martes, agosto 30, 2005

La buena vida

Digamos que he vuelto.

Pero se hace muy difícil la reentrada en (la atmósfera) España, viniendo de un lugar tan maravilloso como Donostia, en donde todo es tan distinto a este desierto.

Siempre por estas fechas, todos los años, de malaga-na, es inevitable. No hablaré de esos días en el Norte, porque de los momentos felices no se debe hablar. A lo mejor, con el paso de los días y la lenta difuminación de esos días de agosto, cuente algunos detalles, borrosos ya, de los placeres y los días en el Kursaal y alrededores (jeje).

Cuando el tren deja atrás Euskadi, y entra en España, todo cambia, el paisaje lo primero, del verde tan peculiar se pasa a los grises, ocres, marrones y amarillos de las tierras de Burgos y más abajo. Todo se hace más pesado, más feo. La llegada a Madrid es realmente deprimente, no sólo por los muchos grados de diferencia en cuanto a la temperatura, sino por esa densidad de la gente, esa fealdad en los rostros, esa mezcolanza que echa para atrás. Subirse al metro es lo que más me asquea, pero no queda otra. Y pensar que Carola me envía un sms contándome que está en el carnaval de Notting Hill de Londres, disfrutando de lo lindo..., dan ganas de vomitar, pero sé por qué lo hace: sabe que no soporto esa mezcla inmunda, y menos que menos, los bailes del Caribe. Madrid, a finales de agosto, el sopor, la apatía, ganas de nada. Sólo me alivia un poco cuando voy a una exposición, o al cine, o quedo con amigos. Pero Madrid como ciudad, frente a la armonía arquitectónica del centro de Donostia, me repatea (sólo unos pocos barrios me hacen pensar en una gran ciudad). Lo peor es la gente, la falta de belleza, las obras por doquier, ¡en Donostia hay carril-bici por todas partes! Las mujeres vascas con su pelo tan corto, los hombres con su barba cuidada o de varios días, la belleza de la gente. Y la música, en la obra maestra de Rafael Moneo. Noches de música. Días de celebración para el sentido del gusto, sobre todo. Todo se regocija aquí. No, no puedo seguir.
***

Veo en la mesa de novedades de una librería, aquí en el sur, una obra de Zygmunt Bauman: Amor líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos (Fondo de Cultura Económica, 202, págs., 12 €). Leo la reseña de Enrique Lynch, de este y otros libros del pensador, en el Babelia del 27 de agosto. Seguro que es un libro de lo más interesante, en donde se analizan estas relaciones de quita-y-pón, aunque para el crítico español sea un anacronismo su defensa de la pareja monogámica frente al caos erótico contemporáneo. Es justo de este tema del que quiero leer más, incitado por el artículo de Lardellier que ya comenté antes de irme. Tampoco a mí me gusta este giro de las relaciones en la época que vivimos. Si Bauman es un posmoderno desengañado (o desencantado), yo también lo soy. En el ABC de las Letras y las Artes leo el artículo de Andrés Ibáñez sobre "esa fealdad que durará siempre", la que se construye día a día en España (un país tradicionalmente feo, "realista" y poco creativo; salvo el Norte, claro): el fenómeno de los adosados (en España se ha construido en los últimos años más que en tres países europeos juntos...). Pienso entonces en ese prado maravilloso, ese museo al aire libre que es el Chillida Leku, en el caserío del siglo XVII vaciado y convertido también en museo, pienso en ese verde, esos campos, ese silencio...
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Antes de irme (en las vacaciones apenas leí, jeje) comencé Blasted de Sarah Kane (Complete Plays, Methuen, 2001; publ. orig. en 1995), su primera obra teatral. Sarah Kane nació en 1971 y se suicidó en 1999. Por cierto lector supe de su desgarro. En esta pieza sólo hay tres personajes, Ian, Cate y un soldado. Él es un tipo de mediana edad con un habla que deja bastante que desear; ella tiene sólo 21 y sufre unos extraños ataques. Una noche pasa algo, en esa habitación de ese hotel caro de Leeds, la ciudad, qué curioso, en donde se reunieron los terroristas para preparar los atentados de Londres. Lo que se nos cuenta es la brutal asociación entre una violencia interior y otra que se desencadena fuera, y que saltará todo por los aires. El sexo, o mejor dicho, las políticas sexuales, en la guerra cotidiana. Una frase que se queda: Eres una pesadilla (p. 33; 51), en boca de Cate, la que sufre el Daño. No es una lectura para los Días Felices.

M., en el cine, me pregunta, y se responde ella misma: ¿Quién estará ahora en nuestra habitación del hotel? Una pareja feliz...

5 Comments:

Blogger Belle said...

Me alegro de que estés de vuelta ...

4:07 p. m.  
Blogger lukas said...

Yo también me alegro de que tú y los demás visitantes de mi humilde blog sigáis por aquí. Sigo visitándote, espero ponerme al día pronto. Besos.

6:23 p. m.  
Blogger Wineruda said...

Hola Lukas, tiempo leyéndote, y ahora te escribo para alegrarma que te guste mi tierra, mi provincia, la capital de ella, Donosti es un lugar para tomarlo a tragos lentos y pasos cortos. Un abrazo

1:34 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Y yo considero que los más feos de España son los vascos...cejudos y ordinarios.
Saludos!

10:34 p. m.  
Blogger lukas said...

Wineruda, tú eres de Donosti, acaso? Ahora, con el paso de los días, sí que echo de menos la frescura, la belleza, el paso cadencioso por sus calles... No hay vida fuera del Norte...

Lo que dice anónimo, no es cierto, para ordinarios, por mucho que presuman de tíos buenos (son ordinarios, mucha pose, mucho maquillaje, también los tíos), los andaluces. Los vascos tienen carácter, los andaluces sólo meten voces y gruñen con sus malditas motos y coches deportivos, ¡que no ves a uno en bicicleta ni en el Día del Pedal!

10:26 a. m.  

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