martes, julio 26, 2005

Largos días del verano IV

Al principio me gustaban mucho las historias de otro mundo, pero ahora sólo soporto las que son humanas, demasiado humanas, al menos en lo que respecta al séptimo arte: fui a ver El viento de Eduardo Mignogna, una película maravillosa que nadie sensible debería perderse. En una tarde tórrida, qué alivio entrar en la sala oscura, acondicionada y casi solitaria, y dejarse atrapar una vez más por la magia de las imágenes, sobre todo en el tramo inicial y final de este filme bendecido por un cierto lirismo y una falta absoluta de sentimentalismo, con el que no puedo. El crítico de El País titula su crónica El crepúsculo del vaquero: y es justo así. Frank (Federico Luppi, qué grande) llega a la gran ciudad por primera vez, desde un lugar en el campo azotado por ese viento del título, para resolver unos asuntos tras la muerte de su hija Ema Osorio. Se queda en casa de su nieta Alina (Antonella Costa, qué deliciosa actriz: labios, voz, cuerpo en los que perderse), la cual lo culpa en cierta manera de ser el responsable de la desgracia de su madre. No sabe el secreto que esconde el viejo, y que habrá de ser revelado al final: eso que no le permite sosiego ha de ser escrito, dicho, para poder al menos sacarse un poco del peso con el que ha vivido a lo largo de veintiocho años. Como dice Javier Ocaña, "es un vaquero sin pistolas en el cinto, pero con una bala en la recámara de los recuerdos, allí donde la memoria no deja en paz el tranquilo devenir de cada día". Las escenas cotidianas muestran el contraste entre esa vida apresurada de Buenos Aires y el porte campechano, las historias rurales y los modos de ser de un hombre que parece de otro tiempo, que cree en unas cuantas verdades y actitudes que en la ciudad quedan desdibujadas, son malos tiempos y cada cual va a lo suyo. Poco a poco vamos conociendo los movimientos de Alina, su trabajo en el hospital, sus devaneos sentimentales con dos hombres, su sinuoso destino que la conducirá a repetir una historia familiar de la que no sabe apenas. Todo esto está mostrado de forma contenida, con los planos justos, y en las partes ya señaladas (comienzo, final) se alcanza una maestría, una poesía del nuevo realismo que hace sentir hasta esa naturaleza salvaje, lejos de las leyes de los hombres (de sus malas artes), cerca de esas cosas cotidianas que hacen una pequeña felicidad. Parece cerrarse un círculo y se abre otro, y en la espera, se logra una paz momentánea tras tantos años de inquietud. Esas secuencias sin palabras son lo más hermoso de una película de alta sensibilidad y que nos habla de cosas eternas (la soledad, la vejez, la maternidad difícil, el crepúsculo vital) con una voz queda, con palabras sencillas, con una fotografía de tonos ocres y grano duro. Cada vez parece más difícil ver una película así, pero parece también que el cine argentino nos salva. Cuando escuchaba a esta Alina pensaba en mi otra vida, Argentina, esa música cadenciosa, esa generosidad de una mirada, pensaba en lo que es estar enamorado, y en lugares solitarios donde el viento pasa raudo. Yo no sé, qué puede ser de mí, en la triste España, sin ingenio, sin esa hondura del lejano Sur...
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Visito de nuevo las exposiciones del CAC de Málaga, y aparte de ver de nuevo las de Neo Rauch y Teresita Fernández, puedo deleitarme con la de Chema Lumbreras y sus "lecciones" morales (o no) a través de esos extraños muñecos-animales, que suben hacia el cielo, que ejercen la fuerza unos contra otros, que son jugadores o drogadictos empedernidos. Y en la pequeña sala en que se exhibe, una luz difusa, que ayuda mucho a su visionado y experiencia, un pequeño paseo, unas sombras en la pared, un asombrarse por lo pequeño malvado...
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Sentimiento del tiempo: hay algo que se perdió irremediablemente. Por primera vez siento que el tiempo es limitado, que el ser humano es una criatura patética que mediante pequeñas crueldades busca caminos para sobrevivir e imponerse sobre sus semejantes: con mentiras, con tramas oscuras, con estrategias de incomunicación. Lo mejor sale en contadas ocasiones. Nos gustan las historias, lo que le pasa a los demás, vernos en espejos deformados. Nos gustaría vivir las historias felices de los demás, pero acabamos disfrutando y padeciendo los mismos placeres banales. Un año entero esperando esos días de vacaciones que serán vulgares repeticiones de tantos otros sueños vistos en fotografías y viejos álbumes. (Sólo el que se aleja, y se arriesga, tendrá un verdadero recuerdo, no una copia de lo que dicen que hay que experimentar.) Un nombre en mi vida: M. Pero en diferentes cuerpos, sonrisas, palabras que suenan y dicen cosas distintas. Una voz al otro lado, que no puedo descifrar. Un banco en el parque. Una música para saludar este nuevo día, de Santa Ana: Short Ride in a Fast Machine de John Adams: fanfarria para orquesta, cuatro minutos de ligereza. Y luego, la aspereza, la turbiedad de Fausto Romitelli, Professor Bad Trip # 3, casi 11' de música como ruido, de interconexiones: yo era un pájaro sobre ramas rojas que emprendió el vuelo, al atardecer. Tú eres la "amada inmortal" (incluso esta película sobre Beethoven nos hace sentir algo: que ciertas melodías, ciertos sonidos extraños, vienen del interior); eres una promesa que nada sobre las aguas calientes de final de julio. No creo que te quedes; ni que mientras tanto sea hermosa (la sombra, y su baile). El tiempo avanza, me roban algo sin enterarme, porque sencillamente, mis anhelos no coinciden con tu sucia sonosfera, y tus cuentos.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

lukas,

huele a viaje...

que musica oyes al viajar??

carretera y ac/cd a toda caña?

en el tranquilo tren suena quizás "la buena vida"?

viajar al mismo tiempo que truena "sexy sadie" hacia la montaña...demasiado adolescente???

huele a viaje..lukas


litae des-nómada arrelant en la seva interioritat

8:26 p. m.  
Blogger Dulce M González said...

Esto del tiempo robado... Mis minutos, en cambio, se expandieron con la reseña de "El viento". De madrugada, en pijamas, la narración de un secreto que nunca dices y de pronto pienso: "este momento, justo éste" y ya. PD: Siento por ahí una nostalgia de viajar de veras, creo. No me hagas caso.

10:15 a. m.  

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