lunes, octubre 03, 2005

Resistencia

Paradise now, filme de Hany Abu-Assad, premiado en la 55 edición del Festival de Berlín, cuenta dos días en la vida de dos palestinos elegidos para inmolarse por la causa palestina, la lucha contra la ocupación israelí. El padre de Said fue colaborador y murió ejecutado cuando él tenía diez años. Khaled es su mejor amigo, y al principio, en la primera parte de la película, está convencido, pero luego dará un vuelco. También Said modifica poco a poco su actitud, y lo bueno es que este cambio está muy bien desarrollado. Desde el principio, el director nos mete en la vida cotidiana de ambos (su trabajo, sus familias, el ambiente que los rodea) pero sobre todo atiende a Said, que será la cabeza visible de esta brutal acción que planean. Aparecen otros personajes secundarios, como Suha, la joven que ha vuelto después de unos años en el extranjero, y que tiene que cargar con el "peso" de un padre considerado héroe del pueblo; o Jamal, el reclutador, de apariencia escalofriante, desde luego. La cámara, como en el mejor cine testimonial, se pega a esta gente, los sigue por entre una ciudad llena de escombros, la huella de la invasión. Hay dos momentos clave, uno cuando el plan se frustra y cada uno tendrá que ir por su lado, y esto a la vez sirve para que, a solas, se enfrenten con sus miedos y vanas esperanzas; y el otro, en el coche, cuando Khaled y Suha mantienen una discusión apasionada sobre el problema central: ella es pacifista y desea que se llegue a un acuerdo y que se pare la espiral de violencia, mientras que él sólo cree en la lucha suicida, en la entrega del cuerpo a falta de un ejército y armas. Ahí parece encontrarse el principio del giro que se produce en K., pero no lo sabemos nunca. "Prefiero un paraíso imaginario a este infierno"; "Elijo la muerte porque la vida es mucho peor", son dos sentencias de K., que nos llegan al alma. Said, por su parte, con el recuerdo del padre y la visita al cementerio en donde "descansa", parece querer in extremis el martirio como forma de resistencia, aunque subyace una causa más íntima: llevar a cabo por fin un acto que borre la traición, la vergüenza paterna. Asistimos a un drama total, a una puesta en escena desnuda, en el corazón del infierno que es el Nablús real en donde se rodó, con explosiones incluidas. Una película que hay que ver, por encima de cualquier otra.
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Acabo por fin la novela de Coetzee, Michael K es ya un personaje que entra en mi imaginario de personajes imprescindibles. Si la primera parte, tan extensa, se hace algo pesada por momentos, por la carga de acción y el sufrimiento que se va sumando como una losa a un cuerpo destrozado, la segunda y tercera son más breves y hay separación entre fragmento y fragmento. La segunda en realidad es un diario escrito por un médico en el centro de internamiento (de prisioneros, en realidad) en donde yace, digamos, el convaleciente Michaels (sic). Si casi todo este apartado tiene maneras de informe, informe de un horror cotidiano, los últimos fragmentos, el último en realidad, con el paso a la segunda persona, y apelando a la fantasía desbordante y compasiva, es todo él un trozo de verdadera, excelsa literatura, que será, que tendrá que ser recordada siempre. La tercera parte regresa a la ""falsa" tercera persona, con las últimas andanzas de Michael ya fuera de la prisión, su llegada a la ciudad en donde vivió la madre, el encuentro con una gente que merodea por la playa, cínicos que han decidido vivir en la falta de moral, de todo. Pero K tiene que volver a la misma casa en donde un tiempo, alguien, una madre, habitó a duras penas. Y el libro acaba con otra fantasía, una muy propia, muy cercana a Michael K, que sólo él podría desear. Y es aquí cuando nos damos cuenta del maravilloso ropaje con que Coetzee, el hombre de Cape Town, se ha disfrazado ante nosotros para contar la historia de un hombre cualquiera, en tiempos de guerra, una guerra que nadie entiende, como cualquier guerra, pero ésta si cabe peor. Es la historia del jardinero, del que cultiva, del que rechaza comer la comida de la prisión (su voluntad y su cuerpo disociados de forma extraordinaria). Hay otro pasaje maravilloso en donde ese médico de la segunda parte nos "describe" el alma de Michael, mientras lo observa dormido en su lecho. ¿Se acuerdan de Desgracia, de ese pasaje sobre la posibilidad de un alma animal? Esta novela es sobre todo la historia de una resistencia, mínima, rara, pero resistencia en mitad del país, que es como decir: en el corazón del fascismo moderno.
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En vez de Dios, los motores; en lugar de ideologías, consumo.

Garriga Vela, que escribe los viernes un estupendo artículo en el diario Sur ("Cosas transparentes" es el título del apartado), escribe el día 30 de septiembre uno titulado "Una tarde de domingo", en donde habla de esa pérdida de ideologías, de la burla que la gente hace de palabras como revolución o utopía. Yo, como él, conforme pasan los años, me siento cada vez más "revolucionario". Qué paradoja.

2 Comments:

Blogger Rain (Virginia M.T.) said...

Es que hay un cinismo de nueva marca.
Y hay un desaguisado voluntario:
identificar cinismo con humor.

Ese humor tan fresco de la mirada profunda ha sido reemplazado por el
de la imagen pura. No sé qué diría Deleuze al respecto. Ahora le encuentro el hilo para entender por qué el preciosismo de 'Los soñadores' no me capturó. Mas volviendo a lo que cuentas, se siente una conmoción , tan sólo al imaginar una historia de palestinos. Es una realidad muy dura, y quien escriba sobre ella, es porque ha tocado fondo. Si logra comunicar esa fuerza del drama plasmado, sobretodo en dos seres, ha logrado ya algo difícil: mover las sentimientos, y más que eso, el pensamiento concentrado, en busca de más...

Sobre el libro. Me quedo con la sensación de premura: por leerlo pronto.

Salutes Lukas.

5:50 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Si Ricardo Darín es el mejor actor de su generación...no quiero pensar cual es el peor. En fin, sobre gustos.
Las otras cosas que escribís no están mal.

9:44 p. m.  

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