lunes, junio 27, 2005

Largos días del verano

Las noches del 23 y del 24, en La Noche Cromática, estuvo María Santacecilia sola, y nos brindó unos programas que para qué. El 23, cuando todos los zopencos estaban refrescándose en la playa (hizo más calor que nunca, pero eso fue efecto de las malditas hogueras, y qué asco de sardinas, yo soy como Ángel, que ya se me cumplieron todos los deseos, y entonces para qué saltar sobre las llamas, y Amaranta estaba por el barrio brincando detrás de sus amigas hipposas, y otro litrillo más, meao de burra)... El jueves por la noche: nada menos que la obra de un músico vagabundo (Harry Partch) que se encerró en su rancho de California, en unos años más libres, para construir sus propios instrumentos, crear una escala de 43 sonidos y dar a luz piezas de títulos extraños, y la que fue poniendo María no es la que más: Eleven Intrusions. Se escucha en casi todos la propia voz del compositor y músico, una voz que me hace pensar en Carl..., California dream, como en la película El graduado que revisé anoche, y en donde un Benjamin es seducido por una amiga de sus padres (la famosa señora Robinson) y al final se empeña en casarse con su hija, Elaine, el maldito tabú de liarse con mujeres maduras. Pero yo nunca pude estar con mujeres de mi edad (y si así fue alguna vez, fue un desastre), siempre en brazos de la mujer madura, a los veinte con tías de más de treinta, y ahora con mujeres de más de cuarenta, que son las que saben algo de la vida. Simon & Garfunkel, en 1967, antes de mi nacimiento (es decir, en el vacío, en la nada de la no existencia). ¿Había mundo entonces? dicen que sí, pero no era mi problema...


Harry Partch, el músico vagabundo

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Esa primera noche de calor también escuchamos una obra que pude disfrutar una vez en vivo: La creación del mundo de Milhaud, eso fue en Granada, con Josep Pons a la dirección, y con Lluis Vidal al piano. La magia de Nueva York, el jazz suave de entonces, porque para jazz salvaje, el que vendría unas décadas después..., más o menos en los años sesenta. La segunda noche, del día de mi santo, un monográfico (me encantan) dedicado a la II Guerra Mundial, con obras muy variadas pero todas intensas: el principio de A Child Of Our Time de Tippett; el final del Cuarteto para el fin de los tiempos de Messiaen; el final de la Séptima de Shostakovich, en una versión rusa (no me gustó mucho, la verdad); la Balada nº 1 de Chopin, que es lo que toca el protagonista de El Pianista de Polanski cuando llega el soldado alemán que le salva la vida, tal vez por lo bello de su arte entre las ruinas; la tercera parte de los Cantos de prisión de Dallapiccola, y una canción tradicional japonesa para dos shakuhachi, esa flauta de bambú, titulada El viento sopla a través de las hojas de bambú.

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Ayer fue la despedida de Sinestesia, el programa de Ana Zugasti, que versaba sobre las relaciones posibles entre música y ciencia. Se lo echará de menos. A pesar de sus largas parrafadas y el tono escolástico del guión, ahí se escuchaba buena música, como fue la de Sarah Hopkins desde Australia. ¿No era eso del fondo un dijeridoo?
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Esas películas de los noventa, o de finales de los ochenta. Eduardo II de Derek Jarman: un escupitajo visual (aunque con ese esteticismo que abundó por entonces) a la época de la Thatcher. Jarman, que murió de SIDA, que hizo un filme crepuscular, Blue, con la pantalla en azul permanente mientras una voz desgrana citas bellísimas, se despacha a gusto contra el sistema ultraconservador de su tiempo tomando como excusa la obra de Marlowe, un marginal de su propio tiempo. Trabajando con desternillantes a veces anacronismos, y metiendo a los personajes en ambientes austeros, de un minimalismo material que pone los sentimientos en primer plano, se recrea en el drama de un rey que, por defender a su favorito Gaveston, suscita la ira de los nobles, con Mortimer a la cabeza de la rebelión, con la reina Isabella (la andrógina Tilda Swinton, maravillosa también en otra película de este estilo, Orlando de Sally Potter) cómplice de esa venganza por no estar satisfecha... Aparecen hacia el final las fuerzas policiales, uno de cuyos esbirros acaba con la vida del conde; pero ese perro policía hallará pronto su merecido. Aparecen manifestantes que claman: QUITAD VUESTRAS SUCIAS LEYES DE NUESTROS CUERPOS. Todo es muy actual, como debe ser. Y es que no hay nada más pestilente que lo políticamente correcto y el teatro fiel a la letra. Viva Calixto Bieito. Viva la crueldad y la violencia contra el Estado, que quiere hacer de todo Uno.
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¿Por qué ya no me gusta el cine de ficción? Léase atentamente lo anterior. Muerto Pasolini, muerto Jarman, ¿qué francotiradores nos quedan? Esa mierda indie..., esos maestros cansados...
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De plaza en plaza, y una hora más. Termino de leer una novela de lo más amena, del maravilloso Georges Simenon, Las memorias de Maigret, en donde se establece un excelente enfrentamiento entre creador y personaje, o cómo la ficción invade la realidad, me hace pensar en esa secuencia de American splendor en donde el protagonista y su mujer asisten a la representación teatral de su vida... El célebre comisario escribe estos papeles para tratar de desmentir algunas afirmaciones y relatos del escritor belga, para que el lector sepa la realidad de su profesión y la vulgaridad burguesa de su vida. ¿He dicho ya que Simenon es un escritor perfecto para el siglo XX? Y pienso en esa adaptación de Monsieur Hite hecha por Patrice Leconte en estado de gracia. Bienaventurados sean los sencillos, los que saben describir el mundo en pocas frases, los intuitivos, los que trazan rápido un ambiente. Luis y su perra alimentada con restos de pollo. Necesita un polo de color negro, "así no se ve la mierda". Está cansado del pueblo este y quiere irse a veinte kilómetros hacia el oeste, pero será lo mismo. Dejó unas cosas en el fondo de una barca y no encontró nada, la gente lo rebusca todo, incluso en lo más escondido de una cueva. Para hacer daño; porque el hombre es un mal bicho. Nos hartamos de ver carne, gente fofa, la juventud cada vez está más gorda, y lo que es peor, en este tiempo todo es exhibido sin el menor pudor. De vez en cuando aparece alguien en forma, algún cuerpo estilizado, pero es lo menos. Ahí viene Stefan, sin camiseta, y desvariando como siempre. Me cuenta que se hartó de gambas a la plancha, pulpo y demás, con un mendigo que tenía ocho euros, él puso catorce, y ahora, como siempre, no tiene para una miserable cerveza. Que me voy, que con tanto hablar de comida, y yo sin comer, me voy a caer redondo...
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Autoencuesta: ¿quién es el mejor escritor actual de ficción? Paul Auster. ¿Y su mejor novela? Tal vez la que ahora leo en el original, pero mediante una edición alemana (Reclam, 2001), con notas finales y muchas aclaraciones de léxico a pie de página (que a mí no me interesan, claro, yo echo mano del Collins en todo caso): Moon Palace. En la página 53 aparece la declaración del posmodernismo de su autor:

