miércoles, junio 08, 2005

Paisaje del sur

La gente cree que "paisaje" se asocia automáticamente con algo visual, un decorado natural, un lugar para recrear la vista, ya sea entre bloques de cemento o en pleno campo contaminado por los detritus de la vida urbana que lo arrasa todo. Pero "paisaje", a partir de ahora, ya no dice algo del orden de la vista, sino sonosfera, espacio en donde se junta el pequeño pandemonio de nuestros lugares de mal-residencia. Un paisaje sonoro en donde las voces, los acentos de nuestros vecinos, el ruido de coches y motos, el canto en sordina de los pájaros y demás morralla acústica, se convierte en nuestra pobre envoltura, hablo de este paisaje del sur en donde tengo la desgracia de haber caído. La caída en el espacio, ése es el tema por excelencia de cualquier vida.

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Ayer era el día, pero no pudo ser. Uno, que vive en la maldita periferia (y encima, en la peor tierra posible, el desierto de la costa malagueña), no pudo asistir al espectáculo del Teatro de la Abadía en donde se ponía en escena por primera y única vez la video-ópera de Fausto Romitelli, An Index of Metals. En los dos diarios nacionales de mayor tirada salían apenas unas líneas para anunciar el evento. Normal: la música contemporánea sigue siendo marginal, y está bien que así sea. No se hizo la miel para los cerdos. En fin, que para consolarme me fui a ver a Luis, que estaba en una plaza tratando de mitigar el calor que ya arrecia. Yo llevaba una botella de ron Negrita, casi entera, compramos unas latas, empezamos la función. Por suerte, Juan se fue pronto, estaban él y Luis contando unos chistes gruesos (aunque con su punto de gracia salvaje), que me repateaban un poco. Este Juan hace años que iba todo ciego con su amigo Pepe el Americano, el cual conducía en dirección contraria con su moto de gran cilindrada. El tal Pepe no vivió para contarlo, y el otro quedó sin la pierna derecha. La familia de Pepe hizo lo que pudo para que cobrara una buena indemnización, y ahora desde hace años está viviendo a sus anchas. La cosa es que está tan cambiado, que apenas lo reconocí, incluso tenía la pierna artificial. Lo que hace el dinero. Dadle unos cuantos miles de euros a una muerta de hambre de Senegal o Ruanda, y se te convierte en reinona de Marbella...

En fin, que me fui, me fui..., es decir, se fue, y nos quedamos solos, por fin. No soporto una reunión a tres, sobre todo si el tercero en discordia es alguien que no conozco y no me cae bien. A mí la gente enseguida me hace efecto, o me cae bien o no la soporto. Y si pasa esto último, van a comprobar enseguida mi malestar, no sé ser diplomático. Pues eso, que empezamos a echar mini-cubatas en vasitos de plástico, y hablamos durante horas de cosas, de historias: el hombre es el animal que cuenta historias. Hablamos del Palenque, que yo conocí cuando los últimos tiempos de François, al que mataron un día infausto de agosto de 2001, clavándole una peta en la cabeza. Cuando volví de Rincón de la Victoria, la policía estaba todavía con las averiguaciones... Un tiempo oscuro, sin duda. Luis conoció el tiempo anterior, ya que él es bastante mayor y ha tenido muchas experiencias. Me doy cuenta que Luis es el perfecto ciudadano del mundo: ha estado en todos los sitios interesantes, en el momento justo, se diría. Estuvo en el Faro de Ibiza, en los sesenta, en una comuna hippie. Estuvo en lugares nórdicos, cuando había ley seca, y tener una botella de whisky ante una chica significaba polvo seguro. Luis se ha movido por toda Europa como por una casa amplia, de muchas y variadas habitaciones. Ahora se siente raro en Nerja, un lugar que fue pintoresco, ahora es simplemente de "interés turístico", pero que nunca dejó de ser facha: pero sigue viniendo, después de veinticinco años.

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Caminando hacia otra parte, vemos a una chica argentina que ha venido hace poco, vestida de sirena, con un manto marino a su cola de pez irreal, conchas, estrellas, una cajita para las monedas, un cartelito que rezaba: Photo-Video 1 €. Luis dice que es muy poco, tendría que poner cinco, por lo menos. La policía local ya ha pasado, y le ha dicho que vaya retirando el campamento. Ella trata de demorar la partida. No sabía que este lugar fuera de esta manera: pues sí, es mejor que pruebe otro pueblo, Estepona, o Torrox-Costa... Aquí la policía es muy fascista: deja que los macarras rompan las plazas con motos y patines, pero no soporta a los hippies que vienen a buscarse la vida. Justo cuando estamos allí charlando aparece la que vive en la casa que hay donde la chica se ha puesto, una tía corpulenta, la perfecta fascista local, dueña de la mafia Organización Lozano. Señora, no se preocupe, no vamos a meterle una bomba, puede pasar tranquila... Aunque a lo mejor, más adelante... Luis dice que un día para que se fuera le tuvieron que dar cinco €. Dejamos que la chica siga llamando la atención de los estúpidos ingleses, que son los únicos que sueltan algo. Vamos por Carabeo hasta el mirador del Bendito (vaya nombre), allí no hay nadie, antes iba la gente a fumar sus porros o simplemente a tomarse una cerveza, ahora es zona de paso. El Palenque ha sido vallado con maderas para que no entre nadie. El dueño del Portofino decía haberlo comprado, pero cualquiera le cree, a ese colgado. Luis decide ir, cargado con su mochila, su bolsa azul marino en donde lleva las pulseras y demás, y la perrita, en dirección a Burriana, por si encuentra algo para la perra. Él no ha comido nada, pero tampoco le preocupa demasiado. Lo que importa es seguir bebiendo algo. Le he dado un bote pequeño de gel, y él a cambio un Trankimazín de 2 mg.
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No hay vida fuera de Madrid (y Barcelona).