miércoles, marzo 30, 2005

Ella no es como los demás

A un lado está Elfriede Jelinek... del otro: todos los demás, todas las demás.

"No existe nada comparable en la literatura actual, ni en cuanto al reto lingüístico ni en cuanto al desafío intelectual que la lectura de Deseo supone" (Frankfurter Rundschau).

Otro diario alemán habla de "la soberana multidimensionalidad de su lenguaje, que no se deja encasillar en ninguno de los discursos dominantes..."



En un mismo párrafo, que es la unidad de su escritura, cambia de punto de vista constantemente, salta de un personaje a otro, la narradora mete de vez en cuando, de forma solapada o directa, frases corrosivas propias, y el cúmulo de metáforas para designar el sexo y los actos sexuales se multiplica y prolifera de forma estrepitosa. Sin mencionar los dichos y expresiones tomadas de la religión, la sabiduría popular, la televisión o la prensa, y muchas de las cuales no es fácil de captar su sentido. Todo esto hace que la complejidad sea enorme, tanto a nivel semántico como crítico (las referencias a cuestiones austríacas necesitarían sus notas aparte). Como observamos, esa simplicidad aparente de Las amantes se ha evaporado. Para saber aquí lo que pasa, tenemos que poner mucho de nuestra parte, nunca conocer unos hechos fue tan enrevesado. Es como si viéramos a través de unos cristales sucios, porque todo ese virtuosismo del lenguaje aparece como una potente pantalla deformadora de lo que sucede "al otro lado". La narradora opone filtros endemoniados en esta película despiadada y llena de obscenas repeticiones. También la obra teatral en lo abierto se desarrolla bajo leyes ajenas a la lógica. Porque lo que aferra es algo del orden económico-psicótico propio del capitalismo avanzado. Jelinek juega todo el tiempo con tres ejes: el sexo enfermizo, el deporte como hazaña de los débiles mentales y la música narcótica y torturadora a la vez.

"método Orff para niños" (sí, ya recuerdo, las danzas renacentistas de Verena Maschat en un salón del Parador de Turismo, Austria mon amour), "Chicharrean y vibran con carracas, flautas dulces y zambombazos por el estilo", "Dejad venir a los niños, para que la familia pueda cenar en un ambiente cordial, en un camino iluminado por el sol y encarrilado por discos bien desgastados de música clásica" (p. 80); "y la camada de los altavoces estéreo se les pega con música a la cabeza" (p. 81); "¡El deporte, esa fortaleza del hombre pequeño, desde la que puede disparar!" (p. 58, he aquí uno de los aforismos de fuego); "El sexo de una mujer un bosque que le devuelve un eco iracundo" (p. 52).

No a las argucias de una trama o una intriga, no a las descripciones funcionales, aquí todo tiene su por qué y su sierra bien a punto. Y generalizar, el coro de los parados, los trabajadores de la fábrica, los consumidores..., eso también cuenta. Algunas cosas suceden, pero la crítica se impone con sus mazazos constantes. Jelinek quiere decirnos: en un país que está sentado sobre la sangre, sobre los cadáveres del nazismo, no es posible hacer las cosas de otra manera. Expresionismo, surrealismo agresivo y que no cesa de metamorfosearse. La imagen más clara para este fenómeno es una de la que surge la otra novela citada, y que aquí también tiene su importancia: de entre la Naturaleza alpina, de repente, una fábrica, que engulle hombres. Esa Naturaleza omnipresente es testigo, así como los artefactos que esclavizan sus vidas, de los afanes y desmanes de los hombres y mujeres.