One thought kept giving way to another, spiraling into ever larger masses of connectedness. The idea of voyaging into the unknown, for example, and the parallels between Columbus and the astronauts.


Es la idea de rizoma, ir de aquí para allá sin orden establecido, conectando esto y lo otro por galerías subterráneas, habitando en la propia mente, como el narrador de esta fascinante novela, después de ver por televisión la llegada del hombre a la Luna, ese verano de 1969, un ardiente mes de julio, cuando su vida estaba a punto de dar un vuelco a peor..., y ya había liquidado todos los libros de su tío Victor, tal vez uno de los personajes más magnéticos que he conocido. La escritura de Auster es extrañamente sencilla (es el segundo que leo en el original, y me encanta), y su pasión por contar historias, y su manera de contarlas, es preciosa en tiempos desvaídos. Auster no es rebuscado ni sufre de verborrea, además, como los posmodernos más jóvenes. Es perfecto, es para mí.
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Sólo tenemos esta vida, pero es demasiado corta. Tendría que tener una vida para estudiar bien a Jung, Hillman y los otros de la psicología profunda; otra para ver todas las películas que me perdí, que no vi por no estar en Madrid o Londres; otra para viajar por el ancho mundo, y dejar en cada jardín hermoso una rama perdida en un tronco hueco; una más para leer todos los libros que merecen la pena, sé que en esta no bastará, y los pasillos de la biblioteca de Babel se han acortado, pero... Otra más, en fin, para desprenderme de todos los recuerdos, de los sueños, los papeles que hablan de mí y de quien a mí se acercó, quemarlos, y ser por fin una piedra al borde del camino, interminable.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me encontré un perro de los pateables: precioso, obediente, cachorro de no más de seis meses, un parecido al gran danés que no lo es, falta de identidad, parece humano, tiene la mirada amarilla de mi padre y de todos los brujos y yo no pude dejarlo en la calle, impúdico hasta las costillas y sediento de una familia disfuncional como la mía, porque él ya estaba marcado de perro saltarín a vida de circo y luego, la puta melancolía de encontrarse de frente con la mujer madura, pero no aquella llena de entusiasmo,un poco sonrojada por el olor a ajo, no, de hecho, esa era la trampa: vino para que llegue la alegría y algo de mahler, sino la gusana ciega de ira que piensa, y sí lo piensa, que cada amante es un botín de guerra. Te saludo gustosa, perro cansado, porque me gusta mucho encontrarte y también, porque estoy de acuerdo contigo: Paul Auster. Paty Laurent

3:56 p. m.  
Blogger Rain (Virginia M.T.) said...

De música y trasnochadas como ésta en que te escribo -en realidad naturales en estos tiempos...- me gustaría seguir leyendo. Mas no es lo que a mí o a otro les guste, lo que te llama a escribir y asi sale todo más fresco, y se queda en uno, como música...

12:38 p. m.  

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