Madame Brouette), así que estando en el Albéniz opto por sacar una entrada para 5 X 2 (Cinco veces dos) de François Ozon, del que no he visto ninguna, me parece. La verdad, si entro a ver ésa es por la presencia de Valeria Bruni Tedeschi, es una actriz que así, de entrada, me seduce muchísimo, lo demás casi que no me interesa. Se presentó en la Sección Oficial del Festival de Venecia, pero no tiene ningún premio que llame la atención. Es una película que pretende romper algunas normas, como es la inversión cronológica, la historia de un matrimonio fracasado que se cuenta al revés, en cinco momentos (de ahí el título): cuando se divorcian; una pequeña fiesta en casa; cuando nace Nicolás, su hijo; cuando se casan; y cuando se conocen, en un lugar de vacaciones. A pesar de que, como dice Betaville, Ozon no es Bergman, la presencia de esa actriz hace que no me dé tanta rabia, porque su rostro, su cuerpo entero (que aparece varias veces en todo su esplendor cotidiano), iluminan la pantalla, frente a los anodinos restantes. La verdad es que, a estas alturas, después de tantas películas brillantes que han diseccionado el matrimonio, una cinta como ésta puede ser considerada un poco banal, y no añade gran cosa a la crisis de la institución. Pero el personaje que interpreta VBT tiene algo que me hacía pensar, mientras la veía, en una amiga, por ejemplo, una amiga que guarda cierto parecido con Valeria, y deseé, ensoñé, estar con ella, aunque fuese sólo un sueño dentro de un sueño, tal vez en esa playa, durante esa puesta de sol, con la que finaliza este filme hacia atrás, ¿en busca de la felicidad posible? Tal vez lo que Ozon trata de contarnos es que el amor, no es que dure tres años sólo, es que nunca se consuma (las escenas más sexuales son fracasos, el acto amoroso no se produce ante nuestros ojos, el fruto es amargo, y Fidelité, la productora, es la ironía que sobrevuela todos los engaños consentidos).



El domingo, como siempre, Rastro (tal vez la última vez en ese sitio, están pensando cambiar su ubicación), algunos vinilos, luego vuelta tranquila, cansado, a casa (en el Parque Verano Azul, de nuevo fiesta, esta vez por el Día del Residente), no tenía ganas de pararme más rato con Michael, Han y Spencer, que allí estaban, en su rincón de siempre. Escuché Sinestesia, pero no me gustó mucho, me esperaba más. Tal vez es porque la música de Erik Nordgren, la pareja artística de Bergman durante largos años, no está a la altura de su creación, y la verdad es que cuando decidió desprenderse de él y quedarse sólo con fragmentos de compositores clásicos, como Bach, la cosa fue mucho mejor. Como en un espejo marcó un giro en su carrera. Cumplió su sueño de filmar La flauta mágica, una película que pude ver en el cine Victoria, de sorpresa, me acuerdo sobre todo de esa obertura de rostros del comienzo. También pude ver allí El manantial de la doncella y El séptimo sello, pero tengo muchas lagunas por cubrir. Ahora ya no existe ese cine, ni el Astoria, ni el Andalucía, ya dije que lo cerrarían en breve, y cada cine cerrado es un poco el cierre de mi vida. Nos quedan las palomitas, y la falta de amabilidad. Ya no es lo mismo. Bergman se despide con Sarabanda, al parecer. La semana que viene, a las 21 hrs., las Ciudades invisibles de Italo Calvino, eso es muy sugerente.



Las mayores alegrías del fin de semana, gracias al libro de Auster. Qué bien escribe el cabronazo. El tema: la posibilidad de perdonar. Grace y Sidney pasan por malos momentos, se ocultan cosas, les ocurren otras que darían al traste con una relación que es todavía reciente, pero ellos son capaces de perdonar, porque confían el uno en el otro. Esta es la verdadera historia de la novela, todo lo demás me parece secundario. Me gusta eso de pasar de una historia a otra, sin que la anterior termine, sino que se quede en suspense, como la de Nick y Eva y Rosa... Me gusta esa magia perversa de Nueva York, esos encuentros y desencuentros (genial la visita a esa especie de burdel, guiado por Chang). Lo malo es que la novela se acabará pronto, ¿y después?